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Si en algo puede apreciarse el carácter plural de la sociedad española, es en la enorme variedad de tipos y subtipos existentes dentro de conceptos tales como tontos, soplagaitas, juntaletras y botijeros. Personalmente, a mí -dentro de los tontos como modalidad genérica- los que más me divierten son los tontos del culo. Convencidos de la seriedad de las opiniones que manifiestan -sea en público o en privado- van enlazando una cuestión tras otra en divertida y contundente sucesión: y digo divertida porque siempre saben arrancarte una sonrisa, y digo contundente porque no admiten réplica posible. Extrañas ideas puestas sobre la mesa por personas no menos extrañas. Y es que el tonto del culo –a pesar de la opinión de muchos- dista mucho de ser un mal dentro de esta triste España desolada. Yo creo que -se hacen presentes a diario en todos los ámbitos posibles- son lo único que nos salva del aburrimiento cotidiano entre tanto sanchismo hortera y entre tanta mediocridad sistémica. El tonto del culo como producto español con denominación de origen.
Todo esto viene a cuento porque he leído -y escuchado- diversas críticas relativas a FERIA: la maravillosa y original novela de Ana Iris Simón (Editorial Círculo de Tiza. 2.020). He leído la novela y me ha parecido espléndida y brillante -la envidia me corroe al comprobar que alguien tan joven pueda escribir tan lúcidamente bien- aunque, y aquí entran en juego los carpetovetónicos -qué razón tiene la autora al decir que nunca debemos de dejar de utilizar esta palabra- tontos del culo, esta obra no debiera gustarme conforme a mi gusto personal, sino porque soy falangista. Exclusivamente por eso: no me digáis que eso no es una divertida genialidad digna de nuestros más reputados tontos del culo.
Asombraos: el libro de Ana Iris Simón forma parte de una compleja conspiración neofascista que, entroncando directamente nada menos que con Ramiro Ledesma o con el coñazo de Alexander Duguin, tiende a la directa y gloriosa restauración del falangismo en esta España postcovid de 2021. Hay gente que ha escrito -sin despeinarse- que esta novela gusta a los falangistas porque mantiene posturas falangistas más o menos enmascaradas al amparo de un relato aparentemente simple y lineal. Nos debe de gustar FERIA porque somos falangistas, y porque el libro es la guinda de una conspiración rojiparda o nazbol. Amparados entre sus páginas, los feroces falangistas -junto al Frente Nacional Francés, al Frente Obrero y a Steve Bannon– volverán a caer sobre la democracia española como ya hicieran en 1.936.
Me encanta esta teoría. Porque todos estos insolventes neuronales están partiendo de una base teórica tan caducada como un bote de gas mostaza del Ejército Ruso. Resulta que querer tener hijos es falangista. Que querer volver al pueblo es falangista. Que propugnar un amor inmenso y entrañable por tu familia es falangista. Que denunciar -con la sutileza de una persona inteligente y con la ironía de una persona culta- que esta falsa izquierda imperante tiene mucho de hueco e impostado en sus postulados mainstream es falangista. Que tener un sanísimo orgullo respecto a tus raíces es falangista. Que ser manchego y creer en Alonso Quijano es falangista. Que tener la sensación de que las cosas no son como nos las han vendido es falangista. Que afirmar que existe una Patria es falangista, aunque sea mediante aquella cursilada de Errejón de la resignificación. Que los galgos son falangistas, al igual que las gachas o el vino peleón de Valdepeñas. Así hasta el infinito… y digo yo que habrá de todo como en botica, y que esas cosas que he citado no son exclusivamente propias de nuestra opción política.
Y lo más asombroso de todo es que exista gente que cobre -y mucho- por articular estas paridas. No tienen ni puñetera idea de lo que es el falangismo y tampoco creo que ellos mismos sean conscientes de ello.
Todos estos expertos en falangismo deberían también volver a las raíces y descubrir -porque me resulta evidente que no lo conocen- el grandioso artículo de José Antonio La Gaita y la Lira (Núm. 2 de FE de fecha 11 de Enero de 1.934). Que lo lean y -tal vez- entiendan que las tesis de Ana Iris Simón no son -ni remotamente- falangistas. Porque una Patria no sólo es nuestro pueblo, ni nuestras costumbres ni nuestras raíces ni nuestros hijos ni nuestros padres: aunque si bien todo eso forme parte, de manera inseparable, de nuestro patriotismo. La Gaita como sentimiento de ternura ancestral y de vinculación a una tierra. Nosotros no nos limitamos a eso y damos un paso más allá.
Lo que -de verdad- configura una Patria es el proyecto común de futuro que emprendemos colectivamente todos sus ciudadanos. Para nosotros, los falangistas de verdad y no los que señalan al aire los tontos del culo, la Patria es un proyecto revolucionario y solidario de futuro. De esta forma, no hay Patria sin Justicia ni Pan: no hay Patria sin un proyecto colectivo asumido por todos para todos.
Por eso nosotros decimos que hoy no tenemos Patria: porque no tenemos nada más que una mera colección de territorios administrativos tan sólo unidos por una ley centralista y borbónica. Porque nuestra misión es construir una Patria libre y liberada en torno a una efectiva transformación económica y política: crear un nuevo modelo de convivencia sobre las ruinas de este modelo fracasado. La Lira, en definitiva.
Ana Iris confiesa que no ha leído a José Antonio, si bien de eso no se han dado cuenta nuestros tontos del culo. No se puede ser perfecta. Ana Iris Simón no es falangista. Aunque yo, en concreto, estaría encantado de que alguien como ella lo fuera.
La autora no ha escrito una tesis política: ha escrito con el corazón para el corazón. Y de paso, por el camino y con una prosa deliciosamente humana y comprensible, nos muestra como existen certezas inmutables y caminos llenos de ternura. Una llamada a la introspección personal y al análisis de nuestra propia vida desde la perspectiva -alegre o triste- de cada uno. Porque cada uno habla de la Feria como le ha ido en ella.
Lo que hace esta mujer maravillosa es escribir una carta a su hijo. Con ternura y sensibilidad, le ha contado -nos ha contado a todos- de dónde viene y a dónde va. Con esa poesía sutil y melancólica que envuelve los mundos perdidos, nos ha ido relatando -fuera de los mil y un artificios de una sociedad agotada y de sus cosas y de sus vanidades- como existe siempre la sombra de un árbol plantado por un abuelo y la sirena de unos coches de choque que alegra tu pasado y tu presente: como los lazos invisibles del amor son mucho más fuertes que las modernas modas o que los principios pasajeros. Como la verdadera inteligencia es una fuente inagotable de cultura. Algo que no han entendido -aunque nos resulten divertidos- estos tontos del culo tan eternos e incansables como los boletos para el perro piloto o la chochona.
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