20/09/2024 07:51
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Desgraciadamente la Historia se volcó en los acontecimientos de 1931 (caída de la Monarquía, proclamación de la República, elecciones generales libres, Cortes Constituyentes, trituración del ejército y tantas cosas más) y se olvidó de 1930, que para mí fue, realmente, el año decisivo , el año del cambio mental e ideológico y la marcha hacia la República. O sea, cuando las Derechas, las Izquierdas, el Centro, los Intelectuales, el Ejercito, la Justica y hasta la Iglesia fueron abandonando el barco de la Monarquía y subiéndose al de la República… como pude reflejar en mi libro «Todos contra la Monarquía».

Hoy me gustaría que leyesen, tal vez por primera vez, los Discursos de ruptura que pronunciaron don José Sánchez Guerra, el cordobés que lo había sido todo, hasta Presidente del Gobierno con la Monarquía; don Indalecio Prieto, el líder de los socialistas, y el «Manifiesto a los españoles» que lanzaron Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Pérez de Ayala al fundar la Agrupación Al Servicio de la República… y siguiendo mi modo de repristinar la Historia reproduzco los discursos citados sin comentario alguno, para evitar cualquier manipulación.

 

Empiezo, señores, expresando sinceramente un temor: el de defraudar vuestra expectación, porque en estos actos políticos que se vienen verificando desde que terminó el primer período dictatorial, para entrar en este segundo en que nos hallamos, la expectación en torno a los hombres políticos que ocupan tribunas públicas va vinculada a la definición de su actitud, a la sorpresa que pueda producir su manera de definirse, y, naturalmente, esa expectación crece en torno a aquellos  hombres que, por haber sentido dentro de su conciencia el conflicto entre las ideas liberales que más o menos atenuadamente profesaban y la adscripción a un régimen que las traicionó, se encuentran en el caso de tomar nuevos rumbos si han demantenerse fieles al postulado político, un tanto desvaído, que caracterizó su actuación anterior.Y yo no traigo aquí para definir mi actitud la más mínima sorpresa. No puedo traerla.

Nadie esperará ahora una mutación en mi vida política capaz de producir la sorpresa espectacular que constituye el atractivo de otros actos análogos a éste. No vengo sino a repetir lo que tantas veces he dicho, a mantener una actitud cuya firmeza es hoy mayor como consecuencia de hechos aleccionadores que no han constituido para mí ningún asombro, porque la instauración de la dictadura en España ha venido a confirmar algo que dije hace años desde esta misma tribuna en una conferencia que titulé «La atonía española», pues se ha podido comprobar la debilidad del espíritu público, la debilidad de la conciencia ciudadana, de que han sido triste expresión los años que van transcurridos desde 1923, y de otro lado la dictadura equivale a la desnudez, a la presentación sin disfraz de unas tendencias absolutistas que, llevadas en la masa de la sangre por quien ocupa el trono de España, se habían mantenido latentes, con más o menos disimulo, hasta el 13 de setiembre de 1923, en que mediante una sublevación militard e Real orden se patentizaron descaradamente.(Grandes aplausos.)

Esta conferencia, que se titula «El momento político», va a ser un engarce entre el ayer oprobioso, el hoy en que no alumbra todavía la redención ciudadana española y el mañana, en cuyo examen dejaremos correr la imaginación entre incertidumbres angustiosas y esperanzas risueñas.

Forzoso será, por el encadenamiento cronológico a que nos obliga tal engarce, que analicemos primero —aun cuando sea someramente, para acomodarnos al espacio usual en estas conferencias—el período político nacido el 13 de setiembre de1923, al que, de tanto hurgar sin resultado la conciencia ciudadana, podemos llamar el período del trigémino. (Risas y aplausos.)

Yo no soy propagandista de cuota, no soy delos privilegiados. Por tanto, sé que lo que aquí diga, en su parte más sustancial, quizás en aquella que únicamente sea interesante, no ha de salir de los muros de esta casa, En este régimen de dictadura, más disimulada, más fina, más de guante blanco, se apela a esta burda simulación de la práctica de los derechos. Faltará a lo que yo diga el inmenso y eficaz tornavoz de la Prensa. Mi voz ha de quedar recluida entre los muros de esta casa.Pero vamos a ver si hiriéndolos con la verdad vibran, y esa vibración, cuando menos, forma fuera de aquí, si no el eco claro de las palabras concisas y concretas, aquel rumor de la protesta que es fácil distinguir incluso desde la lejanía, porque se diferencia sustancialmente del ruido estridente de la algazara. (Muy bien. Aplausos.)

