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En los alrededores de Barcelona se encuentra la sierra de Collserola, verdadero pulmón de la ciudad y de la zona metropolitana, cuyo territorio se reparte entre nueve municipios. En esta sierra hay numerosas ermitas. Una de ellas es la dedicada a Sant Medir en el término municipal de Sant Cugat. Según la leyenda, Sant Medir (el San Isidro catalán) era un campesino del municipio de Sant Cugat. Un día del 303, mientras sembraba habas en sus campos, ayudó al Obispo de Barcelona Severo (más tarde, también santo) a escapar de las garras de los esbirros de Diocleciano, perseguidor de los cristianos. Ahora bien, fugitivo y campesino-cómplice fueron enseguida hechos prisioneros y martirizados por su fe cristiana.

En 1828, en el nº 111 de la calle Gran de Gràcia, sita en el actual barrio de Gracia, instaló su panadería Josep Vidal i Granés. Pero, este panadero no gozaba de buena salud. Por eso, como era muy devoto de Sant Medir, le hizo la promesa de que, si lo curaba, iría en peregrinación, cada 3 de marzo, a su ermita, sita en el corazón de Collserola (Sant Cugat). En 1830, al encontrarse mejor de salud, cumplió su promesa e hizo su primera peregrinación en solitario. Al año siguiente, le acompañaron algunos familiares y amigos, creando la primera cofradía (“colla”). Año tras año, se fueron añadiendo más familiares, más amigos, más vecinos, más conocidos y desconocidos, etc. y se crearon nuevas cofradías. Hoy, hay ya 26 “collas” en diferentes barrios de Barcelona, que participan, cada 3 de marzo, en la romería a la ermita de Sant Medir.

El 3 de marzo de 2017, participé, por primera vez, en esta romería. Un grupo de amigos salimos desde Cerdanyola del Vallès, pueblo limítrofe con Sant Cugat. A través de un bosque henchido de una frondosa vegetación, nos dirigimos al transitado camino que conduce de Sant Cugat a la ermitita del San Isidro catalán. Llegados a este camino, tuvimos que hacer un recorrido de más de media hora hasta la ermita del santo, precedidos y seguidos por un reguero de gentes de todas las edades y de toda condición (padres, hijos, adultos, jóvenes, niños, españoles, extranjeros, etc.).

Al llegar al recinto de la ermita de Sant Medir, ya estaba dispuesta la mesa sagrada (el altar), para la concelebración del banquete religioso, en conmemoración de la Santa Cena. Además, humeaban las barbacoas, ofrecidas gratis et amore por el Ayuntamiento de Sant Cugat. Y también estaban ya preparadas las mesas laicas —por su tamaño, adecuadas para familias “opusdeistas”— para meterse entre pecho y espalda las “nourritures terrestres”, como hubiera dicho André Gide: enormes y sabrosas paellas, pantagruélicas y olorosas barbacoas, amén del contenido de numerosos “tupers”, preñados de variadas vituallas para iniciar y/o rematar el consistente yantar.

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A las 13h. 10, empezó el ágape religioso. Tres ministros del Señor oficiaron una misa solemne: introito, lecturas sagradas (epístola y evangelio), glosa de las mismas (sermón), transustanciación del pan y del vino, y consumo del cuerpo y de la sangre del Señor, … y, para rematar el acto, el consabido y protocolario “ite misa est”. Cuando todos los asistentes creíamos que el acto religioso había llegado a su término y que podíamos iniciar el ágape laico, el oficiante principal, el mossen Enric Subirà i Blasi, Consejero de las Cofradías de Sant Medir y Rector del barrio de La Bordeta, se arrancó con un lógico, razonable y pertinente “Visca Sant Medir!”; y con un sectario, “cizañesco” y fuera de lugar “Visca Catalunya Lliure!

Cuando escuché este exabrupto, se me revolvieron las entrañas de tibio creyente y de fe vacilante. Y, detrás de mí, una feligresa empezó a refunfuñar palabras de censura, de rechazo y de desaprobación, pero no de sorpresa: “Lo sabía y me lo esperaba. El mossen Subirà tenía que cagarla. Y, como siempre, la ha cagado”.

