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A nadie libre de la alienación provocada por el discurso políticamente correcto del establishment se le escapa que, aunque políticamente vivimos malos tiempos, editorialmente es otro cantar. Sea por las mayores facilidades técnicas para imprimir y distribuir libros, o tal vez porque tanta endofobia esté provocando un efecto de repulsión sobre una población harta en buena parte de que la obliguen a sentirse culpable por ser quien es, una corriente de oposición a la eterna leyenda negra antiespañola ha irrumpido y parece que para largo. Hasta hace poco podían aludir a que se trataba de sellos editoriales pequeños, despreciando a los autores con escaso número de seguidores como si estuviéramos ante líderes de sectas. Pero la irrupción en 2016 de Imperiofobia y Leyenda Negra: Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español, el éxito de ventas de la profesora María Elvira Roca Barea, puso de los nervios a muchos que consideraban el elogio a la obra histórica de España como parte irrenunciable de un pasado oscuro y al que daban por más que enterrado. Los obsesionados con una presunta España inquisitorial, que resurge cada cierto tiempo para dinamitar los avances progresistas de cada época, no podían creer que público y crítica valorasen una obra donde el mundo protestante, según el relato oficial más avanzado que los retrógrados católicos, apareciese como cruel y genocida en contraste con la Contrarreforma patrocinada por la monarquía hispánica.
Al calor del éxito editorial de María Elvira Roca Barea llegó a España este mismo año 2021 Madre Patria, del historiador argentino Marcelo Gullo. La editorial Espasa, seguramente para curarse de que les acusen de fachas, lo ha publicado con el prólogo de Alfonso Guerra, conocido político del Partido Socialista que manifestó en su momento que con ellos en el Gobierno a España no la reconocería «ni la madre que la parió«. Al igual que le ha sucedido con el problema secesionista de Cataluña, el progre Alfonso Guerra también parece haberse vuelto facha respecto a la Historia de España y no duda en elogiar el papel de España frente a la falsa propaganda de otras potencias. Hay que reconocer que el daño que esas potencias han hecho a España debe conocerlo muy bien Alfonso Guerra, dado que el Gobierno del cual formó parte fue quien subordinó España militarmente a los Estados Unidos de América por medio de la OTAN. Tampoco cabe dejar pasar que en su prólogo da a entender que no comparte la valoración de Marcelo Gullo sobre el peronismo, el cual es presentado como defensor de la Hispanidad y las clases trabajadoras… ¿Alguien más se pregunta si Alfonso Guerra habrá sentido un escalofrío al leer semejante defensa entusiasta del general Juan Domingo Perón, un hombre de honor que se negó a ver a los españoles muriendo de hambre durante los años más duros del aislamiento internacional al que fue sometida España, algo que han lamentado a posteriori muchos demócratas porque impidió la caída del régimen franquista?
Haciendo gala de sus conocimientos históricos y geopolíticos, Marcelo Gullo nos habla con la misma naturalidad de la realpolitik con que se manejan todos los países influyentes desde que el mundo es mundo que del mestizaje que proveyó de hombres ejemplares al Imperio español, como un Martín Cortés cuya vida merecería una serie en Netflix de no haber sido hijo del hombre que lideró a los pueblos sometidos por los aztecas contra sus antropófagos amos. Podríamos decir que Martín Cortés y sus aventuras por medio mundo en una época donde no existían los aviones sí merecerían una adaptación televisiva o cinematográfica de haber nacido en los actuales Estados Unidos de América, pero es evidente que la política anglosajona de exterminar nativos ha hecho imposible que eso pueda llegar a plantearse.
Hay un apartado de la obra que tal vez haya pasado más desapercibido, pero conviene citar:
«Fue Gran Bretaña la que, en 1640, en Portugal, motivó y sostuvo la sublevación del duque de Braganza a fin de quebrar la unidad de la península, una unidad entre España y Portugal que se había logrado en 1580 y por la que habían bregado, a lo largo de la historia, tanto los castellanos como los portugueses.
Lograr la independencia de Portugal -independencia que no era de ninguna manera popular ni querida por la mayoría de la población portuguesa- constituyó desde el 1580 un objetivo estratégico de Gran Bretaña, a fin de debilitar al Imperio ibérico.
