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Aunque les voy a contar como y porqué cerró Azaña la Academia General Militar de Zaragoza que dirigía Franco, hoy no me resisto a reproducir la carta que le escribe Alfonso Xlll al Generalísimo tras la victoria de 1939 y que recojo de la enorme y voluminosa obra «FRANCO», publicada por «SND» Editores:
«Mi respetado general:
Vivamente agradecí su cariñosa carta y me es grato significarle la satisfacción con la que recibí al propio tiempo que le reitero las más calurosas felicitaciones por la victoria final de las gloriosas tropas de su mando.
Conociendo sus dotes personales nunca dudé a cerca del triunfo definitivo salvo complicaciones internacionales tan temidas, que afortunadamente se evitaron.
Ahora empieza la segunda campaña, para la cual se necesita que todos se agrupen en su magna labor regeneradora y patriótica; el carácter exageradamente individualista de muchos españoles dificultará en cierto modo esa unión, pero abrigo la firme esperanza de que la verá lograda.
Y ahora, mi General, creyéndome autorizado para ello por haber sido jefe nato de la Real y Militar Orden de San Fernando, permítame le exprese cuan dichoso me consideraría si recogiendo el común sentir y justificado anhelo del glorioso ejército de Tierra, Mar y Aire español y de todos los buenos compatriotas viéramos sobre su pecho esa inquieta y heroica condecoración jamás tan bien otorgada al caudillo que tan brillantemente salvó a España y la llevó a la victoria.
Y como final faltando al protocolo le envío hoy como en otros tiempos un fuerte abrazo.
De V.E afmo. Y buen amigo.
Alfonso Xlll
(9 de abril de 1939)»
(Y ya puestos les reproduzco también el telegrama del Conde de Barcelona: Juan de Borbón:
«Felicito de corazón a V.E con el orgullo de ser español por el victorioso remate tan ejemplar que redime para España queridas provincias catalanas. Con la emoción que siento ante el heroísmo invencible ejército, Generales y mando Supremo le saluda afectuosamente. Juan de Borbón.»).
Y con este «a manera de prólogo» entramos en materia: La Academia Militar de Zaragoza… Y en primer lugar hay que referirse a su Historia. A la de las Academias (porque a lo largo de la Historia hubo tres). La primera nació durante el reinado de Alfonso XII en 1882, por Decreto de 20 de febrero. En esta primera época, que abarca desde 1882 a 1893 el centro de formación se ubicó en la ciudad de Toledo en el recinto del Alcázar. Ese año fue disuelta y cada una de las armas y cuerpos pasó a disponer de centros de formación independiente.
La segunda, o sea, la que motiva este artículo nació: En 1927, durante el reinado de Alfonso XIII y bajo la Dictadura del general Miguel Primo de Rivera y el centro se estableció en la ciudad de Zaragoza. El dictador había llegado a la conclusión de que una de las razones de las disensiones existentes dentro de los Ejércitos, el sistema de ascensos por estricta antigüedad o considerando también los meritos de guerra, se debía a la inexistencia de una academia donde se formasen los oficiales de los cuatro cuerpos: tierra, mar, aire y Guardia Civil. Y para dirigir esa Gran Academia, el dictador eligió al general Francisco Franco, entonces el general más joven de España y de Europa…Y funcionando estuvo hasta junio de 1931, cuando Azaña la cerró con el objetivo, según él, de disminuir el gasto militar.
Y la tercera, al concluir la guerra y reorganizarse los estudios militares en España. Se creó por Decreto de 27 de septiembre de 1940 y siendo ministros del ejército el Teniente General José Enrique Varela Iglesias
Francisco Franco Bahamonde, gallego, nacido en El Ferrol el 7 de diciembre de 1892, y Manuel Azaña, castellano, nacido en Alcalá de Henares en 1880, fueron sin duda, los dos personajes más discutidos de la República y los más grandes, uno en lo militar y otro en la política. Y tanto es así que a la postre los dos fuertes jefes del Estado Español al mismo tiempo: Franco en la España nacional y Azaña en la España republicana, 1936-1939. Dos hombres y un destino
Se conocieron personalmente en 1931 (que se sepa), cuando el militar era ya «el general más joven de España y de Europa» (ascendió a ese grado en febrero de 1926 con treinta y tres años y algunos meses) y dirigía la Academia General de Zaragoza, reabierta por Primo de Rivera en 1928. Un mito y una leyenda de la guerra de Marruecos. Azaña era ya ministro de la Guerra, de la República y el hombre fuerte del Gobierno.
