21/11/2024 11:55
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Los resultados de las últimas elecciones municipales y autonómicas demuestran que, como ya indicaban todas las encuestas, menos la del CIS (Tezanos, una vez más, cubriéndose de gloria) España está cambiando de ciclo político. El bloque de derecha de PP más Vox gana el Reino de Valencia, Extremadura, Aragón, las Islas Baleares y las ciudades de Valencia, Zaragoza, Valladolid y Sevilla, entre otras. En Madrid ayuntamiento y comunidad arrolla el ayusismo. No hay motivos para pensar que esta fotografía no se repetirá en las Elecciones Generales, adelantadas al 23 de julio.

Gran resultado del PP, no por méritos propios, sino por desgaste de la izquierda, y buen resultado de Vox, a pesar de carecer de estructura territorial y de la discreta campaña, que demuestra que ha venido para quedarse y que cuando las cosas le van bien sube mucho y cuando le van mal sube menos, pero (al menos hasta ahora) nunca baja.

Ahora, lo importante es que Vox pueda presionar al PP en los lugares donde es decisivo, como el Reino de Valencia, para que no solo cambien los nombres, sino las políticas, que es lo importante. El PP no va a querer moverse ni un milímetro de donde ha dejado las cosas el PSOE y todo lo que consiga Vox será con sangre, sudor y lágrimas.

En ese sentido, Vox no puede conformarse en ser una mera muleta del PP, sino que, por lo contrario, tiene que tener claras sus prioridades y lograr cambios sustantivos que frenen la agenda globalista.

Resulta evidente que los dirigentes del PP están más cerca, no ya del PSOE, que por supuesto, sino incluso de Podemos y hasta de Bildu que de Vox, en tanto del PP hacia la izquierda todos aceptan la agenda globalista, mientras que los de Abascal se oponen a ella.

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Los votantes del PP, en cambio, poco saben de tales agendas y se sienten mucho más cerca de Vox que del PSOE y no aceptarían otro pacto del PP que no fuera con Vox. Además, PP y PSOE, pese a la identidad de sus políticas, llevan viviendo décadas de su fingido antagonismo, por lo que un pacto entre ellos les resultaría muy peligroso.

En ese contexto es en el que hay que entender las actuales negociaciones entre PP y Vox en los ayuntamientos y regiones en los que ambos se necesitan para desbancar a la izquierda. Para Vox, pactar con el PP no es otra cosa que dividir al enemigo (porque el PP, no nos engañemos, también es el enemigo) y solo tiene sentido si se le obliga a abandonar, al menos en parte, la agenda globalista y a aceptar partes significativas del programa de Vox.

Entendemos que para obligar al PP a aceptar el programa de Vox en toda su integridad, Vox debería haber ganado las elecciones, pero los de Feijoo sí que deberán asumir partes sustanciales del mismo, lo que no debería ser un problema, porque son puntos ampliamente aprobados por sus votantes, pero a los que sabemos que sus dirigentes se van a resistir como gatos panza arriba. En ese aspecto, Vox debe ser firme y claro en su compromiso.

Tras las elecciones llega lo más difícil: Hacer valer los resultados con cambios reales.

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José Manuel Bou Blanc
José Manuel Bou Blanc
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Aliena

Ooooh, pobre VOX que «carece de estructura territorial», criaturas. Ahora bien, ¿qué pasa con los partidos que, por carecer de representación y no ser parte del entramado que esté dispuesto a dársela, no pueden debatir, ni salir en las televisiones, ni siquiera reservar centros para dar mítines? Y que, por descontado, carecen de financiación pública. Por ejemplo, la Falange, ya que hay falangistas en este medio. Lo dicho, pobre, pero «pobre» VOX, y pobre de su sindicato Solidaridad.

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