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El Asedio del Alcázar de Toledo fue una batalla altamente simbólica que ocurrió en los comienzos de la Guerra Civil Española. En ella se enfrentaron las milicias frentepopulistas contra las fuerzas de la guarnición de Toledo, reforzadas por la Guardia Civil de la provincia y un centenar de civiles nacionales, acompañados de sus familias, que estaban refugiados en el Alcázar de Toledo, entonces Academia de Infantería, Caballería e Intendencia. Los milicianos empezaron el asedio sobre el fortín de los nacionales el 21 de julio de 1936 y no lo levantarían hasta el 27 de septiembre, tras la llegada del Ejército de África al mando del general José Enrique Varela, haciendo Franco su entrada en la ciudad al día siguiente.

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    Durante los dos días siguiente al Alzamiento Nacional, el 19 y el 20 de julio de 1936, el Ministerio de Guerra del Gobierno republicano hizo varios intentos para obtener munición en la Fábrica de Armas de Toledo; pero, ante cada requerimiento el coronel José Moscardó Ituarte, director de la Escuela Militar de Gimnasia y oficial más caracterizado de la plaza, rehusó la entrega. Finalmente, el martes 21 de julio proclamó el estado de guerra controlando rápidamente la ciudad. Al día siguiente una columna gubernamental procedente de Madrid al mando del general Riquelme llegó a Toledo y obligó a los sublevados, Moscardó y a 690 guardias civiles, nueve cadetes, 110 civiles, 670 mujeres y 50 niños a encerrarse en el edificio del Alcázar de Toledo, sede de la Academia de Infantería. Allí sufrieron el último gran asedio de la historia bélica.

    Y esta situación el Gobierno envió las primeras columnas con el propósito de tomar la plaza de forma inmediata. Camiones y coches particulares, atestados de milicianos madrileños, salieron al alba rumbo a Toledo con entusiasmo desigual; unos desconocedores de los rigores de la guerra y llenos de fervor revolucionario, otros conscientes de no poder regresar. A la caída de la tarde y después de efectuar algunos disparos al alcázar volvían a descansar hasta el día siguiente para repetir la jornada guerrera. Se dieron casos de combatientes que venían por la mañana desde Madrid, disparaban cuatro tiros, se fotografiaban, y volvían por la noche para contar sus hazañas en los bares de la Gran Vía. A ese fenómeno se le llamo popularmente turismo revolucionario.

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    Tras estos sucesos, el 22 de julio las puertas del Alcázar se cerraron definitivamente, y ese mismo día al entra el último camión cargado con armas y municiones, una bomba republicana le alcanzó de lleno haciéndole estallar los 300.000 cartuchos que transportaba.

   La escasez de municiones fueron una más de las penurias que tuvieron que soportar los sitiados.

   Poco después, comenzaron los hostigamientos artilleros sobre el edificio. Cargas de artillería, día sí y día también, para acabar con la obstinada resistencia dentro de los muros del Alcázar, que no puede durar mucho tiempo.

    El primer combate se produjo ante las miradas de cientos de periodistas y reporteros gráficos. El asedio es total. Los milicianos atacan el edificio desde las calles adyacentes y tejados colindantes al edificio, azoteas, terrazas; pero la defensa es tenaz, de tal forma que el primer ataque fracasó totalmente, haciéndose evidente que la caída del Alcázar no sería lo rápida y sencilla, como se había previsto.

     Sobre esta mezcla de inmundicia roja y valor nacional, se alzaba como una cumbre luminosa la silueta del Alcázar de Toledo, donde Moscardó y los suyos resistían el acoso de miles y miles de milicianos (más de 50.000), que apelaban a todos los medios, lícitos e ilícitos, para rendir la posición.

    Para el Gobierno, en estos momentos la defensa del Alcázar, suponía una afrenta, que no podía silenciar, porque la ciudad de Toledo era considerada la cuna de España, por haber sido una de las residencias de los soberanos visigodos y sede de los concilios del reino. En ella, el alcázar, castillo de la época musulmana, tenía un especial valor simbólico, amén de que había sido la residencia temporal de la monarquía castellana después de la reconquista de Toledo, por lo que su posesión se convirtió en un elemento clave para la propaganda, y como se encontraba a tan solo 80 kilómetros de la capital, donde se encuentran los representantes del cuerpo diplomático y la mayor concentración de periodistas extranjeros, y lo que estaba ocurriendo en Toledo sería lanzado, con toda seguridad, al mundo entero. 

    Consiguientemente, la radio y la prensa roja tomaban el Alcázar con mucha más frecuencia que su ejército; pero los sitiados, acaso por su estado de incomunicación no se enteraban de las noticias. Sin embargo, lo prensa sensacionalista gubernamental era infatigable, pero los defensores del Alcázar también.

