El problema: el Régimen de 1978. Por Antonio R. Peña

En diversidad de ocasiones -en mis artículos- he intentado aportar mi reflexión histórica al presente problema de España sobre el eje argumental de que el problema es el Régimen de 1978, por ejemplo aquí y aquí o aquí. Y he repetido que en la base de todo ello está la Sinagoga de Satanás y su brazo La Secta, con sus hijas el liberalismo y el socialismo.

Ahora resulta que el PSOE y Sumar han pactado un nuevo acuerdo de Gobierno de coalición, presentado el 24 del corriente, para seguir desarrollando la Ley de Memoria Democrática especialmente en la cuestión del Valle de los Caídos, impulsando las exhumaciones y lo que llaman “resignificación” de “el Valle”. Es decir, la destrucción del Valle de los Caídos y, si pudiesen (política y técnicamente), la voladura de la Cruz igual que volaron el Sagrado Corazón del Cerro de los Ángeles. Y es que el Valle de los Caídos y su Cruz –la más grande del mundo con 152,4 metros– sintetiza todo lo que es España y La Cristiandad por lo cual se dio vidas y haciendas durante 12 siglos -del VII al XVIII- por lo menos, en defensa de la Patria Católica y de los derechos de Dios y de la Iglesia.

Además, los destructores declaran extinguida la Fundación (así, tal cual, por mis…). Y fíjense en cómo lo argumentan: «por resultar incompatibles sus fines con los principios y valores constitucionales».

A ver, a ver: «por resultar incompatibles sus fines con los principios y valores constitucionales». Por lo tanto:

A todos esos españoles que van con la Bandera de España (escudo constitucional nuevo, no el Águila de San Juan que también es constitucional) y que se manifiestan –dirigidos por esos partidos que se llaman constitucionalistas (PP-Vox)- y que tales ciudadanos repiten “somos constitucionalistas”,

A todos esos españoles, que al leer eso del “Acuerdo sobre El Valle” se echarán las manos a la cabeza y repetirán como loritos la cantinela pepera y voxera: “la culpa es de PedroSánchez”, “PedroSanchez es un peligro para la democracia”,

A todos esos españoles, les vuelvo a poner la frase: «por resultar incompatibles sus fines con los principios y valores constitucionales».

Y es que resulta que esta frase es verdad. Es verdad que todo lo que representa el Valle de los Caídos es incompatible con los principios y valores constitucionales que no son otra cosa que los presupuestos, premisas, proposiciones para la destrucción de la Fe Católica y de España. Para ello fue concebido y redactado ese texto por los siete constructores. Y la Iglesia, como organización, como institución ¿ dónde está? Pues “a llevarme bien con los poderes de este mundo, que lo importante es sobrevivir como sea”. ¡Ay! si hubiese un Matatías….

Y hubo un tiempo en que algunos sacerdotes intentaron mostrar la corrupción de esta Constitución y a dónde nos iba a llevar, tales como el Arzobispo Primado de las Españas, Don Marcelo: Partiendo de la omisión nominal y real de Dios todo puede ser posible. El gnosticismo masónico es el eje del texto constitucional, que se desarrolla según la cosmogonía de la incertidumbre por la cual toda palabra y formulación puede ser interpretada según cada gobernante, según sus pretensiones y según las circunstancias. Así se puede construir un Estado y una sociedad de vida psíquica, intersubjetiva, social y cultural emponzoñada siempre en barros movedizos donde todo puede ser legitimado y legalizado. De tal manera, partiendo de la Constitución, todas las agresiones contra el ser humano, contra la sociedad, contra España y contra la Fe Católica son posibles porque esta constitución “no es conciliable con una sociedad de fundamento ético” (Don Marcelo).

La democracia liberal es, en sí misma, pecado, como bien fundamentó Sardà y Salvany. Siguiendo al padre Meinvielle, en la sociedad democrático-liberal cada individuo se autodetermina por propia conciencia y responsabilidad, ordenando su vida según sus propia medida (relativismo y subjetivismo moral). Es decir, las personas se convierten en individuos y el individuo se convierte en su propio dios. Y todo ello tiene un cauce político: el llamado sufragio universal, o sea, las votaciones.

Las votaciones son el instrumento para que las oligarquías políticas -los partidos y sus camarillas- puedan totalizar a la comunidad social, política, económica, cultural y transformarla a su gusto e interés utilizando para ello la desvinculación, la disolución, la división y el libertinaje, es decir, la corrupción en todo orden y grado. Es consustancial a la democracia-liberal que los partidos políticos se apropien de la representación e impogan sus criterios e intereses, aduciendo falsariamente que son los de la mayoría. A esto se le llama totalitarismo. Y el fin de un sistema asentado sobre estas bases es el lucro, la codicia y la corrupción de las camarillas políticas o partidos, con sus “oficinas de canalización y explotación del voto” (Meinvielle).

Incensar al ídolo de la democracia-liberal, cada cuatro años, puede calmar la conciencia del católico liberal pensando que está haciendo algo para dar solución a los problemas que le afligen y nos quiebran. Pero en realidad no cambia nada, en nada se alivia, en nada se mejora, nada se arregla y -menos aún- en nada se restaura. Con el paso del tiempo el católico liberal ve como todo va de mal en peor y se lleva las manos a la cabeza y busca soluciones, ¡en el propio sistema! ¡Insensatos! Y es que el católico liberal vive asido a una especie de fe “casi religiosa” depositada en el sistema liberal y en sus mecanismos (electorales, parlamentarios, recogida de firmas…). Grave error. Y, mientras tanto, se incrementa subversión de todo orden: el de los grupos naturales (familia, corporaciones, municipios). Y en definitiva, queda destruido el orden de Dios y se implanta el orden de Satanás.

Repito, la finalidad real y verdadera de todo el entramado democrático-liberal es la construcción de la sociedad y del estado tecnocrático-satánico. Por lo tanto, una persona católica y honrada no puede dedicarse a la política liberal ni participar del sistema demoliberal más que “tapándose la nariz”, pensando que la mierda no le enfangará. El católico liberal no se da cuenta de que supedita su orto-praxis a los intereses de los “mercaderes de los parlamentos” al igual que los patriotas de 1808 que, partiendo de la defensa popular de la Tradición, en 1812 acabaron dando la potestas a los “mercaderes de Cádiz”. Parafraseando a Caponnetto, sólo hay un modo de entender nuestro pasado y dar solución a nuestro presente: volver a fundamentar nuestra vida, la vida de nuestras familias, la vida de las corporaciones, la vida de la sociedad recuperando las categorías teológicas que deben ser sustento de la política, de la economía, de la cultura; en definitiva, de la Patria Católica, un todo donado por Cristo y para Cristo.

Autor

Antonio R. Peña

Antonio Ramón Peña es católico y español. Además es doctor en Historia Moderna y Contemporánea y archivero. Colaborador en diversos medios de comunicación como Infocatolica, Infovaticana, Somatemps. Ha colaborado con la Real Academia de la Historia en el Diccionario Biográfico Español. A parte de sus artículos científicos y de opinión, algunos de sus libros publicados son De Roma a Gotia: los orígenes de España, De Austrias a Borbones, Japón a la luz de la evangelización. Actualmente trabaja como profesor de instituto.

 

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