 

 

ÉPOCA DE LATROCINIOS

 

El 13 de setiembre de 1923 comenzó una conculcación descarada de la ciudadanía; se abolieron todos los derechos individuales que forman la personalidad del ciudadano, y quien, simplemente por ley de herencia, tenía atribuida una parte de la soberanía, decidió prescindir definitivamente del Parlamento para que sus tendencias absolutistas, en plena libertad, no tuvieran freno. Pero no fue solamente eso —y vamos a examinar algún caso concreto, aunque el temor a vuestra fatiga me hará ir a síntesis excesivas—, sino que el 13 de setiembre de 1923, al iniciarse la época absolutista, además de privarse a los ciudadanos españoles de sus derechos, comenzó una serie de latrocinios de que no hay ejemplo en la historia de ningún pueblo civilizado.(Muy bien. Grandes aplausos.)

Ello quedaría evidenciado con sólo pasar la mirada por esa serie de monopolios creados por la dictadura: el monopolio de los transportes por carretera; el de los petróleos, en cuyas delegaciones de ventas han encontrado asignaciones verdaderamente fantásticas los propios ministros delRey, adscribiéndolas a nombre de consuegros, yernos, cuñados y parientes íntimos (Muy bien. Grandes aplausos); el monopolio, verdaderamente simbólico, de la desratización en los barcos (Risas),que ha permitido engordar, en vez de morir, a algunas ratas políticas y militares, y ese otro monopolio verdaderamente pintoresco, muestra del ingenio español, bañado de picardía, a virtud del cual se concedió a un patrocinado del señor MartínezAnido el monopolio de la pesca de mejillones en las peñas del puerto de Barcelona. (Grandes aplausos.)

Vamos a examinar como muestra dos de los casos, quizá de los más culminantes en este período de inmoralidad; son de los primeros actos administrativos del Directorio. A uno de ellos le da hoy actualidad la noticia que publica la Prensa dela mañana, según la cual un abogado del Colegio de Madrid ha formulado una denuncia ante losTribunales de Justicia, basada en un artículo reciente del catedrático señor Saldaña, que al denunciarlos hechos de que ahora me voy a ocupar ha dado una prueba de ciudadanía digna de respeto y de admiración. Me refiero a la famosa línea del ferrocarril Ontaneda-Calatayud. Y el otro caso es el de la Compañía Telefónica de España.

No hay manera de resumir la exposición de aquellos datos, que son, más que indicio, prueba de inmoralidad, en una parrafada. Es preciso entretenerse en ellos con alguna minuciosidad. Os demando, con vuestra atención, vuestra paciencia.

Estos dos negocios, en su iniciación, son anteriores al período dictatorial; pero como el régimen de publicidad cualesquiera que sean los defectos de los hombres públicos encargados de la gestión gubernamental, hace imposibles determinados excesos, no pudieron realizarse durante aquella época que se llamó del «viejo régimen», estos dos casos monstruosos de inmoralidad, estos dos atracos viles de que ha sido víctima la nación española, y cuya crítica se ahogó por medio de la campaña neumática de la censura que anula la protesta, impidiendo toda expresión de la voluntad popular.

CON EL REY O CONTRA EL REY

 

Es una hora de definiciones. La mía, os lo decía al comienzo de esta deshilvanada oración, no ofrece novedad. Vengo a requerir públicamente desde aquí a que se definan quienes no se hayan definido, y a que lo hagan con absoluta claridad.Que no están los tiempos para equívocos, palabras confusas y matices desviados. Nos hallamos en el momento político más crítico que ha podido vivir, en cuanto respecta a España, la presente generación.

