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En el Convento de las Salesas Reales de Chamberí, situado en el número 18 de la calle Santa Engracia, muy cerca de la Glorieta de Alonso Martínez, tuvo su asiento una abominable Checa llamada pomposamente y curiosamente Spartacus, posiblemente en honor, no se sabe muy bien por qué, del esclavo de Tracia que se sublevó contra el poder Romano, que sojuzgaba y esclavizaba a su pueblo,  acaecida entre los años 73 al 71 antes de Cristo, en la llamada guerra de los gladiadores. Si el Tracio se rebeló contra el poder abusivo de Roma, ahora el poder abusivo y asesino, en toda su extensión, lo manifestó, en el Madrid rojo, la horda marxista del Frente Popular. Siempre la mentira por bandera.

Pues bien, aquellos que se constituyeron en dueños y amos de la vida y hacienda de miles de madrileños, a los que consideraban sus enemigos, utilizaron aquella siniestra checa, en lugar antes Sagrado,  para torturar y asesinar, en este caso,  a miembros de la Guardia Civil , que fueron acusados  de desafectos al frente Popular.

La Iglesia, jardines y claustros de las Salesas fueron incautados por unas milicias anarquistas, para posteriormente pasar a convertirse  en la sede central del Comité de depuración de la Guardia Civil, en el que se vio inmerso el Instituto Armado  a fin de convertirlo en un cuerpo leal y sumiso al Frente Popular.  No puede olvidarse que con el asalto del Cuartel de la Montaña y el fracaso del Alzamiento en Madrid, numerosos Guardias Civiles, sobre todo entre los empleos de comandante a teniente, eran muy partidarios del Alzamiento en la capital de España. Muchos de ellos  afiliados a Falange Española, quedaron en una situación como veremos, muy comprometida, en los primeros momentos del inicio del conflicto bélico y que, a la postre, sería mortal de necesidad para los intereses y vida de muchos de ellos.  

El día uno de agosto de 1936 en el frente del alto de León, en la sierra de Guadarrama, varios Guardias Civiles pertenecientes al  23º Tercio de la Guardia Civil con sede en Ciudad Real al mando del Comandante Valero Pérez,  junto al Capitán Palacios Varela, que dirigía una Compañía en la Comandancia de la Guardia Civil de Cuenca, se pasaron a las Fuerzas Nacionales, aprovechando una ofensiva del enemigo. En total eran trece. Según referiría con posterioridad el Capitán Palacios, este había indicado a sus guardias, que se colocasen una toalla blanca en el Cuerpo a fin de utilizarla  como bandera blanca cuando llegasen a primera línea y poder pasarse, como sucedió, a zona nacional.

Tropas de la Guardia Civil en la sierra de Guadarrama al inicio de la guerra de Liberación Española.

Poco después de llegar estas fuerzas de la Benemérita a la Sierra de Guadarrama, una Bandera de Falange realizó una valerosa ofensiva en el sector del sanatorio de Tablada, antes de llegar al Alto del León, que obligó a los Guardias a entrar en combate, algo que aprovecharían para pasarse al bando Nacional. A estos se uniría en la fuga el Capitán de Infantería destinado en el Batallón de la Escolta Presidencial, Tomás Barrios Fernández-Muros, que operaba ya en la sierra de Guadarrama y que había sido encargado de tomar posiciones junto a los Guardias Civiles de Palacios.

Esa maniobra motivó que el jefe de las Fuerzas rojas, que operaban en la sierra de Guadarrama, el coronel Asensio Torrado se viese obligado a retirar de la primera línea de combate a las unidades de la Guardia Civil, creándose, en el bando rojo, una comisión informativa al efecto, de la que fue nombrado instructor el Teniente Coronel Sebastián Royo Salsamendi, jefe de la Comandancia de la Guardia Civil de Madrid, con sede en la calle García de Paredes.

Royo estaba al frente de una Columna de guardias que bajo las órdenes del Coronel Asensio ocupó una parte del frente del alto de los Leones. En su trabajo de depurar las causas de aquella evasión, Royo Salsamendi fue auxiliado como secretario por el Comandante Alfredo Semprún, un avieso personaje que se había distinguido con rudeza y crueldad, tras la caída del cuartel de la Montaña, siguiendo al pie de la letra las directrices del General Inspector del Cuerpo Sebastián  Pozas, en el desarme y depuración de varias de las unidades militares que se habían caracterizado por su favorable disposición a la sublevación y solidaridad con el Cuartel de la Montaña. Los Guardias Civiles quedarían acuartelados en el Sanatorio Valdelasierra, donde fueron desarmados y tras varios días devueltos a Madrid.

Sin embargo el Teniente Coronel Royo sería culpado de aquella “evasión “y tras ser  depuesto en el mando de aquella comisión  informativa, sería detenido en su domicilio de Madrid. 

