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Comienzo este trabajo citando dos artículos que escribí unos pocos días antes de las elecciones de 8 de noviembre de 2016 y uno que escribí el 10 de noviembre de 2016, dos días después de la inesperada pateadura que le propinó Donald Trump a Hillary Clinton. El 26 de octubre, trece días antes de las elecciones, escribí: «»En este 2016, podríamos ser testigos de otra avalancha de votos de la mayoría silenciosa que puso a Nixon en la Casa Blanca en 1968». El 2 de noviembre, seis días antes de las elecciones, escribí: «Podríamos estar en el umbral de un amanecer de esperanza». Y el 10 de noviembre, dos días después de las elecciones escribí: «La dormida ‘mayoría silenciosa’ que había soportado durante tres décadas los abusos y la indiferencia de las élites de ambos partidos decidió convertirse en vociferante» El resultado fue la elección de Donald John Trump como cuadragésimo quinto Presidente de los Estados Unidos.
Ahora, analicemos los alucinantes acontecimientos que han estremecido a la opinión pública de este país en las últimas semanas. En los cuatro puntos cardinales de los Estados Unidos una desesperada y desesperanzada izquierda vitriólica ha decidido darle un golpe de estado al Presidente Trump por medio de la violencia y el terror. Saben que no pueden ganarle con votos, que no pueden confiar en unas encuestas que les fallaron en 2016 y que tienen como candidato a un esperpento que vive en otra galaxia.
Porque el Joe Biden que se ha acuartelado voluntariamente en el sótano de su residencia en Delaware no es la sombra del hombre que fue hace diez años. Es un anciano balbuciente, oportunista y demente que no tiene ideología ni principios. Es el «Caballo de Troya» dentro del cual la izquierda fanática que se ha apoderado del Partido Demócrata se propone regresar a la Casa Blanca.
Esa izquierda ha destruido al partido moderado y patriótico de John Kennedy, Bob Graham, Sam Nunn y Henry «Scoop» Jackson . Ahora, se han impuesto como meta destruir a los Estados Unidos por medio de una transformación radical de sus leyes e instituciones. Y eso no podemos permitirlo.
Sin embargo, la tarea es de proporciones gigantescas. Porque esa chusma maloliente y abigarrada de la calle que destruye, aterroriza y mata cuenta con poderosos aliados y millonarios benefactores. Los aliados son los alcaldes y gobernadores que pertenecen al Partido Demócrata. Los benefactores son los mandamases que controlan Wall Street.
Veamos primero a los aliados. El incidente que dio inicio a esta alucinante pesadilla fue el asesinato del hombre negro George Floyd por el racista policía blanco Derek Chauvin. La condena del asesinato fue universal y el asesino fue inmediatamente despedido y encauzado. Ahí debió de haber terminado el incidente. Pero la izquierda lo utilizó como pretexto para promover su agenda de asaltar el poder por la violencia.
Todo empezó en Minneapolis donde el Alcalde Jacob Frey dio órdenes a la policía de mantener distancia de los amotinados y abandonar una estación policial que fue más tarde incendiada por los vándalos. Envalentonados por la cobardía de las autoridades de Minneapolis, los facinerosos de Seattle decidieron apropiarse de seis manzanas de la ciudad y declararla una república libre de policías. La alcaldesa zurda de Seattle, Jenny Durkan, quiso ganar la simpatía de los amotinados declarando que todo se trataba de «un verano de amor». ¡Cuánto estiércol debe de estar almacenado en el cráneo de esta mujer!
Siguiendo con los alcaldes, el de Los Ángeles adoptó una política de autoflagelación. Eric Garcetti se arrodilló literalmente ante los bárbaros y pidió perdón por sus privilegios de hombre blanco. Por su parte, la alcaldesa de la ciudad de Washington, donde se encuentra la sede de la nación más poderosa de la Tierra, optó por desafiar a su presidente. Muriel Bowser ordenó pintar un inmenso letrero en la calle a una cuadra de la Casa Blanca con la frase «Black Lives Matter». El denominador común de todos estos alcaldes es que todos pertenecen a un partido demócrata que ha condenado a la ignorancia y a la miseria a los residentes de todas las ciudades en las que gobiernan.
