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Un abogado brillante

El hombre que el domingo 13 de abril de 1930 dijo en Valencia las palabras que reproduzco a continuación acabó siendo el Primer Presidente de la II República: «Dos fórmulas hay para la solución del problema español: una, buscar una Monarquía extranjera como en 1870; otra, continuar con la Monarquía actual. Serenamente, sin ninguna clase de apasionamiento, he estudiado estas dos fórmulas y creo imposibles. La mejor solución es la República, para la que existe en España ambiente favorable. Soy partidario de una República conservadora y viable… Una República viable, gubernamental, conservadora, con el desplazamiento consiguiente hacia ella de las fuerzas gubernamentales de la mesocracia y de la intelectualidad española, la sirvo, la gobierno, la propago y la defiendo. Una República convulsiva, epiléptica, llena de entusiasmo, de idealidad, falta de razón, no asumo la responsabilidad de un Kerensky para implantarla en mi patria…» y se llamaba Niceto Alcalá-Zamora. Fue el hombre que precipitó la caída de la Monarquía y abrió las puertas a la República.

Pero, ¿quién fue Niceto Alcalá-Zamora? Ese es el objetivo de este primer artículo sobre la importantísima figura de aquel que presidió como Jefe del Estado los destinos de España, desde el 14 de abril de 1931 al 7 de abril de 1936.

Alcalá-Zamora nació en Priego de Córdoba el 6 de julio de 1877 y sus padres fueron Manuel Alcalá-Zamora Caracuel y Francisca Torres, que murió cuando el pequeño Niceto apenas contaba con tres años de edad. Era el menor de tres hermanos y luego tendría él seis hijos. Jamás olvidaría a su pueblo, como lo demuestra cuando ya al final de su vida escribe sus «Memorias»: «Priego es como un trozo del noroeste español dejado caer en el corazón de Andalucía: el valle largo y estrecho de un río, trazado y cortado por montañas, en cada uno de cuyos repliegues o laderas brota un afluente o surge una aldea. Cerca de cuarenta núcleos rurales rodean una ciudad como de quince mil a veinte mil almas. Ésta ha sido de tradición fabril y en conjunto sin latifundios, con mucho regadío y propiedad media, pequeña y aun pulverizada, formando una economía de equilibrio y compensaciones en la región, insólitos».

En septiembre de 1886, con 9 años y nueve meses cumplidos, ingresa en el Instituto «Aguilar y Eslava» de Cabra, pero como «alumno libre», lo que quiere decir que todo el bachillerato lo hizo sin pisar las aulas, a las que sólo acudía los días de exámenes. Y además aquellas idas y vueltas en el mismo día las hacía sobre un borriquillo negro y juguetón, que le prestaba uno de sus tíos (al que con la ironía que le acompañaría a lo largo de su vida le puso el nombre de «Sagasta», que a la sazón era líder del Partido Liberal y figura principal, con Cánovas, en los Gobiernos).

Pero, lo más curioso de aquellos 5 años que se pasó así es que todas las asignaturas, todas, las aprobó con SOBRESALIENTE, y en los casos en los que había MATRÍCULA DE HONOR también. Entre 1891 y 1894 hace, sólo en 3 años, los 5 cursos de la Licenciatura de Derecho en la Universidad de Granada y obtiene también sobresaliente en todas las materias y eso sin acudir a las clases y examinándose por libre.

En 1897 se traslada a Madrid para seguir los estudios del doctorado, ya que sólo la Universidad Central estaba autorizada para conceder el título de Doctor. Y tanto las 4 asignaturas del programa como la Tesis doctoral («El Poder en los Estados de la Reconquista») las aprueba con SOBRESALIENTE en todas las materias e incluso en el Premio Extraordinario de Doctorado que ganó frente a otros 4 candidatos. Al parecer, no lo he podido comprobar, sólo tres estudiantes obtuvieron ese expediente académico en la Universidad española: José Calvo Sotelo, Ramón Serrano Suñer y Niceto Alcalá-Zamora.

