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Expresionismo cinematográfico alemán, ¡vaya rollo! Por Rafael López

Esta controversia dominical, entre mi apreciado don Luys y yo, está adquiriendo tintes dramáticos: la semana pasada escribía, en esta humilde sección del Correo, que el señor Coleto había dejado de dirigirme la palabra por su penúltima derrota en la encuesta inherente a nuestra disputa. Observo alarmado como la situación se ha degradado en sólo siete días. Sé por fuentes fidedignas, que por prudencia no debo desvelar, que mi enemigo «controversil» ha roto en pedazos una foto mía, que atesoraba en su habitación desconociendo para que inconfesables fines, por la descomunal tunda del domingo pasado cuando abordamos el tema de la moda. 
 
No me arredran esas manifestaciones de debilidad literaria, y argumental, de ese amigo de felpudos cuadrúpedos, y lleno de jovial gozo, por el aprecio de los lectores a mis controversias, acometo esta nueva entrega en la que no tengo duda que mi archirival zaherira a quienes osen leer su parte con una profusión, y confusión, de directores y películas de «culto».
 
Tengo que admitir que no conozco mucho del tema elegido, he visto algo de Murnau y ese vampiro de dedos largos y más feo que un pecado (nada que ver con los glamurosos seductores posteriores) perturbador de apacibles sueños y de serenos paseos por tenebrosas oscuridades; «El gabinete del doctor Caligari» obra de Robert Wiene, con la imponente presencia del gran actor Conrad Veidt, que, siendo una obra anterior en el tiempo a la nombrada previamente, ya presenta esos poderosos claroscuros, y esas desasosegadoras imágenes, y formas, irreales. Por último, Fritz Lang con su «Testamento del doctor Mabuse» y la celeberrima «Metrópolis», ésta última película, por cierto, fue elegida, como parte de una terna, como legado cultural de la «Memoria cinematográfica del mundo» por la Unesco, junto a «Los olvidados» de don Luis Buñuel y «El mago de Oz» de Victor Fleming. 
 
Hablo de películas realizadas en los años 20, mudas y que presentan ambientes sórdidos, e incluso macabros, con unos maquillajes y escenografías torturadas y siniestras, de las que hoy son tributarias pretenciosas, y comerciales, pseudopeliculas carentes de toda cálidad, e ingenio. Pero realizado ese justo reconocimiento opino que la pervivenvia de cualquier arte define su calidad, y las películas asociadas al fenómeno expresionista alemán sirven más como objeto de estudio para sesudos cinefilos aburridos de la vida, que como obras capaces de tener una «ultraactividad visual»; por decirlo más gráficamente «te pueden pillar una vez, pero no repites con estas películas ni harto de coñac», son básicamente un rollo esos ambientes sórdidos y esas imágenes agobiantes.
 
No creo que lo que se esté haciendo ahora en el cine (y en el resto de las artes) valga la pena, porque todo es una auténtica basura, pálido, y ridículo, reflejo de etapas más fructíferas y gloriosas. Y respecto a las películas expresionistas alemanas aunque buenas en su estilo, son infumables para verlas en más de una ocasión, excepto para «tíos raros» que leen el BOE para documentar sus artículos. 
 

Además para imágenes infinitamente más truculentas contamos, en la actualidad, con la puñetera televisión que ofende, en todos sus canales a excepción de «El Toro TV», con las grotescas apariciones de estos carnuzos liberticidas socialcomunistas, separatistas y globalistas que han traído la dictadura, a este Estado fallido que es España, y lo han hecho sin tener, ni remotamente, la clase, la originalidad y el estilo, del cine expresionista alemán.  

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La mejor literatura y filosofía también nos presagiaron el derrumbe. Nos referimos a Rosenzweig, Benjamin o Kafka. Rosenzweig denunció el «idealismo» de la filosofía que procede desde Jonia, cuyo culminante paradigma fue Hegel. De Hegel (o Caligari) hasta Hitler o Stalin. Desde Jena brota irreversible tendencia una hacia un totalitarismo – comunista, fascista, nacionalsocialista- que se puede transformar potencialmente en una «ontología de guerra y exterminio». Walter Benjamin, por otra parte, dejó constancia de la primordial ambigüedad del concepto de progreso, tan nuclear para el pensamiento ilustrado. La barbarie, en general, y el fascio-comunismo, en particular, no son lo opuesto al progreso sino una de sus más factibles posibilidades. La más hacedera, de hecho. Esa fatal posibilidad es, para la víctima, la norma. El estado de excepción como diario quehacer, tan de nuestra actual plandemia.

