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Hace 214 años, el 19 de enero de 1807 nacía en Strattford, condado de Westmoreland, en el Estado de Virginia, Robert Edward Lee (1807-1870), el que fuera General estadounidense conocido por comandar el ejército confederado de Virginia del Norte durante la guerra de secesión norteamericana desde 1862 hasta su rendición en 1865 ante el General de la Unión Ulysses Grant, y del que días atrás se han retirado sus estatuas en EEUU, por lo que ha vuelto a ser noticia.

Robert E. Lee es el General más famoso del Ejército de los Estados Confederados de América, los 11 Estados del Sur que entre 1861 y 1865 se separaron de los Estados Unidos de América por diferencias y en rechazo a la elección de Abraham Lincoln como presidente.

Robert Lee ingresó en la Academia militar de West Point en 1825. Graduado en West Point como el segundo de su promoción en1829, con el grado de Alférez del Cuerpo de Ingenieros del ejército, fue Teniente de Ingenieros del ejército en 1838. Participó después en la guerra contra México (1846-1848), en la que fue ascendido a Coronel. Acabado el conflicto, fue superintendente de West Point (1852-1855) y sirvió luego con la Caballería en Texas.

Cuando Virginia declaró su secesión de la Unión en abril de 1861, Lee eligió posicionarse con su Estado de origen, a pesar de su deseo de que su país permaneciera intacto y de que le ofrecieron un puesto en el alto mando del ejército de la Unión. Por tanto, la secesión de Virginia y el inicio de la contienda civil llevaron a Lee, quien siempre mostró una gran fidelidad por su Estado natal, a abandonar su cargo en el ejército federal y convertirse en el Comandante en jefe de las tropas virginianas.

Respecto al papel que jugó  la esclavitud entonces vigente en el estallido de la guerra civil norteamericana, vemos en las palabras de Lee que era más un proteccionista de los negros que un esclavista negrero:

“Basado en sabiduría y principios cristianos, le haces un gran mal e injusticia a toda la raza negra al dejarlos libres. Y es sólo esa consideración que ha dirigido la sabiduría, inteligencia y cristiandad del Sur apoyar y defender la institución hasta ahora”, dijo Lee en una entrevista con “The New York Herald”.

Es interesante conocer también una carta que antes de la guerra, en 1856, Lee envió a su esposa en la que escribe: “En esta época ilustrada, hay unos pocos creo, pero que reconocerán que la esclavitud como institución es un mal político y moral en cualquier país”. Y continua: “(Pero) es un mal mayor para el hombre blanco que para la raza negra (…) Los negros están inconmensurablemente mejor aquí que en África, moralmente, socialmente y físicamente. La dolorosa disciplina que atraviesan es necesaria para su instrucción como raza y espero que los prepare y conduzca a mejores cosas”.

Y eso es cierto, entonces, en ningún, lugar del mundo vivían los negros tan prósperamente como en Norteamérica, y desde luego mucho mejor que en Africa, donde también existía la esclavitud, pero sin ninguna de las ventajas que tenían en los EEUU.

En abril de 1861, cuando estalló la guerra de secesión en Norteamérica, los nordistas hallaron, sin embargo, una útil bandera ideológica en el abolicionismo que exigía el fin de la esclavitud. En realidad, la guerra había empezado a causa de la rivalidad económica entre nordistas y sudistas, y la envidia que causaba al Norte la prosperidad económica de los plantadores y campesinos del Sur cuya cultura era, además, netamente superior. Los sudistas, amparándose en el texto de la Constitución de los Estados

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Unidos, pretendieron separarse de la Unión. El Presidente Lincoln había subrayado, varias veces, que la finalidad de la guerra no era la abolición de la esclavitud, sino la preservación de la unidad nacional, y que para salvar a ésta estaba dispuesto incluso a transigir con el mantenimiento de aquella en el Sur. Para Lincoln, la liberación de los negros no era la verdadera finalidad de la guerra, sino simplemente un ardid propagandístico y una medida militarmente necesaria.

 

En junio de 1861, Lee, con el rango de General del ejército confederado, se convirtió en asesor militar del presidente confederado Jefferson Davis, el presidente de la Confederación. Lee tomó el mando del ejército de Virginia del Norte en 1862, donde se distinguió como un astuto estratega y comandante en el campo de batalla, venciendo la mayoría de sus batallas y siempre contra ejércitos de la Unión muy superiores, y lanzando una ofensiva,  conocida como “Los siete días de Lee”, mediante la cual rechazó la amenaza del ejército federal del Potomac sobre Richmond, y a continuación derrotó a Pope en la segunda batalla de Manassas. Sufrió su primera derrota importante en Gettysburg, 1-3 de julio de 1863. Con su diezmado ejército, opuso resistencia a la posterior ofensiva de Ulysses Grant sobre Richmond, causando cincuenta mil bajas a los federales. Con la marcha de William Sherman sobre Georgia y Carolina del Sur, en febrero de 1865, Robert E. Lee fue nombrado comandante en jefe de todos los ejércitos confederados, y trató de retirar su ejército para unirlo al de Johnston, pero fue cercado y obligado a rendirse al General Ulysses Grant en Appomattox el 9 de abril de 1865.

