22/11/2024 01:43
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No recuerdo como llegué a conocer la existencia de este anarquista; imagino que en alguna referencia a alguna de sus obras. No las hubiera adquirido, pero al encontrarlas en un canal de telegram, he leído cuatro de ellas: «Madrid rojo y negro: milicias confederales» y su trilogía La muerte de la esperanza, El año de la Victoria, y Nosotros los asesinos. Se puede leer en la Wikipedia una razonable introducción a este autor, que no aclara si murió anarquista o cambió de ideas.

Empezaré por el primero de los libros, Madrid rojo y negro: milicias confederales, aunque lo leí en último lugar, porque cronológicamente es anterior. Muestra las limitaciones de un autor cuya ideología le impide percibir la realidad adecuadamente; probablemente, si lo hubiera leído en primer lugar no hubiera seguido con la trilogía. Se trata de una reivindicación partidista de la actuación de los milicianos anarquistas en la contención del «fascismo», es decir, del Alzamiento. Sí; así califica este cenetista a los alzados. La introducción, de un tal Rafael Torres, tiene la honradez de advertirlo:

«Pero el lector, como ya se ha dicho, habrá de sorprenderse con este Eduardo de Guzmán febril, beligerante y sectario que, sacrificada su independencia de criterio por la causa, tan poco se parece al que de manera objetiva, ponderada y magistral nos instruyó en su madurez sobre lo sucedido en la guerra y en la posguerra feroz e interminable. El más virulento y tópico imaginario anarquista está presente en estas páginas que, por otra parte, desbordan vida y emoción: los ataques a los republicanos, en los que no se distingue a los de derecha de los de izquierda; el antiintelectualismo («manos cuidadas de ateneístas, de intelectuales…», en oposición a las manos callosas y recias de los ácratas); apoliticismo imposible en la inmediata preguerra, cuando gobiernan los republicanos con el programa del Frente Popular («A los obreros, naturalmente, se les persigue. Sobre todo si son anarquistas, porque éstos no tienen diputados que provoquen votaciones. Con las derechas, en cambio, hay que buscar la convivencia y la conllevancia».)»

Tiene razón de Guzmán al criticar el proceder de los republicanos de izquierdas, que naturalmente iban a lo suyo. Necesitaban los votos y los escaños de los socialistas, con quienes incluso cogobernaron del 31 al 32, pero de los anarquistas solo necesitaban los votos, porque no tenían escaños en el parlamento. Y ya se sabe que, «en democracia», una vez pasadas las elecciones, no hay mas cera que la que arde en el parlamento. El pobre de Guzmán, como tantos anarquistas, no lo entendió. La culpa es solo suya. Desde luego, ni Azaña, ni Casares Quiroga, ni Giral, eran anarquistas ni querían tenerlos cerca cerca. La introducción lo resume así:

«Apolítico por autodefinición, no es raro que el movimiento libertario español exhibiera entonces semejantes dosis de inmadurez política, circunstancia nunca resuelta y que le conduciría finalmente, desde el punto de vista organizativo, a la extinción»

Unas muestras de su feroz simplicidad:

«Un día, inesperadamente para los republicanos, llegó el14 de abril. El pueblo salió a las calles vitoreando a la República, el Borbón echó a correr, en Gobernación se puso la bandera tricolor…»

«La República se llamó de trabajadores. Pero cuando los obreros pidieron pan, los dulces y suaves gobernantes republicanos escribieron las páginas de Arnedo, Sevilla, Benalup, Pasajes, Barcelona y el «Buenos Aires».»

«A la concentración fascista de El Escorial, al asesinato de un puñado de compañeros, a la llegada provocativa de los terratenientes catalanes, responde Madrid con la huelga general.»

«En octubre, la lucha adquiere caracteres épicos. Quince días de pelea dramática, homérica. Los trabajadores son vencidos. De un lado, por la traición catalanista organizada por Dencás; de otro, por la falta de medios de combate. Se inicia una represión bestial. Los obreros son asesinados fríamente.»

Lo ultimo se refiere a la Revolución de Asturias.

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«Un día se discuten varias actas derechistas. Las de Orense. Calvo Sotelo reconoce, cínicamente, que ha dado un «pucherazo» de cien mil votos. Hay que anular la elección. Pero si se anula, los militares saldrán de los cuarteles. Durante toda una noche se celebran conciliábulos en los pasillos del Congreso. Alguien da la orden terminante: «Hay que aprobar esas actas». Los diputados de buena fe se indignan.»

«Hay que deponer a don Niceto Alcalá Zamora. Se sabe que prepara un golpe de Estado, de acuerdo con Mola, con Franco, con Goded, con Queipo de Llano.»

«El 14 de abril, durante el desfile, varios oficiales monárquicos colocan una bomba junto a la tribuna presidencial. Después empiezan a tiros contra las mujeres y los niños. Tres días después, en el entierro de un alférez monárquico de la Guardia Civil, la emprenden a palos y tiros contra todos los republicanos y obreros que encuentran. Matan a seis o siete.»