Yo creo que es preciso desatar, cortar un nudo; este nudo es la monarquía. Para cortarlo vengo predicando la necesidad del agrupamiento de todos aquellos elementos que podamos coincidir en el afán concreto y circunstancial de acabar con el régimen monárquico y terminar con esta dinastía en España. (Muy bien.) Pero el agrupamiento no debe originar confusiones. Estos agrupamientos, a mi juicio —hablo sin más representación que exclusivamente la mía personal—, no deben dar lugar a confusiones, como dije en cortas palabras enIrún en el homenaje a D. Miguel de Unamuno. Hay que estar o con el rey o contra el rey. El rey debes er el mojón que nos separe. Por vistosas clámides liberales que vistan quienes le quieren servir, por muy democrático que sea el acento en la palabra de quienes deseen seguir con el rey, ésos no pueden estar con nosotros. El rey es el mojón separador entre los partidos del régimen, cualesquiera que sean sus apellidos y su significación, y quienes somos sus adversarios. El rey es el hito, el rey es la linde: Con él o contra él, a un lado o a otro. Y al ir contra él, ¿por qué desdeñar el auxilio de fuerzas situadas en la misma dirección nuestra? (Muy bien.) Observad este fenómeno.No ha aumentado la capacidad radical en España.Se equivocan quienes lo presumen. No ha habido sino un desgajamiento de elementos defensivos dela Corona, un apartamiento de elementos sociales que eran adictos al monarca y que ante el ejemplo de la deslealtad constitucional le abandonan, pero a los cuales elementos nosotros no podemos infiltrar, por arte de magia, un radicalismo que está en contradicción con la esencia de los postulados políticos de toda su vida.

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Yo no trato de batir ningún récord de radicalismo con nadie. A donde llegue en su apetencia ideal quien más allá vaya, voy yo también. Pero la política es arte de realidades y en apreciar de una manera exacta la realidad española, está el éxito del esfuerzo, está el secreto de que este sentimiento antimonárquico, difuso, sin fuertes cuadros de organización, tenga en su ímpetu un cauce fertilizador, evitando que nos despedacemos todos en pugnas de radicalismo y en controversias de principios que esterilicen nuestro esfuerzo. (Voces: No, no.)

Vamos a derribar la monarquía. Vamos a abrir el palenque a la ciudadanía española, que nunca se sintió verdaderamente liberta y que últimamente llegó al grado de mayor oprobio; y cuando hayamos derribado el régimen monárquico, cuando hayamos instaurado una República, que cada cual, dentro del ruedo amplísimo de la democracia, propugne por el triunfo de sus ideales con todo el ímpetu que quiera, porque en el agrupamiento de fuerzas para derribar el régimen y acabar con la dinastía de los Borbones a nadie se pide la abdicación de sus ideales. (Muy bien. Grandes aplausos.)A la monarquía española, a la dinastía española, ya no le quedan en el campo político más que sombras. Eso que veis erguirse como fuerzas políticas en su defensa no lo son. Es simplemente la expresión de intereses materiales, que forzosamente, por ley fatal, han de estar adscritos de manera incondicional al régimen que impere en un país. Se le van sus hombres a la monarquía.Yo creo que se le van sus mejores hombres, porque el crisol de los hombres políticos de España han sido estos seis años largos del primer período dictatorial. 

EL EJEMPLO DE LA IMPUNIDAD

 

Y fijaos que digo el primer período dictatorial y no la dictadura, porque la dictadura prosigue, y no se debe cultivar el equívoco de que estamos en un régimen de restauración liberal. ¡Ah, no! ¿Dónde está la efectividad de las responsabilidades?Hemos visto, por simples gestos de ciudadanía, abrirse las puertas de la prisión para ciudadanos honorables, algunos de ellos nimbados por la gloria de su ciencia, única representación viva y sagrada de España en las esferas intelectuales del mundo. (Muy bien. Vivas a Marañón.) Hemos visto traspasar las fronteras con su alma ultrasensible dolorida, a hombres cumbres de la actual generación de España. (Vivas a Unamuno.)¿Cómo vamos a tomar lo de ahora por restauración del imperio de la legalidad, por restauración de la libertad cuando no tenemos noticia de que nadie haya pisado los umbrales de la prisión para responder de ninguna de las ignominias de que quienes gobernaban en nombre del rey hicieron víctimas a los ciudadanos españoles durante ese período?

No habría ejemplo más demoledor para la conciencia del país que la impunidad de todas estas tropelías. La impunidad engendraría forzosamente otra forma absolutista más cruel, más dura,más violenta, más sanguinaria que aquella de que hemos sido últimamente tristes testigos. La impunidad sería la complicidad, no ya del Gobierno sino de todos nosotros.

