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Los murales propagandísticos han teñido el terror que se vivió en tierras mejicanas durante la etapa revolucionaria iniciada en 1910. La institucionalización de la revolución por el estado de México, junto con el dominio absoluto del Partido Revolucionario Institucional durante décadas, ha establecido un relato distorsionado de aquel periodo revolucionario, como si fuera una etapa idílica y romántica. Ello resulta comprensible, pues ha ocurrido algo parecido con los procesos revolucionarios de Francia (1789) o Rusia (1917), pero ello no obsta para que comentemos las brutalidades de aquel período mejicano, cuando algunos políticos del país, caso del actual presidente López Obrador, son fruto de dicha cultura institucionalizada.

Planteamiento general

En 1915, la prensa norteamericana consideraba la Revolución mexicana como “una de las más horripilantes guerras civiles de cuantas registra la Historia del mundo”*. Y la verdad que no le faltaba razón, tal como venían desarrollándose los acontecimientos represivos en la nación mejicana con ocasión de la guerra a muerte entablada entre las diversas facciones que peleaban entre sí desde el pronunciamiento revolucionario de 1910. Fue, ante todo, una feroz guerra civil, muy brutal, sin apenas medidas protectoras para con los prisioneros y la población no combatiente. De hecho, el antiguo Presidente de Méjico, el anciano general Porfirio Díaz, que fuera depuesto por los revolucionarios, diría en su llegada al exilio en 1911 que “en esta lucha fratricida no quiero tomar parte”. Lamentablemente, en la mejicana de 1910, no se respetó ni siquiera la vida ni las propiedades de los extranjeros; al menos de españoles, estadounidenses y británicos.

Las luchas intestinas terminaron a principios de los años veinte, pero el proceso revolucionario, propiamente dicho, iba a perdurar más tiempo. Y me explico, la Constitución revolucionaria de 1917, dictada en plena pelea fratricida, proclamaba una normativa laicista y socializante, que el presidente Plutarco Elías Calles, como garante de la revolución –no en vano, creó el partido revolucionario mejicano como partido único- intentaría desarrollar en 1926 mediante una ley de persecución del culto religioso, lo que provocó el levantamiento de miles de católicos, generándose una nueva guerra civil –la guerra cristera o Cristiada– que duraría hasta 1929 y que generaría igualmente grandes sangrías; y cuyo armisticio no impidió que prosiguiesen las campañas antirreligiosas, sirviéndose de órganos institucionales, como ocurrió en el distrito de Tabasco, con lo que se produjeron nuevos focos levantiscos en diferentes lugares del país, que no se apagarían hasta finales de la década de 1930.

El conflicto bélico de 1910-1920 produjo que la población mejicana se redujera en un millón de habitantes; pero la Cristiada, provocó también decenas de miles de muertes, aumentando por tanto la mortandad del periodo revolucionario. Seguramente, un porcentaje bastante amplio, aunque cuantitativamente desconocido, de todos estos decesos fue consecuencia directa de actuaciones represivas realizadas en el proceso histórico que nos ocupa.

La persecución de españoles

En Méjico, a principios del siglo pasado, los emigrantes españoles se dedicaban principalmente al comercio, siendo muy apreciados por los hacendados locales para colocarlos al frente de la administración de sus negocios y establecimientos mercantiles. Por dicha razón, pero también por su raza y por el hecho de simpatizar una parte de ellos con el gobierno de Porfirio Díaz -por quien corría sangre española- fueron objeto de inquina y perseguimiento por parte de los revolucionarios, llegando al extremo de que algunos de sus dirigentes insinuaban el exterminio de nuestros compatriotas, lo que no dejaba de ser un atentado contra el derecho de gentes, dada la fisonomía peculiar de las relaciones internacionales.

Pues bien, los atropellos contra los españoles empezaron pronto. Hasta el extremo que la cuestión llegó a debatirse en las Cortes en la sesión de 20 de mayo de 1911, tomando la palabra el Ministro de Estado, el leonés García Prieto, a propuesta del diputado Soriano. La insurrección en el estado de Chihuahua contra Porfirio Díaz implicó que algunos de nuestros compatriotas fueran obligados a alistarse en las filas de los partidarios del rebelde Madero, requisándoles bienes o dándoles, como única contraprestación, un recibo por las requisas efectuadas. No obstante, cuando la rebeldía contra el anciano Presidente Díaz se generalizó por el territorio mexicano, los atropellos menudearon y los españoles fueron víctimas de mayores atentados.

