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“Odian los toros porque odian a España y el amarillo y el rojo de las plazas” (el amarillo de la arena del albero y el rojo de la sangre del toro)

Hoy, ante las bobadas que estoy leyendo y oyendo sobre los antitaurinos y las corridas de toros, me complace reproducir la entrevista inédita que mi amigo Antonio D. Olano incluía en su obra “Picasso y los toros”. No hace falta añadir ni quitar una coma para saber lo que el genio del  “Guernica” pensaba de los toros y de la Fiesta Nacional española. Pasen y lean.

 

Dicho esto vayamos a los toros.

Maestro, dicen sus críticos que usted no va a las corridas porque le gusten los toros, que usted va por el aplauso de las masas ¿qué hay de verdad en ello? -le pregunta el periodista en la primera sesión de trabajo para «Picasso y los Toros».
Vamos a ver, mi querido Olano, antes de contestarte a eso voy a decirte algo serio: la próxima vez que me llames Maestro te mando para España en mi paloma y no vuelves a pisar esta casa. Cuando te vas a enterar que yo no soy Maestro de nada ni de nadie, que yo soy anarquista. Un Maestro tiene ideas y normas fijas y por eso enseña, yo tengo una idea a las 10 y a las 11 ya tengo otra totalmente distinta, yo quiero seguir una norma, una pauta, cuando comienzo un cuadro y antes de terminarlo ya tengo otra y tengo que deshacer lo que llevo hecho ¿tú crees que así se puede enseñar ni ser Maestro de algo?… Yo soy Pablo, simplemente Pablo, Pablo Y ahora contesto tu pregunta. Verás, cuando se va a los toros por primera vez, y yo fui a los 7 años, se va porque alguien te ha ilusionado, como es mi caso, yo fui ilusionado, pero obligado por mi padre y mi tío, que eran grandes aficionados… ja,ja,ja ¿sabes la condición que me puso mi tío?… Pablo,- me dijo- si quieres ir con nosotros a los toros, y vas a tener que ir quieras o no, bonito es tu padre, antes tienes que ir a misa…y a misa me fui, claro. Te decía, la primera vez vas sin saber lo que vas ver, pero la segunda, la tercera y ya todas las demás vas porque «aquello» te gusta. Es verdad que en mi caso coincidieron dos cosas desde el principio: 1, que desde que entré en la plaza y vi el jolgorio de la muchedumbre me quedé impresionado, como al salir el primer toro, me di cuenta que aquello era como una modelo, las modelos que mi padre utilizaba para sus obras. Y eso serían para mí siempre los toros, una modelo de la que copiar la fuerza y el movimiento (salida de chiqueros y arranque en sus embestidas del animal), la belleza y la agilidad etérea (capote desplegado y figureo del banderillero), la dignidad humilde (el choque brutal contra los caballos), los colores (el amarillo del albero y la sangre del toro, rojo y gualda como la bandera de España), la brega de los peones (lo más parecido al servilismo de la clase trabajadora),el miedo encubierto (la del matador al tomar la espada de verdad), el erotismo (al citar el Maestro de frente y al rozar con sus partes el cuerpo del animal hasta manchar el traje de luces con la sangre de la fiera), el canto de alegría de los ojos (si ha cortado orejas o rabo) o la tristeza del fracaso (en esos tristes momentos siempre recordé a mi amigo Casagemes, abandonado por su amor), o el orgasmo de «cuspis» (la hora de matar). 2.que como espectáculo no hay otro que se le iguale. Te aseguro que aquella misma noche llené un cuaderno con mis primeros dibujos taurinos. Por eso no entiendo ni entenderé a los antitaurinos. Ser antitaurino en España es ser antiespañol. Porque los toros son la Fiesta Nacional por excelencia y por ello habría que correrlos a gorrazos.
Sí, Pablo, pero no me negarás que luego, en cuanto llegaste a París te olvidaste de los
Eso ni hablar, y te lo podría demostrar fácilmente si estuviéramos en París (ese día estábamos en «Notre Dame de Vie» en Mougins), porque he tenido la curiosidad de guardar todas las entradas de las corridas a las que fui. Así a bote pronto puedo recordar la de Madrid de 1903, fue en la Plaza de Tetuán de las Victorias (sí, ya sé, luego desapareció cuando la Guerra) y torearon «Bombita» y «Machaquito». Es gracioso, por aquellos años, que ya vivíamos en Barcelona, los veranos nos íbamos a Málaga toda la familia, aunque mi padre y yo nos quedábamos dos días solos en Madrid con el pretexto de estudiar a los grandes pintores del Prado, cosa que era verdad, pero eso era por la mañana, por la tarde ¡a los toros!… También en Barcelona fui, cada vez que podía o regresaba de Paris, aunque todavía no se había construido la Monumental. Yo iba a la Plaza de las Arenas, por cierto que allí vi morir de una gran cornada en la ingle a Domingo del Campo, «Dominguín», el primero de la saga de los «Dominguín». Fue el 7 de octubre de 1900, tenía yo 19 años y todavía no era nadie. Sí, pero es verdad, que a partir de 1904, cuando ya me establecí en Paris y me sumergí en el mundo de la pintura los toros pasaron a un segundo plano en mi
¿Y cuándo volviste al mundo del toro?
Muchos años después, ya en Sucedió cuando me volví loco con la rusa y estaba en Italia con los Ballets. Olga se empeñó en que la llevara un día a los toros y yo, enamorado como estaba, aproveché unos días de descanso que tenían las bailarinas para, a escondidas, plantarme en Madrid. Por los periódicos sabía que habían surgido dos figuras que estaban revolucionando el toreo, Joselito «EL Gallo» y Juan Belmonte y tenía interés en verlos y los vi. A Joselito en Aranjuez y a Belmonte en Madrid…y sí, me volví a Roma convencido de que los toros eran, ciertamente, un Arte, más arte, incluso, que la Pintura… y una montaña de dibujos, más de 10 cuadernos. Pero, 3 años después volvimos. Fue cuando nos casamos, en 1921, y quise que Olga conociera a mi familia de Barcelona y de Málaga. En Barcelona fuimos a una corrida, ya en la Monumental, en la que toreaban un tal Mariano Montes y Fausto Barajas y en Málaga a dos. Pero, ya está bien por hoy. Ahora vamos a meterle el diente a los percebes y a las quisquillas que te has traído de «nuestra» Galicia. (Aquí tengo que aclarar que lo de los percebes se había ya convertido en una rutina: «Ya sabes, mi galleguiño, si traes percebes entras si no te quedas en la puerta»).

