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II.- Los auténticos actores del drama de la esclavitud

A lo largo de cuatro siglos, desde el siglo XV hasta el XIX, cerca de 20 millones de seres humanos fueron transportados en barcos negreros y desembarcados en cientos de lugares distribuidos a lo largo de miles de kilómetros al otro lado del Atlántico. En esta terrible travesía perecieron casi dos millones de ellos y sus cuerpos fueron arrojados al mar, a los tiburones que seguían a los barcos negreros. La mayoría de los que sobrevivieron acabaron en las fauces de un mortífero sistema de plantaciones, al que los cautivos opusieron resistencia de todas las formas imaginables.

Muchos de los marineros que contribuyeron a que otros amasaran grandes fortunas con la trata, como capitanes de los barcos negreros, comerciantes y autoridades de todo tipo, quedaron en situación diferente tras los viajes con esclavos. Los llamados wharfingersscowbankers y beachhorners, marineros enfermos, mutilados, obligados por los capitanes negreros a abandonar los barcos, recorrían los muelles de muchos de los lugares de atraque en los puertos norteamericanos, desde la bahía de Chesapeak hasta Charleston, y antes por Kingston (Jamaica) y Bridgeton (Barbados).

Nadie les daba trabajo por padecer infecciones, carecían de dinero porque les habían estafado sus salarios; no tenían comida ni abrigo; deambulaban por los muelles y dormían en los portales, debajo de grúas o en cobertizos improvisados, dentro de barriles de azúcar vacíos o en cualquier refugio.

El aspecto de estos marineros era miserable a causa del escorbuto, úlceras, temblores y sudores de malaria, dedos mutilados o podridos, e incluso por la ceguera de algunos de ellos. Los más capaces mendigaban de otros marineros la limosna de un bocado de comida y cuando fallecían eran enterrados por la caridad de los mismos esclavos negros.
Las tripulaciones fueron actores de aquella tragedia humana

Esta era la triste realidad de los marineros que trabajaron en los barcos negreros, actores también de toda aquella tragedia humana. En oposición a los comerciantes, funcionarios gubernamentales y clases dominantes, que cosecharon enormes fortunas del barco esclavista y del sistema al que servía. El propio capitán del barco ascendía a la condición más elegante de comerciante de banco de esclavos. La mayoría de los comerciantes de la trama vivían alejados de las consecuencias de sus inversiones.

La sensibilidad de alguno de aquellos capitanes negreros debió resentirse, como la de Hugh Crow, cuando señaló en sus memorias, publicadas tras la abolición: «existen posibilidades de ofrecer a África alguna compensación por las molestias que Inglaterra pudiera haberles infligido».

Recordemos la labor de Thomas Clarkson, cuando recorría los muelles de Bristol y Liverpool para recabar información de los marineros que habían trabajado en los barcos negreros y que sirvió para despertar conciencias en la clase media de los ingleses.

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Los abolicionistas documentaron que los armadores británicos pagaban una comisión a los capitanes y oficiales, reglada contractualmente, por el porcentaje de esclavos que llegaban vivos y en buena salud a los mercados. El precio promedio global de un esclavo fue de $ 230 en dólares modernos en 1720 y $ 300 setenta años más tarde.
Un puñado de historias de lo vivido en los barcos negreros

El liderazgo entre los esclavos nacía bajo cubierta, durante la travesía. Un marinero del «Nightingale» contó la historia de una cautiva, conocida como La Contramaestre, por mantener orden entre sus compañeras: «solía mantenerlas tranquilas cuando estaban bajo cubierta». A principios de 1769, su comportamiento molestó a los oficiales, en especial al segundo oficial, quien le propinó un par de latigazos con un «gato de nueve colas». Fue tan grande la rabia de la mujer que atacó al oficial y éste le dio un empujón y añadió algunos latigazos más. Viéndose superada por la respuesta del oficial y disgustada por no culminar su venganza, la mujer «dio un salto de dos o tres pies sobre cubierta y cayó muerta». Su cuerpo fue tirado al mar media hora después para que lo despedazaran los tiburones: los tiburones eran compañeros inseparables de los barcos negreros.

