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Los antiguos creían que con tocar la bandera del enemigo suponía tanto como su derrota. También pensaban que andar bajo la bandera propia daba valor a los cobardes. Y ver banderas extrañas se tenía por mal agüero.

Muchos historiadores piensan que el primero que utilizó la bandera como símbolo de poder fue Nemrod, legendario rey de Babilonia, que enarboló su camisa sobre un palo de lanza, en medio de una batalla, para que los demás le siguieran. Más tarde, el faraón de Egipto utilizó cuatro estandartes como guía para sus soldados: uno de ellos representaba la placenta de su madre. En los monumentos de Ramsés II, que gobernó en el siglo XIII antes de Cristo, las banderas representaban desgracias para sus enemigos cuando eran cautivadas a sus contrarios en la lucha. Ellos fueron los primeros en incorporar animales a las mismas: el buy sagrado Apis, por ejemplo.

Diodoro Sículo, que vivió en el siglo I antes de Cristo, escribió en su Biblioteca Histórica: “Dicen que los egipcios tuvieron la ocurrencia de llevar estandartes delante de los batallones. Construyeron entonces imágenes de los animales que ahora se veneran y los llevan fijos sobre jabalinas, de modo que todo el mundo pudiera saber su lugar”.

Pero con el paso del tiempo, lo que comenzó siendo un símbolo, se convertiría en objeto de superstición: tocarla, arriarla, izarla, llevarla, cuidarla, constituyeron acciones dotadas de un componente mágico, hasta se llegó a honrar a las ciudades mediante la concesión de privilegios con la facultad de levantar bandera; distinguían a sus muertos cubriéndoles con ellas; prestigiaban una ocasión o lugar permitiendo que la izaran en un lugar elevado, llegando a tributar a la bandera el mismo acatamiento y honor que al soberano, hasta el punto que llegó a considerarse un crimen  tocarla o acercarse demasiado a ella.

En la India colocaban las banderas sobre los elefantes y carruajes, y constituía un objetivo militar tomar la bandera del enemigo. Si en el fragor de la batalla la bandera caía al suelo, consideraban aquello como una derrota.

La bandera la trajeron a Occidente los árabes en la Edad Media. El estandarte de Mahoma era negro, color que simboliza la venganza; más tarde, la dinastía fatimita consagró el estandarte verde como color del Islám.

Todos los pueblos tuvieron sus símbolos, sus insignias: los asirios, la ballena: los babilonios, la paloma; los egipcios, el buey; los hebreos la letra tav: la tau griega o la T, símbolo de la Torá o cinco libros del Pentateuco, como símbolo de la ley divina; los medos, tres coronas; los partos, una cimitarra; los galos, un gallo; los cartagineses, una cabeza de caballo. Y todos enarbolaban su bandera para darse a conocer. La legión romana portaba cinco insignias: el águila, el lobo, el minotauro, el caballo y el jabalí, hasta que Cayo Mario, en el siglo II antes de Cristo, suprimió todo símbolo que no fuera el águila, que los cristianos aceptarían después como emblema.

Ya en tiempo de los romanos se prestaba juramento a la bandera. Para que luego vengan los actuales indocumentados paletos que afirman que la bandera es un símbolo franquista.

Los adivinos afirman que soñar con la bandera trae dicha y alegría; verlas arder en sueños presagia calamidad y desgracia, para que lo sepan los incendiarios urbanos y se cumplan en ellos estos presagios, como si fuera una maldición gitana.

La palabra bandera es una voz de origen germánico, de bandwo (distintivo), de uso en nuestro idioma castellano poco antes del siglo XIII.

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Lo decía Emerson: “nadie puede comportarse como un ingrato en el desierto, pues todos los granos de arena parecerán verle”.

 

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