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Cuando tratamos sobre el nacionalsindicalismo peninsular, hemos de detenernos obligatoriamente en la figura histórica de Ramiro Ledesma Ramos: el principal propulsor de esta corriente política; catalogada, alegre y arbitrariamente, como fascista por no pocos escritores con intencionalidad partidista. Desconocen algunos que hubo dos nacional-sindicalismos en la década de los treinta: el ejemplo español y el caso portugués, nacidos casi al mismo tiempo y con influencias similares. Por lo que a Ledesma respecta, hemos de puntualizar que efectivamente fue influido por el fascismo, así como por Charles Maurras; pero igualmente por el integralismo lusitano y el anarcosindicalismo ibérico; como también lo fue por la generación literaria del 98, por la filosofía liberal de Ortega, Croce y Unamuno, (entre otros pensadores) o, mismamente, por la historia peninsular… También recibió la influencia del colectivismo agrario de su comarca zamorana del Sayago, que bien describiera Joaquín Costa. 

Curiosamente, pocos han sido los que se han ocupado de la peculiaridad duriense de Ledesma Ramos. Y ello que sería su compañero Juan Aparicio, quien nos mostraría algunos retazos biográficos de este pensador poco comprendido. Pues bien, nieto e hijo de maestros rurales, Ledesma, permanece en la localidad zamorana de Torrefrades, hasta la adolescencia, en una casa sayaguesa todavía denominada “Casa de Viriato”[1]. Lector empedernido, cursa el Bachillerato por libre tras obtener plaza en el cuerpo de Telégrafos y Correos en 1923, siguiendo la estela de su hermano José María, funcionario desde 1919. Inicia sus estudios universitarios (Filosofía y Ciencias Exactas), formando parte de la directiva de la asociación profesional de estudiantes de Físicas en 1928. Por aquel entonces, comienza a frecuentar el despacho del escritor Ernesto Giménez Caballero, donde va puliendo su ideología peculiar. Así las cosas, en enero de 1930, se organiza un banquete en honor de Gecé, a la que acuden numerosos escritores, algunos diplomáticos y el citado Ledesma, quien participa en un coloquio de sobremesa sobre la actualidad política. Pues bien, pocos días más tarde, el escritor Fernández Almagro se refiere a este banquete, tachando a los asistentes de fascistas. La contestación a dicho comentario excesivo, la materializa el mismo Ramiro Ledesma en un periódico de la capital, cuyo contenido transcribo por su importancia:

No somos fascistas. Esta fácil etiqueta con que se nos quiere presentar en la vida pública es totalmente arbitraria. Si los elementos seudoliberales ­ -los “restauradores” que viene a ser lo mismo, no refiriéndonos a otros aquí-, quieren combatirnos, y bien justificado está que lo hagan, tengan primero con nosotros la bondad elemental de enterarse de cuáles son nuestros propósitos y qué cosas queremos y propugnamos. Vamos contra la vieja España, con propósitos superadores. Nuestra posición teórica véase y estúdiese en los libros del maestro José Ortega y Gasset, donde se hallará casi íntegra. En todo caso, nuestra actitud no consiste sino en el lanzamiento de una idea nacional, a la que hemos de adherirnos con todo tesón[2].

Se me dirá que Ledesma, a esas alturas de 1930, aún no había perfilado su ideario político, quizás, pero por entonces aún subsistía el Directorio de Miguel Primo de Rivera, un régimen político que guardaba similitudes con el fascismo italiano. Con todo, un año más tarde, Ledesma lanza en plena monarquía el semanario La Conquista del Estado, que se intitulaba como publicación antiburguesa[3], sin ningún aditamento político al uso, tal vez por su independencia. Curiosamente, fue Ramiro Maeztu el intelectual español que observó un paralelismo entre esa irrupción político-periodística de Ledesma y el integralismo lusitano[4]. Y es que algunos escritos de António Sardinha -el mayor ideólogo del integralismo- parecen escritos por Ledesma Ramos, así como otros tantos de Ramiro, los podría haber firmado Sardinha si este no hubiera fallecido en 1925.

