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…Y los comunistas españoles lo echaron del Ministerio de la Guerra y no acabaron con su vida por un milagro

(Del capítulo 6 de “Yo fui un Ministro de Stalin”, la obra del comunista Jesús Hernández)

—Hay que utilizar la pérdida de Teruel para liquidar a Prieto —dijo con su seriedad de burro soñoliento «Pedro» (Gueré), que actuaba, preferentemente, cerca del Partido Socialista Unificado de Cataluña.

Stepanov, quien acababa de hacer un viaje rapidísimo a Moscú, traía instrucciones precisas y apoyó a Gueré con estas palabras:

—Los camaradas de la «Casa» aconsejan nutrir al Ejército con nuevas reservas que hagan posible una resistencia prolongada al objeto de mantener la lucha con vistas a una posible conflagración mundial, que cambiaría todo el panorama de la guerra en España. Resistir, resistir y resistir, tal es la directiva de la «Casa». Para que ello sea posible hay que reforzar todas nuestras posiciones en el Ejército, limpiándole de vacilantes y capitulado-dores; hay que proceder con mano de hierro a centralizar y desarrollar la producción de guerra, poniendo las fábricas en manos competentes y leales; tendremos necesidad de poner todo el país en pie de guerra, procediendo a una intensa movilización popular. ¿Ustedes creen que con Prieto al frente del Ministerio de Defensa es esto posible?

—¿Tan seria ven los camaradas de la «Casa» la situación internacional, que les hace prever la guerra a plazo próximo? —pregunté.

—Sí —contestó Stepanov—. La guerra se estima ya como inevitable. Podrá tardar unas semanas, unos meses, quizá un año, pero la guerra se perfila como un hecho. La U. R. S. S. confía en mantener a su lado a Francia e Inglaterra, pero los sectores reaccionarios de ambos países se esfuerzan en di- fundir la especie de que el pacto franco-soviético es el principal obstáculo para llegar a un entendimiento con Hitler y Mussolini. En Francia e Inglaterra son cada día más fuertes las corrientes de opinión que piensan que se puede calmar a las fieras nazis ofreciéndoles el festín de los comunistas. Hitler ha declarado: «La lucha contra el comunismo es la razón fundamental de toda organización y cooperación europeas; debería unir a todos los pueblos partidarios del orden y de la propiedad». Y estas palabras embaucan a las potencias democráticas. «Desistan del pacto franco-soviético y tendrán la seguridad de la paz» repiten constantemente los diarios y los líderes nazi-fascistas. Esta batalla de cancillerías y esta preparación psicológica de la guerra está apuntando al corazón de la U. R. S. S. El peligro es muy serio. Hitler se dispone a anexionarse a Austria (la anexión se efectuaba semanas después, el 12 de marzo de 1938, sin una protesta de la U. R. S. S., J. H.).

—Pero —argüí—, nuestra salvación no está precisamente en acrecentar la alarma de Francia e Inglaterra por el predominio de los comunistas en España, lo que puede inducirlas a caer más fácilmente de rodillas ante Hitler, sino en todo lo contrario.

—En este remolino de temores, de cobardías y de egoísmos la orientación de las grandes potencias puede cambiar bruscamente, iniciándose nuevos derroteros —contestó Stepanov.

Levantó la cabeza como buscando la inspiración en el cielo raso del techo, y agregó:

—La «Casa» tratará por todos los medios de que no la aíslen, de obligar, si no hay más remedio que aceptar la guerra, a las democracias occidentales a que luchen contra Hitler.

—Siendo así, es justo prolongar nuestra lucha y nuestra resistencia hasta la última pulsación —dije.

—Eso requiere cambiar la dirección de la guerra. Prieto es el obstáculo fundamental para una resistencia a ultranza. Su pesimismo lo impide —explicó Togliatti.

Mentiría si dijera que no dejaron de impresionarme los argumentos de Stepanov. Comprendí que la consigna resistir que nos trasmitía la «Casa» encajaba perfectamente en la perspectiva internacional. Deberíamos resistir. La prolongación de la lucha nos brindaba una posibilidad de victoria que, tras de la pérdida de Teruel y ante el constante repliegue de nuestro frente del Este —que poco después habría de hundirse— dudaba seriamente poder lograr con la fuerza de nuestras armas. Admitir, igualmente, que Prieto, por su falta de fe, no era el hombre adecuado para la etapa militar que se aproximaba.

