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XIII La Guerra Mundial nos envuelve (julio 1940 – abril 1941)

 

Empieza ahora la segunda parte del libro, en que Bedoya relata su actividad profesional y pública desde los años cuarenta hasta principios de los 60. Ejerce una importante actividad pública, pero no política sino en la administración. Esta parte es menos novelesca y al principio me resultó algo menos interesante. Pero releída para hacer esta reseña, encuentro que presenta un testimonio único sobre una de las maniobras del primer franquismo para romper el aislamiento internacional: la baza judía. Fue la persona clave de esta operación diplomática y me extraña que se oculte a quien organizó todo para ensalzar a quienes siguieron las órdenes, como el archifamoso Ángel Sanz-Briz. 

Bedoya no estaba inscrito en ninguna familia política. La Falange, los falangistas madrileños especialmente, no solo le han dado la espalda, sino que le siguen poniendo piedras en su carrera profesional, con ensañamiento. Por ejemplo, el propietario de la editorial donde trabajaba le despide por presiones que no puede desvelarle, pero que cabe atribuir al rencor inextinguible de esa Falange madrileña.

Tras ello, Bedoya se da de alta en el Colegio de Abogados para ejercer la profesión. También le ofrecen la dirección comercial de la Compañía Española de Propaganda e Industria Cinematográfica (CEPICSA). Hay bastantes referencias a la situación de hambre y escasez. Tienen que ir a buscar comida a los pueblos de Lozoya y Buitrago; el problema está en que tampoco tienen gasolina para desplazarse. Esta escasez se hará apremiante por el bloqueo inglés a las importaciones.  

Una referencia a una confidencia de Franco (genio y figura) sobre Hendaya:  

“ – No lo crea – respondió Franco- no hubo ningún dramatismo en esas escenas; me limité a seguir la corriente a Hitler y a irle metiendo en la cabeza algunos datos tácticos y estratégicos que hacían todo muy difícil.” (p. 156) 

Es la misma táctica que empleó con Jose Antonio en la entrevista que Serrano Suñer les facilitó en su casa, y que sacó de sus casillas a Jose Antonio, como sacó de sus casillas al Führer. También consiguió derrotar la flema inglesa del embajador Hoare.

En todo este período, Martínez de Bedoya está apartado de la política y de la administración. Hace algunas reflexiones sobre la situación política de España y sobre el transcurso de la guerra europea que en mi opinión no son de especial relevancia. Pero hay algunas cosas reseñables, como estas referencias a Salvador Merino, verdadero nacional-sindicalista:

“¿Hacia dónde se movía Gerardo Salvador Merino? Nunca lo supimos con exactitud, por más que estaba claro que le tentaba una cierta socialización de la vida, aunque aceptando el condicionamiento nacionalista, como les tentaba y les tienta a todo ese conglomerado de gentes acomodadas que en una época se han llamado fascistas y en otras «centro-izquierda». (p. 156-157)

“Tuve ocasión de quejarme a Gerardo Salvador Merino de la vigilancia policial a que estaba sometido día y noche: saliera a la hora que fuera, un coche de la policía seguía mis pasos, incluso cuando iba al cine teatro después de cenar con Mercedes; el teléfono también lo teníamos intervenido sin recato, descaradamente. Le dije que él como miembro de la Junta política podría hacer algo por mejorar esta situación y su respuesta me dejó aún más preocupado: 

– No me extrañaría que en breve estuviese yo en tu misma situación porque Dionisio Ridruejo ha propuesto a la Junta política, sin que de momento se haya tomado en consideración, la creación de un aparato de esos que se enredan solos, enredando a todo el mundo; me refiero a una policía política de partido. (p. 159).

Para entender el peculiar jonsismo de Bedoya:

“Y puesto que he aludido muy de pasada a ese núcleo liberal de la zona nacional, tan influido e indeterminado, no quiero dejar de rendir ni modestísimo tributo de admiración y de personal gratitud al doctor don Gregorio Marañón, quién se atrevió, con su gran civismo, a fijar, de una vez por todas, el meollo de lo que se ventilaba en la Guerra Civil Española y lo que se seguirá ventilando, en plena derrota para la libertad mientras persista el “daltonismo liberal». El hecho se produjo el 15 de diciembre de 1937 en París con la publicación en la Revue de Paris de un estudio suyo titulado Liberalisme et comunisme (…)” (p. 157) 

Concluye después Marañón: “La ceguera ante el antiliberalismo rojo ha empujado al liberal a vender su alma al diablo”. El diablo para Marañón son los movimientos de tercera posición, los fascismos de entonces.

Alemania ha ocupado ya Francia, pero aún no ha atacado a Rusia. En todo caso, la situación internacional es muy inestable. Italia ha tratado de invadir Grecia, sin conseguirlo y en detrimento de su prestigio y el del eje. Roosevelt empieza su serie de provocaciones después de ganar unas elecciones en que promete no entrar en la guerra.

