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Muchas gracias por tus cariñosas palabras de presentación. Yo he estado en Málaga en varias ocasiones. En una de ellas pronuncié lo que podía llamarse un discurso poético-literario; discurso poético-literario que terminó con un soneto que se titulaba «nacer y anochecer de Málaga».

               

 

Y al venir de nuevo ahora a Málaga, no para pronunciar un discurso poético y literario, sino para pronunciar un discurso conmemorativo del acto fundacional de la Falange el 29 de octubre de 1.933 en el Teatro de la Comedia, me ha parecido cortesía obligada para esta Ciudad llena de cordialidad y hospitali­dad y afecto traer a colación, repetimos, como un piropo, este soneto a vuestra ciudad natal.

 

He venido ahora a pronunciar un discurso político, a conmemorar el XXXIII aniversario de la fundación de la Falange en el Teatro de la Comedia de Madrid. Yo entonces era un niño, era un mozalbete; mi padre, Capitán de Infantería, no tenía los re­cursos precisos para que en casa pudiéramos disfrutar de las satisfacciones de un receptor de radio. Y entonces, aquel 29 de octubre, domingo, yo, mozalbete, chiquillo, me fui a casa de D. Samuel. D. Samuel era un hombre alto, calvo, de ademanes muy lentos y, además, por añadidura, veterinario del Municipio. Y me pegué a aquel receptor y escuché las palabras fundacionales de José Antonio y noté como mi alma infantil se encandilaba y vibraba de rabia y de patriotismo, de coraje y amor al escuchar aquellas palabras convocatorias y fundacionales. Y me trajo el recuerdo aquel día de otra fecha también recordada de mi niñez: la fecha de un 14 de abril de 1.931 en el Pabellón del coronel Llobregat que mandaba el Regimiento de Infantería de la Princesa núm. 4 de Alicante. Cuando escuchábamos a través de Radio Barcelona la proclamación del “Estat Català». Aquella jornada inge­nua de la República quedó manchada en su raíz y en su base, con aquella proclamación exaltada del separatismo con la cual la República se había aliado para su nacimiento. Aquel 29 de octubre de 1.933 escuchábamos, no una ingenua frustración, sino escuchábamos una fundadísima esperanza y sólo este recuerdo de la niñez y de la adolescencia, son los que dejan una huella imborra­ble en las almas y en el espíritu, son los que se esculpen en la vida de los hombres y de los pueblos que tienen conciencia de su propia dignidad. Por eso, yo estoy aquí en este 29 de octubre de 1.966, a los 33 años, cuando cambia el perfil y la fisonomía de esta conmemoración aniversario, porque hasta la fecha la conmemoración del 29 de octubre no consistía en otra cosa, sino en reunir a los militantes del Movimiento en posición de firmes a escuchar el discurso de José Antonio y el marchar después a ca­sa luego de entonar con bríos y entusiasmo el «Cara al Sol», cuya letra y cuya música tiene, pese a quien pese, cuerpo suficiente y como ahora se dice, capacidad convocatoria.

 

Ahora el acto ha variado. Y el acto tenía que variar porque la conmemoración del 29 de octubre no consiste en sacar de nuestro archivo histórico una página vieja y amarilla. No es solamente una conmemoración de un acto del pasado, de un acto archivado, anclado y desmayado de la historia, sino que es una actualización de su doctrina y de su mensaje; es una puesta en marcha y en vigor con toda su fuerza genesíaca y fundacional.

 

Aquel no es un acto muerto, sino que es un acto vivo; y aquel acto fundacional, lo sabéis muy bien que dice José Antonio, no fue ni siquiera un acto fundacional de un partido, sino más bien de un antipartido. Fue el acto fundacional de un Movi­miento, de una dinámica política e integradora por encima de las izquierdas y de las derechas. Por encima de la derecha que trataba de monopolizar el patriotismo y que en última instancia ponía el patriotismo al servicio de sus puros intereses económicos. Tenía que superar a la izquierda y aspirar a la justicia social ya que aquella también en última instancia, no hacía otra cosa que someter a los trabajadores a la tremenda dictadura del proletariado. Y por encima de la izquierda y de la derecha, unas condiciones unilaterales y parciales sin una convicción nacional y de conjunto, se alzaba la Falange no como Partido sino como Movimiento. Y en ese Movimiento estaban llamados a integrarse todos aquellos, como decía José Antonio Primo de Rivera en el acto fundacional, que pudieran presentarse en las filas y exhi­bir ante los centinelas vigilantes sus pasaportes en las que no hubiera más que estas dos cosas: espíritu de servicio y sacri­ficio y limpieza moral.