Lee rechazó la propuesta de mantener una insurgencia contra la Unión y llamó a la reconciliación entre ambos bandos. Tras la guerra, Lee solicitó inútilmente la amnistía oficial, y se convirtió en uno de los principales abogados de la reconciliación nacional, y apoyó el programa de reconstrucción del presidente Andrew Johnson. Así, cuando en 1869 fue invitado a participar en una ceremonia con combatientes de la batalla de Gettysburg, en Pensilvania, que se había luchado seis años antes, Lee declinó ir porque le parecía que era mejor no marcar esos recuerdos. «Creo más sabio, además, no mantener abiertas las llagas de la guerra sino seguir el ejemplo de aquellas naciones que se esforzaron por borrar las marcas de la lucha civil, para mandar al olvido los sentimientos que se engendraron”, dijo en la carta de respuesta que envió a los organizadores del encuentro.

Aceptó la presidencia del Washington College (ahora Universidad Washington Lee en Lexington, Virginia) en 1865, y así Robert E. Lee terminó sus días como un respetado rector de la Universidad Washington Lee, en Lexington, Virginia, donde falleció el 12 de octubre de 1870. Lee pasó a ser considerado el gran héroe confederado y para algunos un icono de posguerra de la llamada «Causa perdida de la Confederación». Su popularidad creció incluso en el norte, especialmente después de su muerte en 1870.

 

Años después de su muerte, en octubre de 1883, Abraham Lincoln en sendos discursos pronunciados en Charleston y Quincy (Illinois), recordó que no era su intención «querer exigir la igualdad política y social de las razas blanca y negra, pues, físicamente, existe una tal diferencia entre ambos que nunca podrán vivir en un estado de perfecta igualdad».

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Al obtener su libertad, los negros americanos cometieron terribles excesos que, al ser tolerados e incluso fomentados por las autoridades de ocupación de los vencedores, todavía ensancharon más la zanja de odio que separaba a nordistas y sudistas.

Y, no obstante, todos los americanos conscientes sabían que la institución de la esclavitud era condenable y que era preciso liquidarla. Para ser fieles a la verdad histórica hay que insistir en el hecho de que los grandes puertos del Norte habían alcanzado su envidiable prosperidad mediante el tráfico de esclavos. El Norte era tan responsable como el Sur, pues los mercaderes de esclavos que hacían venir a los negros de Africa habitaban sobre todo en las ciudades del Norte.

 

Hay que considerar, para empezar, que los negros que fueron deportados al Nuevo Continente, ya por negreros británicos, ya por mercaderes esclavistas de Nueva Inglaterra, ya por negreros españoles u holandeses, habían sido extraídos de un medio totalmente salvaje. La mayor parte de ellos eran esclavos ya en

Africa, y habían sido vendidos a los mercaderes por sus amos negros. Una vez terminada la travesía, la deportación a América significaba para ellos una neta mejoría con relación al género de vida que llevaba anteriormente en su tierra natal en Africa.

 

Cuando el fin de la guerra de secesión dio la libertad a los negros esclavos, ese regalo cayó en manos de hombres que, en el transcurso de la Historia nunca han podido ir más allá de los primeros pasos de una cultura propia. Cuando los pueblos blancos iniciaron la colonización de Africa, los negros habían sido incapaces de inventar la rueda y, a pesar de sus extensas costas, ríos y lagos, desconocían incluso la navegación. No poseían ni la

conciencia de raza, ni una tradición histórica; no poseían instituciones de ningún género, exceptuando, si acaso, la esclavitud sin la cual es imposible imaginar la vida en Africa, incluso hoy donde persiste en el Sahel.

 

El americano medio, que se avergüenza a veces, de la suerte de los negros en EEUU, no tiene más que echar una ojeada a su alrededor para darse cuenta de cómo han vivido los negros en otras partes, especialmente tras la descolonización. En Haití, sin ir más lejos, por ejemplo. La evolución de los negros bajo la dirección de los blancos en el Sur de los Estados Unidos dio resultados mucho más positivos. Pero fue dentro de un espíritu de segregación racial y de respeto mutuo de las razas separadas. Negros y blancos son iguales en deberes y en derechos, pero separados. «Separate but Equal». La segregación racial no es un sistema de opresión, sino una defensa natural contra el mestizaje, que fue el mayor error de España en América.

 

En 1975 el Congreso de Estados Unidos restauró a título póstumo la ciudadanía estadounidense al General Lee. Lamentablemente este último año hemos visto ser derribadas sus estatuas en EEUU bajo la presión de la chusma de “Black Lives Matter”, que como siempre, ha sentido repulsión hacia quien fue un caballero.

 

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REDACCIÓN