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En este siglo xxi, en el que parece que se desvanecen los viejos valores y las naciones antiguas ven decaer el vigor de antaño, tenemos el deber de fijar la mirada y recobrar la memoria de hombres que encarnaron en grado heroico las virtudes, hoy menospreciadas, como el patriotismo, el sentido del deber y la lealtad, llevadas al extremo de entregar incluso la propia vida. Nos puede parecer hoy día increíble, pero hubo españoles así en otros tiempos, hoy casi olvidados, cuya memoria es necesario restablecer, pues son una fuente de enseñanzas para esta generación sumida en un hedonismo estéril que solo produce indiferencia. Por este motivo, en el nuevo número de Laus Hispaniae recordamos a don Cosme Damián Churruca aunque, también, otros momentos estelares de nuestra historia como el sitio de Malta, en el que los Tercios españoles dieron buena cuenta de los turcos, o personajes como Luis Unzaga o Luis de Córdova, que consiguió una importante victoria sobre los ingleses. Del mismo modo, recordamos la figura de Hernán Cortés y su bautismo de fuego en la batalla de Centla, mientras que en nuestra sección de viajes por la historia de España, nos trasladamos hasta Elorrio, una localidad muy vinculada a los tercios:
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Juan Pablo Perabá & Javier Martínez-Pinna
Hombre así existieron, decimos, y uno de ellos fue Cosme Damián de Churruca y Elorza, teniente general de la Armada a título póstumo, que vivió cumpliendo con su deber aunque en ello le fuera la vida, como así ocurrió en la batalla de Trafalgar, de infeliz recuerdo, el 21 de octubre de 1805. Había nacido en 1761 en una familia de nobles hacendados. Su padre, Francisco de Churruca e Iriondo, era alcalde y juez ordinario de su villa natal, Motrico, en Guipúzcoa. Su casa natal había sido construida por el almirante Antonio de Gaztañeta, pariente suyo, cuya memoria inspiraría desde niño su pasión por la mar. Cuando cumplió once años inició estudios de Gramática y Humanidades en el Real Seminario de Vergara, y más tarde en el Conciliar de Burgos. Su educación fue encomendada al arzobispo Rodríguez de Arellano, cuyo sobrino, joven oficial de la Marina, despertaría definitivamente en él la vocación que guiaría a partir de entonces toda su vida.
A la edad de quince años se enroló en la Compañía de Guardiamarinas de Cádiz, siendo trasladado al año siguiente a la sede de El Ferrol. Un año más tarde, en 1778, alcanzó el rango de alférez de fragata y, en octubre de ese mismo año, comenzó su carrera en el navío San Vicente Ferrer. Churruca llevó a cabo su primera acción de guerra en el intento de recuperar Gibraltar, iniciado en el año 1781, planeado por el duque de Crillón. Un año después, dentro de esta misma operación, dio muestras de su arrojo y heroísmo arriesgando la vida para salvar la de sus compañeros. A bordo de un bote de la fragata Santa Bárbara y bajo una pertinaz lluvia de fuego enemigo, en un infierno de explosiones e incendios, salió a recoger supervivientes del feroz ataque de los ingleses. Finalmente la operación sería fallida, permaneciendo Gibraltar en poder británico. Tras esta acción, Churruca fue ascendido a alférez de navío el 21 de diciembre de 1782.
En este joven marino no solo destacó la faceta estrictamente militar, pues durante su vida cursó estudios de geografía, cartografía náutica y astronomía aplicada a la navegación, como también destacó en áreas tales como matemáticas y mecánica. Fue ascendido a teniente de fragata el 15 de septiembre de 1784 y, tres años más tarde, a teniente de navío. Estos conocimientos científicos le permitieron ser designado para embarcar en una expedición al mando del capitán de navío Antonio de Córdoba, esta vez de carácter científico, cuya misión era reconocer el estrecho de Magallanes con el fin de llevar a cabo estudios cartográficos y observaciones astronómicas en la zona. Colaboró con él, en esta labor, su amigo y también astrónomo Ciriaco Cevallos.
