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Este 30 de enero coincide en dicha fecha dos aniversarios, uno es el 126 aniversario del nacimiento de Wilhelm Gustloff, y el otro el 76 aniversario de la que ha sido la mayor tragedia naval de la historia, el hundimiento del transatlántico que llevaba su nombre.
Recordemos ambos hechos por separado.
En primer lugar, ¿quién fue Wilhelm Gustloff?
Wilhelm Gustloff nació el 30 de enero de 1895 en Schwerin (Pomerania), y fue bautizado el 24 de marzo de 1895 en la catedral de dicha ciudad.
Wilhelm Gustloff padecía una enfermedad pulmonar crónica y tenía problemas en su laringe, por lo que no fue llamado al frente durante la Primera Guerra Mundial como soldado. Debido a su enfermedad, en 1917 se trasladó a la ciudad suiza de Davos para curar su enfermedad pulmonar. En 1921 se convirtió en miembro del Deutschvölkischen Schutz und Trutzbund, se unió al NSDAP en 1929 y desde 1932 fue el líder del NSADAP/AO en Suiza. Wilhelm Gustloff trabajaba como meteorólogo para el gobierno suizo cuando ingresó en el NSDAP el año 1929. Fue, por tanto, un destacado activista suizo pro- alemán, miembro, fundador, jefe regional y líder del NSDAP en su rama suiza. En realidad, fue él quien fundó la rama del partido en Suiza, exactamente en 1932 en la ciudad de Davos. Para ello contó con alemanes que vivían es ese país y algunos suizos de habla germana, dado que en los años 30, en Davos existía una numerosa comunidad alemana.
Desde un principio tuvo un enorme interés en distribuir el famoso libro titulado “Los protocolos de los sabios de Sión” (al igual que hizo Onésimo Redondo en España), hasta el punto que la comunidad judía asentada en Suiza demandó al distribuidor del libro, que era el propio NSDAP.
Fue asesinado el 4 de febrero de 1936 por el odio racial de un judío llamado David Frankfurter (1909-1982). Éste, era hijo de un rabino y un estudiante de Medicina radicado en Alemania que tuvo que exiliarse en 1934 a Berna para continuar sus estudios debido a la política antijudía de los NS en Alemania. Sin embargo, también allí surgió el nacionalsocialismo de mano de Wilhelm Gustloff, llegando así a la conclusión del peligro internacional que el nacionalsocialismo suponía para los perversos intereses de la judería mundial. Y así David Frankfurter se convirtió en un violento agitador antinazi vigilando los movimientos de Wilhelm Gustloff, en particular, por la publicación de “Los protocolos de los sabios de Sion” en Suiza. En 1936, incapaz de soportar que los nacionalsocialistas dejaran constantemente en evidencia a los judíos, adquirió una pistola y se dirigió desde Berna al domicilio de Wilhelm Gustloff, localizado en la ciudad de Davos. Una vez allí, llamó a la puerta siendo recibido por la esposa de aquel, Hedwig, que había sido secretaria de Hitler, la cual le invitó a pasar al salón en espera del marido que estaba ocupado al teléfono. Una vez Wilhelm Gustloff terminó e hizo pasar a su despacho al joven, recibió cinco disparos en la cabeza, cuello y pecho. Tras los gritos de la esposa, el asesino, David Frankfurter huyó al piso contiguo, pidiendo utilizar el teléfono para llamar a la policía y confesar su delito. Acto seguido se trasladó a la comisaría de policía para entregarse y contar lo sucedido. Dejó bien claro que su motivo no era personal, sino por ser judío.
Es decir, el asesinato de Wilhelm Gustloff fue lo que hoy se llamaría un delito de odio, y resonó a través de toda Europa, gracias a la propaganda nacionalsocialista dirigida por Joseph Goebbels.
El gobierno alemán le concedió un funeral de Estado en su lugar de nacimiento (Schwerin, en la provincia de Mecklemburgo, actual Estado Federado de Mecklemburgo-Pomerania Occidental) estando presentes Hitler, Goebbels, Goering, Himmler, Martin Bormann y Joachim von Ribbentrop. Miles de miembros de las Hitler Jugend se alinearon en la ruta del funeral.
