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España entró en el mercado común de mala manera, por la puerta de atrás, con prisas y pagando un alto precio. Fueron pocos los que advirtieron que el dinero que se nos estaba dando, en forma de limosna, no era ni mucho menos proporcional al coste de nuestro ingreso. Sin querer darnos cuenta, España regalaba su soberanía y su independencia económica a cambio de pertenecer a lo que entonces era un exitoso y exclusivo club de snobs.
La reconversión industrial exigida, el desmantelamiento de nuestra industria, nuestra pesca, ganadería y agricultura, eran un peaje excesivo pero que el gobierno socialista de la época, presidido por Felipe González y la oposición en pleno, aceptó gustoso a cambio de ser reconocidos como “europeos”. Como si el ser europeos dependiera de su aprobación, de su consentimiento. Nos comportamos como paletos agradecidos por que nos dejaran jugar, participar como nuevos ricos que necesitan de nuevos amigos, abandonando a los que eran nuestros aliados naturales, dando la espalda a Hispanoamérica y olvidándonos de nuestro pasado y de nuestras raíces.
Tiempos de bonanza y gasto sin límite, nos pagaban por no trabajar, nos daban dinero por arrancar viñas y cepas, por matar a nuestro ganado y por regalar nuestra pesca. Nos deshicimos de toda industria y minería y aceptamos gustosos ser un país de servicios, de hotel, playa y sol.
Gastamos de forma rápida el dinero, se hicieron grandes fortunas, montamos el estado autonómico, 17 reinos y dos ciudades autónomas más el gobierno central. Todo un entramado con el dinero que nos daba Europa. Un modelo insostenible, ineficaz y, como hemos visto, también inmoral. Un modelo cuya ineficacia cuesta vidas. Generador de desigualdades sociales y de distintas categorías de españoles, dependiendo de dónde nazcas, vivas o mueras. Junto con la industria, destruimos el concepto de nación, olvidando el orgullo de ser españoles y primando los regionalismos periféricos sobre lo nacional.
Se hicieron carreteras, autopistas, trenes de alta velocidad y aeropuertos, todo muy por encima de nuestras posibilidades. Gran parte de esas infraestructuras con un sobrecoste muy elevado. Las comisiones fluían y todos parecían estar felices con el país que se estaba construyendo. Nadie miraba al futuro y, en paralelo, nos convertimos en comparsas de la Unión Europea, dependientes de lo que se nos dijera y sin capacidad de negociación y ni mucho menos de reacción. Compraron nuestro silencio y nuestra sumisión. Nos vendieron que estábamos viviendo el sueño de mucha gente, que estábamos en la época de mayor prosperidad y desarrollo de nuestra historia nunca antes conocido. Nada más lejos de la realidad.
La fiesta se tornó en resaca, el sueño en pesadilla. Ya no queda dinero, ni industria, ni ganadería, ni pesca, ni agricultura, ni viñas que arrancar, ya no queda nada que podamos ofrecer ni soberanía que entregar, ni servicios que prestar; por no quedar, no nos queda ni dignidad.
El gobierno del socialista Sánchez promete ayudas y cosas que sabe no podrá cumplir, Europa nos da la espalda, ya no tenemos nada que les interese. No es momento de hoteles, playa y sol. Millones de parados, miles de empresas cerradas y una economía igual de colapsada que la sanidad. Al desastre humanitario se le suma ahora el desastre económico con un gobierno de ineptos e irresponsables. Nada volverá a ser lo que fue, nada volverá a ser como antes. Nuestro modelo autonómico debe ser desmontado, ha mostrado su cara más amarga y es uno de los principales obstáculos para salir de esta crisis y nuestra relación con la unión Europa debe ser revisada, una vez desaparecida la mal llamada “solidaridad europea”, donde ni siquiera desean vendernos los respiradores para salvar vidas. De esta saldremos, estoy seguro, pero la rapidez dependerá de lo que tardemos en echar a este gobierno de criminales, mangantes e incompetentes y de nuestra capacidad de reacción para darnos cuenta de que el modelo de sociedad que habíamos creado tiene los pies de barro con una fragilidad extrema que nos ha hecho a todos mucho más vulnerables de lo que imaginábamos.
Javier Garcia Isac/director de radioya.es
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