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Este año se conmemora el centenario de La Legión española, y aunque el Real Decreto de Fundación del Tercio de Extranjeros se firmó el 28 de Enero de 1920, todos estamos de acuerdo en considerar como fecha fundacional la del alistamiento del primer legionario -Marcelo Villeval Gaitán-, el 20 de septiembre de 1920.

Desde aquella Posición A, primer acuartelamiento donde el Teniente Coronel Millán Astray -como Jefe del Tercio- y el Comandante Franco -jefe de la Primera Bandera- la crearon, La Legión ha estado presente en la Historia de España como pocos cuerpos antes. Ni siquiera los Tercios Viejos, ni el Tercio de Levante, semilla de la Infantería de Marina española en la batalla de Lepanto.

Dicen los entendidos que el Credo legionario se inspiró en el Bushido, del cual el Teniente Coronel Millán Astray era admirador. Por mi parte pienso que -independientemente del atractivo que ese código marcial y caballeresco japonés tenía forzosamente que inspirar en un militar de una pieza- el Credo legionario se incardina a la perfección con los valores y el carácter de los viejos Tercios españoles que señorearon Europa durante dos siglos, mientras que otros españoles -un poco más a su aire, pero con el mismo espíritu- conquistaban América; todos ellos combatiendo en unas circunstancias a menudo desesperadas, con un esfuerzo inconcebible, con una entrega abrumadora, que tanto se parecen al Espíritu de sacrifico y dureza y al Espíritu de marcha legionarios. Los valores y el carácter de los que mantuvieron el mayor Imperio del mundo, pese a sus gobernantes; los valores y el carácter de los indomables requetés, cuyo lema ante Dios nunca serás héroe anónimo cuadra tan exactamente con el Espíritu de la Muerte legionario.

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Lo que si es indudablemente cierto, es que este Credo legionario sirvió de inspiración a la mística falangista, porque sólo 13 años después de su creación La Legión ya estaba incorporada a la vida española hasta el punto de ser referencia en ella; de representar lo mejor del pueblo español -porque los extranjeros siempre fueron minoría en sus filas-, y de haber devuelto a aquella España vulgar, ramplona, alicaída y alicorta, el orgullo, la dignidad y la fe.

No quiero citar los innumerables hechos de armas, los más de 10.000 caídos, los héroes de entonces y de ahora, cuando en las «misiones humanitarias» los legionarios -junto a los demás cuerpos y armas del Ejercito- sufren durísimos ataques de los que las órdenes recibidas les impiden defenderse.

De lo que si quiero hablar es del odio que siente hacia La Legión toda la gentuza que nos -por decirlo de alguna forma- gobierna, y que no es de ahora. Desde el comienzo de la mierdocracia, los rojos, los resentidos, los inútiles, los necios y los canallas; la hez de la sociedad y los amigos de los criminales, han tratado de utilizar cualquier excusa para pedir la disolución de La Legión.

Uno de los principales inductores de esta intención fue Julio Anguita, que en su papel de maestrillo desasnador de burros -su tono de superioridad era realmente insufrible a la par que ridículo- más de una vez pontificó sobre el tema cuando algún legionario había incurrido en alguna acción ilegal.

Es indudable que -en un Cuerpo formado por miles de personas- alguna puede salirse del camino. También es indudable que -si recurrimos a la estadística-, hay una proporción mucho mayor de criminales entre las cuadrillas de rojos, perroflautas, okupas y demás canalla que aúpa a partidos socialistas y comunistas, que entre los caballeros legionarios.

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Pero ahora, el frente popular rojoseparatista tiene una nueva herramienta: la reciente ley de memoria democrática, que tiene entre sus objetivos la eliminación de cualquier vestigio de la obra de Franco.

Y si de algo no hay duda, es de que La Legión, desde el principio de su existencia -incluso desde la planificación anterior al Decreto fundacional- estuvo ligada al Comandante de la Primera Bandera y ayudante de Millán Astray: Francisco Franco Bahamonde.

Y Francisco Franco Bahamonde fue el que, con un libro de estilo puramente militar, lacónico, sin una concesión a lírica y con la precisión de un parte de guerra, el Diario de una Bandera, acercó las primeras gestas legionarias al pueblo español.

Autor

Rafael C. Estremera