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Si se pudieran añadir más pecados a espaldas de la izquierda española, ya enterrada entre sus fatales errores pre y post pandemia, uno sería el de poner de moda a los liberales. Y no nos llevemos las manos a la cabeza; el razonamiento podría ser hasta coherente.
Financiar chiringuitos, ministerios inservibles, impuestos que van destinados en parte a dar paguitas a MENAs cuando las pensiones se reducen, rotular los vehículos de correos con banderas arcoiris…etc. lleva ligado un rechazo, en primera instancia, de la gestión estatal y, en segundo lugar, del desagradable hecho de que los abultados diezmos que pagan los trabajadores vayan destinados a causas tan bizarras como las señaladas. Las masas se polarizan ante la ignominiosa izquierda y pierden la fe en el conjunto de la sociedad y en el estado. Y, dicho sea de paso, también los individuos desconfían de sí mismos.
Caminando errantes en busca de una tabla que les haga de salvavidas, solo razonan que individualmente les irá mejor, porque peor…peor no puede ir la cosa. Los individuos deben decidir qué hacer con sus vidas, desechando la posibilidad de que juntos somos más fuertes, porque la gente es idiota y no confiamos ya en los demás. Y es normal. En nuestro país, millones de compatriotas votaron al actual gobierno, ven Telecinco o la Sexta y se hacen selfies en el espejo. Parece que España se hunde y algunos gritan entre los restos del desastre: ¡sálvese quien pueda! ¿Cuáles serían las ventajas del liberalismo?
En primer lugar, deshacerse de una relación de obligatoriedad con el estado, que en este caso en que gobiernan los más malos, podría ser hasta una necesidad. Lo anterior no significa que en el tablero haya buenos; simplemente hay menos malos. Pero el objeto de este desprecio hacia una forma superior de poder, no solo se da en el plano civil, también se da en el plano moral.
Se rechaza una autoridad moral superior, como Dios o como el bien común, como la Patria. Los liberales, sin entrar en precisiones sobre minarquistas, anarquistas o las diversas escuelas y sus diferencias, ante una ausencia de estado, norma religiosa o Patria, erigen como ser superior al individuo y su libertad. Libertad de acción, libertad de movimiento, libertad de pensamiento, libertad de posesión. Todo está permitido mientras no se perjudiquen las libertades de otros. Pero, ante una ausencia de norma, de Dios o de Patria, sería perfectamente aceptable que una persona decidiera someterse voluntariamente a la esclavitud; a ser sierva de una persona o grupo de personas, aun por cuestiones de supervivencia o necesidad.
Algo que no está pasando actualmente, no, ni las primeras espadas del liberalismo poseían esclavos y defendían la esclavitud. Si no me acuerdo, no pasó. Pasados los liberales por el rodillo del igualitarismo en pos de la globalización y en detrimento de fronteras, naciones o religiones, al final el único elemento diferenciador en esta sociedad mundial de hombres libres es el poder económico.
Juan Carlos Monedero preguntaba a Juan Ramón Rallo en un debate: ante un bien escaso como el agua, ¿cómo responsabilizar a quien la derrocha? La respuesta se basó en que el precio del agua haría que el derrochador, para evitar las perdidas económicas, terminara por no malgastar agua. Pero claro, la especulación no existe y no existe gente con poder económico suficiente que destruya recursos al coste que sea para aumentar su beneficio personal. No; eso ni pasa ni ha pasado. «Que haga lo que quiera la gente, mientras no haga daño a nadie», es la peor excusa para justificar el individualismo y libertinaje que ha derivado en marxismo cultural.
Ahora el liberalismo rechaza al hijo de la libertad, que es la postmodernidad, rehuyendo avergonzado de sus monstruos después de no ponerles límite. Porque no hay límites en el mundo liberal. Si una persona accediese la podrías prostituir, preñarla para comprarle al futuro ser, comprarla órganos o experimentar con ella, siempre y cuando seas capaz de convencerle o más bien, de crear o manipular una situación en esa persona para que acceda. Al final la libertad para elegir en una situación de sumisión, no es libertad.
Pero nadie accede por amor a sus libertades sin límite, sino por cuestión de necesidad económica. ¿O acaso vemos a gente adinerada hacer uso de estos «derechos»? Al final lo curioso es que el paradigma no ha cambiado como ellos pensaban. El individuo y su libertad no entronan la cúspide de la pirámide.
El bien superior que domina sobre los demás es el dinero, de manera que queda claro que en ausencia de bien común, de Dios o de Patria no importa nada más allá de lo material. Para acabar parafraseando a Juan Manuel de Prada, diré que me sumo a su planteamiento de que ser católico (o patriota) y liberal, es igual que regentar un burdel y presumir de doncella.
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