Sin embargo, aquel joven brillantísimo no tuvo más remedio que volverse a su pueblo de Priego ante la imposibilidad legal de ejercer la profesión de abogado por no tener la edad exigida y dada su estrechez económica. Son los años del «desastre del 98» que como a tantos jóvenes de su tiempo llenaron de rebeldía. «Don Niceto», que así le llamaban ya desde joven sus paisanos, se dedicó entonces a asesorar a sus vecinos de manera generosa y gratuita, en lo que él llamaba «justicia ambulante». A los 18 años conoce a Purificación Castillo de Bidaburu, de clara ascendencia vasca y nieta de un guipuzcoano que había emigrado a Andalucía tras una de las guerras carlistas… y con ella se casó el 23 de enero de 1901 (a los 24 años y ella 21) y con ella permanecería hasta su muerte en 1939. Lo que quiere decir, que todo su exilio americano lo vivió, para más amargura, como viudo.

Así que en cuanto cumple la mayoría de edad se traslada de nuevo a Madrid para ejercer la abogacía y como «pasante», de momento, comenzó a trabajar en el despacho de Díaz Cobeña, uno de los grandes abogados de aquella época. Curiosamente otro de los «pasantes» de aquel despacho se llamaba Manuel Azaña, el que andando los años le sucedería como segundo Presidente de la República. A los 22 años gana con el número uno las oposiciones como Letrado del Consejo de Estado, una de las más difíciles junto con la abogacía del Estado y comienza a ser importante por sus triunfos como abogado en el Tribunal Supremo, que sería su especialidad. Todavía se recuerda en los ambientes jurídicos que en tan solo un año de 19 asuntos que defendió ante el máximo Tribunal ganó 17. Aunque todos sus éxitos, tanto en el Foro, como después en el Parlamento o en la Tribuna, tuvieron dos columnas fundamentales: su inmensa Memoria y su bellísima Oratoria. Su amigo y compañero de fatigas políticas Miguel Maura dijo de él un día: «Los discursos de don Niceto son como un concierto de Beethoven, a veces líricos, otros floreados, celestiales, dramáticos, trágicos, humorísticos y hasta olímpicos… tanto que el oyente queda atrapado y se olvida del tiempo.» Y su adversario Cambó dijo: «Está claro, cuando habla Zamora hasta el diccionario de la RAE abre sus páginas en busca de adjetivos y se pone cachondo.»

Y él mismo le diría un día a un periodista: «Inspiración, inspiración, es lo único que le pido a mi Dios cada vez que tengo que hablar en público… El verdadero artista lo es sin duda sin interrupción a lo largo de las 24 horas de su vivir cotidiano; pero lo esencial y perdurable de sus éxitos se da en esos breves y raros momentos en que recibe el divino soplo de la inspiración. Otro tanto acontece con la Historia. Admirada como egregia artista y fiel cronista de todos los tiempos, no cabe contemplarla en continua acción creadora.»

Y, naturalmente, los Grandes Partidos políticos se fijaron en aquel joven abogado triunfante y como afiliado al Partido Liberal ganó su primer acta de Diputado por La Carolina (Jaén) en 1906.

 

 

DE DIPUTADO A MINISTRO

entra en la Etapa de Gestación

 

«Cuando no existe el debido celo en los ciudadanos, hay que suplirlo con la imposición del deber por parte de la autoridad, sustitución que no puede nunca ser completa, pero que es utilísima y necesaria. Esto es lo que hace la ley cuando la normalidad de la vida, el funcionamiento del sistema y la constitución ordinaria del Ayuntamiento no responden a sus fines; entonces vienen esa curatela excepcional, y las consecuencias que eso trae son muy sencillas: ¿Depende el mal de la falta de administración? Vendrá la responsabilidad de los concejales. ¿Depende de la incapacidad del pueblo, porque no tenga recursos suficientes? Vendrá entonces la agregación a otro Municipio y podrán realizarse los fines de aquél que era incapaz de realizarlos por sí solo».

