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Ha echado a andar el nuevo siglo de la nueva modernidad y van conquistados desde la Patagonia al Perito Moreno o la selva de Misiones del virreinato de la Plata o a las cataratas del Iguazú, desde el Amazonas al Pacífico o del panameño archipiélago de las Perlas o Punta Gallinas en el de Nueva Granada hasta La Española (hoy Rep. Dominicana).
Como si fueran siguiendo los pasos de Juan de Garay, gobernador del Río de la Plata y el Paraguay y refundador de BB.AA., o Juan Sebastián Elcano tras haber traicionado a Magallanes rumbo al Fin del Mundo, rastreando las huellas de Lope de Aguirre y otros caudillos marañones del Amazonas o del descubridor del Océano Pacifico, otro Vasco (Núñez de Balboa), o de don Blas de Lezo, defensor del puerto de Cartagena de Indias.
Superar pruebas de auténtica resistencia física, penalidades por la supervivencia y una feroz convivencia para que ondee no la bandera del reino de España sino la ikurriña en cualquier rincón de la América hispana, como empezó haciendo El conquistador del fin del mundo en pos del faro de Ushuaia en la tele vasca, no pasa de ser, a comienzo del s. XXI, El viaje equinoccial de Lope de Aguirre reciclado en El show de Truman, estimulante del apetito para cenar en la sociedad gastronómica, el batzoki (o herriko taberna).
EPOPEYA VS. PARODIA
Si, como recitaría cualquiera lector que no haya doblado ni la primera página de El 18 Brumario de Luis Bonaparte, “Hegel dice en alguna parte que todos los hechos y personajes de la historia universal se producen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra como farsa”, El conquistador del fin del mundo —o del Amazonas, o del Pacífico o del Caribe, en las ediciones de sus sucesivas expediciones—, no deja de ser una caricatura posmoderna de las proezas de los vizcaínos de antaño, súbditos del Rey de España, la monserga de las sergas de unos vascongados de hogaño que, mientras la actual monarquía bubónica se sonroja ante la carrera de las Indias, autoproclamados descendientes vascos de tales conquistadores, evangelizadores, colonos o emigrantes, juegan a emular entre nostalgias imperiales y panéuscara pulsión expansionista aquella epopeya de la conquista de una Terra Incógnita como reKonkista de un parque te(le)mático mediante el espectáculo televisivo globalista de la lgETBIk+.
Y no es ya el barbudo negrolegendario, “genocida heteropatriarcal imperialista”, sino el Konkis, ese apócope coloquial, aliterativo y de buen rollo, ni la cruz de San Andrés en que aspen a “los indígenas insumisos y levantiscos o a los negros cimarrones”, sino ese esperpento con que travistieran a finales del s. XIX los hnos. Arana la cruz de Borgoña; no los virreinatos de las Españas, sino los nirreinatos (ni reino siquiera), ni un Consejo de Indias, sino el tribunal del Santo Ofidio de oidores y veedores que desde la Casa de Contratación de la villa de Bilbao juzgan las hazañas de los aventureros; no es en fin el “espolio” del fruto de Eldorado o la plata de las Américas —aquel real de a ocho y patrón monetario de la primera globalización hispana—, sino una subvención a las euskal etxeak de la diáspora vasca en América, más los beneficios del índice de audiencia para el armador Globomedia(pro) en el canal exclusivo en español de la ETBI —que permita reflotar los índices abisales y pérdidas abismales de su homólogo en vasco Naufragoak, título pintiparado para el balance diagnóstico de un programa que hace agua (y aguas al mismo tiempo), inSOStenible, si no es mediante los servicios (públicos) de salvamento.
CASTA VS. CASTICICISMO
Nada más certero que las páginas de En torno al casticismo de un joven protonacionalista Miguel de Unamuno en que expone el modo en que la intrahistoria de una casta se necrosa en casticismo para entender cómo, bajo la aureola de un pueblo de muertos de hambre que debía echarse a la mar para sobrevivir, se convierten en espectáculo de telerrealidad “los juegos del hambre” de un país que supervive (o vive súper) alardeando de una gastronomía equiparable a la de Francia (acaso porque los vascones entraron en las vascongadas a partir del s. VI d.C., desde Aquitania, acompañando a los francos, como no se cansa de repetir Ramón Peralta) y la busca y la lucha por la vida se truecan en un sobrevenido deporte rural en exóticas reservas naturales y marcos incomparables y, por supesto, con un compromiso medioambiental ejemplar, respetuoso con la biodiversidad, ¡animalista! y biodegradable, SOStemible (0 e-Misiones) en lo enerjético (con j de jeta).