Pero, por información, por carácter y por objetivos Franco y Azaña estuvieron condenados desde el primer momento a no entenderse. Franco era y fue siempre por encima de todo un militar y Azaña, un intelectual, a pesar de que la vida le arrastró a la política, un escritor brillantísimo y un orador nato (aunque Unamuno lo crucificó cuando dijo de él aquella frase que pasó a la historia: «Cuidado con Azaña, que es un escritor sin lectores y hasta sería capaz de hacer la revolución para que le lean»).
¿Y por qué no pudieron entenderse? Sencillamente, porque el programa militar de Azaña era, y fue, revolucionar el ejército y refundirlo como un calcetín (así lo había escrito incluso en su largo ensayo sobre la política militar francesa). Azaña llegó al ministerio de la Guerra y en apenas tres meses, y siempre por decreto, sin ni siquiera esperar a las elecciones constituyentes y a la formación de un Parlamento democrático y a tener una Constitución republicana, «trituró» el ejército conocido y mandó a casa a muchos de los generales, jefes y oficiales. Hasta Franco estuvo en peligro de pasar a la reserva definitiva.
Pero, lo que más le dolió y afectó a Franco fue el Decreto del 1 de julio por el que se cerraba sine diae la Academia General Militar de Zaragoza, su academia y pasaba de ser el general más joven de Europa a la reserva y en espera de destino, con el agravante de que si no se le daba destino antes de los seis meses quedaba totalmente apartado del ejército.
El general Franco acompañado por los generales Primo de Rivera y Martínez Anido en la inauguración del curso en la Academia General Militar de Zaragoza, 1928. Fuente: Franco una Biografía en imágenes SND Editores
Decreto anulando la convocatoria para exámenes de ingreso en la Academia General Militar. 25-4-1931. (Gaceta del 26-4-1931, página 328.)
«La situación en que se hallan las escalas del Ejército activo, por el excesivo número de personal sobrante que las paraliza, ha obligado al Gobierno a tomar medidas extraordinarias para acelerar las amortizaciones indispensables, si quiere llegarse prontamente, como lo exige el bien público, a la adopción de las plantillas normales ajustadas a los cuadros de mando de un Ejército proporcional a las necesidades y a los recursos de la Nación.
La obra emprendida lleva naturalmente a pensar en el porvenir de los jóvenes que aspiraron a la carrera de las armas. Cursan actualmente estudios en la Academia General Militar 523 alumnos, y hay convocados exámenes de ingreso para 100 alumnos más, y hay convocados exámenes de ingreso para 100 alumnos más, y en las Academias especiales cursan estudios 339 alumnos. Ninguna persona entendida podrá sostener que los empleos inferiores de la oficialidad del Ejército que las Cortes organicen se cubran eclusiva ni principalmente con los jóvenes procedentes de la Academia general o de las academias especiales. Habrá que contar con oficiales de otras procedencias que, debidamente instruidos, pueden prestar inestimables servicios, según se ha probado en las guerras recientes, y reservar la posibilidad de acceso al Estado Mayor General a los oficiales seleccionados desde el origen de su carrera.
Con esta perspectiva, la más elemental prudencia aconseja no agravar la situación de las escaladas activas, admitiendo en la Academia general nuevos alumnos, que, apenas salieran de ella, se encontrarían seguramente defraudados en sus esperanzas y tendrían derecho a recriminar al Poder público su falta de previsión.