Por otra parte, las fuentes principales del financiamiento de esta orgía de odio han sido Wall Street, la élite multimillonaria representada por individuos como George Soros, Bill Gates y Jeff Bezos al igual que la campaña presidencial de Joe Biden. La campaña de Biden ha pagado las multas y fianzas impuestas a los manifestantes encarcelados mientras los potentados de Wall Street han contribuido con sumas multimillonarias a viáticos, hoteles y alimentación.
Todo esto indica que estos no son los agitadores de la década de 1970 que se cansaron y regresaron a casa. Los revoltosos de hoy son gente organizada y financiada que están preparadas para continuar la lucha por largo tiempo hasta lograr la victoria. Si no son detenidos ahora continuarán con su vandalismo hasta las mismas elecciones de noviembre. Sus mecenas están dispuestos a seguir financiándolos porque se proponen nada menos que lograr el favor de los facinerosos. Ahora bien, si algo es común a todos estos cipayos es la ingratitud. Vaticino que quienes los financian se verán en el mismo espejo de los millonarios cubanos que financiaron el asalto al poder por las turbas encabezadas por Fidel Castro.
Por otra parte, si algo define a estos agitadores es su supina hipocresía. Justifican la destrucción indiscriminada de estatuas y monumentos con el argumento de que, esas obras, representan la opresión de los negros por los blancos. ¿Cómo explican entonces los asaltos a los monumentos de Abraham Lincoln y de Ulysses S. Grant , dos campeones en la lucha por la igualdad racial? El republicano Abraham Lincoln publicó la Proclama de la Emancipación de los esclavos el primero de enero de 1863 y el General Ulysses Grant encabezó los ejercito que derrotaron a los dueños de esclavos en los estados del sur.
Fue además bajo la presidencia de Grant que fue adoptada La Decimoquinta Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos , la cual establece que los gobiernos en este país no pueden impedir a un ciudadano votar por motivo de su raza, color, o condición anterior de servidumbre. Luego, el objetivo real de estos rufianes no es liberar a los negros sino esclavizar a todos, blancos y negros.
Por otra parte, algo que resulta inexplicable en los meses recientes es la ostensible inercia del Presidente Trump. No ha reaccionado con su característica vehemencia ante la toma de las calles, la destrucción de las propiedades y la profanación de los monumentos. Todo indica que está rodeado de asesores que le aconsejan mesura o que se ha dejado influenciar por la conducta apaciguadora de muchos políticos de la vieja guardia republicana. La misma gente que no lo apoyó durante la campaña de 2016.
La verdad incuestionable es que Trump no ganó en 2016 siendo cauteloso sino arriesgándolo todo. No escuchó el consejo de quienes le aconsejaban moderación sino siguiendo su extraordinario instinto político. Limpió el piso con una Hillary que pagó 1,400 millones de dólares por una derrota mientras él triunfó con 957 millones. Este es el momento de parar en seco a esta chusma y echar a un lado un apaciguamiento que les daría oxígeno para mas vandalismo.
En su reciente discurso en Tulsa, Oklahoma Trump dijo: «Los republicanos somos el partido de la igualdad, la libertad y la justicia para todos. Nosotros somos el partido de Abraham Lincoln y somos el partido de la ley y el orden». Llegó la hora de poner en práctica su prédica.
Para ello, tiene a su disposición la Ley de Sedición de 1918 que le da el poder de actuar en aquellos estados gobernados por demócratas que se proponen prolongar el desorden y proteger a los terroristas hasta las elecciones de noviembre. Puede tomar una página de la decisión del Presidente Eisenhower de enviar tropas federales a Little Rock en 1957 para integrar las escuelas en Alabama. Puede seguir el antecedente del Presidente John Kennedy que en 1963 utilizó a 100 soldados de la Guardia Nacional de Alabama para confrontar al gobernador George Wallace.
Cierro citando a Corey R. Lewandowski, Jefe de Campaña de Trump en 2016 que dijo: «Dejemos que Trump sea Trump». Yo digo que, gane o pierda en noviembre, Trump tiene que volver a ser Trump. Un hombre de su carácter tiene que triunfar o morir con las botas puestas. Otra cosa sería pura palabrería de las criaturas del pantano.
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