 

Y por eso precisamente, porque la Falange no era un partido, sino un antipartido, porque la Falange no era el envés y el revés, sino que era un Movimiento; un Movimiento de dimen­sión y estructuras naturales, es por lo que en sus años de política fue integrando a los hombres de buena voluntad, a las comunidades políticas ya constituidas que estaban enhebradas en el mismo hilo del pensamiento político común. Y así por esa liber­tad política, por esa ascética integración, la Falange Española de las JONS, integrando en la Falange de José Antonio a las Juntas Ofensivas Nacional Sindicalistas, de aquel hombre que se llamó Ramiro Ledesma Ramos y que fundó la Conquista del Estado, en las cuales, a su vez, se habían fundido antes las Juntas de Actuación Hispánicas, de Onésimo Redondo, el Caudillo de Casti­lla y el héroe de Navarra.

 

Y cuando llegó el instante en que ya no cabía la dia­léctica fría, la elegancia dialéctica de la que tanto habló Jo­sé Antonio, cuando llegó el instante en que fue preciso sustituir a la guerra fría por la guerra caliente y por la violencia de los puños y de las pistolas porque estaba en crisis el servicio de la Nación, estaba en trance de resolución la conciencia histórica de la Patria, entonces esta accésit dinámica, esta política nacional e integradora del Movimiento que alzó su primera bandera el 29 de octubre de 1.933 en el Teatro de la Comedia de Madrid, tuvo aun que ampliarse más y dar cabida, no con las fórmulas frías de un Decreto que puede ser letra muerta, sino con la sangre caliente de los que juntos combatían en las mismas trincheras, los que juntos eran objeto de la misma persecución dentro del campo marxista, fundiendo con la Falange Española de las JONS aquella vieja Comunión Tradicionalista, aquellos hombres duros, bravos y enardecidos, que durante cien años habían estado combatiendo al liberalismo, no solamente por ser fieles a una dinastía, sino por ser absolutamente fieles a la Patria. Veo en este accésit y en esa dinámica política a la Falange, no como Partido, sino a la Falange como Movimiento fertilizador de la Patria, al que tenían que acudir muchos más. Tenían que acu­dir muchos entre los cuales me encuentro yo. Yo no puedo aquí vanagloriarme y exhibir viejas papeletas, ni viejas boinas, ni viejas camisas. Al integrarme al Movimiento Nacional yo no pue­do alegar mi permanencia y mi vinculación a la prehistoria del 18 de julio. A ninguno de los manantiales puros y limpios que contribuyeron a hacer gloriosa y heroica esa fecha del renacimiento nacional. Yo, amigos, no estoy en la prehistoria del Mo­vimiento; estoy en la historia, estoy en el río que fluye para fertilizar y fecundar y unificar la tierra social y política de España y que sembró en aquellas fechas históricas su sangrienta unción.

 

Yo estoy en el Movimiento Nacional por una sola razón de fe: por mi españolía a secas. Yo estoy con el Movimiento Nacio­nal por una sola disciplina: la del patriotismo y la de la verdad; yo estoy con el Movimiento Nacional, porque he merecido la designa­ción y la confianza de su jefe. Pero, fijaos bien, yo, que no pertenezco ni he pertenecido a ninguno de los grupos políticos que se dieron cita en la gloriosa jornada del 18 de julio, yo que no puedo esgrimir aquí ningún pasado de carlista y de falangista, oídlo bien, porque soy miembro del Movimiento Nacional, yo tengo de tradicionalista todo lo que ese Movimiento ha querido tener de la más vieja pura y auténtica tradición española; yo, que no soy falangista, precisamente porque soy del Movimiento, tengo de la Falange todo el sentido de amor a la Patria con sentido de perfección que quiso para la Falange José Antonio Primo de Rivera.

