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Han pasado ya 27 años desde que el 28 de diciembre de 1993 se adoptara una de las decisiones más abyectas, miserables, y, al tiempo, esclarecedoras, desde  que se implantó el modelo de convivencia que fue calificado, con indudable cinismo, de democracia. Me refiero, claro, a la decisión de intervenir Banesto y su potente grupo industrial que representaba mas del 1 por 100 del producto interior bruto español. No voy a detenerme ahora —no merece la pena— en los ridículos ”razonamientos” económico-financieros que no fueron sino el disfraz con el que se cubrieron las espurias intenciones del modelo de poder.

Confieso que cuando arribé en el banco conocía únicamente la epidermis del modo en que se ordenaba nuestra convivencia. Pero pronto me percaté de que en una plataforma semejante, además de ejercer poder financiero e industrial, penetrabas de lleno en el círculo en el que se ejerce el verdadero poder, y precisamente por eso, y no por otra suerte de reclamaciones de corte genético social, se exigía que cualquiera que deseara pertenecer a semejante cofradía, llegara con los deberes hechos, esto es, con los suficientes compromisos adquiridos en su trayectoria como para no poder negarse en su momento a los requerimientos del poder.

Me di cuenta de que mas allá del postulado democrático parlamentario el verdadero poder se localizaba y ejercía desde un entramado al que califiqué de Sistema, integrado por los partidos políticos, el poder financiero y el entonces todopoderoso poder mediático. Y su esencia era tan simple y llana como negar en la práctica el absurdo de un modelo construido sobre la premisa de un hombre un voto.

Seguramente escandalizará algo el aserto, pero no por ello deja de ser verdad. La inteligencia que alimenta el Sistema se dio cuenta de que en un barbecho integrado por el irracional principio de que cualquier hombre, ilustrado o lego, responsable o maleante, tiene el mismo derecho con su voto a conformar el modelo de convivencia, nada sólido y eficiente podría edificarse. Así que se diferenció entre literatura ilusoria y poder de facto. Literariamente se manifestó ese principio: un hombre un voto. Desde el poder se trabajó para mantenerlo en la epidermis y circuncidarlo en la praxis. Para ello se edificaron cuatro baluartes: el monopolio de los partidos políticos en el acceso al poder del Estado, el principio de disciplina de voto de los “parlamentarios” electos, la asociación de intereses con los poderes financieros y el control social mediante los medios de comunicación. De este modo se mantenía viva la ilusión de la democracia mientras se operaba en la práctica con un poder de corte déspota-ilustrado, solo que, lamentablemente, lo ilustrado en demasiadas ocasiones brillaba por su ausencia.  Así nació el Sistema.  Por ello en 2005, en mi libro “Cosas del camino”,  escribí: cuando la llamada democracia descubrió el poder político de la inducción sobre la masa, se convirtió en Sistema.

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¿Y qué tiene que ver la intervención de Banesto con el Sistema?  Solo las mentes poco dotadas, las abducidas y las propias de los autores, cómplices y encubridores de semejante fasto de poder pueden seguir sosteniendo que aquello fue algo debido a consideraciones financieras. Como digo, no quiero detenerme en semejante despropósito, sería echar rosas a los cerdos. Vamos al grano, al meollo, al epicentro del poder.

Aquella mañana del 28 de diciembre de 1993 me llamó el Rey Don Juan Carlos a mi despacho de Banesto. Unos pocos consejeros habíamos pasado la noche en vela tratando de adivinar qué extraños designios se escondían tras la inconcebible actitud de un hombre débil y pusilánime llamado Angel Rojo que fue nombrado Gobernador del Banco de España tras el inevitable, y algo escandaloso, cese del inefable gobernador Mariano Rubio, ambos tristemente fallecidos al dia de hoy. El rey, en aquella llamada, con una voz entre angustiada y enervada, con un tono que mas recordaba al grito que a la calma, me espetó:

—Me ha llamado el Presidente del Gobierno para decirme que van a intervenir Banesto -gritó

—¿Y qué le ha respondido Vuestra Majestad? —pregunté con tono calmo propio de quien sabe vivir lo inevitable.