Debido a las penalidades de este viaje, su salud se vio seriamente deteriorada. Parece ser que contrajo escorbuto, algo muy habitual en los marinos de la época, lo que le obligó a guardar cierto reposo para su total restablecimiento. Con las fuerzas renovadas, ingresó en el Observatorio de la Marina en San Fernando, pero una vez allí Churruca se dedicó a esfuerzos intelectuales de tal intensidad que al final provocaron un nuevo debilitamiento físico. Finalmente, por consejo de sus amistades, ya ascendido a capitán de fragata, se retiró a las tranquilas tierras de Guipúzcoa para recuperarse completamente.
Poco duraría en el inquieto carácter de nuestro protagonista esta vida plácida y contemplativa. Al poco tiempo, fue reclamado por el general José de Mazarredo para dirigir, junto a Joaquín Francisco Fidalgo, una nueva expedición con el objetivo de confeccionar el Atlas Marítimo de la América Septentrional. Serían fletados para esta nueva empresa cuatro bergantines, dos de ellos al mando de Churruca y los otros dos de Fidalgo. La expedición duró cerca de dos años y medio y se levantaron treinta y cuatro cartas esféricas. Los trabajos fueron posteriormente verificados por los mayores expertos europeos de la época, recibiendo el mayor reconocimiento posible. Durante la misión también realizó labores militares, como la defensa de las posesiones españolas en el Caribe en la batalla de Martinica y de las rutas comerciales de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas.
Regresó a Cádiz el 18 de octubre de 1795 como segundo comandante del navío Conquistador y poco después, en 1798, fue ascendido a capitán de navío. La España que encontró Churruca era muy distinta de la que había dejado atrás antes de su expedición al Nuevo Mundo. En virtud de la Paz de Basilea del 22 de julio de 1795, se ponía fin a la alianza de España con Inglaterra y se reconocía la nueva República francesa. Por otro lado, el 18 de agosto de 1796 se firmaba el Tratado de San Ildefonso, por el cual España volvía a ser aliada de Francia. Ese mismo año, el 6 de octubre, España declaraba la guerra a Inglaterra por su política de hostigamiento a los navíos españoles, nada nuevo por otra parte.
En abril de 1797 partió a bordo del navío Concepción con la misión defender Cádiz del ataque de Nelson, hecho que se produjo el 18 de abril de 1798. Como mayor general interino de la escuadra, nombrado por Mazarredo, salió en persecución de los barcos ingleses que bloqueaban el puerto de Cádiz. Posteriormente recibió la orden de participar en una nueva expedición para recuperar Menorca, y con esta finalidad emprendió el camino hacia Mahón. Sin embargo, los desperfectos sufridos como consecuencia de un temporal le obligaron a fondear en Cartagena. Al cabo de un mes, junto con la escuadra francesa de Bruix, que había llegado desde Tolón, se dirigió hacia la ciudad francesa de Brest, desde donde el Directorio había planeado un ataque masivo para la invasión de Inglaterra.
Esta escuadra de cuarenta y tres barcos llegó a Brest el 9 de agosto de 1799, donde quedó bloqueada como consecuencia de la presencia de barcos ingleses. Allí permaneció Churruca hasta 1802, un período que empleó en variados menesteres, como la elaboración de su Instrucción militar para el navío Conquistador dispuesta por su comandante, que contribuyó a establecer una mejor y más severa disciplina en la Armada, así como otros trabajos relativos a cuestiones como el perfeccionamiento de las maniobras de atraque y carenado. El primer cónsul Bonaparte, conocedor de la fama de científico que precedía a don Cosme, lo reclamó a París, donde le dio muestras de su mayor reconocimiento. En la Ciudad de la Luz fue requerido para visitar el Observatorio Astronómico, el Depósito Hidrográfico y otras instituciones. Una de las distinciones de las que fue objeto fue la entrega por el prefecto Caffarelli, en nombre de Bonaparte, de las cartas esféricas de las Antillas que Churruca había elaborado y que el gobierno francés haría públicas.
A su regreso a Brest, el general Gravina, comandante de la escuadra, salió a recibir a Churruca como comandante del Conquistador, dejando así constancia del afecto que sentía por su subordinado. Sin embargo, para disgusto no disimulado de don Cosme, España se comprometió, en virtud de un tratado secreto con Francia, a devolver a este país dos barcos, entre ellos el Conquistador. Con la firma de la Paz de Amiens, finalizaba el bloqueo en Brest y Churruca regresaba a bordo del navío Concepción a Cádiz, llegando a esta ciudad el 25 de mayo de 1802.