Por lo demás, recién instaurada la República, La Conquista del Estado emitiría la siguiente nota, con ocasión del abandono de la revista por G. Caballero.:

Desde el primer día se nos tachó infundadamente de fascistas. Es verdad que este apellido sigue a Giménez Caballero como la sombra al cuerpo. Contra su voluntad, claro. No sabemos ni comprendemos qué es eso de ser fascista en España. También quisiéramos que desapareciese esa leyenda contra Giménez Caballero, y si se nos adscribió a nosotros por estar él aquí, parece lógico que nadie siga esgrimiendo la falsedad. Pero esto nos importa poco. Lo que somos está bien claro en los números de nuestro periódico. Léase con los ojos abiertos y la mente abierta. El que sea capaz de abrir ambas cosas[5].

Y aunque Ledesma se muestra contradictorio a partir de entonces, en relación con su adscripción al fascismo -diserta en el Ateneo de Madrid sobre el fascismo (enero de 1932), escribe en el periódico censurado El Fascio (marzo de 1933, etc.)- generalmente trató de fijar distancias de su movimiento político con respecto al estricto fascismo, hasta el punto que redactaría otra nota de prensa bastante significativa:

Veo en EL IMPARCIAL del martes una información sobre un supuesto fascismo español con los emblemas, juramentos, jefes y teorizantes que allí se indican. En ella se baraja mi nombre, y le ruego que desmienta en absoluto que yo tenga relación alguna política con todo eso que su periódico descubre. Me debo a la organización JONS, estoy en su única disciplina y nada sé ni quiero saber de otros proyectos ni de otros planes[6].

En cualquier caso, Ledesma ya poseía una personalidad muy definida y una gran cultura, para titubeos intelectuales. No en vano, en 1924, su novela juvenil, El Sello de la Muerte, había sido considerada en la prensa zamorana como una obra de arte[7]. Una novela con aroma nietzscheniano, pero ideada, posiblemente, en territorio zamorano, cuando nuestro protagonista apenas había cumplido los diecisiete años. El autor, siquiera adolescente, nos describe con sorprendente maestría el destrozo emocional que la tuberculosis causaba en las familias modestas, lo que parece dudoso que le ocurriera al núcleo familiar de Ledesma, pues su abuelo maestro fallece en 1913, a la edad de 79 años, y su tío Cesáreo, maestro habilitado, lo hace en 1919, pero a los 38. Con todo, algunos comentaristas han querido ver que la desolación y tristeza que exhibe la novela implica una característica emocional del fascismo europeo de tipo heroico y racial. Olvidan estos detectantes que dicha enfermedad diezmó familias antes de divulgarse la cura de la estreptomicina, cosa que en nuestro país no ocurrirá hasta concluida la segunda guerra mundial. Pues bien, los que venimos de ambientes rurales del noroeste conocemos la maldición de las enfermedades pulmonares: mi abuela materna murió de tuberculosis siendo joven; una de mis tías también falleció de dicha dolencia en plena guerra civil, con solo veinticinco años de edad; mi abuelo cenetista murió de silicosis en 1933, con 44 años, y mi abuelo materno, de pulmonía, en 1943; e incluso mi padre enfermó del pulmón en 1945, aunque sanó y pudo vivir largos años. Pues bien, en la comarca ancestral y fronteriza del Sayago la coyuntura no tenía que ser diferente a la vivida por mis antepasados en la Galicia interior. Por lo demás, en dicha tierra áspera, limitante con Portugal, floreció un régimen de colectividad sobre el dominio de la tierra, cuyo origen se remonta a la época previa a la romanización, característica del territorio de los vacceos según Diodoro Sículo; con lo que ese pretendido ‘fascismo de izquierda’, con que algunos escritores progresistas han querido encasillar el pensamiento político del zamorano, podría remontarnos indefectiblemente al fascismo … pero del siglo I antes de Cristo. De hecho, durante la infancia de Ledesma todas las tierras del municipio eran concejiles y se sorteaban entre los vecinos por periodos de tiempo, lo que generaba la existencia de una propiedad comunal sobre la totalidad de la tierra[8]. Únicamente eran de propiedad privada las casas y concretos pequeños huertos adyacentes, lo que propiciaba que todas las economías de sus habitantes fueran muy parecidas: no había ricos, pero tampoco existían pobres. En concreto, este aprovechamiento comunal se atribuía por sorteo el día de todos los santos. Pues bien, sistemas comunales parecidos se extendían por las comarcas limítrofes de Aliste, Sanabria y la Cabrera leonesa, así por las provincias meridionales de Salamanca, Cáceres y Córdoba. Esa sería la razón por la que los manifiestos de La Conquista del Estado y las JONS prefieren hablar de municipios y comarcas -como entidades naturales de estructuración política- en vez de provincias, cuya planta jurisdiccional procede del liberalismo decimonónico. Tanto fue así que el punto 22 de la norma programática de la Falange de 1934, de clara inspiración ramirista, rezaba del siguiente tenor: será designio preferente del Estado Nacionalsindicalista la reconstrucción de los patrimonios comunales de los pueblos. La idea del municipio y de las comarcas, como ejes de la comunidad política, la defendía entonces el tradicionalismo ibérico (el carlismo y el integralismo). Y aquí no podemos olvidar que Ledesma conocía perfectamente el ideal integralista lusitano, cuando se permitía comentar en la prensa madrileña que el naciente nacional-sindicalismo portugués de Rolao Preto había tomado su ideario del credo integralista y su denominación, de las JONS españolas, por mucho ademán mussoliniano con que pretendieran adornarse[9]. De hecho, en octubre de 1931 se refiere en tonos muy elogiosos al integralismo lusitano[10], lo mismo que había hecho con la CNT.

