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Ha dicho una ministra del gobierno capital-comunista que a Sánchez le envidian por guapo. Es verdad que desde Godoy no tenía España un primer ministro guapo (según las señoras, pues el que esto suscribe la condición física del hombre le trae sin cuidado). Fue esta cualidad la que llevó a Godoy a ser nombrado primer secretario de Estado por su relación amorosa con María Luisa, esposa de Carlos IV, a la que deslumbró, quedando loca por él como si fuera una más de sus camareras de cuarto. Como primera medida Godoy se hizo nombrar capitán general, comenzando a repartir favores entre hermanos, cuñados, primos y allegados, creando veinticuatro tenientes generales, treinta y dos mariscales de campo y cuarenta brigadieres generales, sin importarle que España careciera de efectivo ejército. Esto de los nombramientos de favor tiene reminiscencias actuales desde que Felipe González alcanzara la presidencia en 1982. Con el carácter internacional de que está dotado todo Godoy,  este no dudó en firmar, el 18 de agosto de 1796, un tratado entre Francia y España conformando una alianza defensiva y ofensiva a perpetuidad, dirigido, de manera exclusiva contra Inglaterra, que fue el inicio de su perdición y de la nuestra, pues, el 18 de octubre de 1796, por la aplicación de dicho tratado España declaraba la guerra a Inglaterra, para el 14 de febrero de 1797, encontrarse la escuadra española del almirante Córdoba, a la altura del Cabo San Vicente, con la escuadra británica de sir Juan Jervis, para sufrir la española una aplastante derrota, que llevará que los ingleses bombardeen Cádiz y se apoderen de la isla Trinidad, en las Antillas.

Esto le importaba poco a nuestro Godoy, porque andaba detrás del Maestrazgo de la Orden de Malta y casarse, no con Pepita Tudó -su amante-, sino con la condesita de Chinchón -aquella que pintara Goya con rostro de muñeca y ojos sorprendidos-, para después de recibir cinco millones de reales de dote seguir entendiéndose con la amante, y sin que se dejara de murmurar que los dos últimos hijos de María Luisa eran de Godoy (aquel Francisco de Paula por el que los madrileños abrieron las navajas al ver que al infante subía en una carroza, en la Plaza de Oriente, para salir de España).

En marzo de 1801 España, más bien Godoy,  declaró nueva guerra, esta vez a Portugal, siendo  tomada Elvas, circundada de olivares y naranjos, recibiendo por estos tal guerra el título de guerra de las naranjas. Comparándose Godoy con Napoleón se nombra Príncipe de la Paz, con el enfado de este  al concluirse la guerra con un tratado que no era el exigido por Napoleón y actuación que le traerá desastrosas consecuencias a Godoy en el futuro.

Para llevar a término esas exigencias -que no eran otra que una ruptura total- en julio de 1807 Francia intima a Portugal que declare la guerra a Inglaterra, terminando por serle presentado un ultimátum por el que Francia expide un cuerpo expedicionario de veinte mil hombres al mando de Junot que atravesará España. Mientras tanto, en esta,  Godoy se refugiará en una buhardilla bajo un montón de tapices y cojines para que la gente, en Aranjuez, no le patee y acabe con él, para ser retirado por Carlos IV de todos sus prerrogativas y mando, terminando por abdicar en su hijo Fernando.

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Pero la hermana de este, la reina de Etruria (desterrada de dicho reino por Napoleón), envió a Murat, acantonado en el pueblo de El Molar, la súplica de que tomara bajo su protección a sus padres, al haber sido obligados a la abdicación por su hermano Fernando (parece ser que Fernando, no solo como rey sino como hermano, debió ser odioso). Pero Murat, poniendo los intereses de Francisco y los suyos propios por encima de todo,  obtuvo de Carlos IV una carta de retractación, disponiendo el reino de España a favor de Napoleón, como si España fuera cosa suya y no de los españoles. Así que los pretendidamente reyes españoles, Carlos y María Luisa, parten para Francia, siguiéndoles Fernando, para ver quién primero se encuentra con Napoleón y ganárselo para sí. Esto de seguir a dignatarios y presidentes extranjeros  por los pasillos viene ya de fábrica en los dirigentes españoles actuales.