Así, en la tarde del diecisiete de abril de dicho año, en la localidad de Atencingo, perteneciente al estado de Puebla, una partida de 30 forajidos maderistas hiere y asesina a unos jóvenes españoles, causándonos cinco muertes y un herido grave. Los hechos ocurrieron del modo siguiente: estando estos mozos trabajando pacíficamente en una hacienda como dependientes fueron detenidos por los revolucionarios que les obligaron a seguirles, andando durante un espacio de tres horas. Al llegar a un punto determinado, les indicaron que corrieran todos juntos con intención de matarlos en su huida, negándose los españoles, por lo que fueron asesinados uno a uno, salvándose milagrosamente un muchacho bilbaíno llamado Antonio Escondullos a quien los revolucionarios maderistas dieron por muerto tras tirotearle**.

El múltiple asesinato produjo la reacción inmediata del embajador español, ofreciendo el Gobierno mejicano todo tipo de excusas y actuando enérgicamente. De hecho, los cabecillas de dicha partida de revolucionarios pudieron ser atrapados pocos días más tarde; y, tras ser sometidos a un juicio sumario, fueron pasados por las armas.

Lamentablemente, las derrotas del general Porfirio Díaz y su salida del país en mayo de 1911, perjudicó sobremanera la integridad y patrimonio de los españoles radicados en Méjico, hasta el punto de comentarse en la prensa norteamericana el feroz acosamiento soportado por nuestros compatriotas. De hecho, el catorce de mayo de 1914, el periódico cubano Diario de la Marina titulaba uno de sus artículos de su página segunda con la siguiente leyenda: “El calvario de los españoles”, mencionando que los partidarios de Carranza en Tampico habían recibido una orden por la que todo español sería fusilado si no entregaba una suma de mil pesos… rogando el rotativo que la presidencia de EE.UU. interviniera ante los contendientes para evitar tales barbaridades:

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Si Estados Unidos consienten que se lleve a cabo semejante salvajada, echarán un borrón sobre su política exterior y acabarán de quitarse la máscara con que han aprendido a engañar al mundo entero (…) No, no es posible que Estados Unidos consientan tan brutal atropello e interpondrán toda la autoridad que sobre los rebeldes ejercen para evitar que en Méjico continúen impunemente los asesinatos de españoles

No obstante, poco pudo conseguirse y casi un año después llegaba a la ciudad de Castellón el catedrático de la Universidad de Puebla, el canónigo Vicente Nadal, que había sido condenado a morir por Carranza junto con otros compañeros docentes, salvándose del paredón merced a depositar la cantidad de dinero referido, huyendo de inmediato del país, merced al auxilio consular. El profesor revelaría que los españoles eran perseguidos sin tregua, no abonándoseles ninguna indemnización, como habían prometido las autoridades mejicanas y como de hecho se hacía con otros extranjeros perjudicados, refiriendo textualmente que nuestros compatriotas vivían en el más completo desamparo y sujetos a incontables atropellos, detenciones injustas, tratos crueles y lo que era más triste á ser fusilados sin causa justificada***. Refería este canónigo que ese odio contra los españoles venía de lejos, como consecuencia de la falsificación inicua de hechos históricos, habiéndose prohibido por la autoridad militar de Puebla que los españoles pudieran trabajar en los establecimientos administrativos del Estado. Todas estas iniquidades, que nos recuerdan el aislamiento coercitivo padecido por la población judía en la Alemania de los  años treinta, pasaron bastante desapercibidas en el continente europeo como consecuencia del estallido de la Gran Guerra (1914-1918). No obstante, produjeron más de 200 asesinatos y, entre otros, los siguientes desafueros y arbitrariedades contra intereses españoles: saqueos de tiendas y establecimientos mercantiles; destrucción de fábricas en funcionamiento; confiscación de bienes muebles (caballerías, coches, etc.); ocupación de fincas rústicas y urbanas; imposición forzada de préstamos; expulsión del país de los españoles previa denuncia particular; castigos infamantes en ciudad de México; persecución de los comerciantes en Tampico (1920), ataques contra la sede de la embajada (1922), etc.