 

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II

El Minotauro

Pero no habíamos terminado con los percebes y las quisquillas cuando se presentó Jean Cocteau, el amigo de los tiempos heroicos, y naturalmente se sumó a la «mariscada gallega».

 

¡Mon Dieu! -dijo el francés antes incluso de acabar con su manojo de «negros» en un francés chapurreado de español- celá c’est la glorí… No me explico moi como los galleguiños se pueden ir de su tierra teniendo estos
Ja ,ja, ja… -y Pablo no pudo evitar una gran carcajada- ¡Trés bian! ¡tré bian!… ¡Ay, amigo Jean, pero no olvides que el hombre no sólo vive de percebes!
¡Ni de quisquillas!… ja, ja, ja -y también Cocteau soltó una gran carcajada-… pero vosotros seguid con lo vuestro, así habrá más «fruit de mar» para
Bueno, Pablo, creo que nos quedamos en tus corridas de entre guerras, la «belle époque» -dijo el joven

 

Sí, sí, nos quedamos en aquellas corridas de 1921, que presencié con Olga en Barcelona primero y luego en Málaga -y el malagueño retomó la palabra, aunque sin dejar de comer percebes, su debilidad gastronómica-. Ya no volví a ver toros hasta 1931, cuando me planté con María Teresa en Madrid, a escondidas de Olga, para festejar dos acontecimientos muy especiales, la proclamación de la República y la inauguración de la nueva Plaza de Toros, sí la de las Ventas, como la llamaron Recuerdo como si fuera ayer mismo que el primer toro que salió al redondel se llamaba «Hortelano» y era de la ganadería Domecq y el torero Diego Mazquianán, el «Fortuna». Aquello fue un verdadero «festorro», porque en la Presidencia estuvieron hasta Alcalá Zamora y Azaña, y en la plaza no cabía ni un alfiler de más. Sin embargo, aquello fue un espejismo, pues como la plaza se había inaugurado antes de tiempo hubo que suspender las corridas para terminarla y eso tardó tres años. Casi los que yo tardé también en volver, cosa que hice en 1935. Por suerte pude ver la que llamaron «corrida del siglo», ya que Belmonte cortó las cuatro rejas y los dos rabos de sus toros…y más de 15.000 aficionados casi se lo comen entre vítores y aplausos. Esa vez fui acompañado de Olga y nuestro hijo Pablo y, precisamente, en Madrid se produjo la ruptura total con la rusa y nos planteamos el divorcio. Divorcio que, por cierto, nunca llegó a ser realidad, porque la muy cabrona quería llevarse el 50% de todos mis bienes (ya se había enterado que había tenido una hija con María Teresa) y a eso me negué en redondo.

