18/05/2024 07:46
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Sebastián Porrini nuevo colaborador de ECDE, es argentino, profesor en Letras y magister en Ciencias del Lenguaje. Ejerce como docente en los niveles medio y superior. Es autor de «Los otros. La metafísica operativa en los siglos XX y XXI», «El sacrificio del héroe», «El fulgor mítico. Mito y religión en la antigua Grecia» y coautor de «Flexión y expansión. Morfosintaxis del español» (junto con Gustavo Manzanal); de «Cuando los dioses habitaban la tierra» (Junto con Diego Ortega) y de «Pensar la lingüística» (junto con Ariel Guassardi). Es miembro fundador de ADEH (Asociación de Estudios Humanísticos) y codirige el canal ADEH TV. Se define monárquico y defensor de la Tradición Unánime, así como un promotor de la Hispanidad iberoamericana, mucho más en estos tiempos de oscuridad sin trascendencia.

Háblenos brevemente de la importancia de la formación humanística.

La formación humanística, como se la comprendía hasta hace unas décadas, implicaba una inmersión en el saber total que se nos había legado, como base de todo conocimiento. Valga aclarar que no necesariamente eso condescendía con caer en el enciclopedismo, que es lo opuesto al humanismo bien entendido, sino con comprender que una cosmovisión de naturaleza trascendente contenía la sabiduría trasmitida, a la que se iba agregando el dulce descubrimiento de una parcela menos iluminada hasta entonces. Pero, como sabemos, el conocimiento moderno y el que niega de plano la posmodernidad han fragmentado todo de una manera que se ha vuelto un rompecabezas sin solución, pues las piezas que deberían encajar con elegancia devienen deformados bodoques que oscurecen e impiden la elevación de la catedral del conocimiento. En ese sentido, considero que el humanismo se ha retirado de todo el currículum de la vida académica, y de toda tertulia sana, con la sola excepción de los reaccionarios que tanto bien hacen a la herencia en estos casos.

Usted fundó una asociación en su defensa.

En 2013, con otros docentes de Letras y de Filosofía formamos una asociación con esa finalidad, es cierto. Los Estudios Humanísticos están tan deteriorados o francamente negados que esta decisión nos ha costado sus buenas reprimendas de parte de los intelectuales oficiales. Sin embargo, ya llevamos nueve años de tozudez que no queremos arrojar por la borda por más que la tormenta sea de órdago en estas atribuladas geografías.

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Dentro de ella es un apasionado de la mitología.

La mitología es, para mí, la sal de toda la Tradición. No me deslumbra el común descubrimiento de máscaras comunes, tanto como su coherencia universal. Y ello se debe a que el saber primordial – la citada Filosofía Perenne – es la levadura de la Tradición unánime que se manifiesta en cada comunidad con sus propias vestiduras. Con esto me refiero a que el color local en un mito no debe obnubilar nuestra lectura con sus afeites e impedirnos ver la Verdad absoluta que nos relata, más allá del tiempo y del espacio. Que Thot sea el dios de la lengua revelada entre los egipcios, y que lo sea Hermes entre los griegos, o que lo sea Odín entre los nórdicos no debe impedirnos comprobar que los tres otorgan la lengua a los hombres más que como mero medio de comunicación como facultad de nombrar – La Biblia dice que Dios dio esa capacidad a Adán con la donación del espíritu – y que en esas personas divinas hay una característica de picardía – En Hermes y Odín, notables – como si el regalo encerrase, paradójicamente, un beneficio y una enorme dificultad.

También profundiza en la metafísica. ¿Por qué es importante recuperar esta disciplina?

Porque todo el conocimiento y sus derivas – la política, el arte, la ciencia – son ramas de la filosofía primera, como diría Aristóteles. Pero sobre todo, porque la metafísica no es elucubración personal – como nos han querido hacer creer los afiebrados modernos – sino una operación palpable con la sabiduría recibida que nos afecta cotidianamente, y que nos abre a la trascendencia. Suelo repetir esa verdad tan obvia que se ha vuelto incomprensible, por la cual, etimológicamente, tradición y traición derivan del mismo verbo latino, tradire, que significa “entregar”. Lo que entrego como saber a las nuevas generaciones es tradición; pero si no lo hago, es traición, y en el fondo, las estoy entregando a ellas a la ignorancia.

Su principal especialidad es la lingüística. Háblenos de la importancia del dominio del lenguaje.

Sí, pues hace treinta años que dicto lingüística en el nivel superior. Quizás porque la lengua nos hace humanos, y en el conocimiento que recibo de esa herencia me encuentro con la belleza de la esencia como tal. Si los dioses nos han dado este tesoro – para relacionar esto con lo que ya hemos conversado sobre mitología – es porque nos confiaron la mayor esperanza de que seamos unos buenos herederos. No hay bien más maltratado en nuestros días que el lenguaje. Y si entregamos ese bien a los caprichos o a los intereses de los manipuladores del orden mundial, lo único que haremos será asesinar nuestra esencia.

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Pero por encima de todo usted defiende la Hispanidad.

Desde luego. No sólo por su pasado, sino, y ante todo, por su futuro. Iberoamérica es una, mal que les pese a los políticos genuflexos y a los ideólogos del odio a lo hispano. Y cuando nos reencontremos en el natural imperio que debemos reavivar, las mentiras de sus leyendas se caerán inexorablemente. Y lo digo en futuro de indicativo y en imperativo porque no es una opción, sino la certeza de nuestra propia existencia como pueblo, como cultura, como historia. Que compartamos el Quijote sin necesidad de traducción, es el ADN suficiente para sentirnos hermanos.

¿Cómo valora la labor de El Correo de España y qué supone para usted escribir en este medio?

El Correo de España es, exactamente ahora, una roca en medio de un huracán. Quienes lo fundaron merecen que se los considere dentro de la genealogía quijotesca. Han decidido tomar el camino más difícil, y al cielo, como dice el proverbio latino Ad astra per aspera, sólo se asciende en agonía, que es lucha, recordemos.

Escribir en el Correo supone para mí un enorme orgullo, una responsabilidad, de la que no me siento totalmente capaz. Pero como sé de la capacidad de sus editores, su invitación a formar parte de él, me recuerda mi deber de estar a su lado, aunque sea con mi humilde colaboración.

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