 

–          Oye, Álvaro ¿quién es este joven que habla tan bien –le preguntó el marqués de la Valdavia al conde de Romanones que se sentaba a su lado.

–          Pues, amigo mío, apréndete ya su nombre, porque este joven, como tú dices, llegará muy lejos y muy pronto.

–          ¿Y cómo se llama?

–          Niceto Alcalá-Zamora.

–          Pero, ¿es de los nuestros?

–          Sí, ahora mismo es el mejor abogado que tenemos en Madrid. Lo presenté por La Carolina y salió con más votos que ninguno.

 

Esto sucedía el 9 de febrero de 1906 cuando «Don Niceto» tuvo su primera intervención parlamentaria en el debate sobre el Proyecto de Reforma de la Ley Municipal, que había presentado el Gobierno de Segismundo Moret. Al finalizar el joven diputado la Cámara se puso en pie y le aplaudió durante unos minutos. Tenía en ese momento 29 años y fue su entrada en la que Ortega llamaba «Etapa de Gestación», la que va de los 30 a los 45 años, y en la que el hombre comienza a querer implantar sus ideas, cambiar el mundo y apoderarse del Poder.

 

No sería la única vez que el joven de Priego fuese aplaudido en el Congreso de los Diputados, pues gran eco político dejó también el discurso que pronunció el 28 de junio de 1912, cuando se debatía la Ley de Mancomunidades, o cuando el Programa de Construcciones Navales o, sobre todo, cuando en 1915 se discutió el Estatuto de Cataluña. Sí, sus adversarios le criticaron siempre su estilo barroco culterano, cuajado de largos y complicados periodos sin apenas pausas y con citas que a nadie se le ocurrían, pero la verdad es que cuando él intervenía en un debate callaban todos.

 

En abril de 1917 el cordobés ya estuvo a punto de ser Ministro, pero no lo fue porque, según algunos periódicos, el Rey se había opuesto por la germanofilia de la que le acusaban. Aunque sería Ministro de Fomento en noviembre de ese año, ministerio que entonces abarcaba el transporte, las obras públicas, la industria, la agricultura, el comercio y la minería. Y la situación era difícil, casi de desastre, por lo que siendo esencialmente liberal como era no tuvo más remedio que tomar medidas drásticas para evitar el caos, por lo que comenzó a ganarse los primeros enemigos de su vida política.

 

Al año siguiente hubo elecciones y crisis ministerial. Salieron del Gobierno algunos Ministros pero García Prieto, el Presidente, confirmó la confianza que tenía en su Ministro y le mantuvo. El mensaje de la Corona que el Rey leyó al abrirse las nuevas Cortes el 17 de marzo ese año llevaba su firma, como pensaban todos ya que su estilo a esas alturas era inconfundible. Sin embargo poco después caería el Gobierno y el Rey formalizó un «Gobierno de Concentración» que presidió Antonio Maura, con Romanones, Dato, Cambó, Alba y otros notables como Ministros. «Don Niceto» había dejado de ser Ministro y ni siquiera acudió a su despacho oficial para darle posesión a su sucesor, el Señor Cambó, con quien desde su llegada al Parlamento no se llevaba bien.

 

Pero como la política de aquellos años era un tejer y destejer permanente y los Gobiernos apenas si duraban unos meses Alcalá-Zamora volvió a ser Ministro el 7 de diciembre de 1922, o sea cuando la Dictadura llamaba ya casi a las puertas. El marqués de Alhucemas, Manuel García Prieto, en este caso le hizo Ministro de la Guerra y ello porque el ilustre Letrado del Consejo de Estado había trabajado en la Comisión de Guerra y Marina y además presidía la de Guerra del Parlamento. Pero Alcalá-Zamora se encontró con el problema que traía obsesionado al país entero: la Guerra de Marruecos, con los triunfos de Abd-el-Krim y el desastre de Annual todavía presentes. ¡Era el problema de España! y además  el que más divisiones sembraba, incluso entre los propios Ministros del Gobierno, porque la mayoría defendía ya el abandono de Marruecos y la repatriación urgente de las tropas españolas. Otros, sin embargo, la mayor parte de los generales y jefes del ejército se oponían a un abandono humillante.

