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En la medida en que se evapora la fe sobrenatural (virtud teológica) en el mundo, así el humano se vuelve a adorar a creaturas que le circundan, como el poder soberano únicamente reconocible por los sentidos y su utilitarismo de lo inmediato, le hace quedarse sin la visión trascendente de razón y de fe que nos trae la inteligencia racional, creada a imagen y semejanza del Dios creador.
Ceguera más que ilógica cuando no se explotan las facultades que, por otra parte, intuimos, por una mínima lógica de curiosidad interrogativa sobre los eternos e ineludibles planteamientos sobre la vida y la muerte, el más acá y el más allá.
Ceguera cobarde por ignorante culpable que huye de los eternos condicionantes exigitivos e ineludibles en todo uso de la libertad.
Decía San Pablo contra la gentilidad que “lo cognoscible de Dios se lo manifestó, porque desde la creación del mundo, su eterno poder y divinidad son conocidos mediante las creaturas. De manera que son inexcusables” (Rom. 1, 19).
La Sabiduría (13, 1) declara insensatos a los filósofos gentiles “que del estudio de las creaturas no supieron elevarse al Hacedor de ellas. La creación del mundo, es la primera revelación de Dios”.
El actual movimiento entre científico y político sobre la ecología, sobrepasa el interés respetuoso por el equilibrio y conservación de las especies, el clima y los recursos alimenticios, para anclar a la Humanidad en el culto idolátrico de lo inmediato, convirtiendo el medio en el Creador, ha dotado a la creatura humana, en un fin en sí mismo, y que como todo fanatismo, sacrifica los fines últimos a los medios actuales, cayendo en vergonzosas contradicciones inimaginables en un ser que se dice inteligente; así, defiende a las alimañas dotándolas de derechos que no tienen sino condicionados, y sacrifican los legítimos intereses económicos y las seguridades domésticas y fraternales entre las clases sociales.
Que se protejan a los lobos, las fieras salvajes, que ya tienen su lógico entorno bajo las leyes de la selva; se gasten cantidades ingentes en la conservación de cualquier especie en peligro de extinción supuesta y se permita como lo más natural el genocidio del aborto, la eutanasia, el derecho al respeto de la vida de los asesinos, terroristas y peligros de verdaderas alimañas humanas, es idolatrar lo inmediato en su antropocentrismo soberbio que deifica al humano tan solo por pertenecer a la especie humana, en un liberalismo ciego e irracional, que acaba en la ley del más fuerte, tapada en falsos privilegios y corruptelas atentatorias con los utópicos principios de igualdad y que acaban con la injusticia de tratar igualmente a los desiguales y desigualmente a los iguales.
Llegados a estos extremos degenerativos de la moral y de los principios de derecho natura, el humano pude erigirse en el centro único del universo, creyendo que el planeta que pisa es el único paraíso posible y cortándose toda vía trascendente que dé sentido a su vida de presente y de eternidad; sentido intuido, necesario y manifestado por el humano en toda la historia de los siglos, siendo éste uno de os argumentos filosóficos complementarios de la revelación divina.
“No os preocupéis diciendo: Qué comeremos o con qué nos vestiremos? Pues los gentiles son los que se preocupan por todo esto. Qué bien sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todas estas cosas. Buscad primero el reino de Dios y su justicia y todo lo demás, se os dará por añadidura” (Mat. 6, 31).
Como “somos ciudadanos del mundo” (Fil. 3), el magnífico escenario que el Señor nos ha asignado en este planeta hace que todas sus creaturas le pertenezcan para nuestro uso y disfrute; pero nosotros…, somos de Dios.
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Mi querido amigo D. Jesús, mi admirado sacerdote: ¡AMÉN!
Un fuerte abrazo, de su amigo incondicional
Miguel Sánchez
De los millones de especies que constituyen el Reino Animal la especie humana es la única que está poniendo en peligro su propia supervivencia en este planeta (el único planeta del Sistema Solar en el que podemos vivir) debido a la devastación de los bosques, la contaminación de las aguas de los ríos, de los lagos e incluso de los océanos, la continua quema de combustibles fósiles que envenenan el aire que respiramos, y las montañas de basuras que crecen día tras día. De seguir el destrozo medioambiental que está causando la Humanidad la Tierra acabará convirtiéndose en un planeta inhabitable dentro de unos pocos siglos.