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Tomaba café con un buen amigo, católico, apostólico y romano, de la en su día influyente Cartago Nova, de esos que creen en el dar y el compartir, en el escuchar y no juzgar, nada sospechoso de analfabeto, más bien lo contrario (diría yo), cuando comencé a hablarle de la gran labor que desempeña la Iglesia evangélica en Cartagena, entonces, de repente, abrió los ojos, estiró su cuerpo como si hubiese sido cruzado por un rayo y me espetó con cara de alarma: «Antonio, no te fíes, los evangélicos son una secta». ¿En serio piensas eso?, le dije un tanto contrariado por las contrariedades de contradecir lo conveniente. Escuchar tal afirmación salir de la boca de un hombre letrado como él me dejó con una suerte de socavón, la de pensar que no pensamos o que, al menos, no nos documentamos para poder ejercer después el legítimo derecho de concluir y opinar.
Ahora bien, ¿Son o no son una secta?
Para comenzar les diré que católicos y protestantes (evangelistas o reformados o los del libro o como queramos llamarlos) desde el origen del cristianismo hasta la reforma protestaste de Fray Martín, Martín Lutero y otros, en el siglo XVI, estuvieron siempre unidos de la mano, si bien llegó un momento en el que se separaron. Aunque, ya les adelanto que el hecho de distanciarse no los convirtió en una secta. ¿Dónde está la relación? Silogísmo ilógico. Uno más.
La mecha de la reforma vino provocada por las bulas de indulgencia, bulas que permitían que una persona o sus familiares pudieran salir de las llamas del purgatorio antes de tiempo o incluso sin pasar por el mismo. Para obtener la salvación bastaba con echar una moneda (a poder ser grande) en el platillo y el alma salía en dirección al paraíso, casi por arte de magia, previo empujón de la Santa Sede. Así de prosaico. Esta concepción materialista de lo divino provocó (con no poca sensatez) que religiosos como Fray Martín se revelasen.
Una vez encendida la llama, la reforma provocó una revolución de carácter espiritual sin precedentes en la historia del cristianismo, porque los cristianos-protestantes pretendieron librarse de las cadenas de la Edad Media regresando a los ideales del cristianismo primitivo, en los siglos I y II, de hecho, entendieron que la única forma de evitar la corrupción era regresando a la Biblia, devolviéndola al pueblo.
Frente a la idea de que había un magisterio eclesiástico y una tradición de siglos que obligaba a la gente; el mensaje de la reforma, fue que los feligreses no tenían que someterse a ese magisterio eclesiástico ni a las tradiciones ni a los ritos ni a ceremonias ni a interpretaciones de la jerarquía eclesiástica y debían volver a la libertad de los hijos de Dios que aparece recogida en la única regla de de fe y conducta que es la Biblia. Y que, además, el centro de la vida cristiana por definición lo tenía que ocupar sí o sí Jesucristo, no cualquier otro (léase, por ejemplo: vírgenes, santos, beatos, papas, etc). Además, frente a la idea de que la salvación la acaba dispensando una jerarquía que tenía una serie de instrumentos para que la gente pudiera salir liberada del purgatorio, la Reforma insistió en algo que resultó escandaloso: la salvación no se puede merecer ni ganar (no es por obras, ni méritos personales), sino que es un regalo de Dios que Jesús obtuvo cuando murió en la Calvario, debiendo el cristiano convertido y arrepentido rendirse completamente ante Cristo y creer firmemente en el sacrificio expiatorio en la Cruz (salvación por gracia, a través de la fe), o sea, sólo Cristo salva y es mediador. No me lo invento yo. Efesios 2:8-9.
A día de hoy, después de la reforma, la contrarreforma y el concilio de Trento, las diferencias entre católicos y protestantes parecen claras, si bien no consigo entender por qué pudiera pensarse que son una secta y/o se pudiera ensuciar el buen nombre de la Iglesia evangélica, cuando son ellos, precisamente ellos, los que más ajustan su visión y comportamiento al cristianismo primitivo y triunfante de San Pablo de Tarso y compañía. No son una secta, claro que no, son los que se aferran al mandamiento de Dios y no a la tradición de los hombres (Marcos 7:8), o sea los que creen en la palabra de Dios tal y como fue escrita. ¿Dónde está la secta?
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