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«Don Niceto», con gran sentido común, buscó con todas sus fuerzas un consenso para entre todos buscar la solución más idónea para el problema Marroquí. ¡Ay, pero con la Iglesia hemos topado! Porque entonces llegaron las discrepancias con el Rey, quien consideraba que el ejército y la Guerra eran cosa suya y se hacía lo que él mandara o se dejaba de ser Ministro, pues Alfonso XIII en esos momentos ya no distinguía entre la Casa Real y el Ministerio de la Guerra, y contemplaba éste como el cuarto de al lado de su casa, hasta tal extremo que los gastos de viajes de la destronada Monarquía Austro-Húngara se pagaban de la caja del Ministerio. Esto, y el proyecto de una Reforma Militar a ultranza, dado que las plantillas estaban sobrecargadas de oficiales, jefes y generales, y el proyecto de crear el «Ejército voluntario del Protectorado» (lo que luego sería la «Legión») acabó enfrentándole con el Rey y sin más dimitió y se marchó de vacaciones a su Priego natal.

 

Y allí le cogió la sublevación de Primo de Rivera, el Capitán General de Cataluña, que desembocó en la Dictadura y en la instalación de un Directorio Militar. Fue el cierre de la Restauración, ya que Primo de Rivera lo primero que decretó fue la suspensión de los Partidos y las Agrupaciones políticas con representación parlamentaria: Demócratas, Liberales, Izquierdistas, Liberales agrarios, reformistas, conservadores ciervistas y mauristas, regionalistas, republicanos, socialistas, unionistas monárquicos, nacionalistas catalanes, nacionalistas vascos, tradicionalistas carlistas, católicos, agrarios, integristas e independientes. Lo que aplaudió el pueblo ya que aquel «batiburrillo» demostraba que con aquel panorama político se hacía imposible gobernar. Para Alcalá Zamora comenzó una etapa difícil, ya que desde el primer momento se opuso a la Dictadura y se apartó de la política activa. Pero fueron también los años de su evolución y su paso del Rubicón, pues cuando cayó la Dictadura ya estaba lejos de la Monarquía y entrando en la República, como veremos en el próximo capítulo

 
 

DE LA MONARQUÍA A LA REPÚBLICA

Cuando el 28 de enero dimitió y se marchó a París Primo de Rivera toda la clase política y el pueblo español pensaron con razón que aquello no sólo era el final de la Dictadura sino también la caída de la Monarquía. Todos, menos el Rey, que todavía creyó que era posible la vuelta a la senda constitucional cortada en seco el 13 de septiembre de 1923 cuando el Capitán General de Cataluña, y con el visto bueno de su Majestad, se sublevó e implantó la Dictadura. Y por ello nombró Presidente del Gobierno al General Berenguer, Jefe de su Casa Militar desde 1924. Pero, la «Dictablanda» fue sólo un espejismo, porque nadie quería la vuelta a la «Vieja Política»  y al turno de los partidos de la «Restauración».

Pero, ninguno de los líderes quería ser el primero en pasar el Rubicón por no señalarse. Así que causó impacto que fuera Miguel Maura, el amigo y compañero de «Don Niceto» (a quien consideraba como su hermano mayor), el primero en darlo. El 16 de febrero se fue directamente a ver al Rey, con su hermano Honorio, que era uno de los íntimos de Alfonso XIII, y ya ante su Majestad se produjo esta conversación (que el propio Miguel Maura describe en su obra «Así cayó Alfonso XIII»):

–        «¿Qué te trae por aquí, Miguelito?

–        Vengo, Señor – le dije – a despedirme de Vuestra Majestad.

Hizo como si no lo comprendiera, y pregunto:

–        ¿Pero, muchacho, a dónde te marchas?

–        Al campo republicano, Señor – le contesté, un tanto sorprendido ante su actitud de no darse por enterado de algo que ya sabía.