Speculum oris ayudaba a conservar la salud de la mercancía (para abrir la boca de los esclavos que no querían comer como acto de resistencia)

Un hombre embarcó en el barco esclavista «Brooks», a finales de 1783, con toda su familia: su mujer, dos hijas y su madre. Procedía de la aldea Saltpan en la Costa de Oro. Hablaba inglés y nunca intercambió una palabra con el capitán. Explicó que había sido reducido a la esclavitud a causa de un enfrentamiento con el jefe o «caboceer» de la aldea. Acusados de brujería, les consideraron culpables y así fueron vendidos él y su familia al barco esclavista con destino a Kingston (Jamaica). El médico dijo que había advertido en aquel hombre los síntomas «de una honda melancolía». Una mañana, ya en la travesía, hallaron al hombre muerto en medio de un charco de sangre: había logrado seccionarse la vena yugular externa con sus propias manos.

La definición de un «gato de nueve garras» generalmente se refiere al látigo de cuerda de nudillos de nueve cuerdas, que se usó como castigo en los buques de la Royal Navy y en el Ejército del Reino Unido

Una joven llegó a bordo del «Hudibras«, un barco esclavista de Liverpool, un viejo calabar, en el año 1785. Poseía belleza, gracia y carisma: «sus gestos eran vivaces y en sus ojos centelleaba su bondadosa naturaleza». Los músicos y sus instrumentos africanos subían a la cubierta principal dos veces al día para «el baile», es decir, para ejercitar a los esclavos. «La joven se veía muy bien cuando saltaba sobre el alcázar a los rudos acordes de una melodía africana». Era la mejor cantante y bailarina del barco, tanto, que el capitán la nombró su favorita, con todos sus pronunciamientos. Los tripulantes y esclavos despreciaban a estas mujeres, porque las exigía también hacer de soplonas. Poco después, los esclavos se sublevaron con la intención de masacrar a la tripulación y hacerse con la nave. El levantamiento fue sofocado. Interrogaron a la joven y al capitán no le cupo la menor duda de su implicación. Sin embargo, no fue ejecutada, la vendieron en Granada con otros esclavos. Cuando desembarcó se llevó con ella tradiciones africanas de danza, canto y experiencias de resistencia.

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Los textos legales más destacados del Imperio español

Las Leyes Nuevas de Indias (1542) es considerado uno de los textos legales más destacados de la historia del Imperio español. Tenía como objeto reformar el Gobierno de las Indias y proteger a los nativos de las provincias españolas en el Nuevo Mundo. Objetivo que causó fuertes controversias y gran interés en la actualidad. Para unos, el impulsor de estas leyes fue Fray Bartolomé de las Casas, para otros sólo fue un pretexto para que el emperador Carlos extendiera su absolutismo sobre los conquistadores rebeldes.

Los documentos de la Biblioteca de El Escorial y del Archivo de Indias analizan todos los puntos de vista y proponen una cronología alternativa para la promulgación de las leyes, introduciendo nuevos actores y nuevos intereses. En todo caso, las Leyes Nuevas de Indias ponen de manifiesto la prohibición de la trata y de la esclavitud, y sus carencias nunca constituyeron una política de Estado.

Cuando alguien escribe que España también tuvo esclavos, debemos solicitar referencias ciertas y proporcionales. Empezaríamos preguntando si en las culturas y pueblos precolombinos existía la esclavitud y si es comparable que en Sevilla hubiera cien esclavos con los millones reconocidos bajo la gestión directa de ingleses, norteamericanos, holandeses, franceses, daneses y portugueses. Todo lo demás es pura Leyenda Negra.

Hay más de 15.000 libros escritos y publicados sobre la esclavitud africana atlántica. Los estudiosos serios lo saben. Los analistas e investigadores de las universidades hispanoamericanas están obligados a contar la verdadera historia y señalar las familias que se enriquecieron de por vida de este tremendo y miserable negocio. Baste consultar un solo libro: «Barco de esclavos» La trata a través del Atlántico, de Marcus Rediker.

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