 

No haced caso, no haced caso de ese «curriculum vitae» que publican los periódicos. Esos cursilísimos «curriculum vitae» que se han publicado y que yo envié sencillamente por obediencia, esos «curriculum vitae» no hacen naturalmente otra cosa que prorrumpir en alabanzas del conferenciante o del orador. Estos tipos de impronta son como tantas veladuras que esconden al hombre auténtico y para emplear en lenguaje de moda, un lenguaje televisivo, es preciso que a ese hombre se le vea en directo, se le oiga en directo por encima de toda clasificación, por encima de todo norte, por encima de todo sambenito y por encima de todo encasillamiento. Por eso yo estoy aquí con vosotros, en esta hora y en esta jornada conmemorativa del 29 de octubre de 1.966. Yo pienso como un hombre del Movimiento; yo soy de los que entienden que la unidad no es la uniformidad. Pero también soy de los que entienden que la diversidad no es la dispersión; y precisamente porque entiendo que la diversidad no es la dispersión, yo, que soy un hombre del Movimiento, pero que no estoy vinculado a ninguno de los grupos que específicamente han entrado en el Movimiento, he querido, a invitación de quien lo ha hecho, hacerme presente allí dondequiera que un grupo de gentes leales al Movimiento han podido pronunciar su palabra.

 

Y por eso yo he estado cinco veces a invitación de los carlistas en actos carlistas, y he estado como hombre del Movimien­to y no como carlista específicamente y formalmente, he estado digo dos veces en los actos apoteósicos de Montejurra; y he estado con los carlistas en Cádiz y en Villarreal de los Infantes y en él Quintillo. Yo, que no tuve la dicha y la fortuna de ser combatiente en el Ejército Nacional, he estado con los excombatientes, en Huesca y en Valladolid y en Gerona y en Valencia, y he estado con los defensores del Santuario de la Virgen de la Cabeza, con los Guardias Civiles en la fecha conmemorativa de su aniversario, y he estado con los cadetes de las Academias Militares de España en la Academia General Militar de Zaragoza, y he estado con los Huérfanos del Ejército y todos los Ejércitos en el Colegio de Huérfanos de Aranjuez. Yo que he querido hacerme presente en cualquier acto donde haya sido invitado, he querido venir también aquí, a un acto netamente, típicamente, puramente falangista, en esta hora de los prófugos, de los cobardes, de los comodones, de los camaleones que desvisten sus camisas. Todo amigo que no había vestido la boina y que no haya vestido la ca­misa, en el acto de Montejurra, en medio del delirio, la apoteosis y el entusiasmo de aquella multitud de hombres recios y viriles que amaban a España, recibí una banda roja impuesta interrumpiendo el acto, de un antiguo excombatiente, ahora que tantos se descamisan; yo que no he vestido la camisa azul, en esta hora del sonrojo y de la vergüenza dadme una camisa que yo me la pondré y esto puedo permitírmelo por tres razones fundamentales; en primer lugar por qué entiendo, como os decía, que la unidad no es la uniformidad, pero que la diversidad tampoco es la dispersión y no puedo ni estaré nunca con aquellos que gritan al final de ciertos actos públicos: «Falange, sí. Movimiento, no”. Ni con aquellos otros que han tratado, sobre todo han tratado más que tratan, de poner al carlismo en la frontera, marginándolo como puro espectador del quehacer políti­co, de España. En segundo lugar, porque quien os habla puede permitirse también el lujo de ir a todos estos grupos desde fuera o desde dentro: desde fuera porque no pertenece a ninguno de ellos, desde dentro porque me siento copartícipe y solidario en todo lo común y sustantivo que en ellos vive y alienta. Y estaré siempre donde haya un grupo de hombres y de mujeres que se conserven leales al Movimiento; ahí donde haya un grupo de hombres y de mujeres, allí donde haya un brote de comunidad política que sea íntegramente leal a los Principios Fundamentales del Movimiento, estaré yo, porque esta es la ho­ra frente a la confusión, es la hora de la actualidad, es la hora de la realidad y es la hora de la reunión, si no estaríamos en esa noche de crápula, repugnante y asquerosa de que hablaba elegantemente José Antonio Primo de Rivera. Y en tercer lugar porque yo, permítanme que lo diga, yo no soy un hombre gubernamental. No tengo nin­gún cargo en el Gobierno; yo estoy al margen de la nómina oficial, pero yo soy un hombre del Movimiento y esto me da ahora una tremenda libertad de expresión. Una libertad de expresión que quizás no tengan los hombres del Movimiento que son a la vez hombres guberna­tivos, los cuales en muchas ocasiones y ante ciertas circunstancias tendrán que morderse la lengua cuando les reviente de rabia y de coraje el corazón. Por eso yo estoy aquí y yo pediría a quien nos preside en este acto que por arte de magia y por ese procedimiento que podríamos llamar parecido al de la bilocación se ausentase espiritualmente el Gobernador Civil» y se puédase espiritual y materialmente el Jefe Provincial del Movimiento porque podría escuchar algunas cosas que le apasionarían y le edificarían como Jefe Provincial del Movimiento, pero que podrían herir su sensibilidad gubernativa.