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    Quizás, más cerca de la verdad los que estaban más lejos. Que el alcázar resista es una notica que asombra a todo el mundo. 

    En aquellos días, concretamente el 23 de julio, Moscardó escribió en su diario de operaciones: “A las 10 horas, me llamó el comandante militar, comunicándome que tenía en su poder a uno de mis hijos, y que mandaría fusilar si antes de 10 minutos no nos rendíamos. Y para que viese que era verdad, puso a mi hijo al aparato y, con gran tranquilidad, me dijo: “Papa, no ocurre nada”. Cambiando conmigo frases de despedida con patriotismo y fervor religioso. Al ponerse de nuevo con el jefe de las milicias, le dije que podía ahorrarse los diez minutos de plazo que me había dado para el fusilamiento de su hijo, ya que de ninguna manera rendiría el Alcázar”.

     A mediados del mes de agosto los sitiadores estrecharon el cerco con alambre de espino, sacos terreros y reflectores que iluminaban el Alcázar para impedir las incursiones de los sitiados.

    Mientras en Madrid se recrudeció la persecución del enemigo interior. En las checas o cárceles políticas las represiones se agravaron, como en la del “Marqués de Riscal”, o las tristemente famosas de las “Brigadas del Amanecer”, que dirigió Agapito García Atadell, provocaron el terror en la población ciudadana, incluso en los adictos a la República.

    Algo insólito y que cuya notica embargó el alma española, fue el asesinato, el día 16 de agosto, del General Eduardo López Ochoa, el hombre que mando las tropas que sofocaron la rebelión asturiana contra la República en 1934; quien, estando ingresado en el hospital militar de Carabanchel, un grupo de milicianos con intención de vengar los sucesos de Asturias, le sacaron del hospital, lo fusilan, lo decapitan y seguidamente pasearon su cabeza clavada en una pica por las calles de Madrid.

     El 20 de agosto el comandante Víctor Martínez Simancas fundó la hoja periodística de “El Alcázar”, elaborada por los asediados como hoja informativa diaria en la que recogían los hechos acaecidos, aderezados de diversos comentarios para ayudar a mantener la moral y el espíritu de combate de los encerrados tras los muros de la fortaleza y que posteriormente se convertirá en el diario de tirada nacional El Alcázar.

    Ente tanto, en Toledo los rojos parapetados en improvisados parapetos de sacos de arena, colchones, sillas y mesas disparaban a la fortaleza; fuego aéreo, artillero, fusileros e incendios con latas de gasolina y granadas, eran permanentes para abrir algún breza en los gruesos muros del edificio. 

     Los sitiados respondían enérgicamente, pero racionando las escasas municiones, un elemento muy valioso por su escasez a esas alturas del asedio. 

      La ciudad tenía un aspecto fantasmal, pues sus habitantes estaban refugiados en sus casas, cuando los aviones rojos comenzaron a bombardear el Alcázar y los edificios cercanos a la fortaleza, y la población civil sufrieron por primera vez los desastres de la guerra en retaguardia. 

         Era el 22 de agosto y tras intenso bombardeo sobre el Alcázar, cuyas torres se desmoronaban, no hicieron quebrar el valor de sus defensores, quienes, defendiendo unas ruinas, mantenían el coraje de   no rendirse, en tanto que un avión nacional burlando la vigilancia, dejó caer en el patio del Alcázar un gran paquete con víveres, un código de señales para poder comunicarse con la aviación propia y dos mensajes del general Franco, jefe del Ejército de África que avanzaba desde Extremadura en dirección a Madrid:

 

    ¡Un abrazo de este Ejército a los bravos defensores del Alcázar!

    Nos acercamos a vosotros vamos a socorreros, mientras resistir, para ello os llevaremos pequeños auxilios.

    Vencidas todas las dificultades avanzan nuestras columnas destruyendo resistencias.

    ¡Viva España! ¡Vivan los bravos defensores del Alcázar!

 

    A los bravos defensores del Alcázar

    Nos enteramos de vuestra heroica resistencia y os llevamos un adelanto del auxilio que os vamos a prestar.

    Pronto llegaremos a esa, mientras resistir a toda costa que os iremos llevando los pequeños socorros que podamos.

    ¡Viva España!