Disfrutó a partir de entonces de un periodo de relativo descanso en su villa natal, hasta que recibió la orden de tomar el mando del Príncipe de Asturias en Ferrol y armarlo, en vista de las malas relaciones con la pérfida Inglaterra. Compatibilizó esta labor con la revisión, junto a Antonio Escaño, del Diccionario de la Marina, así como la confección de un novedoso tratado de puntería para la Armada. En 1803 estallaron de nuevo las hostilidades entre Francia e Inglaterra, y al año siguiente Napoleón fue proclamado emperador. Su intención seguía siendo invadir Inglaterra, y con este propósito consiguió convencer al pusilánime y falto de personalidad Carlos IV de que declarase la guerra a este país, cosa que sucedió el 12 de diciembre de 1804. Fue entonces cuando Churruca solicitó hacerse con el mando del navío San Juan Nepomuceno, que le fue concedido, a bordo del cual encontraría la muerte en heroicas circunstancias.
En el mes de agosto partió de El Ferrol como integrante de la escuadra al mando del teniente general Pérez de Grandallana, que se unió a la de Gravina. En la ría de Ares se juntó la escuadra combinada, a las órdenes del vicealmirante Villeneuve, que llegó a Cádiz el día 20 de agosto. Pese a la opinión contraria de los grandes oficiales españoles, entre ellos Churruca, el incompetente Villeneuve dio la orden de abandonar la bahía de Cádiz para dar alcance a Nelson a la altura del cabo de Trafalgar el 21 de octubre de 1805. Posiblemente, esta imprudencia tuvo como causa el deseo de Villeneuve de recuperar el favor de Napoleón, tras su derrota en Abukir frente al mismo almirante inglés, que también moriría en Trafalgar.
Antes de hacerse a la mar el 20 de octubre, Churruca, que presagiaba un fatal desenlace, escribió a su hermano una carta diciéndole:
«Querido hermano: desde que salimos de Ferrol no pagan a nadie ni aun las asignaciones, a pesar de estar declaradas en la clase del prest del soldado, de manera que se les debe ya quatro meses y no tienen ni esperanza de ver un real en mucho tiempo; aquí nos deben también 4 meses de sueldo y no nos dan un ochavo, sin embargo de que nos hacer echar los bofes trabajando: con lo que no puedo menos de agradecer mucho el que hayas libertado a Dolores de los apuros en que se andaría para pagarte los 1.356 reales que te los libraré yo luego que pueda; entretanto, he encontrado en Ferrol a un amigo rico que socorrerá a Dolores con quanto necesite, y quedo tranquilo con haver asegurado ya su subsistencia decentemente. Estos son los trabajos de los que servimos al Rey, que en ningún grado podemos contar sobre nuestros sueldos. […] Si llegas a saber que mi navío ha sido hecho prisionero, di que he muerto».
De madrugada, Villeneuve ordenó salir de puerto formando una hilera, quedando en cabeza el San Juan. Después se produjo lo que muchos consideraron un error estratégico garrafal, como fue la orden de girar en redondo, de manera que el San Juan quedó en última posición. Los ingleses aprovecharon la ocasión para romper la línea franco-española, de forma que Churruca quedó aislado y rodeado de seis navíos enemigos. En estas circunstancias, hizo hincar de rodillas a la tripulación, diciendo al capellán: «Cumpla usted padre con su ministerio, absuelva a estos valientes, que no saben lo que les espera en la batalla», para después dirigirse a la dotación: «Hijos míos, en nombre del Dios de los ejércitos, prometo la Bienaventuranza al que muera cumpliendo su deber». Después repitió tres veces: «¡Viva el Rey!».