Fuente Franco una biografía en imágenes SND Editores
Por tales consideraciones, a propuesta del Ministro de la Guerra, el Gobierno provisional de la República decreta:
Artículo único. Se anula la convocatoria para exámenes de ingreso en la Academia General Militar, inserta en el Diario Oficial del Ministerio de la Guerra, de fecha 3 de diciembre de 1930.
Dado en Madrid a veinticinco de abril de mil novecientos treinta y uno. — El presidente del Gobierno provisional de la República, Niceto Alcalá-Zamora y Torres.– El ministro de la Guerra, Manuel Azaña.»
(Y remató la faena, el cierre definitivo de la Academia, con una orden ministerial del 30 de junio de 1931)
¿Y cómo reacciona Franco ante los «decretazos» de Azaña?
Veamos.
Ya en los primeros días de la República. Franco se niega a arriar la bandera bicolor y a izar la republicana, al menos hasta que no le den la orden por escrito y por eso la bandera monárquica de la academia fue la última en desaparecer en toda España.
¿Y cómo reacciona cuando ve que le cierran «su» Academia?
Pues, con un Discurso que levanta ampollas y que pasará a la Historia. Éste:
Fuente Franco una biografía en imágenes SND Editores
DISCURSO DE FRANCO CON MOTIVO DEL CIERRE DE LA ACADEMIA
Zaragoza, 14 de junio de 1931
Caballeros cadetes:
Quisiera celebrar este acto de despedida con la solemnidad de los años anteriores, en que, a los acordes del Himno Nacional, sacásemos por última vez nuestra bandera y, como ayer, besarais sus ricos tafetanes, recorriendo vuestros cuerpos el escalofrío de la emoción y nublándose vuestros ojos al conjuro de las glorias por ella encarnadas; pero la falta de bandera oficial limita nuestra fiesta a estos sentidos momentos en que, al haceros objeto de nuestra despedida, recibáis en lección de moral militar mis últimos consejos.
Tres años lleva de vida la Academia General Militar, y su esplendoroso sol se acerca ya al ocaso. Años que vivimos a vuestro lado educándoos e instruyéndoos y pretendiendo forjar para España el más competente y virtuoso plantel de oficiales que nación alguna lograra poseer.
Intimas satisfacciones recogimos en nuestro espinoso camino cuando los más capacitados técnicos extranjeros prodigaron calurosos elogios a nuestra obra, estudiando y aplaudiendo nuestros sistemas y señalándolos como modelo entre las instituciones modernas de la enseñanza militar. Satisfacciones íntimas que a España ofrecemos, orgullosos de nuestra obra y convencidos de sus más óptimos frutos.
Estudiamos nuestro Ejército, sus vicios y sus virtudes, y corrigiendo aquellos, hemos de acrecentado éstas al compás que marcábamos una verdadera evolución en procedimientos y sistemas. Así vimos sucumbir los libros de texto, rígidos y arcaicos, ante el empuje de un profesorado moderno, consciente de su misión y reñido con tan bastardos intereses.
Las novatadas, antiguo vicio de Academias y cuarteles, se desconocieron ante vuestra comprensión y noble hidalguía.
Las enfermedades venéreas, que un día aprisionaron, rebajándolas, a nuestras juventudes, no hicieron su aparición en este cuerpo, por la acción vigilante y adecuada profilaxis.
La instrucción física y los diarios ejercicios en el campo os prepararon militarmente, dando a vuestros cuerpos aspecto de atletas y desterrando de los cuadros militares al oficial sietemesino y enteco. Los exámenes de ingreso, automáticos y anónimos, antes campo abonado de intrigas e influencias, no fueron bastardeados por la recomendación y el favor, y hoy podéis enorgulleceros de vuestro progreso, sin que os sonrojen los viejos y caducos procedimientos anteriores.
Fuente Franco una biografía en imágenes SND Editores
Revolución profunda en la enseñanza militar, que había de llevar como forzado corolario la intriga y la pasión de quienes encontraban granjería en el mantenimiento de tan perniciosos sistemas.