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Y esto porque cuando yo he aceptado y acepto la invitación a ir a hablar a cualquier sitio o a cualquier grupo que tenga esas dos características que José Antonio exigía para su Movimiento, entrega al sacrificio y limpieza moral, pido y exijo también la libertad absoluta de expresión: naturalmente que una libertad responsable, una libertad que se halla de acuerdo y en obediencia con unos principios políticos que estimo fundamentales e inconmovibles y, naturalmente, asumiendo plena y totalmente la responsabilidad de cuanto digo. En estas condiciones yo me encuentro hoy ente vosotros para hablar con una claridad de precisión que exige el momento para no andarnos con angelismos, sino con encarnaciones, como ahora tanto se dice empleando un lenguaje espiritual y eclesiástico; para hablar con una claridad que yo os aseguro que no es grata, una claridad que no grata porque lleva consigo sus consecuencias a veces dolorosas, consecuencias que pueden cifrarse en las conclusiones siguientes:  la llamada desde antiguo a la conspiración del silencio por la renuncia a las más altas autoridades del país, por el peso y el destino oficial. Y para que no creáis que yo os hablo de memoria y en abstracto, os diré que esas consecuencias por hablar con claridad y con libertad, pero con libertad responsable, sentido de servicio y sacrificio a la Patria y al Movimiento, pero con absoluta limpieza moral y sin compromisos ni debilidades: esa conspiración del silencio hizo posible que una conferencia a los cadetes de los Ejércitos de España en la Academia General Militar de Zaragoza con un tema tan sugestivo como «elogio y defensa de la vocación militar», fuese si­lenciada a pesar de la Ley de Prensa, por los periódicos de Madrid, mientras era objeto de improperios por parte de la prensa y de la radio roja que se edita o se emite en el exilio. Y fue posible que se guardase exacto silencio cuando acudí a hablar a los excombatientes de Valladolid con motivo nada menos que del XXV aniversario de la Victoria. O cuando en Valencia se reunían los excombatientes hasta agolparse en el hall y hasta reunirse casi en manifestación en la calle de las Barcas escuchando el discurso con altavoces, y de ese acto de los excombatientes en que fui presentado por un mutilado ciego, no dio referencia ni siquiera la prensa del Movimiento de la capital valenciana. O cuando fui denunciado a la más alta autoridad del país por denunciar la traición al Movimiento de determinados embajadores, en Huesca, cuando se conmemoraba también el XXV aniversario de su liberación; o cuando se recogió y destruyó la cinta magnetofónica del discurso en Toledo o en Badajoz, o aún para ser más tonto e ingenuo cuando últimamente en un acto tan inocuo como la fiesta de la Vendimia de la Palma del Condado al dar y reproducir el acto en la televisión, se omitía deliberadamente mi nombre y mis apellidos. Y finalmente, cuando con la gallardía que hace falta para mantener una política digna de un pueblo que se llama soberano, me atreví a denunciar los errores de cierta administración política extranjera con respecto a España y con respecto a eso que llamamos el mundo libre. Entonces la sanción inmediata satisfacción a las exigencias del Embajador de los Estados Unidos en España.