—Que eso no se pude hacer en el mundo occidental; que JP Morgan es el primer banco del mundo que ha estudiado a fondo Banesto  y  tras el estudio ha decidido invertir su dinero, así que hay que hablar con ellos antes que cualquier otra cosa —sentenció en tono enervado.

Guardé unos segundos de respetuoso silencio y en el mismo tono calmo y sereno de antes pregunté:

—¿Y qué le ha respondido el presidente, Señor?

—Que no me meta en política —dijo el Rey en un alarde de sinceridad.

Silencio espeso. Mi mente funcionaba a toda velocidad. Entendí. La suerte estaba echada. ¿Qué podía hacer? Ya nada dependía de mí sino del Rey, de cómo entendiera esa frase. Así que no me quedó más remedio que responder.

—Pues eso, Señor, no se meta en política….

Asi terminó una de la conversaciones mas elocuentes, duras, difíciles y al tiempo dolorosas de mi vida. Esas frases fueron más ilustrativas del país en el que vivo que todas las bibliotecas del mundo.

¿Política? me dije para mis adentros. El Rey  tiene como misión constitucional salvaguardar el normal funcionamiento de las instituciones. Pues en ese dia, en ese instante, el Gobierno, la oposición de Aznar, el Banco de España, el Ministerio de Economía, todas esas instituciones se encontraban funcionando de modo nítidamente espurio. Era evidente: Aznar, por quien el monarca profesaba tan escasa admiración, y González, Presidente del Gobierno, decidieron semejante atrocidad con la excusa de salvar el “sistema”, cuando en realidad obedecían única y exclusivamente a sus propios intereses. Era obvio de toda obviedad. ¿Qué haría el Rey? Me pregunté. ¿Diría que quería hablar con el presidente de JP Morgan  y el Gobernador antes de decidir?. No se trataba de política con minúsculas, de algo que interesaba únicamente a España, por importante que fuera. Se trataba de la credibilidad de nuestro país, de nuestro sistema financiero, un asunto de repercusión mundial. ¿Ejecutaría el rey su atribución constitucional de velar por el normal funcionamiento de las instituciones?.

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Entendí lo que ese dia sucedió. González y Aznar quisieron impedirlo. En el fondo le estaban diciendo a Don Juan Carlos:”entérese Señor de quien manda en España. El poder lo ejerce el Sistema. Así que aléjese de este escenario”. Don  Juan Carlos fue Rey por decisión de Franco, primero, y de los llamados padres de la Constitución después. Seguramente un rey consciente de algo así presiente su limitación de origen. Por ello el Sistema ese día se impuso de forma rotunda. Enseñó al Rey quien manda en el sistema financiero, en los medios de comunicación y, poco después, en la fiscalía y la judicatura. Es decir, sobre la libertad, dignidad y hacienda de todos los españoles.

Fue tan obsceno todo que la sociedad civil se quedó atónita, acobardada, en silencio. Desde ese día ninguna voz crítica desde esa inerte sociedad civil osó expresarse en contra del poder o simplemente criticando sus decisiones. Unicamente escarceos desde lugares inocuos, pero desde cualquier plataforma mínimamente  importante no se escuchó más que el acobardado sonido del silencio.

Del mismo modo en que fagocitaron la democracia hicieron lo propio con La Monarquia. Mantuvieron en ambos casos la formalidad exterior de la carcasa, pero eliminaron la esencia del contenido.Por ello ese día 28 de diciembre de 1993 el Sistema alcanzó no ya el punto álgido de su poder sino la osadía de evidenciarlo ante los ojos de una sociedad adoctrinada, sumisa y acobardada que prefirió consumir mentira e injusticia antes que mirarse al espejo de su propia inanidad.

La pregunta entonces es: ¿nos extraña lo que está sucediendo hoy  en día en nuestro país? ¿Acaso es tan difícil predecir por dónde vamos a caminar en este año 2021 que ahora comienza? ¿Hay, acaso, fuerzas capaces en nuestra sociedad de alterar ese rumbo?.

Autor

REDACCIÓN