20/09/2024 09:25
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Queridos niños, imaginad a un señor que ingresa en las urgencias de un hospital con un puñal clavado en la espalda, a la sazón sanguinolenta.  Situad la escena antes de la plandemia, cuando los hospitales funcionaban fatal, pero funcionaban… Los médicos cogen al apuñalado y lo primero que hacen es tomarle sangre para ver como anda de colesterol. El colesterol, mal llevado, es una causa de mortalidad.  Tras eso, le dicen que se siente y le preguntan por sus hábitos alimenticios. El galeno recrimina a nuestro apuñalado la mala postura que tiene y le insta a sentarse bien, con la zona sacra de la chepa justo en el ángulo entre asiento y respaldo y con la espalda bien apoyada en el susodicho. El apuñalado, entre gestos de dolor (supongo que por el puñal que tiene clavado) y signos de mareo (supongo que por la pérdida de sangre) le dice al galeno que no puede apoyarse. “No se preocupe, estamos aquí para ayudarle” dice mientras llama a una enfermera, la cual acomoda al apuñalado, para que esté bien recto.  La empuñadora del puñal hace de tope y es imposible que la espalda esté recta, pero el galeno dice que mejor así que como estaba sentado antes, pero le advierte de que ha de tener una mejor higiene postural, o le pasará factura en un futuro cercano. “¿Fuma usted?” El apuñalado tose y deja escapar unos aerosoles sanguinolentos. “No me gusta nada esa tos. Deje de fumar si quiere seguir con vida. Bueno, vamos a esperar el resultado serológico y luego le vuelvo a ver. Salga a la sala de espera”.

Nuestro apuñalado se levanta a duras penas y con las piernas temblorosas. “¿Lo ve, lo está viendo, caballero? Con esa postura normal que le pase eso. Si usted no quiere colaborar no podemos hacer nada por usted”. Sale, dejando tras de sí un rastro de sangre. Llega a la sala de espera y, antes de sentarse, le interpela una mujer de la limpieza. “¿Pero qué hace usted, por el amor de Dios? ¡mire cómo me está poniendo el suelo! Salga de aquí, que tengo que volver a fregar. Y no entre hasta que esté seco”. Nuestro apuñalado deambula por los pasillos, manteniendo la verticalidad a duras penas, agarrado a los pasamanos de las paredes. Cada vez está más aturdido. Ya no siente ni dolor. Camina sin rumbo, encorvado como si el puñal fuera uno de los cañones de Navarone. Sin saber cómo, llega a la calle. Noche cerrada. Paso inseguro pero cinético. Breve tránsito entre la vida y la muerte. Un transeúnte ve los despojos humanos, en el suelo, y exclama: “No saben beber”, mientras se suena la nariz. Tras dar sus datos en la admisión de pacientes de urgencias, dice lo del borracho, que está a pocos metros de la entrada.

Bárbara se despierta sobresaltada por el teléfono.  A las pocas horas está en la morgue del hospital, ante el cadáver de su marido y varios policías. Alguien ha matado a su marido, de una puñalada por la espalda. No hay ninguna pista.

Moraleja: antes de liarla parda por el nocivo 5G, vamos a preocuparnos por las antenas de la puta tele, enhiestas y henchidas en todos los tejados de Espena.

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Moraleja 2: la acción y la omisión matan igual. La negligencia, la colaboración necesaria, la complicidad y etc. están penadas en el Código Penal y en el Civil.

Moraleja 3: ¡Ay pena, penita, pena!

Moraleja 4: ¡Si me queréis, irse!

La Moraleja: barrio de pijos.

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REDACCIÓN