11/05/2024 07:00
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Muchas han sido las razones por las que ir a protestar a Moncloa durante todo este tiempo. Al menos, una diaria. Ha habido jornadas en las que fueron muchas más. Porque en todo este tiempo, y anteriormente, el gobierno nos ha brindado una catarata de ignominias y abusos que jamás se habían visto en la historia de España. Aunque no todos los que hemos ido en alguna ocasión a las puertas del Palacio de la Moncloa podamos estar de acuerdo con todas ellas, sí que hay un sustrato común y una preocupación general en todos nosotros por el destino de nuestro país y por el futuro de nosotros mismos y de nuestras familias. Eso es lo que nos ha unido durante estos meses y lo que nos habrá unido, seguramente, de por vida. Ahí va una batería de motivos por los que nos hemos presentado allí a diario. Seguramente, sólo sea un 10% de ellas y, aun así, y tristemente, es una relación larga.

Porque la policía se ha pasado 15 meses patrullando parques, senderos de montaña y playas para que ningún español fuera sin su mascarilla bien ajustada, aunque no hubiera nadie en kilómetros a la redonda.

Porque, mientras tanto, miles de soldados marroquíes han invadido Canarias disfrazados de inmigrantes menesterosos y el gobierno insular, en cumplimiento de las órdenes procedentes del ejecutivo nacional, los ha alojado, a costa de nuestros impuestos, en hoteles de cuatro y cinco estrellas.

Porque más recientemente ha sucedido algo similar en Melilla y, particularmente, en Ceuta, plaza que fue invadida por casi 10.000 marroquíes el pasado 17 de mayo, ante la absoluta incapacidad de un gobierno central que ha sido cómplice, por acción u omisión.

Porque Barcelona, antaño tarro de las esencias de la modernidad nacional, ha entrado en una decadencia propia de La Habana o de Caracas, presa de manteros, ‘okupas’ y demás tribus del agrado de la alcaldesa, Ada Colau.

Porque, al tiempo, los dirigentes autonómicos llevan meses enfrascados en miles de cuitas y enjuagues tras los que sólo persiguen su particular e inmediato beneficio, y no el de los ciudadanos que fueron a las urnas hace ya varios meses.

Porque los tiroteos y los ajustes de cuentas entre bandas de sudamericanos y de musulmanes proliferan en Madrid.

Porque Mallorca pierde su pujanza turística a ojos vista, porque el tejido productivo de Valencia se desangra, porque Asturias, Cantabria y Galicia ven el cierre de miles de establecimientos, porque las dos Castillas y Murcia observan cómo se arruinan sus agricultores…

Porque todas viven aún, en buena medida, asfixiadas por unos gobernantes que compiten en protervia y servilismo hacia no se sabe muy bien qué intereses y que han cerrado arbitrariamente durante meses los negocios de sus ciudadanos y los han encarcelado en sus propias ciudades y hogares.

Porque todo ello se ha llevado a cabo de forma absolutamente ilegal e inconstitucional, a punta de pistola y sin ningún informe científico o virológico que justificara tales medidas.

Porque la justicia, en la figura del TC, sigue a día de hoy paralizada y no resuelve los recursos de inconstitucionalidad presentados por VOX -el primero hace más de un año- contra los dos estados de alarma decretados por Sánchez, estados de alarma que han servido, ante la pasividad de todos los españoles y la complicidad de medios de comunicación y de casi el 100% de los políticos, como mecanismos de limitación, suspensión y derribo de nuestros más elementales derechos y libertades.

Porque las manadas de inmigrantes magrebíes y de otras nacionalidades actúan a voluntad, robando y violando a nuestras mujeres y escapando, en muchas ocasiones, al control y castigo de la justicia.

Porque los mismos dirigentes que han convertido nuestros hogares en presidios vuelan libres por todo el territorio nacional y por todo el mundo para disfrutar del descanso que merece la ardua tarea de arruinarnos, de saquearnos y de convertirnos en esclavos morales de su despotismo.