Yo os digo, ciudadanos, que aquellos que pongan su esperanza en que la exigencia de estas responsabilidades pueda tener cauce jurídico apropiado en el Parlamento que se convoque, si lo convoca esta dinastía, están engañados por exceso de ilusión. Las responsabilidades, por aparecer vinculadas y encarnadas predominantemente en quien lo están, no son de aquellas que se ventilan en un debate parlamentario y en una votación de diputados. No os hagáis ilusiones. Aunque vibra ahora más que nunca la conciencia del país, hay en nuestro pueblo, por un légamo de siglos de esclavitud, comarcas enteras para las cuales ha pasado insensiblemente este período dictatorial sin poderlo distinguir de otras épocas oprobiosas en que el cacique era también el instrumento de la tiranía del Poder público. (Aplausos.) Y en esas comarcas españolas, si no muertas, aún aletargadas para la vida del derecho, en ésas mandará elPoder público en sustitución de una voluntad popular que no existe. Las Cortes que vengan serán en su mayoría monárquicas. Desterrad la ilusión de que una mayoría adversaria al régimen pueda en un debate, y tras él en una votación, derribarla monarquía. Eso ha podido suceder en circunstancias muy excepcionales de nuestra historia; pero ordinariamente no cabe que se dé tal suceso.A una monarquía se la derriba con un movimiento revolucionario, y no con una votación en el Parlamento.(Muy bien. Aplausos.)

Y en el Parlamento, en esos debates, quienes sean en él voceros de la opinión pública no han de tener en su protesta una vibración mayor que aquella que les preste el eco de la calle. Con diversas excusas, las elecciones se diferirán. Hoy hay que formar un censo nuevo, mañana vendrá el pretexto de una crisis. Ya se encargarán en Palacio de idear motivos para aplazar la convocatoria de Cortes. Y vendrán las elecciones cuando esta tensión protestaría del pueblo haya cedido en su intensidad. ¡No os hagáis ilusiones! Vuestro entusiasmo de estos instantes es un fenómeno transitorio(Voces: ¡No, no!); esto cede, esto se va silos hombres públicos que militan en las izquierdas no tienen el acierto, el sentido y el deber de recogerlo para hacerlo fecundo. (Grandes aplausos.)Y si a las Cortes se llega, se llegará cuando la tensión de la protesta ciudadana haya descendido y casi se haya perdido entre las sombras del triste panorama de la vida pública española, y así las voces ardorosas de quienes allí vayan inflamados de pasión sonarán con el triste eco que encuentra la voz del solitario en medio del desierto. El Parlamento podrá ser útil si las minorías oposicionistas expresan un estado de ánimo existente en la calle. Si ese estado de ánimo popular no existe, la labor parlamentaria será totalmente nula.

No os hagáis ilusiones de que unas Cortes, con el apellido que queráis ponerlas, Constituyentes u ordinarias, puedan aplicar la sanción debida a unas responsabilidades del tipo de las que estamos examinando, porque esas responsabilidades no se hacen efectivas sino por una revolución cuando quien ostenta la Corona se resiste a abdicar.(Muy bien.)

PIDIENDO DEFINICIONES

 

Hablábamos de definiciones. Quedan por definir algunos hombres públicos de gran significación.Os digo sinceramente que tiemblo ante sus ‘definiciones, que las tengo miedo, que me asustan.Está próximo un acto en el cual el jefe del reformismo va a definir su actitud. (Rumores.) Os ruego un poco de atención y de respeto a la persona de quien voy a hablar. D. Melquiades Álvarez tiene sobre sí la inmensa responsabilidad de haber decapitado al republicanismo español, tiene sobre sí la responsabilidad de haber apartado deél un núcleo de hombres que, por su solvencia moral e intelectual, eran una garantía para las clases medias del país, que, bien lo habéis visto en estos años, son el fiel de la balanza en la vida pública española. Porque las únicas batallas contra la dictadura las ha dado la clase media; grupos de oficiales del Ejército, por unos u otros motivos de descontento; la Academia de Jurisprudencia, los Colegios de Abogados, los estudiantes (Grandes y prolongados aplausos), el Ateneo… A estas clases medias del país, que tienen, por lo visto, la conciencia despierta, hay que darles garantías de solvencia en el instrumento de gobierno que haya de sustituir a la actual monarquía española.