Nuestro Decálogo del Cadete recogió de nuestras sabias Ordenanzas lo más puro y florido, para ofrecéroslo como credo indispensable que prendiese vuestra vida, y en estos tiempos en que la caballerosidad y la hidalguía sufren constantes eclipses, hemos procurado afianzar nuestra fe de caballeros manteniendo entre vosotros una elevada espiritualidad.
Por ello, en estos momentos, cuando las reformas y nuevas orientaciones militares cierran las puertas de este centro, hemos de elevarnos y sobreponernos, acallando el interno dolor por la desaparición de nuestra obra, pensando con altruismo: se deshace la máquina, pero la obra queda; nuestra obra sois vosotros, los 720 oficiales que mañana vais a estar en contacto con el soldado, los que los vais a cuidar y a dirigir, los que, constituyendo un gran núcleo del Ejército profesional, habéis de ser, sin duda, paladines de la lealtad, la caballerosidad, la disciplina, el cumplimiento del deber y el espíritu de sacrificio por la Patria, cualidades todas inherentes al verdadero soldado, entre las que destaca como puesto principal la disciplina, esa excelsa virtud indispensable a la vida de los ejércitos y que estáis obligados a cuidar como la más preciada de vuestras prendas.
¡Disciplina!…, nunca buen definida y comprendida. ¡Disciplina!…, que no encierra mérito cuando la condición del mando nos es grata y llevadera. ¡Disciplina!…, que reviste su verdadero valor cuando el pensamiento aconseja lo contrario de lo que se nos manda, cuando el corazón pugna por levantarse en íntima rebeldía, o cuando la arbitrariedad o el error van unidos a la acción del mando. Esta es la disciplina que os inculcamos, esta es la disciplina que practicamos. Este es el ejemplo que os ofrecemos.
Elevar siempre los pensamientos hacia la Patria y a ella sacrificarle todo, que si cabe opción y libre albedrío al sencillo ciudadano, no la tienen quienes reciben el sagrado depósito de las armas de la nación, y a su servicio han de sacrificar todos sus actos.
Yo deseo que este compañerismo nacido en estos primeros tiempos de la vida militar, pasados juntos, perdure al correr de los años, y que nuestro amor a las armas de adopción tenga siempre por norte el bien de la Patria y la consideración y el mutuo afecto entre los compañeros del Ejército. Que si en la guerra habéis de necesitaros, es indispensable que en la paz hayáis aprendido a comprenderos y estimaros. Compañerismo que lleva en sí el socorro al camarada en desgracia, la alegría por su progreso, el aplauso al que destaca y la energía también con el descarriado o el perdido, pues vuestros generosos sentimientos han de tener como valladar el alto concepto del honor, y de este modo evitaréis que los que un día y otro delinquieron abusando de la benevolencia, que es complicidad de sus compañeros, mañana, encumbrados por un azar, puedan ser en el Ejército ejemplo pernicioso de inmoralidad e injusticia.
Concepto del honor que no es exclusivo de un Regimiento, Arma o Cuerpo; que es patrimonio del Ejército y se sujeta a las reglas tradicionales de la caballerosidad y la hidalguía, pecando gravemente quien crea velar por el buen nombre de su Cuerpo arrojando a otro lo que en el suyo no sirvió.
Achaque este que, por lo frecuente, no debo silenciar, ya que no nos queda el mañana para aconsejaros.
No puedo deciros, como antes, que aquí dejáis vuestro solar, pues hoy desaparece; pero sí puedo aseguraros que, repartidos por España, lo lleváis en vuestros corazones, y que en vuestra acción futura ponemos nuestras esperanzas e ilusiones; que cuando al correr de los años blanqueen vuestras sienes y vuestra competencia profesional os haga maestros, habréis de apreciar lo grande y elevado de nuestra situación: entonces, vuestro recuerdo y sereno juicio ha de ser nuestra más preciada recompensa.