–        ¡Estás loco! – exclamó –. A ver, explícame eso.

Con el menor número de palabras posible, le dije que consideraba, tras la solución de la crisis a la caída de la Dictadura, perdida a la Monarquía; que mi deber era seguir el camino que había anunciado durante mis actuaciones públicas como inevitable,  si acontecía lo que acababa de suceder; que no era prudente dejar solas a las izquierdas en el campo republicano, y que mi propósito era defender, dentro de él y desde ahora, los principios conservadores legítimos.

Me oyó atentamente y, al terminar, me dijo textualmente:

–        Todo eso estaría muy bien Miguel si fuese cierta la primera premisa. Pero no lo es. Mientras yo viva, la Monarquía no corre ningún peligro – y, volviéndose hacia mi hermano y sonriendo, añadió –: Après moi, le déluge…! Miguel, nada de lo que dices sucederá. Bueno, no tardarás en convencerte de que estás equivocado y volverás arrepentido –y con estas palabras dio por terminada la audiencia».

A los 4 días se marchó al Ateneo de San Sebastián y allí lanzó en público que se pasaba a la República, aunque al final su compromiso quedó en el aire, cuado dijo «en cuanto vea que un hombre de prestigio eleva la bandera republicana, me uniré a él».

Inmediatamente después fue el cordobés Sánchez Guerra el que se lanzó a la palestra y en el «Teatro de la Zarzuela» de Madrid se proclamó también partidario de la República, aunque no fue rotundo contra la Monarquía y se conformó con reproducir los famosos versos del Duque de Gandia ante el cadáver de la Emperatriz Isabel en Granada:

«No más abrazar el alma,

en sol que apagar se puede,

no más servir a señores

que en gusanos se convierten.»

 

Lo que dejaba al Rey a los pies de los caballos, pero no a la Monarquía.

Después otros hombres importantes, de la Izquierda y de la Derecha, anunciaron mítines para exponer su postura política (entre ellos Ossorio y Gallardo, Cambó, Santiago Alba, Azaña e Indalecio Prieto). Sin embargo, ninguno de estos importantes se atrevieron a dar el paso, tal vez porque todos esperaban a ver lo que hacía «Don Niceto», en esos momentos Alcalá-Zamora era ya el hombre de más prestigio político entre los conservadores… y «Don Niceto», que lo sabía, se retiró a su pueblo de Priego y en un «retiro espiritual» tomó la decisión definitiva. Sabía que toda la clase política y el país entero estarían pendientes de sus palabras y de su posición entre la Monarquía y la República.

 

Y «Don Niceto» no lo dudó y el 13 de abril de ese año (1930) se plantó en el Teatro Apolo en Valencia y con rotundidad dejó claro que no estaba «fuera de la Monarquía, sino frente a ella» y pronunció el discurso más importante de su vida (discurso que puede verse en la página web de «Diario CORDOBA»). Aquel discurso podía reducirse a estas palabras. «Me declaro republicano y quiero una República para España, pero no una República cualquiera, sino una «República de orden», una República viable, gubernamental, conservadora, con el desplazamiento consiguiente hacia ella de las fuerzas gubernamentales de la mesocracia y de la intelectualidad española, la sirvo, la gobierno, la proclamo y la defiendo. Una república convulsiva, epiléctica, llena de entusiasmo, de idealidad, de falta de razón, no asumo la responsabilidad de un Kerensky para implantarla en mi país».

 

Y fue el delirio, porque sus palabras retumbaron en todo el territorio nacional, quizás porque eran lo que esperaban las clases medias y las gentes de la Derecha y el Centro… y los monárquicos, los pocos que quedaban, se echaron a temblar, pues bien sabían ellos que con Alcalá-Zamora en frente la Monarquía ya no tenía nada que hacer.

