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Mis comentarios sobre “Cubita la bella”,  más que Historia propiamente, son “filosofía de esa Historia” y por lo tanto no es mi propósito hablar al detalle  de los logros materiales de los distintos Gobiernos –hay libros y publicaciones abundantes sobre el tema—, mi propósitos es limitarme a dar unas pinceladas para situar a mis lectores. Diré, simplemente,  que con Batista se vigorizó la economía, y sus logros materiales fueron numerosos y patentes. Precisamente, sus partidarios, –una vez derrocado por la Revolución castristas–  dedicaron meses, no sé si años, a publicar periódicamente folletos facilitando a los cubanos una enorme relación de obras de proyectos y de políticas del Dictador. A mí me basta dejar constancia de esa realidad y de la absoluta falsedad de las informaciones totalmente opuesto a lo vivido por mí, desde el 10 de marzo de 1952 hasta el inicio de la ruina rea de la economía  traída por el “libertador” soñado por la mayoría de los cubanos engañados, como siempre por los agentes de la Sinagoga.

Si alguno de mis lectores creyó en la existencia de un clima idóneo para la Revolución castrista “por ser Cuba  un país tercermundista”,  subdesarrollado, con un pueblo hambriento,  espero borre por completo esa idea de su mente. A quienes vivimos  el antes y el después de Fidel nos provoca risa, por un lado,  y rabia, por el otro

Deseo que conste: Ese “mito” es absolutamente ajeno a la realidad y no tiene nada que ver con la realidad. Es un invento para justificar una revolución sin sentido Hacia tiempo que la Sinagoga de Satanás intentaba provocarla en cualquier país Hispanoamericano. Había fracasado en Centro América y el golpe de Batista lo vio como el pretexto ideal y por eso contó con todo el apoyo del New York Times, padre del “mito Fidel”, como veremos en su momento debido a la pluma de un viejo enemigo de España donde estuvo apoyando a los rojos..

Si  Fidel pudo llegar al poder las causas fueron otras. Principalmente porque mi tesis no deja de cumplirse: “La Democracia liberal partitocrática es la autopista que lleva a la tiranía. Esta puede ser de dos clases: La primera –la que más asusta porque siempre chorrea sangre y muerte de los mejores ciudadanos— la marxista; y,  la segunda,–la  más engañosa porque tiene apariencias engañosas–  la tiranía de del oro.”  Y es que ese régimen  de gobierno imperante en el mundo llamado libre, es el invento satánico más genial y letal para acabar con dos mil años de civilización cristiana.

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Cuando Fidel llegó al poder Cuba tenía un nivel de vida solo igualado por los Estados Unidos – y, para mi gusto superior—pues el cubano sabía «sacarle el jugo” y aprovecharlo y el gringo es aburrido hasta decir basta,  salvo  sus negros. (A los negros les gusta que les llamen “negros” no “gente de color”; lo digo como advertencia para los custodios de la esencia del lenguaje “correcto” en relación a la  temida “xenofobia”…)

Cuba era un paraíso de la vida y de la alegría, a pesar de que unos cuantos chalaos –hijos de papá, profesores universitarios, periodistas, y medios de comunicación– habían confundido la velocidad con el tocinola “Libertad” con la “Democracia” y  su confusión de ideas, llevaron la Isla a la Esclavitud más salvaje. El desarrollo normal de la vida comercial e industrial  empezó a resentirse, únicamente los años 1957 y 1958, cuando el fidelismo,  con sus guerrillas,  impidió cosechar la zafra. La economía la hundió Fidel  totalmente y –ahora s–, Cuba es un país peor  que los del tercer mundo y hambriento. 

Hasta su llegada, , cuando en Europa y en  España se iniciaba la Televisión, nosotros ya teníamos varios canales –¡todos “privados”!– y uno de ellos “en color”: el de   Pumarejo, –un santanderino–.  Allí , el Estado no financiaba,  ni TV,  ni emisoras de radio…

Sabiendo  eso y si tiene idea de cómo funciona  semejante negocio, cualquiera  podrá hacerse una idea de la prosperidad comercial de la Isla,  mediante esta elemental deducción:  Las televisiones se “alimentan” de la “publicidad”, esta existe si hay quien la “paga”,– las empresas que tienen dinero, es decir las que venden—y,  si venden es porque la gente compra.

La consecuencia es evidente: En Cuba había, pues,   muchos compradores, que llenaban las arcas de las empresas que invertían en publicidad  y daban vida a  tantas televisiones y a varios centenares de emisoras de radio. En consecuencia ninguna persona inteligente, puede admitir que Cuba fuese  un país del tercer mundo, con sus ciudadanos muriéndose de hambre…

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Ya he referido mi sorpresa al ver — ¡en 1945!–,  los atascos que formaban los coches en las horas punta, cuando en Europa,  apenas circulaban automóviles. No digamos en España que podía verse alguno que otro del año de la nana, y sumaban unos cuantos cientos para toda la nación…

Los electrodomésticos, las neveras –los “frigidaires”, en cubano—en vez de nuestros botijos, estaban en todos los hogares, las líneas de ruta nacional, utilizaban los mismos buses –“galgos USA” que el vecino del norte, con aire acondicionado, los cines de un confort desconocido en Europa, etc.  A eso añade el turismo “caro” en las playas como Varadero. Teníamos los mejores colegios, se multiplicaban las Universidades –por tener,  teníamos hasta una Universidad Masónica…– Los fines de semana,  en Estados Unidos, la ampliación de estudios, allí también o en Europa, las vacaciones en el extranjero, etc. ¿En que nos parecíamos al “Tercer mundo”?

Seguiremos “desfaciendo” mitos  en próximos escritos.

Autor

Gil De la Pisa
Gil De la Pisa
GIL DE LA PISA ANTOLÍN. Se trasladó a Cuba con 17 años (set. 1945), en el primer viaje trasatlántico comercial tras la 2ª Guerra mundial. Allí vivió 14 años, bajo Grau, Prío, Batista y Fidel. Se doctoró en Filosofía y Letras, Universidad Villanueva, Primer Expediente. En 1959 regresó a España, para evitar la cárcel de Fidel. Durante 35 años fue: Ejecutivo, Director Gerente y empresario. Jubilado en 1992. Escritor. Conferenciante. Tres libros editados. Centenares de artículos publicados. Propagandista católico, Colaboró con el P. Piulachs en la O.E. P. Impulsor de los Ejercicios Espirituales ignacianos. Durante los primeros años de la Transición estuvo con Blas Piñar y F. N., desde la primera hora. Primer Secretario Nacional.