22/11/2024 09:36
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Podemos entender el nacionalismo en cuanto ideología y lenguaje tanto como una forma de cultura como un tipo de ideología política y de movimiento social en el que los distintos grupos actúan sobre distintos factores para lograr sus intereses. Y existe un ideal nacionalista de unidad, en opinión de Smith: el ideal nacionalista de unidad. Este ideal significa cohesión social, hermandad de todos los componentes de la nación misma, en palabras de este autor, lo que los patriotas franceses llamaban fraternité durante la Revolución. El ideal nacionalista de unidad ha alentado durante décadas la indivisibilidad de la nación y justificado la erradicación de otras culturas o movimientos diferentes en interés de la homogeneidad cultural y política. Esta forma de actuar convierte a los Estados en agentes de la nación en ciernes (nation-to-be) y creadores de una comunidad política y cultural popular en la que la educación y el movimiento de masas se encuentra en el orden de cada día. ¿Es esto ético? En la actualidad, se ha producido un giro teórico de la ética a lo social como el pluralismo práctico de morales vividas conduciendo a la formulación de una ética civil de convivencia sobre la base de unos mínimos comunes a todos los ciudadanos. ¿Cuáles son esos mínimos? Los propios de la convivencia democrática o, traducido esto a términos jurídicos, los establecidos en la Constitución. Este deslizamiento de la ética a la ética social y el parentesco estrecho entre ésta y la ética política, con la mediación de la ética civil, están contribuyendo a la reducción de la ética a la filosofía del derecho o, por emplear la expresión de John Rawls, a la teoría de la justicia.

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Por tanto, podemos deducir de este artículo que son los Estados y los movimientos los que pueden fomentar o retener los nacionalismos: cuanto más débil sea el poder de aquellos para controlar las variables o factores antedichos, mayor será la probabilidad de que resurjan otros nacionalismos incentivados u orientados por grupos de interés cuya existencia se fundamentará en los mismos elementos que hicieron nacer las primarias: el territorio, la historia y la comunidad. Y en este aspecto es donde entra a jugar nuestra dependencia de identidad nacional respecto de los medios de comunicación de masas.

Por decirlo de forma diferente, parece haber una conexión entre la idea de nacionalidad tal como surgió en los siglos XVII y XVIII y la idea de soberanía popular, que es lo que esgrimen los nacionalistas excluyentes de la España del siglo XX y XXI. Al amparo de esta afirmación, para analizar esta cuestión contenida en la idea de nacionalidad desde un punto de vista ético debemos aceptar las proposiciones de Maurice Block. Lo que sostiene a una nación unida son las creencias, pero estas creencias sólo pueden transmitirse a través de medios y artefactos culturales, como dice Miller, puestos a disposición de los grupos de interés. Éste es el fundamento de la afirmación de Benedict Anderson de que las naciones son «comunidades imaginadas» y entiende por esto que no sean invenciones completamente espurias, sino que dependen de actos colectivos de imaginación que encuentran su expresión a través de los medios de comunicación. Si nuestra doctrina debiera resumirse en forma de proposición, quizá diríamos que, en general, el principio de nacionalidades es legítimo cuando tiende a unir, en un conjunto compacto, grupos de población dispersos, e ilegitimo cuando tiende a dividir un estado.

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¿Cómo sé yo lo que es ser español o lo que es la nación española? «Lo saco de las editoriales de los periódicos, de los libros de historia, de las películas, de las canciones, y doy por descontado que lo que estoy ingiriendo está siendo también digerido por millones de españoles a los que nunca he visto. Por tanto, las naciones no pueden existir a menos que dispongan de medios de comunicación de masas que fomenten una cultura de masas común, que hagan posible tal imaginario colectivo.» Y esos medios se encuentran en su mayor parte en poder del Estado. Sin embargo, parece necesario, para tratar con profundidad este tema, recuperar una concepción antropológica de la moral, la vuelta a la reflexión sobre la condición humana, a la búsqueda de un contenido moral del que podamos dar razón. Contenido consistente en un proyecto cuya realización requiere una fuerza moral, la «moral elevada» de la que hablaba Ortega consistente en haceres conforme a proyecto o fin. Proyecto personal y proyecto colectivo que han ido cobrando sucesivas concreciones históricas tanto en la visión del mundo religioso como secular.

Autor

REDACCIÓN

Podemos entender el nacionalismo en cuanto ideología y lenguaje tanto como una forma de cultura como un tipo de ideología política y de movimiento social en el que los distintos grupos actúan sobre distintos factores para lograr sus intereses. Y existe un ideal nacionalista de unidad, en opinión de Smith: el ideal nacionalista de unidad. Este ideal significa cohesión social, hermandad de todos los componentes de la nación misma, en palabras de este autor, lo que los patriotas franceses llamaban fraternité durante la Revolución. El ideal nacionalista de unidad ha alentado durante décadas la indivisibilidad de la nación y justificado la erradicación de otras culturas o movimientos diferentes en interés de la homogeneidad cultural y política. Esta forma de actuar convierte a los Estados en agentes de la nación en ciernes (nation-to-be) y creadores de una comunidad política y cultural popular en la que la educación y el movimiento de masas se encuentra en el orden de cada día. ¿Es esto ético? En la actualidad, se ha producido un giro teórico de la ética a lo social como el pluralismo práctico de morales vividas conduciendo a la formulación de una ética civil de convivencia sobre la base de unos mínimos comunes a todos los ciudadanos. ¿Cuáles son esos mínimos? Los propios de la convivencia democrática o, traducido esto a términos jurídicos, los establecidos en la Constitución. Este deslizamiento de la ética a la ética social y el parentesco estrecho entre ésta y la ética política, con la mediación de la ética civil, están contribuyendo a la reducción de la ética a la filosofía del derecho o, por emplear la expresión de John Rawls, a la teoría de la justicia.

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Por tanto, podemos deducir de este artículo que son los Estados y los movimientos los que pueden fomentar o retener los nacionalismos: cuanto más débil sea el poder de aquellos para controlar las variables o factores antedichos, mayor será la probabilidad de que resurjan otros nacionalismos incentivados u orientados por grupos de interés cuya existencia se fundamentará en los mismos elementos que hicieron nacer las primarias: el territorio, la historia y la comunidad. Y en este aspecto es donde entra a jugar nuestra dependencia de identidad nacional respecto de los medios de comunicación de masas.

Por decirlo de forma diferente, parece haber una conexión entre la idea de nacionalidad tal como surgió en los siglos XVII y XVIII y la idea de soberanía popular, que es lo que esgrimen los nacionalistas excluyentes de la España del siglo XX y XXI. Al amparo de esta afirmación, para analizar esta cuestión contenida en la idea de nacionalidad desde un punto de vista ético debemos aceptar las proposiciones de Maurice Block. Lo que sostiene a una nación unida son las creencias, pero estas creencias sólo pueden transmitirse a través de medios y artefactos culturales, como dice Miller, puestos a disposición de los grupos de interés. Éste es el fundamento de la afirmación de Benedict Anderson de que las naciones son «comunidades imaginadas» y entiende por esto que no sean invenciones completamente espurias, sino que dependen de actos colectivos de imaginación que encuentran su expresión a través de los medios de comunicación. Si nuestra doctrina debiera resumirse en forma de proposición, quizá diríamos que, en general, el principio de nacionalidades es legítimo cuando tiende a unir, en un conjunto compacto, grupos de población dispersos, e ilegitimo cuando tiende a dividir un estado.

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Autor

REDACCIÓN