El 29 de agosto de 1936, en zona  frente populista, la Guardia Civil pasaba a ser denominada Guardia Nacional republicana. Esta reorganización obedeció a que la autoridades del gobierno frente populista, no se fiaban en absoluto de los Guardias Civiles, que se habían mantenido leales  al Frente Popular durante el Alzamiento Nacional de julio de 1936. A partir de ahí la persecución, el terror y  la muerte.  

Guardias Civiles y Milicianos en el frente del alto del León.

En las Salesas funcionó una comisión depuradora al mando del antiguo  Teniente de la Guardia Civil García Gunilla  e integrada por los también guardias nacionales republicanos y milicianos del Frente popular como por ejemplo, José Luzón Morales, un albañil, militante de la CNT y que fue elevado a  la categoría de comandante honorífico de la Guardia Nacional Republicana; Ambrosio Pasero Gómez, ascendido a alférez al inicio de la guerra, y que se significó de forma clara como uno de los verdugos más temidos de las checas que se asentaron en aquel Madrid patibulario. José Rodríguez de la Lastra, de Unión Republicana; José Carreño España, de las Juventudes Revolucionarias; Anastasio González del Partido Comunista, Mariano Muñoz, de la UGT, Antonio Iglesias, de la FAI, Santiago Iglesias, de Juventudes Libertarias, Bartolomé Ruiz Carrillo, de Izquierda Federal. A ellos se unirían el alférez de la Guardia Nacional Republicana, Ambrosio Rueda García; brigada Restituto Castilla González, cabo Julián Vegas Jiménez, guardias Valentín de Pedro Benítez, Juan Navarro Márquez, Juan Aparicio Serna, Higinio Pérez Rodríguez, José Tallón Alonso, Blas Delgado Torres, Antonio García García, Aurelio Pérez Mogrovejo, Argentino Novo Romero, y Ambrosio Rueda García. Ellos se encargarían de realizar una  horrible y sistemática limpieza, con muerte incluida, de los Guardias Civiles considerados  como enemigos del frente popular.

A la checa Spartacus irían a parar alrededor de sesenta Guardias Civiles, entre ellos el Teniente Coronel Royo Salsamendi,  que serían asesinados sin compasión en el mes de noviembre de ese año de 1936.

Finalizada la guerra de Liberación Española, en la mesa de despacho del Generalísimo Franco estuvo a la firma el documento de  disolución de la Guardia Civil. El único motivo que llevó a  Franco a no disolver el Benemérito Instituto, fue que pesó más fuerte en su ánimo, además de los consejos de su compañero de promoción Camilo Alonso Vega,  las heroicas defensas del Alcázar de Toledo por parte del Coronel de Infantería José Moscardó y el Teniente Coronel de la Guardia Civil Pedro Romero Basart, junto a casi setecientos Guardias Civiles; la defensa del Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza por el Capitán de la Guardia Civil, Santiago Cortés y la matanza en la checa Spartacus de Madrid de miembros del Instituto Armado. En el otro fiel de aquella invisible balanza se encontraban  la destacada participación de la Guardia Civil, con el general Aranguren y el coronel Escobar al frente,  que con su actuación impidieron que triunfase el Alzamiento Nacional en Barcelona, protagonizado por el General Goded, quien sería a la postre fusilado. Aquella lamentable escena sucedida en la plaza de la Universidad de la capital catalana, con el ejército en las calles, luchando contra comunistas, socialistas, separatistas, escamots, mozos de Escuadra, Guardias de asalto,  y anarquistas, el coronel Escobar cometió el crimen de lesa patria de abofetear al comandante de Caballería Gibert, su compañero de armas, que denodadamente se batía, uniendo sus tropas  a los enemigos de España y el ejército, lo que a la postre decantaría el final del alzamiento en la ciudad condal. Aquello se convirtió en un baldón que pesó durante años, de forma trascendente, en la historia del cuerpo. Eso unido a que en Madrid la participación decisiva del General Inspector del Cuerpo, el masón Sebastián Pozas Perea,  en favor de los revolucionarios hizo el resto.  

Todos los arrestos, denuncias, soplos eran realizados por guardias, policías o milicianos. Los comités de diversas unidades militares informaban de forma delatora al comité central sobre que Guardias Civiles o no eran  considerados como enemigos desafectos. De inmediato pasaban detenidos  a la checa Spartacus de las Salesas, donde vivian encerrados y hacinados en pequeñas celdas, en condiciones lamentables de vida, muchas veces torturados por su negativa a participar en unidades del Frente popular que combatían al ejército nacional en la sierra madrileña. Curiosamente las familias de los detenidos eran los encargados de suministrar la comida diaria a sus propios familiares.     

