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En el anterior artículo dedicado a Don Jaime comentamos que tuvo varios suicidios políticos a lo largo de su vida. Uno de ellos no nombrar a un sucesor. Sobre este aspecto hablaremos en este artículo, pues forma parte de una historia negra dentro de los sucesos que ocurrieron con respecto a Don Jaime.

La noche anterior a la Junta Magna de Biarritz, 20 de noviembre de 1919, un grupo de carlistas elevaron a Don Jaime la posibilidad de que un hijo de su hermana Blanca de Borbón y de Borbón-Parma lo sucediera tras su fallecimiento. En aquella reunión estaban Guillermo Arsenio de Izaga; Teodoro Arana Beláustegui, conde de Arana; Sancho Arias de Velasco; Emilio Valenciano y Emilio Deán Berro. Por aquel entonces la situación no era apremiante. Por eso decidieron dejar la resolución en estado latente. Sin embargo, los nombramientos realizados posteriormente por Don Jaime, a personas afines a ese pensamiento, son elocuentes y demuestran que estaba de acuerdo con esa solución.

En 1928 la situación es apremiante y es en ese momento cuando Don Jaime mueve ficha y pide a Sancho Arias de Velasco y al resto de jefes regionales y jurisconsultos que realicen un estudio jurídico sobre la posibilidad que un hijo de su hermana le suceda. Ya antes, en 1922, Luis Hernando de Larramendi, había publicado un dictamen donde se demostraba la nacionalidad española de Blanca de Borbón. Larramendi quiso, con este dictamen, acallar las voces de aquellos que pudieran considerar a Blanca de Borbón extranjera. Larramendi demostró que ella y su descendencia podían solicitar la nacionalidad española pues, en origen, les pertenecía. Sancho Arias de Velasco demostró la viabilidad de que los nietos de Carlos VII ocuparan el trono de España pues, en España estaba vigente la Ley de Felipe V, de 1714. Una ley semisálica, como la que había regido en Aragón durante siglos. En ella la mujer hereda los derechos dinásticos no para reinar, sino para traspasarlos a sus hijos. Este era el caso. Blanca de Borbón heredaba los derechos y los trasfería a uno de sus hijos. Fuera de esto, como afirmó Arias de Velasco, todo era ilegítimo.

Se pensó, en un primer momento, en el archiduque Raniero Carlos de Habsburgo y de Borbón. El archiduque murió el 25 de mayo de 1930 y esa posibilidad quedó truncada. No así la decisión de los carlistas que seguían considerando lícita la vía sucesoria de Blanca de Borbón. A pesar de que se pensó en Renato de Borbón-Parma, la línea de los Habsburgo continuó en la mente de todos. En 1933 un grupo de carlistas catalanes se dirigieron a la Casa Imperial de Austria para buscar un heredero de esta Casa. La contestación que recibieron fue que “desde el tratado de Utrecht no tenemos ningún derecho sobre España. Pero en la familia Imperial hay miembros, nietos de Don Carlos, que pueden ostentar esos derechos.

Fue entonces cuando se empezó a pensar en el archiduque Carlos Pío de Habsburgo y de Borbón. La significación política de los otros tres hermanos -Leopoldo, Antonio y Francisco José- era escasa. Sólo Carlos Pío de Borbón podía suceder en el trono de España a Alfonso Carlos de Borbón, hermano de Carlos VII y tío de Don Jaime. Baltasar Guevara dice que “Don Carlos bien merecía el más intenso trabajo, por su fe, por su carácter entero y su inteligencia clarísima. Por su patriotismo, por su enamoramiento del Ideal.

Su hermana, la archiduquesa María Margarita de Habsburgo, opinaba que “Carlos era loco de los carlistas”. Por eso fue elegido por los carlistas como heredero, no porque llevara el nombre de su augusto abuelo. Sin embargo, como decía la archiduquesa Maria Margarita “el tío le ponía un pensamiento pericoloso en su cabeza”. Ese pensamiento peligroso y la influencia de María de las Nieves de Braganza truncaron su elección a la muerte de Alfonso Carlos de Borbón.

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Así mismo, a lo largo de este periodo se produjo la primera conspiración juanista para recuperar el trono de España. A pesar de que Alfonso XII acababa de abandonar España y había dejado vacante el trono, la camarilla que giraba alrededor de Don Jaime, conspiraba para que sus pasos sucesorios se encaminaran hacia la dinastía liberal y se dejara estar la continuidad legítima que, indudablemente, ostentaba Blanca de Borbón y, por consiguiente, sus hijos. Un personaje clave de esta conspiración es José María Gómez de Pujadas, un carroñero que estuvo al lado de Don Jaime y, posteriormente fue nombrado secretario de Alfonso Carlos de Borbón.

La elección de Alfonso Carlos de Borbón fue parte de esta conspiración juanista, a la que se unió un segundo grupo que, con los años conseguiría desbancar a los primeros. Estos eran los integristas. El nombramiento de Alfonso Carlos de Borbón como heredero de su sobrino sólo fue un periodo de transición para poder realizar sus planes. A consecuencia de su edad, era mucho más fácil conspirar y hacerle ver lo que ellos querían, que si hubieran puesto a una persona más joven al frente del Carlismo, como por ejemplo Carlos Pío de Habsburgo. A esto debemos unir la ayuda que obtuvieron por parte de María de las Nieves de Braganza, la cual prefería ver en el trono de España a un sobrino suyo, Javier de Borbón-Parma, que un sobrino de su marido. Tampoco debemos olvidar el carácter integrista del anciano Rey, más afín a los planes juanistas e integristas, que los que les hubieran facilitado los hijos de Blanca de Borbón.