 

Os digo que no es grata la tarea y sin embargo yo no estoy resentido, al contrario, no estoy resentido. La peor reacción que puede haber en un hombre que por las circunstancias que la Divina Providencia ordena, aparece en la palestra y en el quehacer político, es el resentimiento. El resentimiento es malo, es un gusano roedor que envenena a las gentes e incluso a aquellos que aparentan una cierta finura espiritual. No, yo no salí ni amargado ni resentido. Ni siquiera cedí a la tentación cierta de escapar de todo y re­fugiarme a estudiar con mi familia y los míos, con mis libros y mi despacho, con mi profesión y mi quehacer bajo la lámpara de mi propia celda, y por supuesto ni siquiera tuve la tentación de dar mi nombre a aquellos tránsfuga y camaleones de hoy, quienes después de haber sido Ministros, Embajadores galaiter de Hitler y representantes casi del Nacional-Socialismo, hoy firman todos los manifiestos contra el Gobierno, propugnan todas las democracias y defienden ante el tribunal de Orden Público a los agentes de la subversión en nuestro país.

 

Y os confieso que yo, que no tengo más procedencia que la estrictamente católica, he recibido una gran lección, una inmensa lección, una lección permanente, una lección, valga la frase, alec­cionadora. Porque en esta hora de los enanos, como si hoy José Antonio estuviera aquí repetiría, en esta hora de los pseudointelectuales, en esta hora de las cobardías, en esta hora de las miserias, en esta hora, precisamente, quien me ha dado a mí un ejemplo, yo que procedo sólo y exclusivamente del campo católico, quien me ha dado a mí un ejemplo no han sido precisamente los hombres que pro­ceden de mi campo, los hombres que hoy tratan de justificar sus deslealtades y sus cambios de postura política con ropaje conciliar. A mí me ha dado esta lección aleccionadora un hombre de la Falange que se llama José Antonio Girón de Velasco… (aplausos) que ha sa­bido guardar con gallardía el silencio que le imponía a un tiempo su lealtad y su rebeldía, su patriotismo y su amor a Franco y a Es­paña. Y no puede extrañarnos entonces que un colaborador político íntimo de José Antonio Girón, Alejandro Rodríguez de Valcárcel, hoy Vicesecretario General del Movimiento, haya tratado de dar una fisonomía distinta a esta conmemoración aniversario del 29 de octubre, porque hasta la fecha, yo, Consejero Nacional durante dos etapas, nunca recibí una consigna de nuestra Secretaría General del Movimiento porque esa Secretaria General del Movimiento,  perdóname que te lo diga, como Jefe Provincial del Movimiento, más que Secretaría General del Movimiento parecía que era la Secretaria del Inmovilismo y la Secretaría General de la Funeraria y de los Enterramientos.

 

Era necesario que alguien que no hace otra cosa que reflejar en público el espíritu y el pensamiento de José Antonio Girón, un falangista auténtico y de verdad, nos diese al fin la orden o la consigna de levantar sobre este Monumento funerario y conmemorativo un acto actual de vigencia política que dijese que la Falange y el Movimiento y las fuerzas del Movimiento viven, se mueven y actúan. 

 

Y es precisa esta actuación en la hora presente porque no nos podemos engañar con el lenguaje romántico y de fábula de los que tratan por procedimientos suaves y untuosos de disfrazar las di­ficultades tremendas de la obra. Es preciso decir con toda valentía y con toda lealtad, la valentía que la lealtad exige, la lealtad en serio, lo que ocurre hoy en nuestra Patria. Estamos asistiendo a un fenómeno progresivo de desnacionalización, de despolitización, de desarme general de nuestro pueblo. Estamos asistiendo con nuestra pasividad al espectáculo vergonzoso de un Estado que abdica de su propia filosofía política que no ha sido solamente fruto de la abstracción o del gabinete de estudios de un hombre que se llamó José Antonio, sino que está construido sobre su sangre y sobre la sangre de los muertos. El Estado no puede ser espectador pasivo de la lucha política; el Estado tiene que ser beligerante en el mejor sentido de la palabra, no al servicio de una política de partido, sino al servicio de la política consustancial con la continuidad históri­ca de nuestra Patria. El Estado no puede abandonar sus posiciones de partida. El Estado no puede convertirse en una fría administración y esta vez sí que hace falta al país la administración, una buena administración, una rápida administración, una limpia, pura y honesta administración. Pero no olvidarlo; la administración solamente es técnica de instrumento al servicio de una política. En otro caso no sería más que un parche, como decía José Antonio, no sería otra cosa que un costurón. La mejor administración política cuando no tiene de política más que el nombre y nada de sustancia, el enemigo con rapidez se apodera de ella y la pone a su servicio. Es igual que el armamento y los cañones y los ejércitos cobardes en que no existe moral en los combatientes; que el mejor armamento se pone al servicio del enemigo que tiene un ideal y que sabe morir combatiendo por esos mismos ideales.