El matrimonio Martínez de Bedoya había comprado una casa en Torremolinos, La Aldea, con un dinero que entregaron a Mercedes los remolacheros de Valladolid asociados por Onésimo, para sus huérfanos. Arreglan la casa para establecerse en ella e instalan a un agricultor conocido de Valladolid para cultivar el terreno. El padre notario está ahora en Ronda.

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XIV Momentos críticos (mayo 1941-septiembre 1941)

Siguen los durísimos años de la postguerra. La Falange, aunque unificada, tiene aún algunos arrestos. Las victorias alemanas dan alas a los a los falangistas disconformes y Serrano Súñer trata de recoger el testigo más, según parece, por ambición política que por convencimiento ideológico.

“… Gerardo Salvador Merino tuvo la amabilidad de pedirme opinión sobre su próximo viaje a Alemania, como delegado de los sindicatos españoles, “invitado «por el jefe del Frente del Trabajo, doctor Ley… forzó el alcance de la visita haciéndose recibir por el Ministro de Propaganda doctor Goebbels y por el ministro de Asuntos Exteriores von Ribbentrop con la consiguiente siembra de recelos, recogidos no solo por Serrano Súñer, sino también por Franco.” (p. 169)

“Comenzamos este periodo de ochenta días con un ultimátum, el de Serrano Súñer pidiendo el poder y pidiendo que la posición geométrica de nuestra política exterior resplandeciese con la máxima nitidez conforme a «nuestros deberes europeos». Quién no sea capaz de imaginar lo que podía significar, bajo una dictadura personal y militar, que se alzase una voz civil «exigiendo», en nombre de una ideología, no podrá medir la sorpresa que proporcionó aquel mitin, con la disculpa del Dos de Mayo, en el pueblacho manchego de Mota del Cuervo, elegido por el presidente de la Junta Política para proclamar a los cuatro vientos que «la victoria que no se emplee como instrumento para la creación política será estéril… 

Y Serrano no solo se limitó a declarar la victoria estéril si no se le hacía caso a el, sino que pareció que convocaba los falangistas a la rebeldía: «Levantad vuestra ira y vuestro orgullo y la intransigencia insobornable de la verdad, aunque caigáis en la lucha con el alma herida». (pp. 169-170)

“Ya el domingo, Serrano Suñer debió de tener pruebas del disgusto de Franco porque el tono en la prensa oficial fue distinto, aunque apelando muy claramente «al sagrado compromiso de nuestro Jefe Nacional, que ha proclamado la integridad irrevocable del nacionalsindicalismo…”. (p. 170)

Unos pocos días después, Franco nombra ministro de la Gobernación, ministerio que también ostentaba Serrano Suñer, a Valentín Galarza, antifascista, neutralista y anglófilo. Galarza destituye al subsecretario de Gobernación y al director general de Seguridad, dos amigos de Serrano Súñer. La polémica pasa a la prensa y se salda con las destituciones de Antonio Tovar y Dionisio Ridruejo, los mayores amigos políticos de Serrano, como subsecretario de Prensa y Propaganda y director general de Propaganda respectivamente

“Comentando este rumor con el conde de Jordana, me dijo: «Serrano no sabe bien lo que ha hecho con todo este lío que ha armado con su discurso de Mota del Cuervo; pase lo que pase a corto plazo -incluso a su favor-, para Franco, ha quedado sentenciado. Ya lo verá usted.” (p. 172) 

“El nuevo ministro de Trabajo, José Antonio Girón de Velasco (29 años) tenía una compleja personalidad, nada fácil de clasificar. Yo lo conocí -aunque entonces no lo traté- en el Colegio de los Jesuitas de Valladolid. Por su estatura, por su fortaleza, por sus logros en el gimnasio, era una especie de figura mítica que decidía las discusiones y riñas entre los diferentes grupos de los mayores; yo lo veía a distancia porque los dos años que me llevaba en edad eran, en un colegio, una distancia sideral en el tiempo y en el espacio. Cómo estudiante fue del montón. Más tarde supe de el con motivo de las puñaladas que le dieron cuando con otros ex alumnos defendió el Colegio de los Jesuitas de Valladolid, por las noches, contra un posible asalto a un incendio [sic] por parte de los trabajadores marxistas. También supe que había sido de los primeros en seguir a Onésimo y de los primeros en crear un problema doctrinal convocando en el salón de baile la Parisiana a todos los jonsistas que discrepasen de la aconfesionalidad política que propugnaba el supercatolico Onésimo… 

No bebía ni una gota de alcohol ni de café. Su única debilidad caía del lado femenino, adorando a las mujeres. Sentía una gran curiosidad por el espiritismo y, a pesar de su gran peso, creo que conoció fenómenos de levitación.” (pp. 172 y 173) 

Un auténtico tipo el Girón; aunque lo de la levitación habría que verlo.