Pensad, además, que el cambio de régimen es indispensable, no por razones de orden político circunstancial, sino por una razón profundamente histórica. Sin que yo quiera faltar a sentimientos de piedad, que en unos son adscripción a la doctrina cristiana y en otros influjo de una solidaridad ampliamente humana, voy a pediros que os fijéis en el problema trágico que representa para la nación española la sucesión de la Corona. Y os lo digo, sin asomo de impiedad, queriendo solamente sugerir cuál es su deber de españoles a quienes, sin estar adheridos a nuestro ideario político, puedan, desde promontorios distintos, atalayar las perspectivas históricas de nuestra nación, y comprendan que, por respetable que sea una familia, no puede vincularse a estados físicos deficientes, acaso necesitados de tutela, el porvenir de España.Yo, español, me opongo a que, a través de voluntades enfermizas, pueda gobernar España el embajador de una nación extranjera.

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Tiemblo, os decía, ante las definiciones de algunos prohombres. Don Melquiades Álvarez, cuya evolución hacia la monarquía yo reputé sincera y lo he dicho públicamente en sitio y ante auditorio en que pudiera resultar esta apreciación mía mucho más hostil, tiene la responsabilidad de haber decapitado al republicanismo español, privándolo de núcleos que le eran indispensables para dar sensación de solvencia ante las clases medias del país.Os lo decía antes de desviarme del inciso a queme ha guiado la improvisación. Pensad que sin ese desquiciamiento tan sensible en el campo republicano la República estaría establecida hoy en España, porque lo único que detiene la adhesión de mucha gente es el miedo a degeneraciones anárquicas, que pudieran suscitar la apetencia de gentes que, sin la suficiente educación política para acoplarse al momento histórico y a las necesidades reales de la: nación, quisieran hacer locos ensayos de un radicalismo vano, incompatibles—lo digo yo— con el momento social y político de España. (Grandes aplausos.)

Melquiades Álvarez no tiene más posición política que la noble confesión de su error. Y ante un pueblo hidalgo como el español, capaz de apreciarla sinceridad en la evolución de los hombres públicos, tendrá, si así procede, la estimación, el aplauso y el estímulo de grandes masas de opinión, que de otro modo le condenarán al ostracismo.Que no idee nuevas frondosidades de retórica constitucional, nuevos textos a virtud de los cuales tenga él la mentida ilusión de que la voluntad del pueblo no puede ser violada por la Corona.El reformismo, como teoría, era un ensayo digno de aprecio. Después de la realidad, destructora de ilusiones, de la infidelidad constitucional del rey, no caben semejantes ingenuidades políticas. (Muy bien.)

Nos queda el señor Alba. (Rumores.) Preclaro talento, mágica palabra, hombre de clara visión política, una de las principales víctimas de la persecución dictatorial. Temo, lo declaro francamente, al señor Alba. Éste su enigma, ésta su pausa y éste su silencio tan dilatado, cuando una definición política en los presentes instantes tiene espacio holgado en la estrecha tira del papel de un cigarrillo; este porfiado callar del señor Alba puede engendrar la sospecha de que espera para ver si el movimiento republicano, extendido por grandes zonas del país, cuaja y sumarse a él, o si, por el contrario, se disipa, volver sumiso a besarla espuela de la bota de quien le maltrató, de quien instigó e inspiró o por lo menos aprobó todos aquellos ultrajes de que fue víctima en notas oficiosas y desde las columnas de la Gaceta. Y yo digo desde aquí al señor Alba que si ello es así, qu esi la sospecha que suscita su silencio tiene fundamento, eso será una habilidad política, pero no será nunca una gallardía. (Grandes aplausos.)

Y no pido su definición al señor Cambó, porque  el señor Cambó, en ese eclecticismo  desenfadado y excesivamente oportunista, nos dará la que él crea que le convenga cada media hora. (Aplausos.)Pero esto que digo respecto a él no es una aversión al sentimiento regionalista que pueda encarnar el señor Cambó. La democracia no tiene por qué volver la espalda a las aspiraciones de determinadas regiones de nuestro país que, con personalidad étnica verdaderamente definida, anhelan un régimen autonómico. La democracia sólo tendrá derecho, al dejar plasmadas esas aspiraciones en la letra de la ley, a que el régimen autonómico tenga el debido afianzamiento en forma que, pasando de la autonomía regional a la municipal, llegue a la más fundamental, para nosotros sacratísima, a la autonomía individual.