Porque Podemos -guerracivilismo en estado puro- decidió entrar en una peligrosísima espiral de autoatentados en las jornadas previas a las elecciones madrileñas, acciones con las que trató de raspar algunos votos y, por supuesto, demonizar al adversario político para justificar futuros ataques contra votantes de otras formaciones.

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Porque el resultado de lo anterior fueron varias agresiones callejeras contra simpatizantes de VOX, ataques que adquirieron particular ensañamiento en Vallecas, lugar que el ex vicepresidente considera una especie de finca particular en la que nadie con ideas a la derecha de Karl Marx tiene permiso para entrar. Porque aquel atentado, instigado, jaleado y justificado por el propio Iglesias, se saldó con la detención de dos miembros del equipo de seguridad de Podemos como principales autores de las agresiones. Marlaska se ocupó de ocultar esas detenciones a la opinión pública durante varias semanas, con la intención de que semejante escándalo no estallara en plena campaña electoral.

Porque los españoles no han podido visitar a sus familiares, no han podido reunirse con sus amigos, no han sido autorizados a manifestarse, no han podido viajar a sus segundas residencias, no han podido pasar sus vacaciones en cualquier lugar de España, no han podido pasear al aire libre y han debido entrar y salir de sus casas cuando lo ha ordenado el gobierno.

Porque esas injusticias y esos abusos se han perpetrado durante más de un año y aún se siguen perpetrando en no pocos lugares de la geografía nacional.

Porque los españoles tampoco han podido enterrar a sus deudos, teniendo que contemplar la agonía de 30.000 ancianos abandonados y encerrados como bestias en sus residencias, mientras se apagaban sus vidas, entre gritos, lamentos, suciedad y orines. Y todo ello después de que Pablo Iglesias asumiera el mando único sobre las residencias y dijera que se encargaría personalmente de dotar con todo lo necesario a esas residencias para protegerlos. Siendo lo peor de todo que, millones de españoles han observado todo lo anterior casi sin rechistar, con la cabeza agachada, entregando mansamente la soberanía, la dignidad personal, la libertad, los derechos, el trabajo, la movilidad, las amistades, los cariños, los afectos, las fiestas y las reuniones familiares, en aras de una imposible seguridad sanitaria, atemorizados como niños de cinco años ante un bombardeo propagandístico dirigido por el Gobierno, comprando con ayudas millonarias a las televisiones que, habría provocado ataques de pudor y vergüenza en el mismísimo Joseph Goebbels.

Porque como solución a todo lo anterior, como vehículo de regreso a nuestras antiguas vidas, políticos y medios de comunicación nos han presentado una ‘vacuna’ que es, según ellos, el remedio definitivo al pánico y al miedo creado e inducidos por esos mismos políticos y medios de comunicación.

Porque es una ‘vacuna’ que, en sus distintas versiones, ya había provocado, en USA y Europa, según el Vaccine Adverse Event Reporting System (VAERS), más de 162.000 reacciones adversas y cerca de 4.000 muertes, sólo hasta el 15 de marzo de 2021. Porque es una ‘vacuna’ que, según ese mismo VAERS, había causado, en Estados Unidos, y en sólo cuatro meses, tantas muertes como todas las campañas de vacunación juntas que se desarrollaron en aquel país entre 1997 y 2013.

Porque es ‘vacuna’ que, curiosamente, no inmuniza, de cuyos efectos secundarios no se hacen responsables sus fabricantes y que no impide a quienes ya hayan sido inoculados tener que cargar con las obligaciones orwellianas de los que no han pasado aún por el aro y por la jeringuilla.

Porque es una ‘vacuna’ que cuenta con miles de detractores entre médicos, virólogos, inmunólogos y especialistas de todo el mundo, que advierten, alarmados, de terribles efectos secundarios que podrían provocar esas sustancias a los pocos meses de su aplicación en millones de seres humanos y que podría convertirse en el instrumento y en la excusa para que docenas de gobiernos a lo largo y ancho del planeta limitaran los derechos y las libertades de quienes se oponen a que se les inyecten en su organismo unas sustancias que no han sido probadas sus efectos a medio y largo plazo.