¿Se creería este anarquista las falsedades que publicaba entonces? El colmo de los colmos:

«Un día los fascistas atentan contra Jiménez Asúa. Otro, contra Ortega y Gasset. Otro, contra el magistrado que se atrevió a condenar a uno de los pistoleros que dispararon contra el diputado socialista. Después de cada atentado, luego de cada crimen, Casares Quiroga se levanta con gesto feroche en el bando azul: «Estos crímenes no pueden continuar. Contra el fascismo asesino, el Gobierno se siente un beligerante más…».

Pero la beligerancia no aparece por parte alguna. Mientras los obreros llenan de nuevo las cárceles, los fascistas siguen en libertad»

El caso es que los «fascistas», la cúpula de Falange, fue encerrada en la cárcel después del primer atentado citado. Y esto parece ficción histórica más que otra cosa

«Franco está en Canarias. Desde allí hace frecuentes viajes en avión. Visita Tetuán y Sevilla. Los oficiales monárquicos le aclaman. Los señoritos le rodean y le miman. Al salir, extiende el brazo a la romana.»

«Quince días atrás, antes de la ejecución de Calvo Sotelo, estuvo Yagüe en Madrid. Venía ya como sublevado. Visitó a Casares en el Ministerio de la Guerra. Al entrar, pegó un puntapié a la puerta. A la salida, continuaba siendo el jefe supremo del Tercio.»

Todo esto es del primer capítulo. Era tontería perder el tiempo leyendo más así que salté al último, que trata de la defensa de Madrid por las milicias anarquistas en noviembre de 36. Está narrada con unos delirantes excesos de retórica heroica:

«Y los soldados del pueblo abandonarán sus parapetos, dejarán los árboles, correrán precedidos por la dinamita, acompañados por los cuchillos y las pistolas, contra la morisma que vuelve la espalda. El campo quedará cubierto de cadáveres. Los anarquistas cazarán fascistas, en los montes donde los Borbones cobraban ciervos. Y al comienzo, y al final, y en medio del combate, un solo grito llenará los aires: «¡¡Viva la FAI!!».»

«Cuando la violencia de la batalla se remanse en horas de paz relativa, cuando se pueda hacer un recuento de bajas, la CNT podrá decir, con un trémulo de emoción sincera en los labios: «En la fortificación de Madrid, en la defensa de Madrid, han muerto cinco mil afiliados al Sindicato Único de la Construcción…».»

««¡Ha llegado Durruti! ¡¡Ha llegado Durruti!!».

La frase recorre Madrid entero, brinca de boca en oído, lleva alegría y entusiasmo a todos los espíritus. Durruti ha venido con su heroísmo y su leyenda, con su serenidad y su entusiasmo.»

«Mueren los contrincantes estrechamente abrazados. Se gana centímetro a centímetro el edificio entero. Durruti marcha en cabeza, seguido por millares de hombres decididos a todo. Durante horas enteras, la contienda sigue en el interior, mientras afuera ladran las ametralladoras y explotan los obuses; mientras Madrid se retuerce bajo las bombas de la aviación italogermana…»

«Las balas silban en todas direcciones, Durruti se apea del coche, avanza hacia el lugar en que esperan sus hombres. A mitad de camino, en el borde mismo de la calle, una bala del Clínico hiere a Durruti. Le entra por el costado derecho, le atraviesa los dos pulmones. Durruti da dos pasos y cae pesadamente en tierra.»

«En una cama del Hospital del Ritz está Buenaventura Durruti. Aún vive, Pero la herida es mortal de necesidad. Su corazón de atleta se resiste a dejar de latir. Durruti, inconsciente, delira. Sueña con el ataque al Clínico, con el asalto triunfal, con la herida que corta su paso en la mitad del avance. Siente que un rostro amigo se inclina sobre él. Con un esfuerzo supremo abre los labios para murmurar penosamente: «… y di a los compañeros que sigan…».»

«Son sus últimas palabras. Por la tarde, sin recobrar el conocimiento, muere. y los compañeros, todos los compañeros, cumplen su mandato póstumo. Todos siguen luchando. Todos continúan en primera línea. Hasta el triunfo final. Hasta aplastar al fascismo…»

Casi se saltan las lágrimas. Y esto para remate:

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«El Ejército Popular está en marcha. La máquina recién creada funciona a la perfección. El enemigo conoce ya toda la eficacia del instrumento que tenemos entre las manos. Los generales traidores, los invasores extranjeros, presienten su derrota. La última ofensiva desesperada contra Madrid ha quedado aplastada con la conquista de Brihuega… Se cierra en marzo el ciclo heroico que se abrió en julio. En ocho meses hemos pasado del pueblo en armas a las milicias y al Ejército regular. En ocho meses recorrimos un camino que a Francia y Rusia les costó años enteros. En ocho meses aplastamos la traición en media España, contuvimos la invasión extranjera, salvamos Madrid amenazado…»

En resumen, esto es propaganda de guerra de un pobre cenetista que no comprende, o al menos eso pretende, que los republicanos, aun de izquierdas, no sean anarquistas ni les gusten sus planes. ¿Pero es que podría esperar otra cosa cualquier persona razonable que conociera la trayectoria vital de los lerrouxes, azañas, quirogas y demás familia? ¿No habían avisado en aquel primer gobierno republicano?

En resumen, el libro no tiene mayor interés, pero sí los libros de la trilogía, que repasaremos.

Autor

Colaboraciones de Carlos Andrés