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Conocí a Don Ramón Serrano Súñer en1973 y fui su amigo y colaborador hasta su muerte, acaecida el año 2003, y cuando sólo le faltaban 11 días para cumplir los 102 años…y por ello puedo «reparar» la idiotez que acabo de leer (una más) sobre su «filonazismo» y su postura pro-EJE (o sea, la de participar en la Guerra al lado de la Alemania nazi), tal vez porque no saben distinguir entre Alemania y Nazismo. Don Ramón era un gran admirador de Alemania (como Ramón y Cajal, y Unamuno, y Ortega, y Marañón, y Azaña…y todos los intelectuales españoles) y un mal ·amigo» del nazismo. Admiraba a Mussolini y no comulgaba con Hitler. Pero, como hoy de lo que quiero hablar es de la entrevista DESCONOCIDA que tuvo con Hitler en su último viaje a Alemania y siendo Ministro de Exteriores de España. Nunca habló de ella en público, ni siquiera en sus libros «Entre Hendaya y Gibraltar» y «Memorias»)…aunque sí con Franco, me limito a reproducir la versión que me dio una tarde, de las muchas que pasé con él, en su casa de la calle Príncipe de Vergara, de Madrid. LEAN.
«Antes de salir para España Serrano fue llamado de nuevo por Hitler. Don Ramón subió casi a escondidas desde Berchtesgaden a Berghof con todas las señales de alerta en rojo, pues tanto él como sus dos acompañantes oficiales (el Barón de las Torres y el Profesor Tovar) no habían dormido apenas pensando que allí podía pasar cualquier cosa, dado que los nazis no se paraban en barras cuando se jugaban una baza importante. Es más, debatieron si debía subir o no y si debía hacerlo solo o acompañado, dado los antecedentes y lo que les había ocurrido a otros mandatarios extranjeros.
Hitler recibió al Ministro Serrano Suñer en una salita de estar muy diferente al gran salón de la tarde anterior y con el semblante muy amistoso. Sólo había, sólo hubo, un testigo: el intérprete alemán (no he podido concretar nunca si fue en esta ocasión Paul Schmidt o el famoso Gross). Aquella imprevista conversación transcurrió así:
—Querido Ministro, le aseguro que esta noche no he podido dormir pensando en España. Sabe usted muy bien, por lo que hablamos ayer, que la toma de Gibraltar y el cierre del Mediterráneo para Inglaterra es fundamental para la marcha de la guerra -dijo Hitler en un tono que a mí me dejó de piedra y me hizo temer lo peor-. Y sabe usted que mis generales y las 186 divisiones que esperan me están presionando para pasar los Pirineos y llegar al Estrecho (aquí volvió a otro de sus silencios famosos). Señor Ministro, yo el Führer de Alemania, tengo que tomar hoy mismo una decisión trascendental: dar la orden a mis ejércitos de que entren en España y tomen Gibraltar y eso es algo muy serio. Por eso he querido verle antes de su regreso. (Y otra vez guardó silencio). Sé -y aquí sacó su tono de voz más convincente- que usted es amigo sincero de Alemania, pero también sé que usted es por encima de todo un buen español, lo que le aplaudo, por lo tanto le ruego que me responda a la pregunta que le voy a hacer con la máxima sinceridad.
—-Führer –me atreví a decir con la mejor voz que pude ante esta situación- le agradezco sus palabras porque son la verdad: soy amigo de Alemania pero soy por encima de todo español. Tenga la seguridad que yo le diré la verdad, aún en contra de los intereses políticos.
—Señor Serrano, lo sé y por eso le he convocado a esta reunión. Dígame señor Ministro, ¿qué haría de verdad el pueblo si mañana entran en España mis ejércitos?
Yo -dice Serrano- me quedé anonadado, porque comprendí en el acto que estábamos al límite de la invasión militar que tanto temíamos. Y por tanto instintivamente medité mis palabras de respuesta.
—Führer –dije con gran seguridad- el pueblo español en este supuesto se echaría al monte sin pensarlo. Igual que ocurrió con Napoleón.
—¿Y los amigos de Alemania?, preguntó él cortando mis palabras.
—¡También!, – dije yo mirando fijamente al intérprete- Y no olvide lo que fue la guerra de España para el emperador de los franceses».
Recuerda Serrano: Hitler se quedó callado unos segundos que a mi me parecieron siglos y luego dijo:
—Señor Ministro, ya sé que la guerra de guerrillas la inventaron los españoles».
Entonces se levantó y al tenderme la mano en señal de despedida todavía dijo:
—Señor Ministro, gracias por su sinceridad. Usted es un buen amigo y sobre todo un buen español. Le aseguro que tendré en cuenta sus palabras antes de tomar la última decisión. Que tenga buen viaje de regreso.
Y todavía cuando salía de aquella coqueta habitación me detuvo con otra pregunta:
—Perdone, señor Serrano (y el uso de mi apellido lo recalcó con intención y picardía). ¿Y usted qué haría si entran mis soldados en España?
—Führer –repliqué con humildad- yo me echaría al monte como un español más».
Cuando terminó de leer don Ramón los dos folios escritos de su puño y letra a Merino, que había sacado de una carpetilla azul, sobre esta última entrevista con Hitler, le preguntó Merino si habló del tema con Franco y que por qué nunca había hablado del tema:
«Sí. A Franco le conté toda la verdad nada más volver a Madrid e incluso le dije que nos preparáramos para lo peor (es decir la invasión y la guerra). Pero Franco, a parte de aplaudir mis palabras, me pidió entonces que no dijera nada, que él capearía el temporal. El hecho cierto, sin embargo, es que la invasión no se produjo y que Hitler ya no nos presiono más (aunque sí algunos de sus ministros).
Y en cuanto a la primera parte de sus preguntas la razón o razones son bien sencillas: yo no quise incluir esta última conversación con Hitler en mi primer libro «Entre Hendaya y Gibraltar» ni en mis «Memorias» porque había roto mentalmente con Franco, con el Régimen y hasta con la Historia. En esos momentos me daba igual todo y luego fue demasiado tarde. Además no había testigos vivos y algunos de mis «amigos», que siempre he tenido muchos, podían acusarme de inventor de historias. No. Esta verdad histórica se irá conmigo a la tumba como otras muchas que otro día le contaré.
A pesar de este rasgo final de aparente confianza Hitler siempre tuvo una mala opinión sobre Serrano: «Me repugnó desde el día que lo vi por primera vez, aunque nuestros embajador, con abismal ignorancia de los hechos, me lo presentaba como el germanófilo más ardiente de España».
El Führer, e incluso su amigo Ciano, acusaban a Serrano de Vaticanista.
Y a este hombre ¿se le puede llamar «filonazi»?. Me hubiera gustado a mi saber lo que habrían hecho en una situación parecida los Sánchez, los Casados o los Iglesias de hoy… es decir con un Jefe de Estado, cuyos ejércitos están ya en ese momento en PARIS y son los amos de Europa… y tiene en los Pirineos listas para entrar en España 200 divisiones, 10.000 tanques y 2.000 aviones. Por favor, seamos serios con la Historia. Les aseguro que Don Ramón Serrano Súñer se merece, al menos, esta humilde REPARACION HISTORICA.
Autor
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Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.
Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.
Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.
En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.
En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.
Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.
Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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