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El planteamiento jonsista de una justicia social, implantada de forma revolucionaria, procede de lo que acabamos de exponer y de cómo el joven Ledesma contempla su alrededor[11]. Tanto es así que, en el verano de 1924, realiza una excursión al lago de Sanabria, con el propósito de contemplar sus bellezas paisajísticas y, de paso, comprobar la miseria en la que viven algunas de sus gentes, constatando las malísimas condiciones en que se desenvuelven las gentes que pueblan los piedemontes de la sierra de la Cabrera, por entonces uno de los lugares más inhóspitos y míseros de la Península: la conclusión del joven Ledesma es terminante: el cerebro se revuelve contra todo esto; no deplora, condena[12].

La búsqueda de una solución política nueva para nuestro país, independiente de cualquiera ideología del momento (fascismo, comunismo, liberalismo, etc.) es ratificado por el intelectual zamorano en su célebre Discurso a las Juventudes de España, quizás su obra política más relevante; pues ¿Fascismo en España? parece más bien un prontuario para consumo del público “fascistizado”, ya como admirador ya como enemigo del fenómeno fascista, siquiera sostenga al final que, tanto a Ledesma como a sus camaradas, les cuadraba mejor la camisa roja de Garibaldi que la negra de Mussolini… quien, meses antes, había estimado que la única posibilidad del fascismo en España tendría que venir de la mano del sindicalista Ángel Pestaña[13], futuro parlamentario del Frente Popular

Por lo tanto, pienso que Ledesma -como haría José Antonio Primo de Rivera- quiso aprovechar el tirón internacional de que gozaba el fascismo en la opinión pública europea, para conseguir seguidores y promotores que financiaran incluso su proyecto político, pero estableciendo límites entre el fascismo y el nacional-sindicalismo hispano.

Obviamente, tal distinción no quisieron entenderla sus adversarios. Y entre los enemigos de Ramiro Ledesma destaca por su relevancia el socialista Ángel Galarza Gago. Este abogado, oriundo de la provincia de Zamora, era todo un sátrapa, pues, persiguió a contrincantes políticos durante la etapa republicaba, empleándose con auténtica saña contra sus propios paisanos en el periodo de la guerra civil. De hecho, nombrado Director General de Seguridad, tras la proclamación de la República (pese a poseer antecedentes político-penales), ordenaría la detención de Ledesma, cuando este dirigía La Conquista del Estado, prohibiendo su publicación y motivando que fuese procesado por oponerse al Estatuto de Cataluña, siendo condenado a dos meses de prisión en 1933[14].