Identificados con el indigenismo —a fin de cuentas, el nacionalismo vasco proclama serlo de un pueblo “conquistado, colonizado y evangelizado” por España—, remedan a los antiguos vascongados que pasaron a Indias como súbditos del Rey, para ser de nuevo, en el tinglado de la farsa de Los intereses creados, españoles por partida doble en la ucronía buenista de una nación que folkloriza siglos más tarde sus pasadas glorias, unos veraneantes colonizadores del mundo desarrollado en el tercer mundo y turistas después jugando en colonias de verano a patrullas de boy scout (movimiento tan afín al nacionalismo) —a medio camino entre una yincana paramilitar y la pista (hispano)americana—, migrantes (temporeros) de lujo, solidarios y enrollados, que vuelven sobre sus huellas étnicas… Y raciales, pues de otra manera no se entiende la participación de concursantes argentinos descendientes de vascos en su patagonizante primera edición, cuando el propio nacionalismo vasco, en sus propios lares, planifica la aculturación en su lengua natural de los descendientes de migrantes de los otros pueblos de España, ya desde la escuela infantil, vulnerando de manera flagrante y reiterada los dictámenes de la Unesco, de la Escuela de Ginebra y hasta, diría, del Tratado de… ¡qué coinsidensia!, en el modelo educativo de sus reducciones (mentales) jesuíticas del Paraná (pero para/ na’, para/na’, ¿de ahí su nombre?) mediante uuna jibarización amazónica (¿o amasónica?).
EL SÍNDORME DE ELCANO
“A no ser por el enojoso apuñalamiento de Elorriaga, que convierte en rebelión sangrienta aquel simple secuestro, el golpe ha salido a satisfacción de los capitanes españoles”, escribe Stefan Zweig, en Magallanes. El hombre y su gesta (Capitán Swing, 2019, p. 38) a propósito del golpe de mano contra Magallanes de quienes, a falta de un paso al otro océano, deciden retornar a España desde la costa más meridional de la Patagonia. Y “entretanto, el San Antonio queda confiado a uno cuyo nombre aparece aquí por primera vez: Juan Sebastián Elcano. En esta ocasión se le llama para impedir que se realice la idea de Magallanes; en una segunda ocasión, el destino lo elegirá para dar remate a la idea de Magallanes” (ibídem). [Así, y ante lo contraproducente de aplicar la justicia del Rey a un quinto de la tripulación (casi un centenar de rebeldes), “A fin de manifestar su autoridad con un enérgico escarmiento, Magallanes de decide a sacrificar a solo uno, y elige al único que se había puesto a la cabeza del motín con el acero desnudo: el capitán Gaspar Quesada, que había herido mortalmente a su fiel piloto Elorriaga” (ibdem, 144).]
Quien a mitad de la travesía se negara con la mayoría de los capitanes a seguir viaje a las islas de las especias, capitaneará el regreso de la única nave superviviente desde las Filipinas, desaparecida toda competencia tras la muerte de Magallanes, y por el océano Índico, o sea surcando “la ruta de los portugueses”—¿Tratadillos de Tordesillas a mí?— y trocando la singladura en el periplo que circunnavegaría el globo—sin el adelanto del día canoso de un Phileas Fogg en La vuelta al mundo en 80 días de Verne, sino con el retraso de “elcanoso” de la tornavuelta al mundo en la dirección contraria a la de aquel.
[Ya vendrían, decenios después los vascos Urdaneta y Legazpi a sondear el tornaviaje de las Filipinas a Acapulco que Magallanes no culminara: la ruta del galeón de Manila.]