Hay en estos movimientos regionalistas más que finalidades políticas una profunda sentimentalidad que lejos de herir, es preciso cultivar, más aún exaltar, porque en esas regiones vive con una prepotencia que no ha adquirido en otras zonas del país, la conciencia ciudadana. (Muy bien.)Y no temáis —-yo que vivo dentro de uno de esos focos Os lo aseguro— que estas aspiraciones de autonomía lleguen en su impulso a estructuras separatistas.Eso no podrá ser aunque algunos lo sueñen, porque precisamente dichas regiones no pueden desvincularse del país. Las provincias Vascongadas y Cataluña tienen tan trabados sus intereses económicos al resto de España, que querer destruir esa trabazón equivaldría a un suicidio, y la conciencia ciudadana de esas regiones es lo bastante sutil para comprender que ciertos afanes excesivamente extremistas no tienen más lema que la insensatez. (Muy bien.) 

PALABRAS FINALES

 

No os dejéis atemorizar por el fantasma de separatismos imposibles. Nosotros debemos decir a regionalistas y nacionalistas catalanes y vascongados que la democracia del resto de España no ve con repugnancia sus aspiraciones. Que quiere, aunque ello fuera sólo un anhelo romántico —no olvidemos que el romanticismo suele tener las raíces más hondas en el alma del pueblo—, dar leuna realidad política adecuada, que no desea estorbarlo, sino exaltarlo; que no aspira a forjar eslabones de ninguna cadena opresora, sino que aguarda a que la conciencia ciudadana de esas regiones se yerga con suficiente fuerza para acabar con el régimen monárquico en España.

La impudicia administrativa, el atentado político son bien notorios. Todos estamos en la obligación de evitar que otra anarquía sustituya a la anarquía jurídica de que hemos sido testigos, casi ociosos, durante esos siete años. Existe un estorbo: el monarca; hay que invitarle a irse y habrá, pues, que decirle: «Señor, la Iglesia, por el rito conque esa colectividad acoge siempre al Poder, os recibirá sin escrúpulos bajo palio a las puertas delas catedrales, olvidando vuestro perjurio; pero el pueblo no lo olvida: tiene conciencia de su dignidad y de sus derechos. Vos constituís un estorbo y España prescinde de vos, porque quiere vivir modesta, pero libremente, uniéndose en su destino a las naciones que marchan por el camino de la civilización y que han arrinconado por inútiles, por funestos, restos de monarquías atrasadas queen su absolutismo son roñosos residuos de regímenes propios de la Edad Media.»

Esto es todo lo que por hoy os tenía que decir.(Estruendosos aplausos, que duran varios minutos.)

 

Pero todavía fue más duro que este Discurso que pronuncio en el Ateneo de Madrid el artículo que publico en “El liberal” el 9 de abril del año siguiente, tan solo cinco días antes de que cayera la Monarquía:

Durante siete años y medio de dictadura vergonzosa, la Constitución que vuestra majestad juró en memorable solemnidad fue pisoteada bárbaramente de la ficción en su cumplimiento que constituyó hipócrita norma de conducta para el poder durante la regencia, y aun con mayor singularidad en la primera época de vuestro reinado se pasó en 1923 a escarnecer cuanto en el contrato constitucional era salvaguardia de los derechos ciudadanos, y los hombres que sirvieron de instrumento para ese escarnio recibieron voces de aliento y plácemes jubilosos, prodigados sin recato allí donde debían haber hallado freno sus ilegales impulsos.

España era todavía grande cuando vuestra majestad, al nacer, halló en su cuna regia una corona que las huestes liberales lograron asegurar para un rey constitucional a costa de sangrientas luchas, en las cuales parecía haberse hundido el absolutismo, que después, en 1923, apareció súbitamente vencedor sin verse precisado a plantear nuevas batallas, porque arteramente le fueron entregadas las llaves de la ciudadela. España figuraba entonces entre las primeras potencias del mundo; pero demandó Cuba su autonomía y el régimen monárquico, al denegarla con obstinada intransigencia, hizo que España perdiese no solamente Cuba, sino todo el imperio colonial, y que esa desmembración y las derrotas navales de Cavite y Santiago de Cuba abatieran nuestro poderío y sufriéramos las más tristes humillaciones.

Sería muy bello rasgo el de renunciar a la Corona con un gesto señorial, haciendo aparecer entrelazados la generosidad y el talento al abdicaren el pueblo, del cual no existe hoy más órgano legítimo que los Ayuntamientos, recientemente elegidos por sufragio universal; si así procedierais, señor, la hidalguía española haría que os acompañase en el destierro una aureola de respeto.

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