20/09/2024 07:54
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“…y cuando tuvieron la ocasión de compartir cada minuto del día, se dieron cuenta de que nada tenían que compartir, ni siquiera los hijos”

Y morirme contigo si te matas / Y matarme contigo si te mueres / Porque el amor cuando no muere mata / Porque amores que matan nunca mueren. Cantaba Joaquín Sabina.

Alphonse de Lamartine, poeta y escritor francés decía que “Cuando el amor ha sido una comedia, forzosamente el matrimonio tiene que derivar en drama”

¿Pero queda algo de amor en los matrimonios?

Leo en el ABC que los divorcios se han disparado durante la pandemia. La convivencia mínima que durante la vida cotidiana tienen los matrimonios de hoy, con la pandemia, ha dado paso a una convivencia de 24 horas y, como resultado, ha dejado al desnudo todas las carencias de la unión entre esas dos personas que permanecían ocultas. ¿Se imaginan lo que puede traer el teletrabajo?

Estos tiempos modernos de progreso hasta la náusea la importancia del continente se prioriza al contenido. Y esto también en el matrimonio en el que al contrato se le da más importancia que al amor, sin percatarse de que el contrato no es nada en un matrimonio si este no está basado en el amor. Y si no hay amor, si no lo hubo, si todo era una comedia sujeta con los alfileres de superfluo, cualquier cosa que altere el status quo establecido hace que se derrumbe lo que estaba sostenido por pies de barro. No te quiero contar si en las relaciones previas al matrimonio esas dos personas no se han mostrado tal como son, sino que han tapado lo que no querían mostrar con la hipocresía y que afloran en los momentos en que la convivencia se acentúa como ha sido durante la pandemia.

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Pero yo de quien quiero hablar, no es de quienes rompe su unión por lo que sea, sino de quienes sufren verdaderamente esa ruptura: los hijos.

Como siempre son los inocentes hijos los que pagan los errores de sus padres, errores que los llevan a la separación. Los hijos nunca aparecen en las crónicas de separación de sus padres, sin embargo, son los que van a soportar sobre sus espaldas y durante toda su vida el trauma de ese fracaso. Yo he llegado a la conclusión de que a esta sociedad le importan muy poco sus niños.

La Fundación Filia afirma que cada año 30.000 niños sufren el llamado Síndrome de Alienación (*) Parental. Uno de los progenitores transforma la conciencia de sus hijos mediante diversas estratagemas con el fin de impedir, obstaculizar o destruir sus vínculos con el otro progenitor, y en muchos casos con los familiares más allegados como abuelos, tíos, primos. El trauma que este proceder causa en el niño puede llevarlo encima toda la vida. El rencor, el resentimiento, el odio, la venganza que anidan en el pecho de esos padres hacia el otro, pasan como una apisonadora por encima del hijo inocente del que solo se acuerdan en los momentos en que lo utilizan como arma arrojadiza contra el otro progenitor. ¿A qué grado de miseria afectiva han llegado esos padres que, con tal de dañar al otro, no dudan en hacerlo a pesar del tremendo daño moral y psicológico que causan a sus propios hijos? Sin llegar hasta esa indecencia, los hijos siempre son los más afectados por el fracaso de sus padres. Se me podrá decir que siempre será mejor un divorcio que un ambiente familiar tóxico para el niño. Yo no soy experto, pero me temo que, a la hora de tomar la decisión de separarse, los padres buscan más liberarse el uno del otro que en la estabilidad emocional de sus hijos. Y siempre podemos preguntarnos si, efectivamente, el divorcio es lo mejor para el hijo o los hijos.

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Termino con una frase de Kurt Cobain, líder del grupo de rock “Nirvana” que, como saben, se suicidó a los 27 años: “Tuve una infancia muy buena hasta los 9 años, luego un clásico caso de divorcio me afectó bastante”

(*) Alienación: Pérdida de la personalidad, la identidad o las ideas propias de una persona o de un colectivo debida a la influencia o dominación de otros

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REDACCIÓN