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La sacralización de la política demanda la erradicación de una porción de la propia población: es el chivo expiatorio correspondiente. La servidumbre voluntaria, ese delirio colectivo de sumisión gregaria que depura al individuo en la masa, demanda un amo que a cambio de liberar al pueblo y a cada uno de sus miembros de la incesante condena a la libertad, exige sacrificios humanos. Para ello se hace necesario erradicar el pasado, sustituirlo y generar la creencia en un nuevo destino histórico esencialista; así, recordamos como se colocaba una escultura gigante de siete metros en homenaje a la «cultura africana», situada en la plaza “Rockefeller Center” de Nueva York. Tan solo unos meses atrás, sin tener que marcharnos de los Estados Unidos, las imágenes eran bien diferentes: el derribo de estatuas dedicadas a personajes históricos fundamentales de nuestra civilización, como Cristóbal Colón. Dicho ataque constituía no sólo una  mácula en la memoria de un personaje esencial para la Historia de la Humanidad, sino que lo constituía para toda la Hispanidad. Sin estar conectados de forma directa, ambos acontecimientos forman parte de un mismo odio anti-occidental en forma de alianza que busca reemplazar los valores tradicionales de Occidente por versiones edulcoradas y manipuladas al gusto de los nuevos tiempos de otras culturas. Lo mismo ocurre en España donde la izquierda iconoclasta, alineada en su odio estético con los lacayos del ISIS, pretende derribar la Cruz de El Valle de los Caídos e incluso el Monasterio de El Escorial ––como proponía hace pocos días un individuo en las páginas de Lo País–, después de haber profanado la tumba de Franco, primero, y de José Antonio, después. Reza el himno de La Internacional: “Del pasado hay que hacer añicos”. Los siervos solo quieren contentar a su amo.

A pesar de tener unos orígenes totalmente racistas, los proyectos de Ingeniería Social pasaron a apoyar al postcolonialismo sin apenas inmutarse. Comprendieron que uno de los mayores problemas para continuar el legado de Hitler era mantener la obsesión por la raza y decidieron erradicar esa parte del programa. Para ello contaron con una batería de intelectuales bien adiestrados, financiados y colocados en cátedras universitarias siguiendo el consejo de Nikolái Bujarin: “Vamos a manufacturar a los intelectuales como productos fabricados en cadena en las fábricas”. Con el libro Los condenados de la Tierra del psiquiatra Frantz Fanon como libro fundante, la crítica histórica y metafísica del pasado es fundamental en estas teorías culturales. A través de una deconstrucción del llamado “discurso tradicional”, se hacía una descomposición del discurso histórico y filosófico de Occidente: se le acusaba siempre de estar constituido por hombres blancos, heterosexuales, cristianos, de clase media-alta. Una historia escrita, en definitiva y como ya dijera Walter Benjamin, por los vencedores; una filosofía “no inclusiva” con las perspectivas femeninas o de otras etnias. El llamado “sujeto subalterno” (según Spivak), ya fuera colonizado, ya fuera mujer, no tenía voz dentro de esos discursos y por eso es necesario, decían, generar un discurso alternativo basándose en el materialismo dialéctico marxiano. Porque, como escribió Karl Marx —en referencia a los obreros del lumpen-proletariado pero aplicado posteriormente a los llamados subalternos en sus distintas variantes—: “No pueden representarse, tienen que ser representados”.

El postcolonialismo nació en las universidades norteamericanas más prestigiosas: con su financiación, con su prestigio, con sus medios y con su potente voz de transmisión, brotó y se difundió. Como el marxismo “de clase” o “de género”, practica un maniqueísmo moral que divide el mundo entre dominados y dominantes. Otros teóricos del postcolonialismo son Aimé Césaire, Achille Mbembe, u Homi Bhabha, que consideran la rabia como elemento constitutivo primigenio del hombre y hablan de un “superhombre negro” superior al “hombre blanco” que debe practicar la violencia sin paliativos para “emanciparse” de su colonizador. Este movimiento tiene como referentes a terroristas como el Ché Guevara o a líderes políticos con pasado terrorista como lo fue Nelson Mandela. Ángela Davis unió la reivindicación de la “negritud” con la emancipación de la mujer; su compañero del grupo terrorista “Panteras Negras” Malcolm X supuso un pionero en la apertura de dicho movimiento al islam, vía por la que seguiría más adelante Alí Shariatí, que derivó el postcolonialismo dentro del integrismo musulmán. Por otro lado, el “altermundismo” también se da la mano con la “teología de la liberación” en Hispanoamérica, fomentando el rechazo de los fundamentos de la cultura occidental con autores como Leonardo Boff, cuyas máximas hacen pensar en un retorno al jardín de infancia y en una ausencia lacerante de rigor intelectual: “la historia podría ser un carro alegre, lleno de un pueblo contento”. Son movimientos deudores, en lo político, del peronismo y que apoyan a gobiernos populistas de totalitarismo “líquido” (y no tanto) como el de Hugo Chávez en Venezuela. Estas figuras de «redentores» en la línea peronista han sido bien estudiadas por Juan José Sebreli en Argentina o Enrique Krauze en México. El fenómeno de Podemos con personajes de la calaña de Iglesias o de la catadura moral de Monedero no es más que la importación de este modelo castrista-chavista a España.