El tren que transportó sus restos mortales desde Davos hasta Schwerin hizo múltiples paradas en varias estaciones (Stuttgart, Wurzburgo, Érfurt, Halle, Magdeburgo y Wittenberg) para rendirle su merecido homenaje. Su esposa recibió más tarde una pensión mensual como pago de honor de 400 marcos.
En un principio, el asesinato de Wilhelm Gustloff no tuvo represalias inmediatas, Hitler quería evitar un boicot internacional hacía los Juegos Olimpicos de Berlin de ese mismo año (1936). Sin embargo, se le consideró un mártir y héroe de la causa nacionalsocialista, y su asesinato fue otro motivo más, además del asesinato de otro respetado nacionalsocialista, Ernst von Rath (1909-1938), que fue un diplomático y secretario de la embajada alemana en Paris al que el 7 de noviembre de 1938, el judío y homosexual Herschel Grynszpan le hirió de muerte con cinco disparos, falleciendo dos días más tarde, un magnicidio que produjo una serie de graves disturbios en lo que llegó a conocerse como la “Kristallnacht” o “noche de los cristales rotos”, en noviembre de 1938, y en la que negocios judíos, sus propiedades y sinagogas ubicadas en los territorios del Reich fueron atacados por ciudadanos alemanes enfurecidos por dichos magnicidios cometidos por judíos.
Apareció una fundación, Wilhelm Gustloff-Stiftung, tras su muerte.
Una fábrica de armamento, llamada Berlin Suhler Waffen und Fahrzeugwerke, fue rebautizada en 1939 con el nombre de Wilhelm Gustloff Werke.
Sin embargo, su nombre no ha pasado a la historia por todo esto. La razón ha sido que un transatlántico alemán, el transatlántico “Wilhelm Gustloff”, fue rebautizado con este nombre en su honor tras su muerte. Y el hundimiento de este barco ha pasado a la historia por ser el que mayor víctimas mortales ha tenido hasta la fecha de hoy (al menos, 5 veces más muertes que el famoso “Titanic”, aproximadamente unas 9000 víctimas).
El asesinato del político nacionalsocialista Wilhelm Gustloff fue también un motivo de la famosa novela “A paso de cangrejo” del novelista alemán Günther Grass, dentro del argumento basado en el hundimiento del transatlántico “Wilhelm Gustloff”.
Su asesino, el sicario sionista David Frankfurter, fue condenado por el tribunal cantonal de Coira a una pena de 18 años de prisión, así como a la expulsión de Suiza una vez terminada la condena. En 1945, una vez terminada la guerra, fue liberado, trasladándose a Palestina, y participando allí en la fundación del genocida Estado de Israel. Murió en Tel Aviv (Israel) 46 años después del cobarde asesinato que perpetró, y aún hoy es venerado y considerado un “héroe” en los círculos sionistas de Suiza y como ciudadano en Israel por la propaganda del Estado de Israel.
El otro hecho, ya mencionado, tuvo lugar el 30 de enero de 1945. Y se trata del hundimiento del transatlántico alemán “Wilhelm Gustloff”, otro de los crímenes cometido por los “buenos”, en este caso por los soviéticos, que nunca fue juzgado. La armada soviética atacó la embarcación con torpedos el 30 de enero de 1945. A bordo del buque se encontraban más de 10.000 personas, en su mayoría mujeres y niños, también había heridos, todos ellos refugiados que huían del avance del ejército rojo.
El “Wilhelm Gustloff” había sido un moderno trasatlántico destinado a la población trabajadora de la Alemania de Hitler para el programa “Fuerza por la alegría” (“Kraft durch Freude”) hasta el inicio de la guerra. Durante la contienda fue utilizado como buque hospital hasta 1940 y después como buque escuela para la 2ª U-Boot Lehrdivision, dedicada al adiestramiento de cadetes para los submarinos. Su nombre conmemoraba al dirigente alemán del NSDAP suizo, asesinado por un estudiante judío en 1936, como ya hemos mencionado antes.
Días antes de su hundimiento, durante la tarde del 22 de enero de 1945, con una temperatura gélida de 14 grados bajo cero, se procedió a preparar el crucero para que sirviera de barco de evacuación. De las 60.000 personas que habían pugnado por subir al barco, sólo lo consiguió una sexta parte, unos diez mil.