Sintamos hoy al despediros la satisfacción del deber cumplido y unamos nuestros sentimientos y anhelos por la grandeza de la Patria gritando juntos:
«¡Viva España!».
Naturalmente Azaña se sube por las paredes cuando lee el discurso y escribe en su propio «Diario»:
«Alocución del general Franco a los cadetes de la Academia General con motivo de la conclusión del curso. Completamente desafecto al Gobierno, reticentes ataques al mando; caso de destitución inmediata, si no cesase hoy en el mando. Le paso la alocución al asesor jurídico, para que vea si hay materia punible. Me entrega un informe escrito diciendo que se puede proceder en forma judicial; que cabría gubernativamente corregirlo».
Sin embargo, el sibilino Azaña no se va a los Tribunales y decide algo que sabe que es una puñalada para Franco: incluir en su impecable hoja de servicios una nota de reprensión que decía:
«Por orden manuscrita de 22 de julio de 1931, dirigida al general de la 5ª división orgánica, se le manifiesta para conocimiento del general a que se contrae esta hoja de servicios, el desagrado producido por la alocución pronunciada el día 14 del mismo mes con motivo de la despedida de los cadetes, en cuya alocución se formularon juicios y consideraciones que, aunque en forma encubierta y al amparo de motivos sentimentales, envuelven una censura para determinadas medidas del Gobierno y rebela poco respeto a la disciplina y que en lo sucesivo se abstenga de manifestaciones semejantes y atempere su conducta a las elementales exigencias de la disciplina, de que ha hecho caso omiso en la repetida alocución; debiendo hacerse constar esta orden ministerial en la documentación personal del interesado para que surta los debidos y oportunos efectos».
Y tanto sabía Azaña que eso era doloroso para quien había hecho de su carrera militar una religión, que esa noche cuando se sienta a escribir en su «Diario» y lo cuenta, añade: «Sé que este asunto puede tener consecuencias.» ¡¡Y las tendría!!
Pero Franco acepta disciplinadamente, se despide de Zaragoza y se lleva sus bártulos a Asturias en espera de destino. Eso sí, por protocolo y por disciplina, se pasa por Madrid para despedirse del ministro que lo ha dejado cesante.
Y en Madrid se ven las caras en el despacho del ministro el 18 de agosto, y como de la entrevista hay dos versiones reproduzco las dos, la del propio Azaña y la del historiador-confidente de Franco, Joaquín Arrarás.
Fuente: Franco, una biografía en imágenes de SND Editores
Vayamos con la primera:
«Recibo al general Franco, a quien no había visto desde que se me presentó, a poco de venir la República. Ayer estuvo a visitar al subsecretario, quien le recordó que es obligatorio presentarse al ministro, y se lo aconsejó como compañero.
He recibido muy bien al general. Le digo que me dio un disgusto con su proclama y que no la pensó bien. Pretende sincerarse, un poco hipócritamente. Le aconsejo que no se deje traer y llevar por sus amigos y admiradores, porque en la vida pública no se es lo que uno quiere, sino lo que los demás se empeñan en hacer de uno. Hace protestas de lealtad, y aunque la han buscado, ha dicho que respeta al régimen constituido, como respeto a la Monarquía. Me hace una gran defensa de la Academia General, que he suprimido, contra la que había muy mal ambiente en el Ministerio.
Como yo le dejo entrever que, cambiando las circunstancias del momento me sería grato utilizar sus servicios, me responde con una sonrisita: «¡Y para utilizar mis servicios me ponen policía que me sigue a todas partes en automóvil! Habrán visto que no voy a ninguna parte!».
(En la Dirección de Seguridad han hecho, pues, una tontería. Le dije a Galarza que vigilaran lo que hacía este general, y se les ocurre ponerle detrás de un auto, con tres agentes. Esta tarde le he dicho a Galarza que se lo quite.)
Le recuerdo el ejemplo de su hermano, que tuvo toda mi confianza, y a quien la popularidad le ha llevado adonde quizá no pensaba ir, y a donde quizá esté arrepentido de haber llegado. La entrevista concluye con las cortesías de uso».