“Y he aquí que el 24 de junio de este año 1941 (que pretendía ser transmutador) estalló la sorpresa: Alemania invadió la Rusia soviética, invadió los territorios de su aliada sin previa ruptura de relaciones, sin conflicto concreto y conocido, sin declaración de guerra. Mi primera reacción ante la noticia fue: «Alemania ha perdido la guerra comillas.” (p. 175) 

“El pueblo español, la masa, que sabía a que atenerse sobre lo que era en realidad el comunismo, sintió de repente que tomaba cuerpo visible la justificación internacional de nuestra guerra civil. Quiero decir que hubo como un estremecimiento popular contra Rusia, lo cual, afirmado, no pretende ignorar que los joseantonianos bien capitaneados por Ramón Serrano Súñer, al advertir que el viento soplaba a su favor, trataron de forzar con mucha coherencia y realismo, ante aquel evidente estado de opinión, los acontecimientos mediante manifestaciones, proclamas y la organización de una división de voluntarios para ir a combatir a Rusia.” (p. 175)

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Mercedes es reincorporada al Instituto Nacional de Previsión:

“Mercedes estaba radiante porque había sentido en los saludos y en las frases mucha simpatía, y no solo un deseo de reparación, tanto en la ceremonia de toma de posesión del Consejo de Administración del Instituto Nacional de Previsión como en la sesión del Consejo Nacional, en el cual Franco, por cierto, recogió sin rebozos la “justificación insospechada» que la historia nos deparaba con la nueva cruzada frente a la URSS.” (p. 176) 

Una de sus iniciativas es la extensión de la seguridad social al mundo agrario. Es la “extensión agraria” de la que oí hablar de pequeño en mi pueblo:

“Mercedes orientaba sus pesquisas a conocer las razones por las cuales no llegaban, en términos generales, los seguros sociales al campo. Y no le fue complicado sentar la conclusión de que el obstáculo principal era la inexistencia de un censo de obreros agrícolas, censo tan sencillo de realizar a través de las nóminas en el mundo industrial, pero tan difícil en el agro… después de hacer muchos cálculos se abrió paso en su mente la idea de que solo a base de espíritu podría encontrarse el camino de una solución. Y se acordó de los miles de delegados locales de Auxilio Social ligados a ella por una devoción singular y por unas pruebas de generosidad y sacrificio (propias de los tiempos de guerra)… Mercedes escribió una carta pidiendo su colaboración, gratuita durante un año, a sus antiguos 52 delegados provinciales y a cerca de 5000 delegados locales, casi todos los cuales respondieron a la invitación y al envite (con más fe y decisión, si cabe, los que habían ido de metiendo, desilusionados en el año y pico transcurrido desde el cese de Mercedes) los otros 4000 necesarios los eligió a través de los sindicatos locales. Así comenzó a surgir la figura del corresponsal local de previsión…  Todos estos miles de hombres se comprometieron a llevar a cabo, en 12 meses, el censo nominativo de todos los trabajadores agrícolas de España, con sus domicilios, clasificándolos en solteros o casados, por el número de hijos y por su condición de fijos, eventuales, autónomos, nombre de las esposas, de las empresas, etc. Una tarea ingente con el menor costo imaginable.” (p. 177). 

Una anécdota graciosa sobre la reacción del servicio ante sus vacaciones en Torremolinos:

“… pero nuestro servicio doméstico murmuraba, porque las tres muchachas que nos atendían habían conocido con otras familias -antes de la guerra- el frescor asegurado de los veraneos en San Sebastián, Santander o Galicia y su «importancia» social, por lo cual decían a las niñas de casa:

– Figuraos cómo vamos a decir a nadie que vamos a veranear a Málaga sí ya los pobres que van Alicante les llaman los del tren botijo.

– ¿Y por qué les llaman eso del botijo? -preguntaban Merche y Pili

– Pues hijas, muy sencillito, porque el tren va lleno de botijos; cada viajero lleva el suyo con agua para refrescarse porque cada hora que el tren camina hacia el sur más calor y más calor.” (p. 178)

Es bien sabido que los criados viven las diferencias de clase de forma más convencida que los propios señores a que sirven.

El capítulo acaba con una historieta inexplicable:

“Me reclamaban imperiosamente de CEPICSA, donde había explotado una bomba política: celebramos un consejo de administración en el cual, ¡oh, asombro!, los hermanos Vicent, fundadores de la empresa llegaron a poner las pistolas sobre la mesa al descubrirse que habían sido altos dirigentes de la FAI y de la CNT madrileña durante la Guerra Civil, y tal vez seguían siéndolo, fieles a su ideario anarquista; por fin se llegó al acuerdo de presentar todos la dimisión y que el Banco Pastor, de Barrié de la Maza, comprase como contrapartida todas las acciones de la sociedad, aunque a bajo precio. Algún tiempo después, los hermanos Vicent se fueron a vivir a México. (p. 180).

Autor

Colaboraciones de Carlos Andrés