Por añadidura, cuando el crucero estaba ya literalmente abarrotado, llegaron unas cuatrocientas auxiliares navales de edades comprendidas entre los 17 y los 25 años. Dado el peligro real que existía de que fueran violadas por los soviéticos, se procedió a cargarlas en la zona que había ocupado la piscina en la cubierta.
Finalmente, durante la mañana del día 29 de enero llegó un tren de heridos a Gotenhafen y se procedió en las peores condiciones a trasladar su pasaje al crucero. Para aquel entonces, pasillos, habitaciones y dependencias presentaban un cuadro general de hacinamiento en el que sólo el 60% de los pasajeros contaba con chalecos salvavidas. A las 12.30 del martes 30 de enero de 1945 cuatro lanchas remolcaron el crucero fuera del muelle para que pudiera alejarse del puerto.
El tiempo era infernal. El viento presentaba una velocidad de siete nudos por hora, la temperatura era inferior a los 10 grados bajo cero, nevaba y los témpanos de hielo despuntaban peligrosamente la superficie del mar. Cuando cayó la noche, los refugiados que habían vomitado o que comenzaban a desmoralizarse eran millares. A pesar de todo, la mayoría abrigaba la esperanza de que en unos días podrían llegar a la costa de Dinamarca. Sobre las 21.10 de la noche, los pasajeros sintieron un impacto contra el casco del “Wilhem Gustloff”. No podían saberlo pero habían sido alcanzados, por tres torpedos disparados desde un submarino soviético S-13. El primer proyectil había alcanzado al barco bajo la línea de flotación pero las pérdidas ocasionadas por los dos siguientes resultarían mucho peores. El segundo había alcanzado la piscina de la cubierta matando a casi todas las enfermeras mientras que el tercero dio en la sala de máquinas destruyéndola casi por completo.
Mientras los pasajeros eran presas del pánico, luchaban desesperadamente por llegar a las cubiertas superiores y no pocos se precipitaban a las aguas heladas del Báltico, la tripulación comenzó a lanzar llamamientos de SOS a la costa de Stolpmunde, en Pomerania. Aunque los mandos insistieron en que las mujeres y los niños debían ser los primeros en subir a los botes salvavidas la orden fue desobedecida y las mujeres embarazadas y los heridos se convertían en las primeras víctimas. Al cabo de 50 minutos, el crucero se había sumergido bajo las frías aguas llevándose consigo a la mayoría de los pasajeros. Los que habían conseguido alcanzar un bote o nadaban desesperadamente fueron recogidos por el torpedero alemán T-36 y otro barco de características similares que, como aquel, pertenecía a una pequeña flotilla de escolta que acompañaba al crucero pesado Admiral Hipper. Aunque muchos de los pasajeros recogidos murieron a causa del frío, entre los supervivientes hubo algunas mujeres embarazadas. Incluso en el curso de la noche nacieron tres niños que fueron atendidos por soldados convertidos en improvisadas comadronas, episodio que sirvió al novelista y Premio Nobel alemán Günther Grass para ambientar su libro «Im Krebsgang», en el que Paul, el protagonista de la novela, nació al poco de que su madre fuera rescatada del Báltico y, alcanzada ya su jubilación, se enfrenta a la difícil tarea de escribir sus memorias en un país que ha decidido hacer tabla rasa de aquella tragedia.
El torpedero T-36, entretanto, fue objeto de nuevos ataques submarinos y en una de las ocasiones en las que tuvo que maniobrar para esquivar un torpedo algunos de sus pasajeros cayeron al agua y murieron. Sin embargo, sobre las 14.00 horas del 31 de enero de 1945, ambos barcos llegaron a Sassnitz. De los más de 10.000 embarcados habían logrado salvar entre ambos a 996 personas. Finalmente, los casi 1.000 supervivientes fueron acogidos a bordo del barco hospital danés “Rey Olaf”.
La tragedia del “Wilhem Gustloff” constituyó el mayor desastre naval del siglo XX sextuplicando las 1.495 víctimas del “Titanic”. Y tan grave como el aspecto cuantitativo es el cualitativo, ya que el naufragio no se debió a un accidente por causas naturales.