Y aquí la versión de ARRARÁS:
La alocución (de Franco) disgustó profundamente al Gobierno y Azaña apercibió de oficio al director de la Academia.
El efecto lacerante del discurso duraba todavía, cuando franco, ya disponible, se presentó, como era su obligación, al ministro. Éste le dijo:
— He vuelto a leer su orden extraordinaria a los alumnos y quiero creer que usted no ha pensado lo que escribió.
— Señor ministro –replicó el general–, yo no escribo nada que no haya pensado antes.
Sí, lo había pensado Y si tuviera que escribirlo otra vez –repetía Franco ante sus íntimos– no modificaría ni una coma».
Lo pone de manifiesto es que la entrevista de los dos personajes debió ser tirante y que ambos sacaron sus propias conclusiones mirándose a los ojos. Al menos Azaña quedó impresionado, porque a partir de ese día cada vez que se hablaba de «ruido de sables» lo primero que preguntaba era: «¿Y Franco? ¿Dónde está Franco?» (como él mismo escribiría cuando supo de la sublevación de Sanjurjo el 10 de agosto de 1932).
Es más, el 9 de diciembre de este año 1932, Azaña escribe en su Diario estas palabras:
Me han despertado a las ocho y media porque tenía que acompañar al presidente a su viaje a Toledo. Había dormido muy poco, tres horas. Me desvelé pensando en la atrocidad de Lerroux en Zaragoza, y como en estos insomnios preocupados la imaginación me concreta y materializa excesivamente las cosas, he tenido danzando ante los ojos toda la noche a la Academia General Militar… Objeto que representa mi disgusto, porque en él se marca el principio del desmoronamiento de todos mis trabajos. Creo que por primera vez me ha desvelado una contrariedad de esa índole.
El hecho es que Franco, en cuanto sale del despacho del ministro, regresa a su forzoso destino de paro en Oviedo y allí pasa los meses siguientes, sin hacer otra cosa que pasear, leer y escribir.
«Franco -me diría un día Serrano Suñer- cambió mucho a partir del cierre de la academia y se volvió silencioso, taciturno, tal vez resentido… Eso sí, debió leer más que había leído en toda su vida. A mí me pidió que le enviase todo lo que tuviese de Lenin y la Revolución Rusa, quizás porque seguía leyendo el Bulletín de L,Entente Internationales contre la Troisième Internationales, cuya suscripción le había le había regalado Primo de Rivera al marcharse a Zaragoza… También me pidió entonces que le mandara: La Decadencia de occidente, de Spengler, y algunas obras más que ahora no recuerdo».
El 21 de febrero de 1932, ¡por fin!, el Gobierno destina a Franco como jefe de de la XV Brigada de Infantería y comandante militar de La Coruña. Por el Decreto 9 de marzo de Azaña los generales que llevasen seis meses en situación de reserva pasarían automáticamente a la situación de reserva definitiva. Franco se había salvado por los pelos.
En Galicia le coge el 10 de agosto (en el que se niega a participar) y allí permanece hasta que en febrero ya de 1933 le nombran comandante general de Baleares.
Curiosamente, mientras Franco viaja hasta las Baleares, ya recuperado y otra vez lleno de ilusiones, mientras se instala en el Precioso Palacio de La Almudaina, sede de la Comandancia General, e inicia una de las etapas que con más cariño guardaría en su memoria… Azaña comienza a recorrer su «vía crucis» personal y político. La alegrías del 14 de abril se están transformando en sapos y los compañeros de viaje ya afilan las navajas.
Porque primero tiene que hacer frente a la crisis de Casas Viejas y los «tiros a la barriga», después a las elecciones de los burgos podridos, luego al desastre del Tribunal de Garantías y como antesala del Gólgota la salida del Gobierno y la gran derrota de las elecciones generales de noviembre. Lo dicho: dos vidas y un destino. La prepotencia de la «trituración» acabó en la cárcel un año después… y Franco bañándose en las paradisíacas playas de Baleares. ¡Así es la vida!