 

Pero, a «Don Niceto» también le entraron las prisas y ya no paró de participar en debates políticos, dar conferencias y mítines hasta que el 14 de julio fundó, con Miguel Maura, el Partido «Derecha Liberal Republicana», con un manifiesto que claramente pretendía ganarse a la «gente de orden». Y no sólo eso, sino que inició un acercamiento a las Izquierdas, ya claramente republicanas, para sumar fuerzas y aunar voluntades. Esas reuniones culminaron el 17 de agosto en el casino republicano de San Sebastián, donde los líderes de las fuerzas políticas republicanas llegaron a un pacto (pasó a la Historia como «El Pacto de San Sebastián»), del que salió un «comité revolucionario» que sería el encargado de preparar y coordinar el movimiento que derribara la Monarquía… y con la aquiescencia de todos los integrantes fue elegido Presidente Niceto Alcalá-Zamora. Aquel comité (que a los pocos meses sería el «Gobierno Provisional» de la Segunda República) puso en pie de guerra al republicanismo español, como se demostró en el mitin del 28 de septiembre en la Plaza de Toros de Madrid, con el coso lleno hasta la bandera y asistencia de la plana mayor del republicanismo, entre ellos Unamuno, Ortega y Gasset, Victoria Kent, Marañón, Pérez de Ayala y miles de personas fuera de la Plaza.

 

Pero, aquellos republicanos tenían tanta prisa que, quizás precipitadamente, viendo que el Gobierno Berenguer se tambaleaba, organizaron un Pronunciamiento Militar para echar por la fuerza al Rey y acabar con la Monarquía, el que se produjo el 12 de diciembre que, al fracasar, le costaría la vida a los capitanes Galán y García Hernández. Aquel mismo día el Gobierno mandó detener a todos los miembros del comité revolucionario. Aunque aquello fue casi una parodia, pues Azaña, Domingo, Prieto, Lerroux y Martínez Barrios pasaron a la clandestinidad sin problema; Largo Caballero y Fernando de los Ríos, como no llegaba la policía a detenerlos se presentaron voluntarios en prisión y Maura y Alcalá-Zamora fueron detenidos el día 14, no sin antes acompañar a «Don Niceto» los policías que le iban a detener a misa, antes de llevarlo a la cárcel Modelo… y en la cárcel permanecieron casi todos, menos Azaña y Prieto, hasta que el 23 de marzo los generales que presidían el Tribunal Militar les condenó a 6 meses y 1 día de prisión, aunque los dejaba en libertad condicional. Y así pudo el Comité, con Alcalá-Zamora al frente, enfervorecer a las masas y ganar las elecciones municipales del 12 de abril, que darían paso a la República.

 

Y todo terminó cuando en casa del doctor Marañón se reunieron el mismo día 14 «Don Niceto» y el Conde de Romanones para acordar el cambio de Régimen. El Conde, en nombre del Gobierno, pedía un tiempo para la salida del Rey y la familia y organizar la cesión de poderes. Fue entonces cuando Alcalá-Zamora dijo la famosa frase que quedó para la Historia: «Señor Conde, yo no respondo de lo que le pueda pasar al Rey y a su familia, si el Rey no ha salido de España antes de que se ponga el sol».

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DE LA CÁRCEL A LA PRESIDENCIA

DE LA SEGUNDA REPÚBLICA (1931-1936)

 

Amadeo de Saboya lo dijo bien alto antes de marcharse: «Me voy. A este país no hay quien lo entienda» y casi un siglo después Fraga lo dijo como Ministro de Turismo: «España es diferente»… Y los dos tenían razón (aunque Fraga se equivocó luego cuando dijo «la calle es mía», puesto que las calles españolas fueron y serán siempre de las Izquierdas). Porque si no ¿cómo se explica que unos señores que están en la cárcel en el mes de marzo ocupen el Gobierno y la Jefatura del Estado el 14 de abril? Pues eso fue lo que sucedió aquella mañana y bien claro lo dejó el Almirante Aznar al comentar el resultado de las elecciones municipales del día 12: «Señores, aquí no pasa nada, sólo que anoche España se acostó monárquica y hoy se ha levantado republicana».