Pronto, los temores del marino español se convirtieron en realidad. La línea de la flota combinada quedó cortada, por lo que muchos barcos franceses y españoles quedaron inactivos, sin ninguna posibilidad de entablar combate, mientras que otros se vieron envueltos por barcos ingleses. Esto fue precisamente lo que le ocurrió al San Juan Nepomuceno. Churruca comprendió que la victoria sería imposible, pero como hombre de honor decidió luchar hasta el último suspiro. Sin pensárselo dos veces, el marino vasco dio la orden a sus artilleros de disparar contra cualquier navío inglés que se cruzase en su camino. Sobre las doce y media cinco navíos ingleses, uno de ellos de tres puentes, cayeron sobre el San Juan y empezaron a batirle a sangre y fuego.
Los ingleses siguieron disparando durante dos horas al barco español, que a estas alturas de la batalla ya se encontraba en una situación crítica. Para colmo de males, a las dos de la tarde, dos nuevos invitados decidieron unirse a la fiesta. Uno de ellos era el navío inglés Dreadnought, que logró situarse al costado del solitario navío hispano para iniciar un intenso cañoneo. Totalmente rodeado, los ingleses pensaron que el San Juan no tardaría mucho tiempo en arriar la bandera, pero para su asombro comprobaron que sus cañones seguían disparando cuando cualquier posibilidad de supervivencia había desaparecido.
Desde la toldilla, Churruca dirigió la defensa del navío; lejos de esconderse, siempre se mantuvo al lado de sus hombres, animándoles a seguir luchando y a evitar que cualquier buque enemigo se acercase lo suficiente para abordarlo. Es así como llegamos al momento épico de la batalla, al momento en el que Churruca dejó de ser un prestigioso marino para convertirse en un héroe de las armas españolas. Mientras arengaba a sus subordinados, una bala de cañón le arrancó la pierna por debajo de la rodilla. Sin embargo, en una muestra de resistencia sobrehumana, no se dio por vencido, por lo que continuó arengando a la tropa para continuar el combate. Se dice que mandó traer un cubo con harina para poder apoyar el muñón, evitando así desangrarse de forma inmediata, para de este modo seguir en la lucha hasta el último aliento, no sin antes ordenar a sus oficiales no rendir el barco mientras a él le quedara un hilo de vida. Finalmente murió desangrado. Antes de fallecer, varias fuentes señalan las que fueron sus últimas palabras, dirigidas a su cuñado: «Pepe, di a tu hermana que muero con honor en la fe que profesa la santa Iglesia Católica, Apostólica Romana, amando a Dios de todo corazón y estimándola mucho; que se acuerde de mí, como yo me acuerdo de ella». Finalmente, el teniente de navío Núñez Falcón rindió el buque.
Tras su muerte, incluso los enemigos que le vencieron le rindieron homenaje. El oficial inglés que entró en el buque, descubriéndose, dijo: «Varones tan ilustres como este no deberían estar expuestos al resultado de un combate, sino que su vida debería guardarse preciosamente para el adelanto y progreso de la Humanidad». El San Juan fue remolcado hasta Gibraltar, donde fue conservado durante mucho tiempo, manteniendo la cámara del comandante cerrada y con su nombre grabado en oro, con la orden de que quien quisiera entrar lo hiciera descubierto. Fue ascendido a teniente general a título póstumo. La Cortes Constituyentes de Cádiz dispusieron por decreto que la Armada tuviera siempre un barco con su nombre. Don Cosme Damián de Churruca y Elorza vivió en grado heroico virtudes como el sentido del deber y la obediencia, dando su vida en una batalla que sabía perdida de antemano.
CUADRO 1. EL ERROR DE VILLENEUVE
Para los historiadores actuales, una de las razones que explican la derrota de los barcos franceses y españoles frente a los ingleses en la batalla de Trafalgar fue la torpe maniobra de Villeneuve, que provocó la ruptura de las líneas franco-españolas. Al parecer, ante dicho movimiento, Churruca se atrevió a hacer lo que nunca había hecho hasta ese momento: criticar las órdenes de su superior. Desde la toldilla del San Juan Nepomuceno afirmó: «El general francés no conoce su obligación y nos compromete… Los enemigos van a cortar nuestra línea por el centro y a atacarnos por retaguardia; por consiguiente, va a quedar envuelta y en inacción la mitad de nuestra línea, si el general francés no pone pronto la señal de virar por avante a un tiempo y doblar la retaguardia para coger los enemigos entre dos fuegos, destruyéndolos antes de que lleguen aquellos nueve navíos, que están muy atrasados».
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