 

Por otra parte, estamos asistiendo a un fenómeno de despolitización dirigida desde el Gobierno que aspira a desnacionalizar los Sindicatos, afectando a lo sindical y olvidando a lo nacional. Y mientras que por una parte se nos pide con lenguaje mucho más de­magógico que auténticamente revolucionario, la nacionalización del crédito y de la banca, la nacionalización de las industrias fundamentales, la nacionalización de las minas, se aspira a desnacionalizar los sindicatos para que el sindicalismo español vertical y joseantoniano se convierta en un sindicato horizontal de luchas de cla­ses manejado, no por el Estado, no por España, sino manejado por el partido comunista.

 

Es el Gobierno, por otra parte, el que al abandonar su propia filosofía política, al convertir su tarea en una pura y simple administración, aun cuando sea rápida, y honesta, centralizada y planificada, a veces, por desgracia, es él el que no se da cuenta de que se está convirtiendo en una rueda loca y vacía, de una parte porque le atacan los enemigos del Movimiento, porque en ese Gobierno y en la fachada formal de un Estado que nació de la Revolución y de la guerra; y de otra parte es también meta y blanco de los ataques de los amigos del Movimiento por las trincheras que va entregando día a día al enemigo.

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Y esta despolitización ha llegado al centro neurálgico del país; ha llegado, no a las clases trabajadoras que se conservan ge­neralmente sanas, no a las clases medias que saben lo mucho que les costó salvar a la Patria; está entrando en la Universidad, en este núcleo, en este centro neurálgico y nervioso, palpitante y vivo, rector en un futuro inmediato de la vida política de España. Está entrando en la Universidad, porque mientras oficialmente se trata de despolitizar a España y por consiguiente a la Universidad, se tolera que se le politice por grupos políticos enemigos, por audaces minorías que saben a dónde van, que tienen medios económicos abundantes y una orquesta cobarde interna y una orquesta complicada inter­nacional para hacerse eco de sus pequeños gestos de heroísmo.

 

Y no creáis que os estoy hablando de memoria. Estos ojos que os están mirando, que vosotros estáis viendo en este instante, han podido contemplar en un edificio de ese Estado Nacional-Sindica­lista, en el Paraninfo de la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas, no lo que os cuentan los periódicos con frases más o menos vagas, chafarrinones con gritos subversivos, ¡no! Yo he visto con mis ojos lo que allí se decía, lo que allí estaba escrito con letras tan grandes como las que van desde este suelo hasta ese techo. Entre otras lindezas, para que lo sepáis nombres de España y del Movimiento, se decía así: “Abajo la opresión”, “abajo la dictadura franquista”, “fascismo no”, “monarquía no”, república popular sí”, “Franco asesino”, “Franco, asesino déspota, muérete ya”. Pues bien señores yo, ante quienes han tenido la audacia el valor, la gallardía de asaltar la Facultad de Ciencias Económicas y de jugarse algo pintando los grandes letreros que insultan a mi Patria, a mi Jefe que simboliza a mi Patria, yo ante ellos claro es que no me inclino reverente, pero me detengo porque sé dónde está el enemigo; los que me dan náuseas, los que me repelen por su obra estúpida y cobarde, son los que teniendo la obligación legal y moral de impedirlo, no solamente lo consienten y no lo impiden, sino que continúan repitiendo todos los días en la Facultad de Ciencias Económicas las sutilezas cuyos propios catedráticos tienen entrada libre para pedir a los estudiantes que abandonen los estudios y que hagan la revolu­ción contra la Falange y contra Franco.