El día 19 de noviembre alrededor de las once de la noche, se presentó en Spartacus el Comandante honorario de la Guardia Nacional Republicana y presidente del Comité Central José Luzón Morales, acompañado de varios milicianos, con un oficio, fechado el día anterior, que entregó en mano al jefe de la checa el alférez de la Guardia Nacional Republicana Ambrosio Pasero Gómez y en el que se solicitaba que la relación de nombres que venían reseñados en el oficio, fuesen evacuados de inmediato a Guadalajara, El oficio finalizaba con “Salud y Republica democrática”.

 De seguido,  los milicianos pertenecientes  a la checa del Cinema Europa, al frente de los cuales se encontraba un viejo conocido, Felipe Sandoval Cabrerizo, alias  “ Doctor Muñiz” (ver en el Correo de España el trabajo “La checa del Cinema Europa”, publicado  el día 4 de septiembre del año en curso). Sandoval junto a Luis Payán Lumbreras, Pedro González Guerra, Lázaro Aguilera Blanco, Víctor Rincón Moreno, Tomás Prado Díaz, y un tal Llamas, ataron las manos de los presos, obligándoles  a subir  a tres camiones que se encontraban estacionados en la puerta de las Salesas. Luzón conminó a los guardas de la checa, que si algún familiar de los presos preguntaba por ellos,  se dijera que habían sido trasladados  a Guadalajara, ante la inminente llegada de las tropas Nacionales, que ya luchaban en la ciudad universitaria de  Madrid. Los presos fueron despojados de todas sus joyas y objetos personales. Uno de los sayones más malvados  y que se distinguió en los malos tratos a los presos fue sin duda Gregorio Rodríguez Robles, junto al propio Luzon, que participaron de forma nítida en el asesinato de aquellos guardias civiles. Sin formación de causa, sin juicio, entre la una y dos de la madrugada del día 20 de noviembre, el día en que era asesinado en el patio de la cárcel de Alicante José Antonio Primo de Rivera y moría en circunstancias misteriosas en el frente de Madrid, el anarquista Buenaventura Durruti,  fueron unos fusilados y otros con un tiro en la nuca, nada más bajarse de los camiones que les trasladaban,  en las proximidades de las tapias del cementerio del Este en el término de Vicálvaro, en aquellos días municipio independiente.

Guardias Civiles detenidos en la Checa Spartacus de Madrid.

Allí caerían el teniente Coronel Royo Salsamendi; comandantes Velázquez y Nieto Sánchez; Capitanes: Francisco Castellanos Castellanos, José Marvá Macías; Antonio Meneses Fernández Miranda; Pedro Acosta García y Ángel Muro Durán; Tenientes Marciano Murillo Parralejo; Joaquín Arrabal González; Manuel de Pablo García; Eduardo Alonso Quesada, Diego Naranjo Carranza; Arturo Blanco Ardanaz; y Julián González Galache; Pedro Acosta García; Alférez Hipólito Montero González; Brigadas Vicente Grimal Signes; Nicolás Blanco Juarros y Manuel González Lorenzo; Sargentos Antonio López Bravo; Juan Pulido Aparicio; Isidro Molina López; Antonio Perales Cañero y Eleuterio Martín Fernández; Cabos Esteban Herráiz Herráiz; Crispiano Gomara Mateos y Eleuterio (o Ramón) Díez Sancho; Guardias Teodoro Hernández Iglesias; Baltasar Moreno Gil; Manuel Valiella Redondo; Trinidad Amarillo Carrero; Valentín García Gallego; Miguel Gómez Santamaría; Carlos Rivas Muñoz; Antonio Sánchez López; Procopio Díaz Moya; Belisario Mata Prieto; Francisco Mata Malillo; José de Julián Rodríguez; Domingo Rodríguez Domínguez; Gregorio Hernández San José, Aureliano Aranda Burgos: Abraham López Pérez; Luis Moreno Tello; Jerónimo Cogolludo de las Heras; Severiano Redondo Herrero; Julián Bernabé Martínez; José Coza Fernández; Víctor Quejido Illescas; Antonio Manrás Cano; Domingo Méndez García; Demetrio Fernández Fernández, salvándose tan solo el Guardia Severiano Sanz Zamarro, que al comprobar la matanza de sus compañeros, se deshizo de sus ataduras, logrando saltar del camión que le conducía de la checa al cementerio del este  y amparado en las sombras de la noche, logró llegar  hasta las líneas nacionales en el Cerro de los Ángeles, salvándose de una  muerte segura, pues desde lejos pudo ver cómo eran vilmente asesinados todos sus compañeros.

Monumento levantado en recuerdo de aquellos Guardias Civiles, militares  y paisanos,  asesinados en 1936 en el cementerio del Este de Madrid.   