 

    Ante tal situación de resistencia heroica, el Gobierno de la República se planteó intentar que Moscardó, si no accedía a rendirse, al menos permitiera que salieran las mujeres y los niños, que Vivian en los sótanos de la fortaleza, antes del asalto final. Para ello envió al Alcázar a tres emisarios a parlamentar con Moscardó; primeramente, el 9 de septiembre al comandante Vicente Rojo, pero, tras negarse, lo único que consiguió fue que Moscardó le pidiese a Rojo un sacerdote para bautizar a dos niños recién nacidos durante el asedio y también para que les oficiase diariamente la santa misa. El segundo intento se produjo el día 11 de septiembre. Esta vez fue el canónigo Vázquez Camarasa quien recibió la misma negativa del coronel Moscardó. El tercero fue el del embajador chileno en España, Aurelio Núñez Morgado, quien el 13 de septiembre volvió a intentarlo con el mismo resultado al tiempo que le aseguraban que le prestarían atención si la petición se cursaba a través del Gobierno Nacional de Burgos. En tanto que en el exterior se intensificaron los ataques de artillería contra el edificio.

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     Fracasados los tres intentos se resolvió el dilema que había preparado desde hacía semanas a las fuerzas rojas. Querían volar la fortaleza si no había otro medio para tomarla; y así los mineros, traídos desde Asturias, comenzaron a perforar los cimientos del Alcázar para colocar unas minas; y el 6 de septiembre se confirmó que el equipo de perforación había llegado. La suerte está echada, en pocas horas el Alcázar será tomado por la milicia roja, al menos eso pensaban los asaltantes, que expectantes junto a Largo Caballero y otras autoridades del Frente Popular, que se había desplazado hasta allí como puros espectadores. Una vez acabada la tarea de colocar tres minas bajo el Alcázar, los 50.000 hombres que aguardaban en la Plaza de Zocodover para, una vez, estallasen las minas iniciar el asalto para apoderarse del Alcázar, escucharon el estruendo que el 18 de septiembre produjo la detonación de las minas y las piedras saltaron por los aires y los muros de la fortaleza se derrumbaron y el humo negro lo tapó todo, y exultantes fueron saliendo la milicia roja de sus parapetos para iniciar el asalto final. Los primeros en hacerlo fueron los Guardias de Asalto con el comandante German Madroñero por la apertura de la esquina nordeste; por la sureste lo intentaron los hombres del comandante Torrecillas. La potencia e intensidad del asalto sobre el Alcázar lo dejaron prácticamente derruido y en medio de una nube de polvo se inició el asalto final. Pese a la potencia de las minas quedo destruida completamente la torre sudoeste del edificio, matando a dos defensores que se encontraban en ella.

    Aproximadamente diez minutos después de la explosión, los milicianos lanzaron cuatro ataques contra el Alcázar y a pesar de su imprevisto fracaso, los rojos prosiguieron con bombardeos de artillería durante la noche y durante todo el día siguiente, lanzando un nuevo asalto por la mañana del día 23 a las 5 de la mañana; esta vez conducida la carga por un tanque, pero tres cuartos de hora después de que las milicias rojas hubiesen atacado las brechas, el ataque quedó paralizado ante los escombros de la torre sudoeste fueron un obstáculo para los atacantes, pues sirvieron como parapeto para que los sitiados se escondieran entre las ruinas e hicieran fuego desde ellas.

   El panorama turbio comenzó a cambiar cuando las columnas el teniente coronel Yagüe avanzando desde Talavera de la Reina hacía Madrid tomaron Maqueda, que, en lugar de continuar el avance hacia la Capital, por orden de Franco, se desviaran hacia Toledo para liberar el Alcázar del cerco de dos meses al que llevaban sitiados sus defensores, 1.100 combatientes, 520 mujeres y 50 niños, y que se habían convertido en símbolo de heroísmo nacional. Decisión que no gusto a Yagüe por la que enfado protestó, fue sustituido por el general Varela, que acababa de tomar la localidad malagueña de Ronda el 18 de septiembre, puso en marcha las columnas, llegando a Toledo el 26 de septiembre y al día siguiente habiendo alcanzado el centro de la ciudad, ante la resistencia de las milicias rojas, que quedaron tras su huida a Aranjuez,  las tropas Nacionales dominaron por completo la ciudad de Toledo y enlazaran con los sitiados del Alcázar el 27 de septiembre de 1936, terminando así el asedio. Y el general Varela escucho el inolvidable saludo del coronel Moscardó: ¡Sin novedad en el Alcázar, mi general!

    Cuando se escriba en la historia, habrá que dedicar muchos folios al Alcázar de Toledo, santuario del heroísmo militante, bajo cuyos gloriosos escombros, en sus subterráneos húmedos, en el esqueleto de sus torres, sin más comunicación con el mundo que una radio y un himno que les habla del amanecer y de la primavera, resistieron los héroes del Alcázar diez semanas el encarnizado asedio, prefiriendo morir sepultados en sus ruinas antes de rendirse. Fue el episodio cumbre no superado en el curso de la Cruzada, y la gesta del Alcázar ocupará siempre una página destacada en la historia del heroísmo d la humanidad.

Autor

REDACCIÓN