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Me duele España. Desconozco lo que va a ocurrir con el devenir de los españoles, y ello me invade de miedo y desasosiego. En la obscuridad de la noche pretendo alcanzar respuestas que ni siquiera eruditos poseen, alguna orientación sobre cuál será nuestro paradero dentro de tres meses. La cultura de la inmediatez, la impredecibilidad y la inestabilidad aumentan cada día, arruinando con ello la salud mental de las personas y la posibilidad de construir una familia, y por extensión, una nación con raíces. Quiero dar un paso en firme, pero no sé qué hacer, por mí y por España. No considero que afiliarme a ningún partido político o a DENAES (Fundación para la Defensa de la Nación Española) vaya a ser de utilidad. La impotencia y el ver cómo una gran nación construida con sudor y sangre, se va al traste a causa del entreguismo de unos, la sistemática incompetencia de otros, y el miedo de casi todos a incurrir en lo políticamente incorrecto, hace mi sangre arder. 

 

Soy demasiado joven para sentirme así, tan desolada. No me ayuda el leer a la generación del 98 (Unamuno, Ortega y Gasset, Azorín, Baroja, Machado, Valle Inclán) para aprender de grandes mentes, personas lúcidas como yo y otros miles, la forma de vivir dentro de una nación que se desangra y continúa desgranándose. Es especialmente duro ser joven en esta situación, alguien a quien le gustaría tener un futuro por delante, en lugar de encontrarse en circunstancias propias de un anciano, en el ocaso de la vida, un espacio de remanentes en lugar de semillas.

Ojalá quienes ostentan el poder, es decir, la capacidad de marcar el rumbo y hacernos avanzar, tuvieran la mitad de buenas intenciones y ardor que miles de españoles tienen por ayudar a España, para así ayudarse a sí mismos. No aceptamos la derrota, no vamos a capitular, escondernos empujados por el arma de doble filo “quédate en casa”, que utiliza dibujos infantiles de arcoíris sonrientes para vender la mentira miserable de que en el fondo, muy en el fondo, la situación no es pavorosa ni peligrosa: tenemos casi 50.000 muertos que parece que no han fallecido, casi 50.000 familias de luto que tampoco parece que existan, y la caída de un 10% del PIB y el porcentaje de paro cercano al nivel del año 2008, no van a reventar las debilitadas bisagras de la sociedad. Los enemigos de España, que insisten en desenterrar muertos franquistas, lapidan a los vivos ocultando la verdad y tomando las medidas oportunas para dar a España el último empujón hacia el abismo.

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No queremos caer en el victimismo ni el catastrofismo. No queremos homenajes de políticos ni campañas de publicidad de paz y amor, sólo que nos permitan trabajar, esforzarnos, y luchar por el ascenso propio. Exigimos vivir, nos negamos a sobrevivir, a base de pensiones sociales: esto no es Venezuela, Cuba, ni la Unión Soviética, con su miseria y sus colas del hambre. Sólo pedimos que el capitalismo nos dé la oportunidad del desarrollo y el bienestar, y que en España los españoles sean los primeros.

Mi sangre lleva en España gracias a mis antepasados varios siglos, tengo raíces e identidad españolas, tanto en el papel como en el corazón; el lugar en que tu madre te dio a luz o donde ha transcurrido tu infancia lo considero una anécdota geográfica, sólo uno sabe a dónde pertenece, y mi sentimiento de pertenencia está en España. Guardo en la memoria el recuerdo nítido de mis abuelos y sus enseñanzas, también que me ha alimentado el suelo que ellos araron. Ahora que he alcanzado la emancipación (entendida en sentido ilustrado), ahora que soy un adulto y una ciudadana, considero mi orgullosa obligación honrar a mis antepasados, defender su legado, no permitiendo que España sea arrasada por sus enemigos. Ésta es mi nación, no quiero emigrar, no voy a callarme ni a quedarme en casa, sino a luchar, luchar por la unión, el progreso y la libertad.

Por defender la auténtica marca España, que no es el ubicuo fútbol, el ladrillo, el turismo de sol, o las naves industriales chinas (me pregunto si cada artículo de su interior y la nave en sí pagan impuestos). España tampoco es reguetón, hijabs, ilegales, o nacionalizados que no hablan la lengua española como Dios manda o hacen lo que les da la gana.

España es industria, agricultura, ganadería, bosques y minas. Es Joaquín Sabina y Joaquín Sorolla, San Sebastián, Ceuta, Canarias, la sinagoga de Toledo y la Alhambra. La virgen de Covadonga y de Montserrat. España es Ramón y Cajal y Menéndez Pidal, Cristóbal Balenciaga y el majismo. Un pura sangre y Platero, Antonio y Manuel Machado. Sara Baras y Nacho Duato.

Él es uno de los mejores bailarines de ballet que ha dado nuestra patria, director de la compañía de ballet del Teatro Mijáilovski (San Petersburgo), y el primer extranjero en más de un siglo en ocupar ese puesto. Como tantos profesionales incluyendo bailarines, sobretodo clásicos, Duato y su estelar carrera están magníficamente reconocidos fuera de nuestras fronteras, mientras en España muchos políticos, que ni cayendo chuzos de punta dejan de hacerse fotografías con futbolistas, no conocen su nombre, al tiempo que los nombres de la escoria de Telecinco suenan por doquier, e incluso son número uno en ventas de libros.

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Ojalá existiera en España una auténtica oposición política, valiente y sólida. Hasta los años 80 estaba perseguido, legal o socialmente, ser de izquierdas. Sólo 30 años después y hasta hoy, la situación es la contraria; se ha cambiado una dictadura por otra. Ha dejado de existir la libertad de expresión, aunque el término se use más que nunca. El sistema ha girado sin apenas habernos dado cuenta: hoy puedes sacar la bandera de tu pueblo, de EE.UU. o Kosovo sin pensar, pero si se trata de la de tu propia nación… ten cuidado, sobretodo si vives lejos de Castilla. La saña y el resentimiento españoles hacia sus hermanos no tienen parangón. ¿Dónde están los derechos civiles y el sentido común? Si en Rusia existía la KGB, en España su homólogo es la dictadura progre, donnadies que desatan una campaña de aniquilación, sobretodo en internet, contra todo aquel que cuestione su totalitarismo. El virus no es la causa de la desintegración de España, sólo ha sido la gota que ha colmado el vaso.

Al parecer no existente suficiente mayoría parlamentaria para plantear una moción de censura y lograr así expulsar a los que pretenden enterrar España, con iniquidad y analfabetismo. Desconozco lo que va a suceder, y tengo miedo. Sólo soy una española que desea paz y progreso. No voy a llorar y no quiero asustarme, sólo pasar a la acción eficiente uniéndome a mis compatriotas, para, guiados por un firme y lúcido dirigente, reconquistar nuestra nación y volver a construir un hogar nacional próspero, bramando el que ha sido grito de guerra de nuestra patria desde la época de la batalla de las Navas de Tolosa, invocando al apóstol patrón, ¡SANTIAGO Y CIERRA, ESPAÑA!

Autor

REDACCIÓN