En junio de 1939, una vez finalizada  la guerra de Liberación Española, el sepulturero del cementerio de Vicálvaro declararía ante  la Causa General, instruida por el Ministerio de justicia, que el día 22 de noviembre de 1936 enterró en dos grandes fosas a 38 guardias civiles. A otros tres reconocidos por sus familiares les dio sepultura de forma individual. El resto de cadáveres, no identificados, fueron inscritos en el Registro Civil como personas desconocidas y llevados los  datos, junto a una  fotografía numerada,  al depósito judicial de Vicálvaro. Tras ello, excepto los reclamados por su familia para enterrarlos en sus propios panteones familiares, fueron inhumados en la Basílica del Valle de los Caídos. En la actualidad, un monolito recuerda, junto a otros nombres de militares pertenecientes al 2º Regimiento de Artillería ligera de Vicálvaro, numerosos ciudadanos paseados,  a  aquellos 52 guardias civiles vilmente asesinados en las tapias del Cementerio del Este.

Por aquellos siniestros sucesos los tribunales de Justicia del nuevo régimen juzgarían y condenarían a muerte a diversos miembros de la  Guardia nacional republicana que tuvieron decisiva participación en tan alevoso y siniestro crimen perpetrado en la checa Spartacus. Entre ellos Lázaro Aguilera Blanco que sería fusilado en junio de 1939; el Brigada Restituto Castilla; Antonio García García Guardia Civil, perteneció al Comité Central de la Guardia Nacional Republicana. Fusilado el 29 de abril de 1943   Pedro Iglesias Expósito. Fusilado el 10 de octubre de 1939. Rosario Jiménez Rodríguez. Fusilado el 5 de noviembre de 1941. Felipe Martínez Izquierdo. Guardia civil fusilado el 16 de mayo de 1940. Juan Panadero Serrano Guardia civil. Fusilado el 18 de octubre de 1939. Víctor Rincón Moreno. Participó en el fusilamiento de los guardias civiles. Autor del asesinato de 6 religiosos en la Cuesta de la Reina. Fusilado el 27 de noviembre de 1939. Ambrosio Rueda García, destacado miliciano antifascista ascendido a capitán durante el dominio rojo. Escolta del general Núñez de Prado fue vocal del Comité Central de la Guardia Nacional Republicana que influyó en la decisión sobre el asesinato de los guardias presos en la checa Spartacus y formó parte del DEDIDE. Se le siguió  procedimiento con el nº 68.430 por haber acordado asesinatos de más de 80 Jefes, Oficiales  e individuos de tropa de la Guardia Civil sacados de dicha checa. Fusilado el 8 de febrero de 1941

Por su parte el teniente García Gunilla, realizó su carrera en el ejército rojo llegando a ostentar el grado de comandante. Detenido en Alicante, en los últimos días de la guerra, cuando pretendía huir al extranjero. Se le formó  el consejo de guerra el 14 de noviembre de 1939, donde sería condenado a muerte.

El trágico final de aquellos Guardias Civiles hubiese abochornado al fundador del Instituto Armado, Francisco Javier de Girón y Ezpeleta, Duque de Ahumada, que en la cartilla fundacional de la Guardia Civil, redactada por él mismo, decía en uno de sus puntos:” El Guardia Civil ha de procurar juntarse generalmente con sus compañeros, para fomentar la estrecha amistad y unión, que debe haber entre los individuos del arma…” Murieron precisamente por las delaciones, traiciones y denuncias de propios compañeros. En la dilatada historia del Cuerpo no se encontrará un asesinato tan masivo de miembros de la Benemérita ni una página tan ruin y bochornosa.

Autor

Carlos Fernández Barallobre
Carlos Fernández Barallobre
Nacido en La Coruña el 1 de abril de 1957. Cursó estudios de derecho, carrera que abandonó para dedicarse al mundo empresarial. Fue también director de una residencia Universitaria y durante varios años director de las actividades culturales y Deportivas del prestigioso centro educativo de La Coruña, Liceo. Fue Presidente del Sporting Club Casino de la Coruña y vicepresidente de la Comisión Promotora de las Hogueras de San Juan de La Coruña. Apasionado de la historia, ha colaborado en diferentes medios escritos y radiofónicos. Proveniente de la Organización Juvenil Española, pasó luego a la Guardia de Franco.

En 1976 pasa a militar en Fuerza Nueva y es nombrado jefe Regional de Fuerza Joven de Galicia y Consejero Nacional. Está en posesión de la Orden del Mérito Militar de 1ª clase con distintivo blanco. Miembro de la Fundación Nacional Francisco Franco, es desde septiembre de 2017, el miembro de la Fundación Nacional Francisco Franco, encargado de guiar las visitas al Pazo de Meiras. Está en posesión del título de Caballero de Honor de dicha Fundación, a propuesta de la Junta directiva presidida por el general D. Juan Chicharro Ortega.

 
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