Esto fue lo que vi, viví y oí, como hubiera podido decir Julio César. Las palabras del concelebrante denotan claramente que el mossen Enric Subirà i Blasi tiene costumbre de mear fuera del texto/tiesto evangélico. No es nada nuevo para sus feligreses, según las palabras, citadas de verbo ad verbum, proferidas por uno de ellos. Este comportamiento de un ministro del Señor, en un acto litúrgico masivo, merece, al menos, tres sucintas consideraciones.

La primera se refiere al contexto en el que fueron proferidas: la ceremonia religiosa en honor de Sant Medir. Desde que España es un país aconfesional y desde que hay una separación entre el poder político y el poder religioso, no parece lógico ni razonable que los ministros del Señor utilicen los púlpitos como altavoces, para verbalizar y defender sus querencias políticas, para participar en la litis política e influir descaradamente en su grey. No está bien que sean partidistas y dividan el rebaño de los creyentes, ya que todos somos hijos del mismo Padre y, por lo tanto, hermanos en Cristo, como puede leerse en las Santas Escrituras. Está claro que el mossen Subirà hace tiempo que ha olvidado las palabras de su Maestro que rezan así: “Mi reino no es de este mundo” (Juan, 18:36). Además, por mandato de Jesús a Pedro, debería dedicarse a pastorear y apacentar el rebaño de los hijos de Dios (Juan, 21:16 y 17) y no a meter cizaña, a dividirlo y a enfrentar unos contra otros.

La segunda tiene que ver con el contenido literal de lo apostrofado por el mossen Subirà: Visca Catalunya Lliure!” Este grito de enardecimiento independentista es un claro ejemplo de utilización del verbo en vano (sin razón e injustamente). Según quien lo dé, esta excitación irracional del ánimo contiene una falsedad o mentira o rueda de molino, con la que es imposible comulgar. En efecto, desear y exigir una “Cataluña libre”, por parte de los independentistas como el mossen Subirà, es afirmar falsamente y sin fundamento que, en Cataluña, los ciudadanos no gozamos de libertad, que somos esclavos, que estamos oprimidos y privados de los derechos del hombre y del ciudadano. Y esto no pueden afirmarlo los enajenados nacionalistas-independentistas de todo cuño, que se han tirado al monte y se dedican a violar las leyes democráticas.

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Más bien, los únicos que no son libres y que luchan por su libertad son los ciudadanos catalanes que se sienten, que se consideran y que quieren ser catalanes y españoles o españoles y catalanes. Éstos son, por ejemplo, los únicos que no pueden elegir la lengua vehicular para la educación de sus hijos; los únicos que no pueden expresar su identidad española o hispano-catalana, sin exponerse a las agresiones verbales y físicas de los independentistas; los únicos que son discriminados por razón de lengua; los únicos que no pueden ser ellos mismos y expresarse libremente sin ser tildados de fachas o “españolistas” que, para los independentistas, es lo mismo; los únicos… ¿Para qué seguir con el “Cahier de doléances” que todos conocemos? Ahora bien, por aquí no iban los tiros del mossen Subirà, que ha mostrado el rostro de un auténtico talibán, que desprecia aquel otro mensaje de su Maestro que dice: “La verdad os hará libres” (Juan 8:32).

Finalmente, la tercera consideración concierne el comportamiento de algunos miembros de la Iglesia (es el caso del mossen Subirà), que ponen por delante del mensaje evangélico sus desvaríos de ovejas negras y descarriadas: los intereses del César sobre los de los hijos de Dios; y, en vez de sembrar amor, siembran cizaña, división y enfrentamiento. ¡Qué lejos está el mossen Subirà de la letra y del espíritu del mensaje evangélico!: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:39). ¡Con amigos así, la Iglesia como institución no necesita enemigos podemitas!

© Manuel I. Cabezas González

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