La prensa nacional y extranjera mencionaría otras barbaridades más, como el degollamiento de varios españoles en el estado de Tamaulipas o el asesinato de varios compatriotas por el jefe revoltoso Máximo Castillo (acusado de sabotajes ferroviarios sangrientos), de difícil comprobación. No obstante, cuando en 1927 las relaciones entre España y su pretérita colonia comenzaron a normalizarse, la comisión reparadora recibió más de mil doscientas reclamaciones, exigiéndose un montante de 600 millones de pesetas por los daños económicos y morales infligidos a la nación española.

 

Las agresiones de Pancho Villa

Cuando los hombres de Villa tomaron en 1913 la plaza de Torreón (estado de Coahulia), entraron dando vivas a Villa y mueras a los españoles… Saquearon la mayoría de comercios –muchos de titularidad española y con cuantiosas mercaderías en su interior- y exigieron cuantiosos préstamos a los comerciantes so pena de fusilamiento. Consiguieron así reunir una suma considerable de tres millones de pesos, lo que no fue óbice para fusilar decenas de personas, tras sacarlas de sus casas, entre ellas algunos de nacionalidad española****.

Recién nombrado gobernador de Chihuahua en noviembre de 1913, Doroteo Arango decretó la expulsión de todos los españoles y la confiscación de sus propiedades que eran valoradas en cuatro millones de pesos de la época, advirtiendo que mataría a todos los nacionales de España que encontrara a partir de entonces, fusilando así el 12 de diciembre a los hermanos González, propietarios españoles de un establecimiento de comisiones que se negaron a salir de la ciudad. Gran parte de lo cuatrocientos compatriotas que pudieron llegar a la ciudad norteamericana de El Paso, huyendo de las amenazas de Villa, llegaron carentes completamente de recursos. De hecho, los españoles pidieron ayuda al consulado inglés, cuyo vicecónsul se entrevistó con Villa, asegurándole a los británicos que respetaría las propiedades de los extranjeros, exceptuando las de los españoles… Mientras tanto, España envió un crucero de su escuadra a las costas mejicanas en labores de protección de sus compatriotas.

La prensa de La Habana en 1914 también indicaría que en Ciudad Juárez Pancho Villa, había autorizado que se saquearan los establecimientos comerciales de los españoles, aunque de forma disciplinada…

Todas estas vejaciones, absolutamente contrarias al derecho internacional, pretendían fundamentarse en un hipotético apoyo de la colonia española al gobierno constituido del general Huerta, frente a los “constitucionalistas” de Carranza y Villa, pero en el fondo latía un odio irracional contra lo español y su grandeza, que se había inoculado en el cerebro del mejicano desde tiempo atrás. De hecho, los representantes del general Carranza reconocieron a los diplomáticos españoles que Villa era un salvaje, pero necesitan su poder para poder triunfar militarmente y que sus soldados habían sido reclutados en la capas sociales más bajas, de donde no podía esperarse conductas humanitarias.

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Después de lo de Chihuahua fueron expulsados más españoles. En abril de 1914, le tocó el turno a la citada localidad de Torreón, ubicada al noroeste del país, ordenando Villa que fueran deportados a la ciudad tejana de El Paso cientos de españoles, perdiendo familia, hogares y negocios. Pese a las protestas de los diplomáticos españoles, estadounidenses y británicos, tanto Villa como su jefe, el general Carranza, se mostraron impasibles ante las súplicas humanitarias. Fue necesario crear, en La Habana un comité de auxilio por las casas regionales españolas a fin de socorrer a los deportados. No en vano, el representante de España en Washington estimaba que se habían exiliado 800 españoles, oriundos de Torreón; que se había saqueado a la colonia española más de veinte millones de pesos y que habían sido ejecutados aproximadamente once compatriotas.