Las motivaciones del comandante soviético Alexandr Marinesko para hundir el barco de refugiados fueron, según todos los indicios, más personales que militares. Marinesko había tenido en los últimos tiempos roces con sus superiores y se rumoreaba que podía ser detenido y deportado en cualquier momento. El marino soviético llegó a la conclusión de que un éxito militar como el hundimiento del “Wilhem Gustloff” podía sacarlo de tan comprometida situación y actuó en consecuencia. Y no se equivocó en sus cálculos. La muerte de más de 9.000 seres humanos fue considerada por las autoridades soviéticas un hecho lo suficientemente meritorio como para condecorar a Marinesko con la medalla de “Héroe de la Unión Soviética”.
Desde ese momento, el episodio se convirtió en un tema tabú. Los aliados occidentales no deseaban arrojar sombra de duda sobre la honorabilidad de los soviéticos y estos no tenían interés en destacar la brutalidad con que habían actuado. Tampoco la dictadura comunista de la RDA pretendía recordar cómo habían entrado en Alemania sus mentores políticos.
Hubo que esperar al año 1955 para que una película titulada «Nacht fiel über Gotenhafen» (“La noche cayó sobre Gotenhafen”) tratara el tema, y hasta fechas más recientes para que un libro, «SOS Wilhem Gustloff», de Heinz Schon, abordara el estudio histórico del trágico episodio. Al fin y a la postre, la existencia de testigos supervivientes había convertido en imposible la tarea de echar tierra sobre un episodio en el que habían quedado de manifiesto las peores pulsiones de la naturaleza humana.
Para entender mejor aquellas circunstancias, del pánico entre los refugiados civiles que huían ante el avance del ejército soviético, da idea la siguiente arenga del escritor judío Ilya Eherenburg:
«Alemania es una puta. Estamos en Alemania. Las ciudades arden y me siento feliz. Los alemanes no tienen alma. Levantaremos cadalsos en Berlín. El terror empuja a los alemanes y a sus hembras hacia el oeste. Alemania, puedes dar cuantas vueltas quieras y arder y aullar en tu mortal agonía. ¡La hora de la venganza ha sonado!».
Ya antes, en octubre de 1944 el mismo energúmeno, y propagandista del Partido Comunista de la Unión Soviética, Ilya Ehrenburg, había escrito en el periódico «Estrella Roja»: «Los alemanes no son seres humanos. A partir de ahora la palabra alemán provocará la descarga de un arma. No hablaremos, no nos inquietaremos: mataremos. No cuentes los días. Cuenta una sola cosa: los alemanes que has matado. Mata alemanes, no son personas».
Esas viles palabras son del escritor judío conocido por su obra «Fábrica de sueños», crítica del cine de Hollywood y su libro de propaganda «España, república de trabajadores», pues este elemento había sido también el que dirigió la propaganda radiada para el bando rojo durante la guerra civil española.
Marinesko, el que torpedeó el “Wilhelm Gustloff”, fue condecorado y recibió a su muerte la consideración de “Héroe de la Unión Soviética”. Ilia Ehrenburg recibió en 1957 el Premio Lenin de la Paz y fue recibido en muchísimos países como representante de la Unión Soviética y reputado escritor. En las biografías de este propagandista comunista que circulan por la red, pocos mencionan que fue autor de frases como las ya citadas o como ésta: «Mata. Nadie en Alemania es inocente, ni siquiera la vida de los que aún no han nacido. Sigue las palabras del camarada Stalin y aplasta para siempre a la bestia fascista en su guarida. Quiebra el orgullo de las mujeres alemanas. Tómalas como tu botín legítimo.»
Tampoco la Unión Soviética, ni el Partido Comunista, ni ninguno de los responsables de aquella matanza fueron jamás acusados, ni juzgados por este crimen.
Uno de los documentos más detallados que existen sobre este trágico hecho es la novela ya citada “A paso de cangrejo”, del Premio Nobel de Literatura Günter Grass.
Hoy, a 42 metros de profundidad, 9343 víctimas del odio esperan, no ya justicia, sino al menos nuestro recuerdo.
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