Por su parte, el “Foro de Sao Paulo”, versión pobrista del “Foro de Davos” y celebrado de 1989 en adelante, supone una escisión de la Unión Soviética después de su hundimiento que ha hallado su lugar dentro de la política altermundista. Su versión terrorista ha sido con grupos armados como las FARC en Colombia, íntimamente ligada al narcotráfico, dando lugar a un fenómeno cada vez más fuerte: el “narcoterrorismo” o incluso el “narcocapitalismo de Estado”. La unión del altermundismo con el islam se da en ídolos de la autodenominada “negritud”, como lo fue Malcolm X, pero también en el paso, tras la caída del Muro de Berlín, de intelectuales comunistas al islam como ejemplifica el caso del escritor francés Roger Garaudy o del político egipcio Adil Husayn. El flujo económico Irán-Venezuela es innegable y ha estado protagonizado, en algunos casos, por figuras notables del panorama político reciente español. Ya lo dijo Hanafi Muzaffar: “El pueblo musulmán se unirá al comunismo”. Y viceversa porque, como se ha encargado de explicar con pulcritud intelectual Gustavo de Arístegui, ambas ideologías se valen del victimismo para imponer su revanchismo: “Si dejamos a un lado la teología observaremos, sin dificultad que los dos movimientos pretenden lo mismo: una sociedad dogmática en la que sólo se tolere su visión de la realidad y ninguna otra”. En Contra Occidente, Gustavo de Arístegui analizó con penetrante lucidez las bases del postcolonialismo: “La desconfianza ante los anteriores colonizadores así como la evidente diferencia de peso económico y poderío militar sirvieron de base para que algunos hablaran de independencia aparente, neocolonialismo y ambiciones neoimperialistas de las potencias económicas más importantes del mundo. Sobre esta base se construye la teoría del antiimperialismo, el odio a la antigua potencia colonizadora, la sospecha hacia otros Estados poderosos y ricos, que culmina en la cúspide de esta pirámide de fobias en la desconfianza, temor y odio a los Estados Unidos de América”. Añadiendo: “El populismo y la alianza en su conjunto precisan del yanqui agresivo y expansionista, de su supuesto imperialismo, para montar el blindaje interno de sus regímenes o para instaurarlos. El imperialismo yanqui y el neocolonialismo europeo, sea financiero o tecnológico, es otro de los grandes combustibles, de las grandes excusas que emplea con pertinaz eficacia la alianza para enfervorizar a sus bases y aglutinar a sus adeptos en contra del enemigo exterior”.

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Por su parte, Horacio Vázquez Rial en su extraordinario libro La izquierda reaccionaria desmontó el “multiculturalismo” minuciosamente, afirmando finalmente: “El multiculturalismo es, así, racismo marginalziador, políticamente correcto en sus enunciados y, en consecuencia, profundamente reaccionario en su práctica”. Una tiranía atroz de lo mismo que se quiere vestir de diversa y plural. La hipocresía del postcolonialismo se demuestra cuando magnifica ciertos acontecimientos históricos del pasado pero empequeñece otros del presente por resultar “políticamente incorrectos”. Como escribe Hermann Tertsch en Días de ira: «La estrategia es hábil y ya probada. Combina el mensaje tradicional comunista con los nuevos movimientos contra la globalización, contra el calentamiento, contra el libre comercio, del feminismo, del ecologismo, del animalismo, del indigenismo y altermundismo, del islamismo y el antisemitismo. Y por supuesto del terrorismo«. Así ocurre con los robos, amenazas y asesinatos de granjeros blancos en Sudáfrica, país marcado por el racismo desde hace décadas con el terrible apartheid que, ahora, parece ocurrir a la inversa, en una escala mucho menor pero igualmente cruenta. Algunos de estos granjeros son encontrados violados, estrangulados con su propia ropa, mutilados, torturados y ejecutados sin piedad.

En otras latitudes del continente africano son asesinados una media de 13 cristianos diarios desde hace varios años. Por no mencionar las matanzas puntuales, masacres de hasta 400 muertos, en países como Nigeria. Estos asesinatos son ejemplos de “racismo antiblanco” en gran medida provocados por grupos yihadistas, sin embargo los medios de comunicación occidentales, que son los enemigos internos de Occidente, siguen hablando de “islamofobia” y no de “cristianofobia” a pesar de que muchos asesinados sean religiosos. De la misma forma, los medios de manipulación y los neo-inquisidores ponen su foco en cada protesta del movimiento “Las vidas negras importan” (Black Lives Matter) pero no hablan de las decenas de miles de templos cristianos que China ha destruido en los últimos años o de la persecución que sufren los cristianos en países como Pakistán, Turquía, Níger, Irán o Camerún, entre otros. Conviene terminar unas palabras de David Rockefeller a este respecto: “Se nos ha acusado a mi familia y a mí de actuar en contra de los intereses nacionales de EEUU y defender por el contrario un gobierno que derive de una cábala secreta de financieros y de intelectuales y que vaya hacia un Nuevo Mundo, hacia un Nuevo Orden Mundial. Si esa es la acusación, me declaro culpable y estoy orgulloso de ello”. Ninguna civilización ha alcanzado jamás el patrimonio histórico y cultural de Occidente. Tampoco ninguna civilización se ha practicado el seppukku con esa intensidad antes. La lobotomía practicada a la población impide entender el proceso pero no percibir el dolor. Por eso acudimos a narcóticos de todo tipo: mediáticos, farmacológicos, políticos, fanáticos, hedonistas, ascéticos o consumistas. Porque estamos todos enfermos, igual que nuestro tiempo posteuropeo. ¿La enfermedad, los enemigos a batir, los bárbaros a expulsar? Que nadie se engañe: somos nosotros.

Autor

Guillermo Mas Arellano