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Porque, durante meses, los telediarios han abierto con noticias de jóvenes de 24, 35 o 38 años que, morían en la otra punta del mundo después de haber estado 20 días ingresados. Gracias a estas noticias, el coronavirus era una enfermedad mortífera como ninguna y esos fallecimientos justificaban los encierros, las aperturas de ‘negocios esenciales’ y la limitación salvaje de derechos. Por el contrario, si mueren miles de personas entre Europa y los Estados Unidos pocas horas o días después de vacunarse, tranquilos, son casos aislados, las vacunas son seguras.

Porque lo mejor de todo el circo ‘vacunero’ es que si te mueres de cualquier cosa sin haber sido vacunado, ha sido el coronavirus, pero si te mueres justo después de que te hayan vacunado contra el coronavirus, has muerto de cualquier cosa.

Porque, por supuesto, ni el Gobierno, ni la mayor parte de los partidos políticos o de los dirigentes autonómicos están dispuestos a soltar la presa y acabar con este engaño masivo cimentado en el miedo, en el sentimiento de culpa y en el enfrentamiento entre españoles que, inducidos y dirigidos por los medios, se acusan mutuamente de ser los responsables de que no salgamos de este marasmo criminal y no nos fijemos en los verdaderos responsables: Sánchez, su Gobierno y los ejecutivos autonómicos que han colaborado abiertamente con él. Debemos perder toda esperanza de que estos ladrones devuelvan el botín del que tan fácilmente se han apropiado y que tan beneficioso para sus intereses les está resultando.

Porque tras el primer estado de alarma, y el segundo, que ha expirado hace unos días, ambos profundamente inconstitucionales en sus planteamientos y, sobre todo, en su ejecución, tanto Sánchez como los gobernantes regionales preparan nuevas leyes y decretos con los que seguir limitando los derechos y las libertades de los españoles, con el objetivo de seguir ajustándonos los grilletes hasta que hayan conseguido su meta de doblegar nuestra voluntad, obligarnos a obedecer como autómatas las normas más absurdas, inhumanas y antinaturales que quepa imaginar y convertirnos en esclavos morales de sus antojos políticos y en siervos económicos que paguen sus caprichos de sátrapas persas.

Porque los españoles, mientras tanto, están bloqueados por el miedo a un virus invisible y por la cada vez más evidente y amenazante presencia del Estado hasta en los aspectos más nimios, naturales e intrascendentes de sus vidas. Esto irá a peor si, de una vez por todas, no nos sacudimos el miedo inoculado, la indefensión inducida que el Gobierno y los medios han cultivado en los últimos quince meses y salimos a las calles a encontrarnos de nuevo, a reunirnos de nuevo, a sonreírnos de nuevo y a acabar con esta farsa criminal como debe acabarse: con ellos en prisión de por vida o huyendo como las ratas que son y con nosotros tomando el control y las riendas de nuestro destino, de la soberanía de nuestro país, como individuos libres e iguales que formamos parte de la nación más gloriosa de la historia de la Humanidad.

Porque #ProtestaEnMoncloa siempre ha creído que era su obligación exigir la detención y la puesta a disposición judicial del Gobierno de Sánchez, así como, lanzar a nuestros compatriotas el mensaje de que se puede y se debe luchar por los derechos y por las libertades que nos han arrebatado.

Porque la libertad, como bien dijo Ronald Reagan, sólo está a una generación de distancia de su extinción. Pero si rompemos amarras con nuestros miedos y, sobre todo, con nuestras obsesiones ideológicas, la libertad, hoy moribunda y mortecina en España, estará a pocas semanas de su revivificación.

Rebelión ciudadana y desobediencia cívica. Basta ya. El vodevil ha terminado.