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Miguel, cristiano viejo, huye de Madrid tras de un duelo a espada y quedar herido Antonio de Segura, tal vez amante de una de las hermanas del primero. Dado que la pelea fue espada en mano y corrido sangre, en la Corte de Felipe II se dicta sentencia contra Miguel, siendo sus jueces: Salazar, Ortiz, Hernán Velázquez y Alvaro García de Toledo, siendo condenado a que, con vergüenza pública, le fuese cortada la mano derecha.

Miguel huye de la justicia evitando la ejecución de la sentencia y desaparece de España. Tras de los primeros avatares, y junto a su hermano Rodrigo, terminan alistados a los Viejos Tercios, en concreto al Tercio Viejo de Sicilia. Las ordenanzas de Carlos I de España de 1534 y 1536 regulaban la formación de los tres primeros tercios: el Tercio Viejo de Nápoles, el Tercio Viejo de Sicilia y el Tercio Viejo de Lombardía. En un principio el Tercio Viejo de Nápoles también agrupaba el de Sicilia, denominándose Tercio Viejo de Nápoles y Sicilia, pero pronto se escindiría en dos: el Tercio Viejo de Nápoles y el Tercio Viejo de Sicilia. Hoy subsiste el Tercio Viejo de Sicilia como Regimiento de Infantería “Tercio Viejo de Sicilia” 67, ubicado en el Acuartelamiento Loyola, en San Sebastián (Guipúzcoa).

Tanto Miguel como Rodrigo fueron trasladados a la compañía mandada por el Capitán Urbina, embarcando en la galera La Marquesa, en la formación  dirigida por Juan Andrea Doria, en la batalla de Lepanto, que estuvo a punto  de no darse porque el general veneciano, Veniero, mandó ejecutar a soldados del Tercio a bordo de una de sus galeras -ejecución que solo podía autorizar Juan de Austria-, y los españoles pidieron dejar a los venecianos solos ante los turcos.

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Miguel pudo perderse la batalla al estar bajo la fiebre y postrado en el lecho, pero pidió estar en la primera línea de fuego para combatir al enemigo, poniéndole su capitán al mando de doce soldados. Miguel peleó valientemente, saliendo herido en el pecho de un arcabuzazo, y de la mano estropeado, lo que quería decir que no perdió la mano izquierda, aunque el sobrenombre de Manco con el que luego se le conoció, era acertado, pues dicho término significa la pérdida parcial o total de un brazo, o la inutilización del mismo.

Si la justicia española no hizo ejecución sobre la mano derecha de Miguel, como suerte del destino, perderá la funcionalidad y uso de la mano izquierda, para cuya curación fue ingresado en el Hospital General de Mesina, donde permanecería medio año, y donde el galeno Gregorio López, salvó a Miguel de mayores consecuencias.

Es curioso que Miguel no indicara en su obra literaria haber recibido recompensa alguna. Si desea volver a España es porque va acompañado con las cartas de recomendación de Juan de Austria al Rey Felipe, para obtener una compañía de las que se hiciesen en España y para Italia, en su deseo de continuar con la carrera de las armas, deseo truncado al quedar cautivo de los turcos, junto a su hermano Rodrigo. Esas mismas cartas de recomendación perjudicaron a Miguel elevando a un precio altísimo su rescate, y cuando este llega, Miguel renuncia la liberación a favor de su hermano.

Rodrigo sí continuará al servicio de las armas, participando en la batalla de la Isla Tercera, en las Azores, siendo vencido Antonio de Crato, el pretendiente al trono portugués y quedando este unido a la monarquía filipina. Rodrigo tomará plaza de alférez de los Tercios, aquella alferecía que había pretendido Miguel y que nunca conseguiría.

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Miguel, sin recompensa alguna, menos económica -pues en aquellos tiempos los soldados mutilados quedaban al albur de sus propios recursos-. nos dejará el sentimiento más puro y limpio del soldado español, en estas palabras del prólogo a la Segunda Parte de El Quijote al referirse a Lepanto: “… si ahora me propusieran y facilitaran un imposible, quisiera antes haberme hallado en aquella facción prodigiosa que sano ahora de mis heridas sin haberme hallado en ella. Lo que el soldado muestra en el rostro y en los pechos estrellas son que guían a los demás al cielo de la honra y al de desear la justa alabanza”. ¿Qué hombres hablarían hoy de tal modo y manera?

Dice Kant que el español es serio, duro, callado y veraz, con alma orgullosa y capaz de actos grandes antes que bellos. ¡Qué buena empresa sería para todo español participar en la más alta ocasión que vieran los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros! ¡Incorporaríamos nuestra alma de hombres al alma de España!

Autor

Luis Alberto Calderón