José Díaz, quien hacía mucho tiempo que no asistía a las reuniones de la dirección del Partido, a causa de su agravada enfermedad, presente ese día, opinó así:

—Comparto la opinión de los camaradas de Moscú y estoy igualmente de acuerdo con su análisis de la situación internacional, pero para poder realizar esa política de resistencia nuestro primer paso deberá ser el de lograr re- forzar la unidad entre todas las fuerzas populares, muy especialmente entre los socialistas y comunistas, entre la U.G.T. y la C.N.T., única manera de levantar los ánimos y de afrontar con éxito los reveses militares. Prieto es el único puente sólido que nos une a los socialistas; si lo derrumbamos, la unidad será imposible. Hemos llevado contra la persona del ministro de Defensa una tremenda campaña de descrédito por desacuerdo con su gestión ministerial en estos últimos meses, pero ¿quién, a no ser un comunista, podrá sustituirle con ventaja en la situación que se nos avecina? ¿Estamos hoy en condiciones de exigir el Ministerio de Defensa para el Partido? Creo que no. Sien- do esto así, deberemos pensar si lo que vamos a ganar sustituyendo a Prieto no lo perderemos con creces al empeorar nuestras relaciones con los socialistas.

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José Díaz era la voz de la sensatez sin sitio y sin eco ya en el Buró Político. A demostrarlo vinieron las voces de Stepanov, Gueré y Togliatti, vinieron, igualmente, las de todos nosotros.

—Con Prieto en el Ministerio o fuera de él no avanzaremos un paso en el camino de la unidad —refunfuñó Pasionaria, cuyo odio hacia Prieto tenía raíces en sus líos amorosos con Antón, al cual Prieto había destituido en su función de comisario de Madrid.

—¿Cómo vamos a realizar una política de resistencia si es un derrotista rematao, que tiene tantas ganas de poner fin al fregao, que ya anuncia en sus partes de guerra la pérdida de posiciones que aún no han evacuado nuestras tropas? —rezongó Antonio Mije, con su jerga andaluza.

—Utilizando los hilos y resortes del Ministerio —dijo Uribe— clava arteramente en la voluntad de los mandos y jefes de los partidos del Frente Popular el «no hay nada qué hacer», «si Inglaterra y Francia no nos ayudan, proseguir la lucha es un sacrificio sublime, pero estúpido», y así por el estilo.

—Las cosas caen del lado que se inclinan —dijo sentencioso Togliatti —. Prieto, a medida que se aborrasca el panorama de la guerra, se muestra más adversario de prolongar la lucha. Es lógico, tiene más de pequeño-burgués sentimental que de revolucionario consciente. De ahí su falta de fe en las fuerzas populares, su ausencia de entusiasmo. No es un derrotista por principio, sino un pesimista. Eso genera la desmoralización, precisamente cuando necesitamos combatir todos los desalientos. Deberemos ir hacia el fortalecimiento de la unidad a través de la lucha implacable contra toda tendencia ca pituladora.

—¿Quién puede sustituir a Prieto? —volvió a preguntar Díaz.

—No hay que torturarnos por eso —aclaró Togliatti—. Prieto no será sustituido por otro candidato. Negrín deberá asumir las funciones de presi- dente y de ministro de Defensa. Es la única forma viable de realizar sin grandes conmociones políticas nuestra política de resistencia.

El 24 de febrero de 1938, redactaba yo un editorial para «Frente Rojo» en el que escribía: «El Partido Comunista denunciará a todos aquellos que, basándose en los últimos acontecimientos militares y facilitando los planes del enemigo, se atrevan a lanzar consignas derrotistas o a minar la moral y la resistencia de nuestro pueblo con voces absurdas y traidoras de compromisos o de capitulaciones ante el enemigo. El pueblo de España no renuncia a su in- dependencia y libertad. Quien hable de capitulación o compromiso es un traidor…»

El día 1.° de marzo, Pasionaria arremetía sañudamente contra Prieto en un gran mitin celebrado en Barcelona. Pocas fechas después las calles de Barcelona se estremecían al paso de una imponente manifestación organizada por el Partido Comunista y por el Partido Socialista Unificado de Cataluña, manifestación en la que participaban representantes de diversas unidades del Ejército, desfilando a los gritos de «¡Abajo los ministros capituladores!», «¡Fuera el ministro de Defensa Nacional!», «¡Viva Negrín!». La manifestación llegó hasta el mismo Palacio de Pedralbes, residencia oficial del Presidente de la República, donde aquella tarde se celebraba consejo de ministros. Negrín, previamente advertido por nosotros de lo que iba a suceder aquella tarde, salió a conferenciar con Pasionaria, que encabezaba la manifestación. Le pro- metió solemnemente que en su Gobierno no se toleraría el menor gesto capitulador.