Portugal nació, así, enfeudado al poder británico, e Inglaterra fue desde entonces el garante de la independencia portuguesa y a ella le debía lealtad la Corona portuguesa. Fue por ello que, en América del Sur, Portugal siempre se comportó como una especie de subimperialismo -era imperialista con respecto a los territorios españoles (se expandía sobre territorios españoles que legalmente no le pertenecían por el Tratado de Tordesillas), pero a su vez era dependiente de Gran Bretaña y aceptaba la política económica que Gran Bretaña le imponía, es decir, el libre comercio absoluto-. La élite portuguesa falsificó la historia de Portugal, borrando del relato histórico el hecho de que Portugal y Castilla eran hermanos gemelos nacidos del mismo vientre, y, al hacer aparecer a los castellanos como los enemigos históricos del pueblo lusitano, trataron de quitar del corazón del pueblo portugués la idea de la reunificación de la península Ibérica. Sin temor a exagerar, puede afirmarse que la balcanización iberoamericana comenzó en 1640, en la península Ibérica«[1].
Imperio ibérico podría ser una denominación más acertada para la etapa de mayor esplendor e influencia internacional de España. No puede entenderse la Historia de España sin la participación portuguesa, a veces amistosa y otras hostil.
Lusitania fue una de las divisiones administrativas de la Hispania romana, heredada por los visigodos; es más, el conocido caudillo rebelde Viriato, un habitual en los resúmenes de la Historia de España, era lusitano.
Portugal fue uno de los reinos cristianos que germinó durante la Reconquista, encontrándose culturalmente próximo a Galicia y políticamente en disputas con Castilla, como demuestra el juego de tronos que disputó Isabel de Trastámara (futura Reina Católica) contra su «prima» Juana La Beltraneja.
El marinero Magallanes, conocido por impulsar la primera vuelta al mundo conocida, fue un portugués que tuvo que buscar en España el apoyo para su proyecto; aunque esto es algo que hoy desde el propio Gobierno de España minusvaloran, para sorpresa de los historiadores portugueses que escucharon manifestar a Carmen Calvo que la primera vuelta al mundo fue una gesta de la Humanidad y no de España[2].
Incluso entre los aspirantes a traicionar a España se ha tomado el ejemplo de Portugal y su relación con Inglaterra, como demostró Sabino Arana al inspirar en los colores de la bandera portuguesa y el estilo de la Union Jack la ikurriña, primero como bandera del nacionalismo vizcaíno y posteriormente del vasco.
¿Qué hubiera sido de la influencia geopolítica de España a nivel global de haber mantenido a Portugal entre sus territorios? Elucubrar es jugar a una política-ficción que nada aporta, pero la experiencia histórica desde 1640 en adelante delata que convertir a Portugal en aliado de Inglaterra es uno de los mayores daños que los anglosajones han infringido a la Hispanidad. Los imperios, como los seres humanos, también tienen su ciclo de vida, pero si algo demostró el español (o el ibérico) es que su ciclo fue mayor, incluso padeciendo mayores hostilidades bélicas por parte de los enemigos, que otros imperios como el francés, el inglés o el estadounidense.
Ese Imperio ibérico, creador de cultura y civilización en lugar de depredar materias primas y seres humanos, fue todo un ejemplo de progreso y respeto a la dignidad humana. Y como repite Marcelo Gullo en varias ocasiones, también era la patria de hombres ejemplares en ambos lados del Atlántico. Cuando se ha reivindicado a España como una unidad de destino en lo universal, como una misión histórica frente a los nacionalismos de terruño, es precisamente en el mismo sentido en el que lo entendía un Hernán Cortés ya veterano y que, pudiendo retirarse cómodamente a vivir sus últimos años, prefirió seguir en activo para el combate hasta el último día para defender lo que representaba España en el mundo. Porque la Patria no es jugar a los soldaditos ni dar vivas a España una y otra vez, sino dar la cara por los humildes, luchar por la justicia y ser un ejemplo de honradez y dignidad. Como planteaba Ramiro de Maeztu en Defensa de la Hispanidad, los españoles históricamente no nos hemos considerado superiores a los demás sino que hemos querido hacerles mejores. Si algo nos demanda el momento en que vivimos es aplicarnos esa misma lección y trabajar por ser mejores de lo que somos actualmente.
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