10/11/2024 06:38
Getting your Trinity Audio player ready...

“Creo en el congojavirus, Padre todopoderoso, destructor del cielo y de la tierra…”  Así empieza El Credo del orden mundial, el mayor dogmatismo, el más terrible fundamentalismo que ha padecido (y lo que te rondaré morena) el ser humano. Tan todopoderoso que ha sometido al resto de religiones, al resto de leyes positivas, al resto de leyes naturales, al sistema económico, al sanitario, al policial… a todo, ABSOLUTAMENTE A TODO. Y sobre todo, a sojuzgado a la población mundial. Aquí es donde yo me aprieto los machos, pues un gusano de mi clase, con menos poder económico que Carpanta y menos actividad social que un eremita…ha perdido lo único que tenían, que por cierto era todo lo que le importaba en la vida: la libertad y el libre albedrío. Un Estado teocrático es atroz… un Mundo teocrático es terriblemente atroz.

Es muy cruel para un intelecto desarrollado, para un alma sensible, estar sojuzgado por los más tontos de todos, por los más incapaces, por los más malvados y psicópatas; una patulea tan poderosa que gozan de un poder omnímodo y tan arbitrario que puede ser ejercicio sin tan siquiera aplicar las leyes al respecto, que pese a ser injustas deben ser contempladas. Es un placer para mi misantropía comprobar, a estas alturas del cuento del congojavirus, que todavía hay esbirros del sistema que no saben las órdenes ministeriales que regulan, por ejemplo, el uso obligatorio del maldito bozal. No es que ignoren el texto de dichas putas órdenes, sino que ni siquiera atisban su existencia. “¡nosotros cumplimos órdenes, caballero!” ¿Pero cómo van a cumplir órdenes que ignoran, “porque se lo ordenen los mandos”? Es terrible, jamás el estado de derecho cayó tan bajo, sus esbirros tan alto, ni sus sometidos (salvo yo y 4 más) callaron tanto.

La sicopatía de los esbirros del sistema (entiéndase toda la gentuza legalmente armada) se ha desbordado y la de los lacayos más serviles del sistema (entiéndase toda la gentuza con trabajo fuera de su domicilio) se ha disparado a cotas que ni Hannibal Lecter imaginó para sus propios desmanes. Dar poder a los ignorantes es el don más nocivo para el interés común. Es tremendo que un puto tabernero (sirve cualquier ejemplo de actividad económica y laboral con clientes) imponga “su ley”, siguiendo y malinterpretando normas viciadas de origen. Poner un cartel en un W.C que diga “usar sólo en caso de urgencia y por clientes de la terraza” y tener, además, capada la puerta del retrete y echar a gritos al cliente que entra al bar para usar dicho servicio… eso es de una estupidez, de una brutalidad mental y psicopatía colosales. Antes de que inventaran el congojavirus, el derecho de admisión reservado alcanzaba cotas de estupidez notabilísimas, del tipo no poder entrar en un local por llevar un calzado y/o vestimentas  “no adecuadas”.  “Lo siento, caballero, pero en este local no puede acceder con ese calzado”. ¡Qué frase más colosal y qué henchido se ponía el orangután que la decía!

Ahora, con el congojavirus, 1.001 situaciones mejores que estas pueden disfrutarse. ¿Servilleteros? ¡prohibidos! límpiate en el pantalón, cabrón. ¿Sentarse en una silla sin desinfectar? ¡ni de coña! y etc. ¿Qué sabrá esta gente de higiene y asepsia, si en su puta vida lo más parecido que han hecho es lavarse los sobacos un par de veces a la semana? ¿qué sabrán del correcto uso de una mascarilla, si las están usando como campo de cultivo de 1.001 virus y bacterias? ¿qué sabrán de salubridad del sistema respiratorio si fuman como carreteros y viven bajo una contaminación apabullante? Pero, vamos… yo he estado 3 veces en quirófano y ahí también “los especialistas” usaban el material aséptico como el culo, y los guantes ni te cuento.  Ver a esos profesionales fumando y rascándose los cojones en la puerta de los hospitales con sus uniformes de quirófano es una imagen icónica que todos hemos visto. Y qué decir de los dentistas que metían sus zarpas enguantadas en varias bocas a la vez…

LEER MÁS:  Arrodillémonos ante el Gran Hermano. Por Ernesto Ladrón de Guevara

A mí nada de esto me ha pillado por sorpresa, pues llevo toda la vida sufriendo los abusos y los malos usos de poder de la gente con uniforme. Su brutal ignorancia de la profesión que desarrollan. Desde el cocinero sin higiene, ni casi conocimientos culinarios, hasta el militar descerebrado que dispara cuando no debe. Somos una especie animal muy cruel, que disfruta haciendo todo el mal posible al prójimo. Pero, sobre todo, somos muy ignorantes. Por eso lo de El Credo del congojavirus. No necesitan más que un dogma de fe, en este caso disfrazado de orden por imperativo legal sanitario, para dar rienda suelta a su ignorancia y crueldad. De ahí que no sepan las nociones básicas de cómo se transmite un virus del tipo de dicen combatir. De ahí que no sepan las nociones básicas del uso de una mascarilla sanitaria. Pueden obligarme a decir que el COVID-19 existe y es la pandemia más mortal de la historia… pero no pueden negarme que no tienen ni puta idea de evitar su contagio ni de usar el bozal.  Sólo con estos 2 ejemplos, el mayor feligrés del congojavirus debería tirar el bozal, revelarse ante la psicótica autoridad e intentar hacer vida normal, dentro de las posibilidades de cada uno y el pírrico margen de libertad que nos dejan actualmente.

Bienvenidos a la mayor teocracia del mundo: al globalización llamada “nueva normalidad”. Menos mal que soy mortal.

Autor

REDACCIÓN