Mientras tanto, nuestro aparato de Agit-Prop en los frentes, bombardeaba al Presidente de la República con telegramas y resoluciones de protesta contra los ministros capituladores.

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Coincidiendo con todos estos acontecimientos escribía yo, bajo el seudónimo de Juan Ventura, unos violentísimos artículos contra el ministro de Defensa Nacional, artículos que provocaron un auténtico escándalo político, pues todo el mundo sabía quién se escondía bajo el seudónimo de Juan Ven tura.

El día 30 de marzo, en carta dirigida por Prieto a Negrín, decía entre otras cosas: «…Esta petición es consecuencia de las manifestaciones que me vi en el caso de formular durante el penúltimo Consejo de Ministros, cuando, al quejarse Zugazagoitia de que, con pleno desacato, el órgano comunista «Frente Rojo» había publicado un artículo que tachó íntegro la censura, Jesús Hernández se declaró autor de ese trabajo y de otros que con el seudónimo de Juan Ventura aparecieron en la prensa barcelonesa y en los que se me atacaba por mi visión de nuestra lucha y por mantenerme silencioso. Recuerdo mis palabras de entonces tan sobrias como terminantes: «Si nos halláramos en pe- ríodo de normalidad, aunque ésta sólo fuera relativa, yo abandonaría en el acto el puesto que ocupo, pues por mi concepto de lo que debe ser la solidari- dad ministerial en todo momento y de manera muy singular en los presentes, estimo inadmisible el proceder del ministro de Instrucción Pública al atacar- me en la forma en que lo ha hecho…»

Salvador de Madariaga, en su libro «España», página 661, dice a este respecto:

«… Hacia fines de marzo las cosas tomaron un cariz agudo»… «Juan Ventura», seudónimo del ministro de Instrucción Pública, había publicado en «La Vanguardia” un artículo que quería ser una biografía de Indalecio Prieto. Añadiré, para quien no esté enterado de este importante detalle, que ’’Frente Rojo” era el periódico más señalado de los comunistas en Barcelona, mientras que ”La Vanguardia”, otrora el gran periódico liberal-conservador de Barcelona, era a la sazón la tribuna del doctor Negrín»…

«A los pocos días publicó ’’Frente Rojo” otro ataque de «Juan Ventura” contra el señor Prieto. El ministro de la Gobernación informó al Consejo del hecho insólito de que se había publicado tal artículo después de tachado por la censura, y al pedir Gobernación explicaciones a «Frente Rojo”, había con- testado el periódico alegando órdenes del ministro de Instrucción Pública de que, aun cuando lo tachara la censura, el artículo se publicase. Declaró entonces Jesús Hernández al Consejo de Ministros que en efecto había dado aquella orden «porque quien ejerce la censura es un funcionario ministerial y un funcionario no puede impedir la publicación del pensamiento de un ministro”…»

Después de mis artículos la crisis estaba virtualmente planteada. La convivencia con Prieto se hacía imposible. Más intolerable para él que para mí, pues yo procedí conscientemente buscando provocar su salida. Y el 30 de marzo nuestro objetivo se lograba. Prieto refiere el hecho con estas palabras:

«La mañana del 30 de marzo, llega a mi despacho, muy temprano, el compañero Zugazagoitia. Gran extrañeza de mi parte, porque no era habitual en él madrugar, puesto que trasnochaba mucho en el Ministerio de la Gobernación.

—»Me ha llamado el Presidente del Consejo —me dijo— y me ha preguntado si usted se enfadaría mucho si le quitara del Ministerio de Defensa Nacional, y me he adelantado a decirle que no se enfadará usted. ¿He acertado en la respuesta?

—»Plenamente —contesté.

—»Pues me alegro —añadió Zugazagoitia—; voy a confirmárselo al Presidente del Consejo.

—»Yo también se lo confirmaré para que no tenga dudas…»

 

Y todavía habrá inocentes que crean que los comunistas son esos “ángeles de la caridad”  y esos demócratas de toda la vida que nos pinta el señor Marqués de Galapagar y discípulo predilecto de Lenin, de Mao, de Castro, de Chaves y de Maduro… ese individuo que está intentando reventar las elecciones de Madrid del 4-M al verse abandonado por el verdadero pueblo.

Por la transcripción Julio MERINO

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REDACCIÓN