 

Fue la vorágine, ya que a las 12:30 del 14 de abril el Conde de Romanones, en representación del Rey, se sentó frente a «Don Niceto», en casa del Doctor Marañón, para rendir la Monarquía.

 

–        Amigo Alcalá-Zamora, vengo a decirle al Presidente del «Comité Revolucionario» que Su Majestad está dispuesto a abdicar y buscar con ustedes un pacto para el cambio de Régimen. Don Alfonso sólo pide tiempo, el tiempo necesario para hacer las cosas bien.

–        Señor Conde, mi querido Álvaro, el tiempo de los pactos ya pasó… Yo sólo le puedo decir, en nombre del «Comité Revolucionario» que presido, que si el Rey no se ha marchado antes de que se ponga el sol esta tarde no le podemos asegurar lo que le pase, a él y a su familia.

 

La suerte estaba echada. Porque la respuesta del Rey no se hizo esperar. Don Alfonso XIII, él solo, dejando a la Reina y sus hijos en el Palacio Real, que estaba rodeado de radicales exacerbados, salió de Madrid y antes de que amaneciera el día 15 estaba en Marsella. Eso sí, dejaba para la Historia este comunicado:

 

«Las elecciones celebradas el domingo me revelan claramente que no tengo el amor de mi pueblo. Mi conciencia me dice que ese desvío no será definitivo porque procuraré siempre servir a España, puesto el único afán en el interés público hasta en las más críticas coyunturas.

 

Un Rey puede equivocarse y sin duda erré yo alguna vez; pero sé bien que nuestra Patria se mostró en todo momento generosa ante las culpas sin malicia.

 

Soy el Rey de todos los españoles y también un español. Hallaría medios sobrados para mantener mis regias prerrogativas en eficaz forcejeo con quienes las combaten. Pero resueltamente quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro, en fratricida guerra civil. No renuncio a ninguno de mis derechos porque más que míos son depósito acumulado por la Historia, de cuya custodia ha de pedirme un día cuentas rigurosas.

 

Espero a conocer la auténtica y adecuada expresión de la conciencia colectiva y mientras habla la nación suspendo deliberadamente el ejercicio del poder real y me aparto de España reconociéndola así como única señora de sus destinos.

 

También ahora creo cumplir el deber que me dicta mi amor a la Patria. Pido a Dios que tan hondo como yo lo sientan y lo cumplan los demás españoles.» (14-04-31)

 

Aquella noche, cuando «Don Niceto» se acostó no pudo evitar recordar al niño Niceto Alcalá-Zamora que montado en un burro iba desde Priego a Cabra en busca de una talega de sobresalientes y soñando con la gloria. ¡Ya era Presidente del Gobierno de España!… y meses más tarde sería Presidente de la Segunda República.

 

Sin embargo, ahí comenzó su «vía crucis» particular, el que le llevaría a morir en el exilio, lejos de España, solo y olvidado por todos, pues no habían transcurrido ni un mes cuando tuvo que enfrentarse a la quema de iglesias y conventos, y a los primeros desafueros de los radicales. Entonces cometió su primer error, ya que se plegó ante Azaña cuando dijo aquello de «la vida de un republicano vale más que todas las iglesias y conventos de España»… porque como Presidente del Gobierno tuvo que hacer cumplir la Ley y detener a los facinerosos que se habían apoderado de la calle. Y no lo hizo (cosa que ya no le perdonarían los católicos, como se comprobó en las elecciones generales al conseguir su Partido Liberal Progresista sólo 22 diputados frente a los 115 del PSOE, los 94 de los radicales y los 59 de los radicales-socialistas).

 

La siguiente estación de su «vía crucis» le llegó con los debates del Artículo 26 de la nueva Constitución, pues trataba de las relaciones del Estado con la Iglesia y allí en el Congreso se encontró con el «España ha dejado de ser católica» de Azaña y la mayoría parlamentaria de las Izquierdas. «Don Niceto» y su amigo y correligionario Miguel Maura no pudieron con la ola anticlerical que les arrasó… y como católicos practicantes que eran ambos no les quedó otro remedio que dimitir, Maura como Ministro de la Gobernación y él como Presidente del Gobierno Provisional. Naturalmente para «Don Niceto» aquello fue un golpe bajo. Pero su «vía crucis» no había hecho nada más que comenzar.