Juan Belmonte

 

¿Fue entonces cuando te nombraron Director del Museo del Prado?
No, no, eso vino después y cuando ya había comenzado la Guerra, concretamente mi nombramiento salió publicado en el Boletín Oficial de la República el 19 de septiembre de
Pero, creo que no llegaste ni a tomar posesión ¿cierto?
Es más ya nunca he vuelto a España.
¿Y no tomaste parte en el traslado de los tesoros artísticos del Prado?
Pues, no y sí. En un primer momento fueron, en Madrid, Alberti y María Teresa León, su mujer, los que se ocuparon del asunto y luego un funcionario del Estado, creo que estaba casado con la escritora Rosa Chacel. Pero, yo desde París, tuve que ayudar a resolver los muchos problemas legales que hubo que sortear, tantos que hasta marzo de 1939 no llegó el inmenso tesoro a Ginebra (más de 15.000 obras, entre ellas los Velázquez, Goyas, el Greco, Zurbarán, Rivera, Tiziano, Tintoretto, Rafael y tantos más).
Y, claro está, te olvidaste de los
Sí, porque con la Guerra de España, primero, y luego con la Segunda Gran Guerra bastante tuvimos con salvar las A pesar de ello entre 1935 y 1936 viví rodeado, inmerso, en tintas negras y toros, porque fue el año de mi «Minotauromaquia”.

(Según uno de sus biógrafos: El minotauro —criatura mitológica con cuerpo humano y cabeza de toro— es uno de los grandes protagonistas de la producción picassiana de los años treinta, tanto en pintura como en obra gráfica, y es el tema de este grabado fundamental de Picasso. La minotauromaquia, considerado uno de los mejores del siglo XX. Es un aguafuerte con rascado, de factura perfecta, impreso por Roger Lacourière. Obra de difícil interpretación simbólica, es una síntesis de toda una serie de obras en torno al mito. Los personajes principales son una joven sosteniendo una vela y un ramo de flores, confrontando a la bestia con expresión serena; un gran minotauro en el centro de la composición; una mujer torera (que sugiere como modelo a Marie Thérèse Walter, con quien Picasso mantuvo una relación de años), herida, con los pechos descubiertos, desplomándose de la grupa de un caballo; en la parte izquierda, un hombre subido a una escalera, barbudo y medio desnudo, en actitud de huir; y en la parte superior, dos jóvenes mirando la escena desde una ventana, con palomas. La minotauromaquia, realizada un año antes del inicio de la guerra civil española, está considerada como uno de los precedentes inmediatos del Guernica).

Sin embargo, en cuanto compré la casa de Vasauris (Costa Azul) en 1947 comencé a acudir a las corridas que se celebraban en Arles y Nimes, las plazas más cercanas. Es más, y te vas a reír, incluso llegué a hacerme una plaza portátil para yo montarme mis propias novilladas y alguna que otra corrida. Famosa fue la que promoví en Arles en 1958 para darle la alternativa al joven Pierre Schull, el más famoso de los toreros franceses aquellas épocas. Porque aquella tarde conocí personalmente a nuestro amigo Luis Miguel. Recuerdo que los toros fueron de la ganadería del Duque de Pinoshermoso y que el testigo de la ceremonia fue el también español Luis Segura. Al finalizar la corrida, Luis Miguel cortó las 2 orejas de su segundo y Schull las 2 del de su alternativa y ambos salieron a hombros, di una cena para ellos y un grupo de amigos en mi casa, con jamón, salchichón, chorizo y morcilla incluidos, pero de los de verdad. Fue esa larga madrugada cuando Luis Miguel me demostró que de toros lo sabía todo y cuando nació nuestra gran amistad… y nuestra idea de escribir e ilustrar algo juntos.

Picasso con Jean Costeau y Luis Miguel Dominguín

 

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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