La singladura sangrienta de los jefes revolucionarios

En puridad, la responsabilidad de todas estas calamidades hay que endosársela a los dirigentes revolucionarios mejicanos, desde Madero hasta Obregón. Con todo, los hubo extremadamente fanáticos contra España, como fue el ejemplo de Emiliano Zapata, un bandido sureño elevado a la categoría de jefe revolucionario, que arruinó prácticamente a todos los españoles que quedaron bajo su dominio tiránico; pero también alguno fue benevolente, como el caso del general Huerta, que trató de evitar los atropellos y vejaciones. Otros, en cambio, fueron bastantes responsables de las enormidades perpetradas (Venustiano Carranza, verbigracia), al tolerar que bandoleros mandasen unidades militares, cometiendo a su paso todo tipo de villanías. Carranza no era ningún indígena, ni por corpulencia ni por orígenes (poseía apellidos galaicos), como para creerse esas fantasías sobre la opresión del indio por parte de la España colonial. Por ello, la mejor descripción del horror de esa etapa quizás haya sido un artículo publicado por la prensa cubana en la primavera de 1914:

La revolución mejicana presenta este aspecto poco simpático: casi todos los hombres que la dirigen han confundido la revolución con el bandolerismo: el gobierno de Huerta se ha asentado sobre un montón de cadáveres; pero si se llegara a establecer el gobierno de Carranza no sería un solo montón el que serviría de base: sería un montón por cada uno de los jefes que acompañara a Carranza en el poder; parecería un poder levantado en medio de una carnicería. Todas las atrocidades y todos los abusos más opuestos a las ideas de civilización, de justicia, de humanidad, van señalando el camino de la revolución. Una vez, uno de los bandidos que secundaban el movimiento, quemó un convoy en un túnel y arrojó contra el convoy un tren de pasajeros que perecieron abrasados; otra vez, otro bandido, que se titula general, siéntese fiera, obra como fiera y comete a su paso todo tipo de crímenes y horrores; otra vez, otro bandido que se considera general se apodera de una población y entre los atropellos que comete, comete el de expulsar de sus hogares a ochocientos españoles. El hecho es una olímpica salvajada. Y es cierto que los salvajes no ‘pueden’ ofender, aunque lo intenten. No pueden ofender, pero asesinan, roban, violan, atropellan; no pueden ofender, pero se burlan de todos los derechos, y no conocen las imposiciones del honor, del deber, de la dignidad, de todo lo que se considera para vivir en una sociedad civilizada*****.

Curiosamente, todos los jefes de esta revolución no murieron en paz; terminaron traicionados, fusilados, asesinados, en prisión o en el exilio.

Conclusión

Resulta sorprendente que el actual presidente de México, un graduado superior, omita detalles tan turbios como los que acabamos de exponer, cuando alude maliciosamente a la actuación de los españoles en Nueva España; producto quizás de su interpretación personal y de un sistema escolar colonizado por unas ideas fantasiosas y heroicas sobre la Revolución. De hecho, el profesor de la Universidad de Puebla, ya aludido en el texto, consideraba que el odio a España, lo adquirían los mejicanos en las escuelas, merced a una enseñanza sectaria y capciosa que despreciaba la actuación colonizadora de los españoles. Esas ideas tan erradas como ruines fueron lo que produjeron, a la postre, la cruel persecución desatada contra nuestros compatriotas en Méjico, con ocasión de un proceso revolucionario, que, paradójicamente, proclamaba la libertad y los derechos individuales del hombre como principales principios políticos.

 

*Diario de la Marina, La Habana, (03.07.1915), p. 1.

**La Atalaya, Santander, (17.05.1911), p. 1.

***Cf.: Las Provincias, Valencia (28.02.1915), p. 3; Diario de la Marina, La Habana, (29.03.1915), p. 4.

****Diario de Burgos, (10.12.1913), p. 1. En el Hotel Iberia se llevaron hasta el equipaje de los huéspedes. Consúltese también El Cantábrico, Santander, (05.12.1913), p. 1, donde se afirma que los revolucionarios ejecutaron a un niño de doce años.

***** Diario de la Marina, “Los españoles de Torreón”, La Habana, (10.04.1914), p. 1.

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José Piñeiro Maceiras