 

Porque muy poco después tuvo que «tragarse» también la radical condena del Rey don Alfonso por sus Responsabilidades en el Golpe de Primo de Rivera y la Dictadura. Cuando Alcalá-Zamora leyó el texto definitivo que aprobaban las Cortes se quedó de una piedra, pues se le vino a la cabeza que él había sido dos veces Ministro con el Rey que ahora se maldecía. Aquel texto era, ciertamente, cruel para el hombre que había Reinado 29 años:

 

«Las Cortes Constituyentes declaran culpable de alta traición, como fórmula jurídica que resume todos los delitos del acta acusatoria, al que fue Rey de España, quien, ejercitando los poderes de su magistratura contra la Constitución del Estado, ha cometido la más criminal violación del orden jurídico de su país, y, en su consecuencia, el Tribunal soberano de la Nación declara solemnemente fuera de la Ley a D. Alfonso de Borbón y Habsburgo-Lorena. Privado de la paz jurídica, cualquier ciudadano español podrá aprehender su persona si penetrase en el territorio nacional.

Don Alfonso de Borbón será degradado de todas sus dignidades, derechos y títulos, que no podrá ostentar legalmente ni dentro ni fuera de España, de los cuales el pueblo español, por boca de sus representantes elegidos para votar las nuevas normas del Estado español, le declara decaído, sin que pueda reivindicarlos jamás ni para él ni para sus sucesores.

De todos los bienes, derechos y acciones de su propiedad que se encuentren en el territorio nacional, se incautará, en su beneficio, el Estado, que dispondrá el uso más conveniente que deba darles.

Esta sentencia, que aprueban las Cortes soberanas Constituyentes, después de sancionada por el Gobierno provisional de la República, será impresa y fijada en todos los Ayuntamientos de España y comunicada a los representantes diplomáticos de todos los países, así como a la Sociedad de las Naciones».

 

Las siguientes estaciones fueron su propio ascenso a la Presidencia de la República, porque como no era tonto percibió enseguida que le daban la Jefatura del Estado para apartarlo de la política activa. También le afectó la Revolución de Asturias, porque entonces tuvo que aceptar que el Gobierno de Derechas metiera en la cárcel a los responsables e incluso al propio Azaña y después la dura represión de los vencidos en Asturias y muy duro fue el tener que aceptar que Gil Robles y la CEDA entrasen a formar parte del Gobierno.

 

Pero la estación más dolorosa sería la de su cese como Presidente de la República, ya que se produjo por una ilegal fórmula que se inventó Indalecio Prieto y los socialistas. Aquello si que le conmovió, hasta el punto de que, despechado, cogió a su mujer y a sus hijos y se fue a un crucero por los países nórdicos, y estando navegando por la Costa Báltica le llegó la noticia de la sublevación del ejército y el estallido de la Guerra Civil, ya que ello le convenció de que su acción política había sido un fracaso.

 

¡Ay! pero el «vía crucis» familiar le acabó de hundir, ya que si mal recibió la noticia de la muerte de su hijo Pepe en marzo de 1938, alistado en el ejército de la República y militante del Partido Comunista, mucho más le afectó la muerte de su fiel esposa y compañera, Purificación Castillo Bidaburu, el 13 de mayo de 1939. A partir de ahí ya fue una marioneta del Destino. Primero se ubicó en París, luego pasó por algunos países de África, hasta que por fin desembarcó (441 días después de salir de España) en Buenos Aires. Y en Argentina vivió, desilusionado, hundido moralmente y soñando con su Priego natal y su perdida España hasta que le llegó la muerte en la madrugada del 18 de febrero de 1949, con la cruz entre sus manos y cerca de su corazón un puñado de tierra que había conservado de su finca «La Ginesa», cerca de «El Cañuelo» una aldea de su Priego natal.

 

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.