Es lo que podríamos denominar “el síndrome de Elcano”, que aqueja al vascongado. Vaya por delante (y no es exculpación protocolaria de quien se pone fuera de cualquier sospecha incurriendo, a la vez, en la autoinculpación de quien al excusarse se acusa) que no me mueve animadversión alguna, antes bien una que más rendida admiración por la valía y valor del vascongado Juan Sebastián, pero ello no quita para reconocer una táctica déjà vu en las relaciones del nacionalismo dizque vasco con España desde su origen, mediante la que un traidor a la Corona, confundido con el resto traidores españoles, descuella, cuando se ha jugado (y perdido) el cuello la comandita de los conjurados, como líder natural y reclamado por los supervivientes una vez descabezada la autoridad real.
CIVILIZACIÓN VS. EMANCIPACIÓN
Espectáculo familiar de reality show en un remake maketeado —y/o remaqueteado— en español —como fuente de ingresos y audiencia del aparato propagandístico vasco—, que esquiva el hispanismo, no tanto por antiimperialismo, como por complejo frente al anglosajón —pues si hubiera lo que tiene que haber se habría explorado localizaciones en California, Tejas, Nuevo Méjico y otros territorios expropiados, por lo civil o lo militar, a Méjico por el Yanqui (o regalados por su graciosa majestad bubónica a precio de Banco Popular, como La Florida)— o ¡caramba, qué coinsidensia! en las “colonias” del Pacífico—islas Filipinas, las Marianas o Guamán (más conocida como isla de Guam)—.
Y así, mientras el nazionalismo reivindica su progenie repartida por todo el mundo y el nazional-sozialismo proclama su internacionalismo (con el Polisario saharaui, sin ir más lejos, acogiendo a la quinta columna del reino alauí), se acelera el despiece de (la piel del) toro proveniente del régimen de 1978 a cargo del matarife Flipe VI el Menor, obsequiando Ceuta y Melilla a Marruecos (si Canarias no fue ya regalo de despedida de su bubónico padre), despellejando el reino (de Rex Hispaniae a Res pública vasca sólo va una errata), descuartizándolo (Errepublika, Erre publika!, erre ke erre) en repúblicas ibéricas periféricas—o perifeéricas, por lo que tienen de fantasías colectivas inducidas, como al Ándalus, por ir más lejos—, según el dictum sabiniano de convertir el “estado” en un rompecabezas, España introvertida y mesetaria, resumida y continental —Castilla, León, La Mancha, Aragón, La Rioja y Extremadura—, un solar desertizado ya, plagado de panales que no son sino paneles solares de energía fotovoltaica y de molinos, que no son otra cosa que gigantes eólicos, sin más salida al mar que ese traspaís de Castilla que es Santander, más el Principado de Asturias y el corredor real de Murcia por Cartagena.
¿LEER VS. VIAJAR?
Más allá de tan ¿españolérrimo? y compulsivo afán de conquista, reincidente en secuelas de El conquistador del Fin del Mundo como El conquistador del Aconcagua o Conquistour, y como si de vas(c)os comunicantes se tratara, al descrédito de la España de la leyenda negra veneciano-anglo-neerlandesa (y suma y sigue) hasta inocularla en el imaginario del español (summa y sigue), se superpone —en ese popurrí de contradicciones consustancial al nacionalismo vasco— ese Vascos por el mundo (2014) clonado de su hermano mayor Españoles por el mundo (2009), fractal fratricida, replicante (en el doble sentido de réplica o copia y en el contrario de dar la réplica o contraargumentar), de unos e-migrantes vascos cosmopolitas haciendo patria por el mundo con la autonomía de una nación de facto, de un estado germinal en el actual estado (de cosas), y construyendo país—como si no existiera, para ellos, desde tiempo inmemorial, o sea, desde la alta edad media, cuando entran los vascones, brote de la amnesia nacionalista vasca—.
Algo que desmiente el vade retro de Pío Baroja para conjurar el nacionalismo —que “se cura viajando”—y hacía dístico con el detente bala de que “el carlismo, leyendo”—, puesto que el nacionalisto —que campa por sus fueros, en virtud (o defecto) de su pase foral: “se acata pero no se cumple”—, viaja por el globo encapsulado en su propia burbuja amniótica de “buen salvaje”, sobrevuela en ese globo aerostático de su “hidalguía universal” el mundo desde la barquilla de su campana de cristal y cuanto ve —o lee, en castellano, pese a la tarea en vasco— es egotista, autorreferencial y aut(odetermin)ista.
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