Claro que, como el Ave Fénix, Azaña resucitó de sus cenizas y en 1936 pudo desquitarse otra vez de Franco. Sucedió después de las elecciones de febrero y el triunfo del Frente Popular. Franco fue destituido rápidamente de su cargo como jefe del Estado Mayor Central y destinado, más bien desterrado, a Canarias. Entonces volvieron a verse las caras, porque Franco, disciplinado siempre, fue a despedirse de su ministro y a quejarse de su alejamiento forzoso, por considerar que dada la situación que vivía el país, su presencia en Madrid podría ser más necesaria. Azaña estuvo cortante, como siempre, y al decir de los biógrafos lo despidió sin unas palabras de afecto.
Fue la última vez que se vieron.
¿Y por qué cerró Azaña la Academia?. En su momento hubo más de una versión, pero cuando yo tuve que escribir hace años sobre este asunto me quedé con la versión que dio una tarde en su tertulia del Ateneo Don Gregorio Marañón y con ella me quedo.
«Señores, no le den más vueltas a lo del cierre de la Academia de Zaragoza. ¿Cómo iba a permitir el resentido Azaña que un general (generalito, le llama él) fuese más popular que el Ministro de la Guerra? ¿lo entendéis?
Azaña ha mandado cerrar la Academia por celos, los celos que le tiene a cualquiera que tenga algo más que él… Según Cipriano, su cuñado, a mí me hubiera fusilado cuando me eligieron Presidente del Ateneo, siendo él el secretario que conocía la Casa mejor que nadie… Un resentido no soporta a su lado a nadie que triunfe… ya sabéis que a la Academia le llama «el juguetito» de Franco».
Y no contento con el cierre de la Academia saca otro Decreto con la supresión de la «Prensa militar».
¿Qué cual era la «Prensa militar? y qué fuerza tenía…? En realidad, dos periódicos: La Correspondencia militar y Ejército y Armada, ya que la influyente y politizada «Prensa militar» de otros tiempos se había esfumado. (El Correo militar fundado en 1869 por el coronel republicano Miguel A. Espina, y el Ejército Español, que nació en 1888 para apoyar las reformas del general Cassola…, desaparecieron durante la Dictadura.) Y en cuanto a la fuerza sólo cabe concederles el hecho de que los demás creyesen que tras ellos estaba el Ejército, cosa que tampoco era cierta, si se exceptúa que La Correspondencia (como se llamó tras la Ley Azaña) estuviese dirigida por el teniente coronel retirado don Emilio Rodríguez Tarduchy.
La Ley fue aprobada el 23 de marzo de 1932 y en su artículo tercero decía:
Quedan prohibidas las publicaciones periodísticas que, por su título, subtítulo, lemas, emblemas u otro medio cualquiera, manifiesten o induzcan a creer que representan la opinión de todo o parte de los Institutos armados de la República. Se exceptúan las publicaciones técnicas autorizadas por el ministro de la Guerra o de Marina.
Por cierto, que en el transcurso del debate de esta Ley pronunció Azaña un discurso muy curioso, ya que –como verá el lector enseguida– el todopoderoso Presidente del Gobierno y ministro de la Guerra reconoce que el Ejército-Institución sólo se había sublevado como tal en 1923 ( lo que confirma mi tesis ya expuesta de que los «pronunciamientos», «golpes» o «autogolpes» del siglo XlX más habían sido obra de «militares» que del Ejército). Asimismo, Azaña recala en este discurso la responsabilidad de los partidos políticos en es «politización» de los militares, a quienes se atraían con fines partidistas e interesados.
Pero, digo una vez más lo de siempre: yo ni quito ni pongo Rey, pero ayudo a mi señor, y mi señor serán siempre… la verdad y la Historia (o la intrahistoria).
Julio MERINO
Periodista y Miembro de la Real Academia de Córdoba
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