La primera trama de la conspiración fue hacerle creer a Alfonso Carlos de Borbón que su sobrino había firmado el pacto de Territet. Lo cual es completamente falso, pues al ser Don Jaime jefe de la Casa de Borbón, jamás hubiera aceptado firmar en segundo término. Además el contenido del pacto nunca lo hubiera aceptado Don Jaime, pues iban contra los principios de la Tradición, aquella que heredara de su padre, y que defendió durante toda su vida. El pacto demuestra que fue escrito por personas que no sentían el Carlismo, que estaban buscando su propio interés y no el de España, y que, en consecuencia, nunca un carlista de corazón, como era Don Jaime, lo hubiera firmado.

La conspiración juanista perdió mecha a medida que pasaron los años, posiblemente por la acción de los integristas, hasta que pasó a un segundo plano con el relevo del juanista Tomás Domínguez Arévalo, conde de Rodezno, por el integrista Manuel Fal Conde. Como afirmaba Jaime del Burgo, tanto juanistas como integristas no querían que se cerrara la dinastía, en la figura de Carlos Pío de Habsburgo, porque se les cerraban las puertas y no hubieran conseguido su propósito. Esto es, ver a un miembro de la familia de Alfonso XIII en el trono de España.

¿Por qué no querían a Carlos Pío de Habsburgo? Volviendo a Jaime del Burgo, Manuel Fal Conde le confesó que le hubiera gustado conocer a Don Jaime. Tanto Fal Conde (integrista) como Rodezno (juanista) no sentían el Carlismo. Esto quiere decir que al ser disidentes, no concebían el carlismo como los seguidores de Carlos Pío de Habsburgo. Dicho de otra manera, los miembros del Núcleo de la Lealtad. No tenían tradición carlista, por eso dieron la espalda a Blanca de Borbón y a sus hijos.

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Por lo tanto, al ver que la dinastía de Alfonso XIII, de momento, lo tenía complicado para recuperar el trono y, al ver los integristas que el futuro más inmediato de España, con toda probabilidad, sería una guerra civil, se decidió inventar una Regencia. De no haberse promulgado, el Carlismo hubiera ido a la guerra con la desorientación de no tener un heredero. Asimismo, la Regencia sirvió para aletargar la monarquía hasta mejores tiempos. Lo que pasa es que la Regencia es la muerte de toda monarquía. La cual cosa ya les interesaba pues, al no querer tomar una decisión, lo cual era su obligación, dejaron en manos de Franco el futuro del trono de España. Con la cual cosa, el aletargamiento y la muerte progresiva de los ideales carlistas, ya les estaba bien. Por eso dejaron de lado a Blanca de Borbón y a sus hijos, porque eran más una molestia que un punto donde poder apoyar sus propósitos de destrucción.

La opción de Manuel Fal Conde era que Juan de Borbón y Battenberg. Esta afirmación queda demostrada en este texto que publicó el diario La Verdad de Granada en 1935. En el comentaba que “Don Manuel Fal Conde, secretario político de Don Alfonso Carlos, ha estado brevemente en Granada, habiendo dirigido la palabra a sus correligionarios en el Centro de la calle Recogidas (…) Y “con recio son, y pausado compás…” se “destapó”, diciendo que Don Juan de Borbón será el “hombre”, el “Mesías de la causa”; que ha de llevarnos a puerto seguro”. Los integristas ya tenían muy claro, en 1935, quién tenía que ser el sucesor de Alfonso Carlos de Borbón. Pasando por alto el manifiesto firmado por Don Jaime en 1930, y las palabras de Alfonso Carlos de Borbón, en las cuales se afirmaba que la rama usurpadora jamás podría heredar los derechos dinásticos y sucesorios carlistas. Los integristas hicieron caso omiso a todo esto y proclamaron a Juan de Borbón y Battenberg como legítimo sucesor del Tradicionalismo. Por eso quedó descartado Carlos Pío de Habsburgo. Todo permaneció en un segundo plano ante la conspiración iniciada por los alfonsinos y continuada por los integristas.

Así pues, el Conde de Rodezno y Manuel Fal Conde no apoyaron a Blanca de Borbón y a sus hijos no por miedo, sino porque no les interesaba que les fallara la propuesta que ellos planteaban. Por eso los miembros del Núcleo de la Lealtad fueron expulsados. Por eso se les reprimió. Por eso se tejió una red de injurias y calumnias sobre ellos. Cuanto más desprestigiados estuvieran, menos aceptaría el pueblo carlista a la persona que, por derecho, debía ser nombrado rey de España. Así pues, contestando la pregunta inicial, si hubo una conspiración, primero para nombrar a Alfonso Carlos de Borbón y luego a Javier de Borbón-Parma, en detrimento de la línea sucesoria directa de Carlos VII, para que Juan de Borbón recuperara el trono abandonado por su padre Alfonso XIII. Alfonsinos, juanista e integristas consiguieron su propósito, pero mataron la Tradición.

Autor

César Alcalá