25/11/2024 03:56
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¿Era Beethoven negro? ¿Y Lancelot, el caballero de la leyenda del Rey Arturo? ¿Y Julio César? ¿Es apropiación cultural que un blanco use rastas? ¿Y que unos helicópteros de ataque diseñados por ingenieros blancos se llamen Apache y Comanche? ¿Que un blanco toque blues y jazz? Y suponiendo que Beethoven no fuese negro ¿Es apropiación cultural que un negro aprenda a tocar la sonata Appassionata en el piano?

Los lectores se estarán preguntando qué me he fumado esta semana, pero varias de estas cuestiones, si nada lo remedia, probablemente dentro de unos años serán debatidas muy seriamente en las universidades de un Occidente podrido de corrección política y complejos de culpabilidad.

Lo del Beethoven negro de vez en cuando repunta como teoría demencial; supongo que nadie, nunca, se lo ha creído realmente, y lo hacen sólo para tocar las narices. Pero si hay gente que ha sostenido, aunque sea medio en broma, que Beethoven era negro sólo porque no era del tipo nórdico, entendemos cómo para otros personajes históricos se pueden vender las mayores barbaridades que el público se tragará sin pestañear.

Más cuestiones que apasionan a nuestro tiempo: ¿Puede o debe haber un Julio César o un Lancelot negro en el cine? ¿Tal vez un Nelson Mandela blanco, aunque se le pinte de negro para que se meta mejor en su papel?

Los lectores se darán cuenta de que hemos destapado un auténtico avispero. Pero en realidad los complejos problemas planteados tienen una solución muy sencilla en el mundo mental progresista: la línea entre quién tiene siempre razón y quién nunca la tiene está siempre claramente definida: el no blanco y el blanco, la mujer y el varón, etcétera.

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Diversidad, Inclusión, Igualdad: palabras mantra que la corrección política ha vuelto sucias y cargadas de significados infectos. En la ciencia ficción o las películas de tema contemporáneo la solución es bastante fácil: se impone la presencia de mujeres, de negros, de homosexuales, etcétera. En las de tema histórico es un poco más complicado; pero si realmente queda feo y baja la taquilla que los mariscales de Napoleón tengan cara de chinos, o que los centuriones romanos sean pakistaníes, aquí también se puede imponer la diversidad: en los equipos de rodaje, en los cámaras, en todos aquellos que no salen efectivamente en la película. Es lo que acaban de hacer en los Óscar norteamericanos con sus nuevas reglas para optar a los premios.

El lector se preguntará, si no está ya mareado, por qué hemos llegado hasta aquí; de dónde sale tanto estúpido y qué enorme descarrilamiento mental aflige nuestra sociedad. Pues bien, el descarrilamiento mental se llama corrección política y en cuanto a la enorme disponibilidad de necios, como reza un dicho italiano que no necesita traducción “la mamma degli imbecilli è sempre incinta”. Pero es que últimamente la susodicha madre no sólo está siempre embarazada, sino que debe de haber recurrido a una clínica de fertilidad, porque su producción es abrumadora.

Algunos pensarán que soy mal pensado y negativo. Que en el fondo de lo que nos quieren convencer es simplemente de que la raza se debe ignorar, que no hay mala intención contra los blancos y todos somos iguales y flores y paz y amor universal.

Creeré que toda esta despreocupación con la raza es inocente cuando vea, por ejemplo, una película donde Nelson Mandela o Malcolm X estén interpretados por actores blancos pintados de negro, y los racistas malísimos que la tienen tomada con ellos los interpreten actores negros pintados de blanco. O cuando los mentecatos de la apropiación cultural disparen sus tonterías en ambas direcciones.

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Mientras tanto, seguiré pensando que lo que realmente quieren decir los “antirracistas” es lo siguiente: que las razas no existen, pero los blancos son los malos; que ignoremos el color de la piel cuando veamos una película donde los caballeros del Rey Arturo sean negros, pero que lo tengamos muy en cuenta si en otra película haya demasiados blancos.

Este ver y no ver al mismo tiempo, este dos más dos igual a cinco, esta deformación y disfunción mental, es lo que quieren de nosotros la corrección política y el progresismo.

Autor

REDACCIÓN