Tras los fotogramas se filtra el horror, presente y futuro

En ese sentido, en su novena tesis de la historia, el eximio Benjamin, tomando como referencia el Angelus Novus de Paul Klee, e inspirado en la lectura cabalística de Gershom Scholem, poseía la certeza de que el «Ángel de la Historia» nos ofrecía certerísima visión del devenir histórico como un inacabable ciclo de desesperación y derrumbe. Por otro lado, Frank Kafka capta prematuramente la reducción del hombre a nuda vida en la recurrente animalización de sus personajes, así como la negación del otro en sus personajes víctimas de la incomunicación. Los tres autores citados pronosticaron el desmoronamiento de todo un mundo, del judaísmo europeo más. Y vista la actual plandemia, pleno acierto de los tres.

Y el expresionismo alemán puso en imágenes el derrumbe de todo un mundo. A través de lo fantástico, lo oscuro, lo sobrenatural o lo siniestro, leyó con exactitud los signos de la hecatombe venidera. No fueron profetas sino primorosos observadores de la realidad. De la maldad humana con reflejo (bio)político. Ya que bajo la superficie de incomparables obras maestras cinematográficas fluye el espanto. Presente y futuro. El horror de la República de Weimar. O el posterior horror nazi. La tiranía presente y futura, siempre como plausible e ineludible derrapar humano.

La tiranía, siempre tan cercana

Dichas películas se hallan preñadas de tiranos que cometen brutales actos de violencia y crímenes como traslucen las turbias figuras de Nosferatu, Caligari o Mabuse. Es indudable que algo existe muy profundo bajo la ciencia ficción de Metrópolis (1927), bajo el pacto de Fausto (1926) o bajo los crímenes de M, el vampiro de Düsseldorf (1931). O bajo el transcurrir de los fotogramas de El Golem (1920), Nosferatu (1922), Bajo la máscara del placer (1925) de George W. Pabst y protagonizada por la insuperable Greta Garbo. O El hombre de las figuras de cera, 1924, de Paul Leni. Y, por supuesto, la pionera, El gabinete del Dr. Caligari (1920) de Robert Wiene. O, tal vez, el origen no brotara en la magistral cinta de Wiene sino en Los ojos de la momia (Die Augen der Mumie Ma), soberbia Pola Negri, del más grande junto a Murnau, Ernst Lubitsch.

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Todas estas películas devienen formas diferentes y muy complejas de mostrar el peligro. De alertar del fuego que se extiende sin remedio. La cara b de la acelerada evolución ideológica, moral y social de una época convulsa no solo en Alemania, sino en todo el mundo. Y a pesar de las palmarias diferencias con nuestro hoy, se pueden continuar estableciendo analogías con nuestro presente sin riesgo a sufrir graves errores de diagnosis sociológica.

El mundo, pesadilla

Asfixiante y enloquecedora y concatenada turbamulta de imágenes, potente iluminación artificial, con chirriantes contrastes en claro oscuro. O negro. O blanco. Ebrios sombreados, pintados en los decorados. Decorados, a la sazón, con perspectivas falseadas, retorcidas, encuadres «rotos», rodándose siempre en estudio, eliminando cualquier lejana connotación de posible realismo. Representaciones simuladas, líneas oblicuas y diagonales, objetos totalmente asimétricos. Maquillaje de los actores, extremadamente delineado. Actores deliberadamente sobreactuados y «teatrales» (el intenso influjo de Max Reinhardt, insoslayable). O planos muy estáticos sin movimientos de cámara…Todo ello proporcionando una turbia sensación de pesadilla, pero no acaecida durante el sueño, sino en lúcida vigilia

…Y muchos de estos directores huyeron a Hollywood, lo que hizo que algunas de las características más representativas del expresionismo alemán se dilataran allende el Atlántico. Dicha influencia del expresionismo alemán mutó por completo el estilo visual y contribuyó a desarrollar nuevos mecanismos para crear nuevas atmósferas cinematográficas. Lo podemos comprobar en tantas películas. Por ejemplo, Drácula, de Tod Browning. Ciudadano Kane, de Orson Welles. El enemigo de las rubias o Psicosis, de Hitchcock. Noche de circo, de Bergman. E incluso en películas mucho más recientes como la magna Blade Runner, de Ridley Scott o Batman Returns, de Tim Burton. Obras maestras que no se podrían entender sin aquellos genios alemanes de los años veinte del pasado siglo…

Amical coda

…Y, por supuesto, admirado Rafael López, en  algo tiene usted razón. La caterva de “carnuzos liberticidas socialcomunistas, separatistas y globalistas que han traído la dictadura” (la han perfeccionado, le matizo, querido antagonista) no puede rivalizar siquiera “remotamente con la clase, la originalidad y el estilo del cine expresionista alemán”. En fin.  

 

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REDACCIÓN