 

Y mientras se va despolitizando a nuestra sociedad y a nuestras juventudes y a nuestra Universidad se tolera y se consiente la politización por grupos de signos contrarios. Yo, creo señores, que ha llegado la hora de hacer acto de presencia, de decir que, si se despolitiza algo, se despolitiza todo y sobre todo se despolitiza o se arranca la cuestión política al partido comunista y a los grupos subversivos que están actuando libremente en nuestro país.

 

Tenemos que hacer acto de presencia, porque esta despolitización es grave, porque consiente no ya al partido comunista perfectamente organizado, perfectamente convenido de las cobardías y complicidades que tiene en la propia Administración; no solamente al partido comunista sino a otras fuerzas mucho más untuosas y sutiles que comienzan a organizarse. La oposición contra todo aquello que se edificó con la sangre de nuestros combatientes y con el mar­tirio de nuestros camaradas, todo eso está en juego.

 

Ya se nos decía por un embajador, triple embajador de Es­paña, que se aconsejaba a los universitarios que no hipotecasen por nada su libertad, pues decían que era necesaria para que España se pusiese a tono con los países del Occidente europeo, la aparición de una derecha progresiva y de una izquierda moderada, y, además, de un centro, algo así como un elefante sagrado y democristiano que siem­pre acaba convirtiéndose por los empujes de la derecha y de la izquierda en una oblea, en una delicadísima tela de araña que solo sirve como las utilizan los agricultores gallegos, para, restañar las heridas, que es la única misión que corresponde al centro que no tiene más vocación que la de retaguardia, es decir, vocación de en­fermera. Nosotros, frente a esta audacia que se permite y se tolera, tenemos que levantar unas banderas, tenemos que evitar que las banderas se arríen y si las banderas han sido arriadas ya tenemos que, con orgullo, con gallardía y con valor, levantarlas de nuevo, aunque tengan todo el polvo y toda la baba de los que han querido y han sabido abandonarlas.

 

Nosotros sabemos que no solamente juega ahí la oposición, sabemos también que el Movimiento tampoco provee, en general, de hombres públicos al Gobierno y el Estado se hace desde grupos circundantes y paralelos de presión. Son los mismos que de una parte juegan a gubernamentales con Franco y a antigubernamentales con la prensa; son los mismos que juegan a juanistas en Estoril o a tradicionalistas con Carlos Hugo y casi a republicanos con la oposición; son los mismos que de una parte están con el episcopado cuando denuncia la «operación Moisés» y de otra parte en sus revistas defienden a los capitostes y a las ideas sustentadas por la misma «operación Moisés»; son los mismos que de una parte tie­nen cargos en el sindicalismo vertical y por otra parte piden un sindicalismo libre y, en definitiva, son los mismos que están ju­gando al Gobierno y a la oposición porque son muchos los intereses que manejan y quieren salvarlos para el futuro.

 

Entonces, el Movimiento si es el Movimiento, tiene que cuadrarse, tiene que plantearse el tema y el problema de la leal­tad. ¿En qué consiste nuestra lealtad? ¿En qué consiste la leal­tad de los hombres del Movimiento, procedan de donde procedan, pero que creen en la Idea y en los Principios qué el propio Movimiento ha proclamado oficialmente? Yo soy franquista, total y absolutamente franquista, franquista hasta la médula y el tuétano de mis huesos, precisamente porque soy franquista, porque mi lealtad no es solamente al hombre sino a las ideas políticas que Franco de siempre ha personificado, a la España que Franco ha hecho con su dedicación completa, larga y difícil a estructurar, a construir y a reconquistar a la Patria. Por este concepto auténtico de la lealtad, yo tengo que estar con el Régimen, aunque en muchas circunstancias no pueda estar con mi Gobierno; tengo que estar con el Movimiento y con la Cruzada, aunque en muchos casos no pueda estar con la Administración. Yo tengo que estar con el Movimiento y con lealtad a Franco y al Movimiento tengo que pedir que, en estos años de su vida, en esta larga vida dedicada a España, esas fuerzas de presión externas e internas no se agolpen en torno a él para quedarse a bocados con los desgajos del poder que él pueda ir entregando en los últimos años de su vida.