Así las cosas, en los meses previos al estallido de la guerra, sería Galarza quien se encargaría de acusar a los falangistas procesados en la jurisdicción zamorana, pasando a Portugal cuando se inicia el Movimiento con el propósito de matar al mismísimo general Sanjurjo… No en vano, había augurado la muerte violenta de Calvo Sotelo en plena sesión parlamentaria. Pues bien, instalado a las pocas semanas en el Madrid republicano, el mencionado socialista sería nombrado ministro de la Gobernación siendo, por tanto, uno de los responsables mayores de los fusilamientos de Paracuellos del Jarama y de las sacas carcelarias con destinos ficticios fuera de Madrid. En la Causa General consta que el susodicho, con el auxilio de parientes y colaboradores, lograría apoderarse de cajas repletas de joyas y objetos preciosos, llevándoselas consigo a Valencia en el otoño de 1936. En su huida, empero, dejaría un reguero de sangre de centenares de madrileños.

De hecho, es el responsable directo del encarcelamiento de los hermanos Calamita Ruy-Wamba, naturales de la provincia de Zamora, y del asesinato posterior de uno de ellos. También lo es de la muerte de Ramiro Ledesma Ramos, pues la orden de su “traslado” al penal de Chinchilla lleva la firma del Director General de Seguridad, dependiente de aquel. No en vano, la ficha de la Dirección General de Seguridad decía lo que sigue, sobre el líder jonsista:

Enemigo del Régimen desde su glorioso advenimiento. Dirigente fascista de cuantos actos de terror se han cometido en Madrid. Responsable de una Organización para fugarse de la prisión a determinada señal de los aviones facciosos. POR SU EXTREMA PELIGROSIDAD se aconseja su inmediato traslado a un Penal alejado de Madrid.

Y es que la policía socialista recomendaba, merced a un eufemismo, su pronta eliminación, teniendo en cuenta la conducta política del individuo, tras endosarle cargos indiciarios e imaginarios, con lo que quedaba justificada la muerte del individuo cara a los dirigentes republicanos. Por supuesto, el calificativo de fascista era suficiente para cometer el homicidio. Como lo es ahora para retirar el nombre de calles, lápidas y plazas que recuerdan su sacrificio y glorificar, de paso, al responsable de su asesinato. Y lo digo porque las filiaciones personales que utilizaron los jueces republicanos para enjuiciar la conducta política del desaparecido Ledesma, para nada eran tan despectivas.

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Sea como fuere, la noche en que fue asesinado Ledesma, también morirían con él una treintena de presos políticos entre los que se hallaban Maeztu y varios personajes dotados de ilustres apellidos (Borbón, Calderón de la Barca). Con todo, Manuel Muñoz, el director general de Seguridad, sería atrapado en Francia y extraditado, siendo sometido a Consejo de Guerra y pasado por las armas en 1942. En cambio, Galarza huyó al continente americano, donde incluso pudo vivir plácidamente, participando en las reuniones de las Corte republicanas en el exilio.

En cualquier caso, la ejecución de Ramiro Ledesma no terminó con la vida de un opositor político en activo, pues como este confesó ante el juez de instrucción que le tomó declaración[15], había abandonado las JONS, no militando en organización política ni sindical desde entonces; pero sí con la vida de un ilustre pensador español, como reconoció el filósofo Ortega y Gasset cuando tuvo conocimiento del crimen.

Con todo, la muerte de Ledesma aún conserva cierto grado de misterio. No así su detención, practicada a principios de agosto de 1936. De hecho, basta con repasar la vieja literatura y documentación disponible para saber que Ledesma acepta el movimiento de rebeldía que se preparaba frente al marxismo. Lo acredita Guillén Salaya, quien conversó con el zamorano dos o tres días antes de comenzar la sublevación militar; dándose ánimos mutuamente por el triunfo de lo que llamaban “revolución nacional”. Fracasa el alzamiento en Madrid y Ledesma entra a formar parte de los grupos insurreccionales que operaban en la sombra. Entonces, abandona la pensión donde se alojaba, instalándose provisionalmente en la casa de su hermano. Se mueve por la ciudad con documentos falsos y logra esquivar la persecución hasta que en una noche es detenidos en plena calle por una partida de policías y comunistas. Trasladado a un centro de detención, logra todavía burlar las preguntas inquisitivas de sus captores, mas resulta descubierto el titular del documento identificativo que usaba Ledesma; por lo que el zamorano confiesa quién es, alegando que ejerce la profesión de periodista. Casi al mismo tiempo, sería cesado como funcionario de Correos, por orden del Presidente de la República[16].

