
Yo estoy tan tranquilo en la terraza de un bar tomando un refresco, cuando uno de mis amigos, siempre informado de las últimas novedades políticas, se presenta ante mí con aire de urgencia.
―Sabes la última noticia ¿no?
Mi amigo considera el «hola, buenos días» un preámbulo anticuado.
―¿La última noticia…? ―pregunto a mi vez para ganar tiempo―. Ah… Sí, sí, claro que sé la última noticia. ¿No voy a saberla? Todo el mundo sabe la última noticia.
Por supuesto que yo no sé cuál pueda ser la última noticia. Ese día me he tomado el lujo de no leer el periódico ni revisar la pesca informativa en las redes sociales. Pero es que, además, mi amigo debería saber que la última noticia es algo muy antiguo. Quiero decir que esa expresión ya no tiene validez en nuestra época, y que resulta anacrónica utilizarla hoy. Porque durante el tiempo que ha transcurrido desde que mi amigo ha leído la noticia hasta que se ha empeñado en compartirla conmigo, han surgido miles de últimas noticias, y entre ellas puede estar la noticia que desmiente su última noticia. Y, aunque no sea desmentida, la última noticia que viene a contarme puede estar tan anticuada media hora más tarde como si por ella hubiera pasado un siglo.
Antes la última noticia era la última durante semanas; había tiempo para degustarla y digerirla, y ella sola dominaba el ambiente de todo un país o del mundo entero. Hoy, no bien tenemos la última noticia en el gaznate, los medios de comunicación ya nos están haciendo el avión como a los bebés para que abramos la boca otra vez y traguemos el puré, y antes de respirar siquiera, llenos del puré hasta los mofletes, ahí que nos viene otra vez el avioncito. No, no tiene mucho sentido utilizar esa expresión en un mundo en que las noticias van incluso un paso por delante de los acontecimientos que notician. ¿Es última noticia, efectivamente, que mañana lloverá? ¿Es última noticia que tal presidente será electo la semana que viene, según todas las encuestas? Si se ha roto la secuencia del tiempo, no puede haber ni primera ni última noticia.
Mi amigo, al fin, me comenta esa última noticia, aunque, suponiéndome al corriente, no lo hace de manera expositiva sino más bien fragmentaria y alusiva. Voy atando cabos, sin embargo. La última noticia será el nuevo caso de corrupción de un político, el incumplimiento de una promesa electoral o la nueva coalición de dos partidos que hasta ayer se declaraban enemigos. En fin, yo me había propuesto estar desinformado ese día, pero ya que mi amigo viene a romper mi propósito, lo menos que espero es que cumpla con las expectativas que ha creado, y no que, después de asegurarme que hay una última noticia, me cuente una noticia más antigua que el mal hablar. Han cambiado los nombres y las formas pero su última noticia es la misma que la del siglo XIX, recalentada para la ocasión. Porque las últimas noticias son a la información lo que la paella recalentada en el microondas a la gastronomía. Y si el camarero del bar en el que estoy me pregunta si me apetece la última paella, lo que no espero de ninguna manera es que me traiga las sobras de una paella que le sirvieron a Alfonso XIII.
Amigos del mundo: a veces no tenemos ganas de últimas noticias ni de política. No es que seamos apolíticos, es que estamos cogiendo aire. Si no hemos llegado a ese tren, tranquilos, pasará otro. Hay trenes que sólo pasan una vez, pero os aseguro que, en lo referente al tren de las últimas noticias, no es el caso. Lo que quisiéramos es que el tren se retrasara un poco para poder silbar despreocupados en el andén.
Autor

- Alonso Pinto Molina (Mallorca, 1 de abril de 1986) es un escritor español cuyo pensamiento está marcado por su conversión o vuelta al catolicismo. Es autor de Colectánea (Una cruzada contra el espíritu del siglo), un libro formado por aforismos y textos breves donde se combina la apologética y la crítica a la modernidad.