 

Yo pido en nombre del Movimiento, en nombre de la sangre vertida por los nuestros, en nombre de nuestros hijos, de las juventudes españolas, de los hijos de nuestros hijos, de la España permanente, irrevocable y eterna, yo pido que no se desmonte el franquismo con Franco, porque quien desmonte el franquismo con Franco es el más desleal, aunque le sirva, es el arquetipo de la deslealtad. Somos nosotros los que pedimos y los que odiamos que el franquismo siga con Franco y después de Franco, porque en eso es precisamente en lo que consiste la institucionalización. En que todo permanezca y en que todo esto continúe, no en el regreso, no en el retroceso a una política de partidos, de sufragios universales e inorgánicos, de estos que llaman ahora conflictos laborales, y en una libertad de prensa, al servicio de los intereses particulares y capitalistas, pero nunca al servicio de los in­tereses generales del país y del pueblo.

 

Nosotros pedimos en ese sentido la institucionalización y a mí personalmente que estoy en el Movimiento por esa españolía a secas, por esa única disciplina de la verdad y del patriotismo, pido y exigiría en nombre de la sangre vertida por tantos españo­les, exigiría que, sea quien sea el que haya de encarnar personalmente esas instituciones, llámese como se llame, proceda de donde proceda, yo solamente le exijo una cosa: que jure, como exigió el Cid al Rey Alfonso en Santa Gadea, que jure lealtad a los Principios del Movimiento, a la sangre de la Cruzada, a la Falange y a José Antonio.

 

Para esto, para que este proceso no continué, para que el Estado, sea fiel a la Cruzada, del Movimiento, a la guerra, a la revolución a su propia fisonomía política; para que sea fiel a aquel pensamiento joseantoniano que quería enraizar el pensamiento revolucionario en las capas más sanas de la tradición española todo el joven impulso, limpio y revolucionario y social de la Falange, para todo esto hemos de pedir, señores, que, por lo menos se nos de la doctrina de los nuestros. Yo me atrevería parafrasear aquí un pasaje de San Lucas, cuando recuerda las palabras de Cristo: «vosotros -decía- matasteis a los profetas y vuestros padres mataron a los profetas y vosotros, fariseos, estáis labrando su sepulcro». Podríamos decir, nuestros enemigos mataron a nuestros profetas, pero sois vosotros, los que aparentáis ser nuestros, los que estáis levantando su sepulcro para que ni siquiera conozcamos sus despojos, no sea que, viendo sus despojos, estemos dispuestos a seguir su doctrina.

 

Yo no he venido aquí, lo he dicho muchas veces, a levantar ninguna bandera. Las banderas están levantadas, son vuestras mucho más que mías. Yo he venido a poner mi brazo modesto y mi palabra humilde al servicio de vuestras ideas y de vuestras banderas. Aceptadlas si queréis, pero, en cualquier caso, solo o acompañado, con el Gobierno o sin el Gobierno, en el Movimiento, con la Falange, con la Tradición, con el Ejército, con todas las fuerzas sanas del país, con todo lo que tiene garra y nervio, juventud y coraje, ímpetu y denuedo, yo estaré hasta el último aliento de mi vida. Estoy dispuesto a darlo todo, a entregarlo todo porque está España vuestra y nuestra no se me fuera y sobre todo porque no se nos arrebate.

 

Yo os convoco en nombre de esas viejas, permanentes y juveniles banderas, a continuar trabajando y luchando, a recorrer las tierras de la Patria, de esta Málaga, de esta Costa del Sol llena de luz. Que está luz os embriague de amor y de patriotismo, que estas banderas sugestivas convoquen a la juventud eterna y permanente de esta España digna en el mundo, de esta España joven y eterna, de esta España única e irrevocable, de esta España que ha de vencer todos los separatismos que se pelean: el separatismo del hombre, con la confusión de las ideas; el separatismo en las clases, con la lucha social; el separatismo en las tierras, con la separación de la unidad de la Patria.

 

Yo os convoco a todos para seguir a estas banderas, para seguir a los lemas imborrables que nos convocan a continuar batallando, trabajando, sufriendo y muriendo por la Patria, por el Pan y por la Justicia, por la Unidad, por la Grandeza y por la Libertad de España.

 

Camaradas.  ¡Viva Franco!  ¡Arriba España!

 

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