Y es que la interpretación de la obra de Ledesma Ramos genera en la actualidad un claro problema de hermenéutica, habida cuenta de que nos estamos refiriendo a una persona relativamente joven que, procediendo de una comarca remota, transitaría por los campos de la literatura, la filosofía y el pensamiento político con desenvoltura y brillantez. Rara avis, para los tiempos que corren. Por ende, bastantes contemporáneos no llegan a comprenderlo y si lo consiguieran, el sectarismo de la sociedad española pudiera distorsionar su juicio ponderado.

 

[1] Todos los labradores afirman rotundamente que Viriato fue sayagués, del pequeño pueblo de Torrefrades… (Arguedas, J. M. [1968], Las Comunidades de España y del Perú, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, p. 13). La “Casa de Viriato” era la escuela construida por el abuelo de Ledesma (Sánchez Diana, J. M. [1975], Ramiro Ledesma Ramos, Biografía Política, Editora Nacional, Madrid, p. 24).

[2] Cf. “Las migajas político-literarias del banquete en Pombo a Giménez Caballero; Ledesma y sus amigos no son fascistas”, Heraldo de Madrid (20.01.1930), p. 13.

[3] La Conquista del Estado (…) es el periódico de las juventudes hispanas frente a las viejas estructuras de la ancianidad burguesa. Cf. El Sol, (14.03.1931), Madrid, p. 2.

[4] “Franco en Portugal”, Ahora, (04.03.1931), Madrid, p. 10.

[5] Cf. ‘El señor Giménez Caballero ya no pertenece a «La Conquista del Estado»’, número 7, (25.04.1931), Madrid, p. 1.

[6] Cf. El Imparcial, (24.03.1933), Madrid, p. 8.

[7] El Heraldo de Zamora, (14.05.1924), p. 2.

[8] Costa, J. (1902): Derecho consuetudinario y Economía Popular de España. Tomo II, Manuel Soler, Barcelona, pp. 8 y ss.

[9] Cf. “Precisiones: el Nacional-Sindicalismo”, La Nación, (19.01.1933), Madrid, pp. 1 y 2. No obstante, Preto también señaló diferencias entre su movimiento político y el fascismo; véase: “Um pseudofascismo: o nacional-sindicalismo português”, en De Brito, A. J. (2006), Ensaios de Filosofia do Direito e Outros Estudos, Imprensa Nacional, Lisboa, pp. 207 y ss.

[10] Cf. “Conquistamos Portugal o Portugal nos conquista? La Conquista del Estado, núm. 20.

[11] Y allí se educó Ramiro Ledesma. En la periferia de las eras está su casa, la casa de sus padres, donde nació y creció. Quizá con los ojos puestos en los horizontes sin límites de estos campos semiyermos, creció su formación política. Revolución campesina del que vivió la ruindad y la miseria de unas tierras que se niegan, y revolución nacional del que suspiró y alentó en los campos anchos sin límites y sin horizontes de la meseta castellana. Cf. “La casa donde vivió Ramiro Ledesma Ramos será en breve un museo”, Correo de Mallorca, (20.05.1944), Palma de Mallorca, p. 4.

[12] Cf. “El lago Castañeda y sus alrededores”, La Esfera, (31.01.1925), Madrid, p. 28.

[13]  Cf. “Impresiones del día”, El Cantábrico, (10.12.1933), Santander, p. 2.

[14] En el verano de 1932, Ledesma también sería detenido unos veinte días, por su hipotética participación en la insurrección del general Sanjurjo. Y, un año más tarde, entraría de nuevo en prisión preventiva por mor de un fantasioso complot anarco-jonsista-fascista, siendo liberado pocas semanas después. La llegada de la derecha al poder no fue óbice para que el de Alfaraz fuera reprendido, imponiéndosele en junio de 1934 una fuerte multa de diez mil pesetas, por mor de la concentración falangista en Carabanchel, tildándola de fascista (Gaceta de la República, [12.08.1934], p. 1446).

[15]Archivo Histórico Nacional, FC-CAUSA_GENERAL,310, Exp.1.

[16] Gaceta de la República, (08.08.1936), pp. 1141 y 1142.

Autor

José Piñeiro Maceiras