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El 25 de agosto se ha cumplido el 120 aniversario de la muerte de Friedrich Nietzsche ( Röcken, 15/10/1844-  Weimar, 25/08/1900), filólogo clásico, filósofo, lingüista escritor, poeta, compositor, pedagogo, profesor universitario y crítico musical alemán, ha sido uno de los pensadores modernos más influyentes del siglo XIX. Realizó una crítica exhaustiva de la religión, la moralidad, la cultura, la sociedad modernas, la filosofía y la ciencia, con un estilo distintivo y mostrando una afición por los aforismos.

Profeta del espíritu indoeuropeo, su filosofía preconizó el “Crepúsculo de los ídolos” e influyó a personajes tales como Martin Heidegger, Carl Gustav Jung, Adolf Hitler, Knut Hamsun, Pierre Drieu La Rochelle, Julius Evola, Károly Kerényi, H.P.Lovecraft, Oswald Spengler, José Ortega y Gasset, Giovanni Papini, Alain de Benoist, entre otros.

Sus obras tienen varias etapas:

1.Etapa filológica o prefilosófica

2.Etapa wagneriana-shopenhaueriana o romántica.

3.Etapa positivista.

4.Etapa zaratústrica.

Y su pensamiento se divide en tres puntos fundamentales:

-Crítica del orden antiguo y de la moral en general.

-Advenimiento inevitable y transitorio del nihilismo en el interregno entre las dos eras y definición del “Superhombre” y de la “Voluntad de poder”.

-Descripción metafórica de la Ley del “Eterno retorno de lo idéntico”.

A Nietzsche se le ha malinterpretado mucho, incluso ya en su vida, pues como él mismo decía en su obra “Así habló Zaratustra”, “Hay quienes predican mi doctrina acerca de la vida: y a la vez son predicadores de la igualdad”. Y si por algo se caracteriza Nietzsche es por ser un filósofo antidemocrático, y enemigo de la igualdad. Cabe otro tanto decir de lo apolíneo y lo dionisíaco, de su “Dios ha muerto”, de la moral de señores y moral de esclavos, su crítica de la moral judeocristiana, la Voluntad de poder, el Superhombre, las tres metamorfosis del espíritu o el eterno retorno. Malinterpretar a Nietzsche es muy común. Lo que no es tan común es interpretar correctamente el pensamiento nietzscheano.

Nietzsche vivió en una época crucial para la historia de Occidente; después de haber desbastado los residuos feudales con la revolución francesa, la burguesía, por pura dinámica social, tiende a imitar y restablecer, aunque inconscientemente, las normas antiguas. Pero éstas se basaban en la sacralidad de todas sus formas y, por tanto, adaptadas por todas las conciencias. El orden burgués se basa por el contrario en el democratismo y lógicamente en el poder económico; por tanto, todas las normas de convivencia que invoquen a la moral, pueden ser – en este caso si – dialécticamente discutidas, luego devienen irreversiblemente heridas hasta ser demolidas. Nietzsche es anticristiano porque es anti-igualitario, y para Nietzsche, el cristianismo es una religión de aflicción y mansedumbre, – surgida del judaísmo y predicada a los gentiles en venganza por la ocupación romana y la destrucción del Templo de Jerusalén -, que predica el abandono de la vida deprimiendo los impulsos vitales, Alejandro al hombre de todo aquello que lo hace un ser vivo, y en un sentido existencial, atrayéndolo hacia la muerte y la nada con promesas de una “vida eterna” y promoviendo un tipo de moral que exalta las debilidades y los vicios presentándolos como virtudes extendiéndolos por el mundo como una plaga venenosa.

Sin embargo, el último filósofo continuador de la línea vitalista marcada por Nietzsche ha sido Martin Heidegger. La «posición» política asumida por el último Martin Heidegger debe ser puesta en relación con su interpretación del pensamiento de Nietzsche, la cual implica también a la Revolución Conservadora alemana (Ernst Jünger entre otros) y al movimiento nacionalsocialista. Heidegger considera fracasada la tentativa nietzscheana de «dinamitar la historia» y «superar el nihilismo» occidental. Según Heidegger, Nietzsche tendría el mérito incontestable de haber sido el primero en «descubrir» y denunciar el «nihilismo» de la cultura occidental pero no habría sabido identificar la causa de ese mismo nihilismo, situada erróneamente por Nietzsche en la subversión platónico-cristiana de los «valores», y no en el olvido del Ser. El pensamiento de Nietzsche no constituiría, por tanto, una superación de la Metafísica, sino que invertiría la propia Metafísica, llevándola a su cumplimiento. Esta crítica de Heidegger tiene un revés apologético: en cuanto última, más completa forma del metafísico olvido del Ser, el pensamiento de Nietzsche constituye, a juicio de Heidegger, un «pasaje obligado», una ineludible «necesidad» en el camino que podría conducir a la superación de la Metafísica y del nihilismo.

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Añadir a eso que la obra de Nietzsche «Voluntad de poder», se trata en realidad de escritos póstumos recopilados por su hermana Elisabeth y por los editores. Estos apuntes estaban destinados a formar lo que hubiera sido su obra cumbre: «Transmutación de todos los valores».

Como broche a este imprescindible homenaje a Nietzsche, nada mejor que estas palabras del ensayista nietzscheano Alain de Benoist: “Ya no hay absoluto, pero no podemos vivir sin lo absoluto, sin algo que nos traspasa y que motiva cada uno de nuestros comportamientos. Nadie se libra del problema de su trascendencia. Pero, sobre todo, por primera vez, somos conscientes de qué se trata: conscientes de la relatividad de las normas y conscientes de su necesidad. De ahí deriva el que solo  podrá nacer una nueva objetividad  de una subjetividad “heroica”, de una subjetividad afirmada conscientemente como norma para algunos, con tal poder que termine pareciendo natural a todos. ¿Es realmente sobrehumana la resolución de semejante contradicción? Sin duda. Es que ha llegado el momento se sobrepasar al hombre por lo alto”.

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REDACCIÓN