Mientras tanto, Godoy, encerrado en el pueblo de Pinto, es traslado al castillo de Villaviciosa de Odón, prisión de la que es liberado por sugerencia de Napoleón a la Junta Suprema a la que Fernando, al abandonar Madrid, confió lo que quedaba de gobierno. Godoy partirá a Francia, y estando ya en ella,  Godoy redactará un tratado por el que Carlos IV, cedía a Napoleón, o al que príncipe que este designase, todos sus derechos sobre España y las Indias. La valentía no corría por las venas de aquellos augustos reyes y de su primer ministro.

El nombramiento de José Bonaparte vendrá después, así como el levantamiento popular del 2 de mayo. Carlos IV y su esposa morirán en Francia y sus restos serán traídos a España por su hijo Fernando, quedando Godoy en Francia para siempre. Después de dieciséis años en el poder Godoy vivirá otros cuarenta y tres años fuera de España, sin prestigio y sin riqueza, olvidado de todos, incluso de aquellos a los que ayudó. En Francia recibirá la noticia de la muerte de la esposa (la Duquesa de Chichón), por lo que de inmediato se casará con Pepita Tudó, instalándose en París. Pero Pepita, derrochadora impenitente, se alejará de Godoy volviendo a Madrid. Y como Godoy, había transferido a Pepita todos los bienes que le quedaban fuera de España, aquél quedará en la mayor indigencia. Hasta será obligado a resignar el título de Príncipe de la Paz, devolviendo el diploma firmado por Carlos IV, para pasar a ser el desconocido príncipe de Bassano, para terminar por recibir la ayuda económica de Luis Felipe, rey de los franceses.

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Un último intento hará Godoy para volver a España, cuando María Cristina, cuarta mujer de Fernando VII, sea proclamada regente de su hija Isabel, y en la esperanza de que María Cristina, hija de la infanta María Isabel, supuesto fruto adulterino de María Luisa (esposa de Carlos IV) con Godoy, cuidase de quien era su efectivo abuelo, cosa que no hizo.

Finalmente, Godoy publicará unas Memorias, que prácticamente nadie leerá (como suele ser habitual cuando uno no escribe las mismas y cuando se alejan de la más absoluta realidad), en las que se presentaba con dotes de hombre de Estado, liberal y demócrata, desinteresado al no pensar nunca en su bien personal, y que sucumbió por las intrigas de sus enemigos. ¿No les suena este retrato hecho por algún que otro personaje actual de sí mismo?  Un retrato de Godoy bien distinto del real, pues si consiguió el poder que tuvo lo fue por los saltos a la cama de María Luisa (a la que llamaban gentilmente “la gusano”); que nunca le importó el bien común de España reuniendo en su persona cargos y nombramientos sin precedentes, reuniendo fortunas que derrochó a manos abiertas, y que se condujo bajo la constante intriga para intentar conseguir el mayor poder posible. Los amigos que tuvo lo fueron por evidente interés y no por motivaciones personales, lo que le llevó a dejar enemigos irreconciliables, siendo uno de ellos y el más persistente, el futuro Fernando VII, que devolvió la indiferencia de Godoy hacía él por un odio constante. Cierto es que no era tonto ni idiota, de lo contrario no hubiera durando tanto tiempo bajo el paraguas del estulto Carlos IV. Pero Godoy provocó la envidia de los ajenos y de los suyos propios, para terminar en la más estricta soledad, como lo está hoy, en una tumba del cementerio Père Lachaise de París, entre las de Molière y Oscar Wilde, pero sin que aparezca su nombre y localización en una simple guía turística.

Autor

Luis Alberto Calderón