06/10/2024 13:44
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Entrevista con el doctor David Engels realizada por Cyril Moog para BZ-MAGAZINE y publicada por el Budapester Zeitung. Engels es titular de la Cátedra de Historia Romana de Bruselas (ULB) y actualmente trabaja en el Instytut Zachodni de Poznan. Se dio a conocer por su libro “De camino al Imperio”, en el que comparaba la crisis de la UE con la caída de la República romana en el siglo I a.C., y por sus intentos de actualizar la filosofía de la historia de Oswald Spengler.

¿Cuál es la posición de la UE sobre la historia europea? ¿Cuál es su actitud ante el cristianismo?

Muchos de los padres fundadores de la Comunidad Europea eran cristianos convencidos. Pero, por desgracia, no consagraron explícitamente sus valores en los textos de los tratados de la época porque los dieron por sentados. Fue un grave error, porque el rechazo de una referencia explícita a la herencia cristiana (además de la grecorromana), en el proyecto fallido de constitución europea reveló todo el alcance de la descristianización de las élites europeas que se había producido entretanto. En el Tratado de Lisboa, por lo tanto, sólo encontramos valores universales muy generales: principios que también podrían regular a las comunidades de Estados de Asia Central o de África Occidental sin tener que cambiar ni una coma.

¿Por qué la UE se desvincula tanto de la historia europea?

La izquierda siempre ha recelado de los valores tradicionales, ya que constituyen la base de las comunidades solidarias (familias, pueblos, regiones, naciones, religiones, etc.) que se interponen en sus planes sociales constructivistas. Por otro lado, la derecha está traumatizada hasta hoy día por la instrumentalización del tradicionalismo por los movimientos autoritarios de los años 30 y apenas defiende sus propios valores. Esto explica por qué el patriotismo occidental no tiene un verdadero lobby dentro de la UE actual y por qué la derecha trabaja incluso a veces por socavar y desacreditar progresivamente su propia historia.

En su libro “De camino al imperio” establece analogías estructurales entre el final de la República romana y la UE actual. ¿Qué significa eso en términos concretos? ¿Qué puntos comunes encuentra?

La inmigración masiva, la desintegración familiar, el declive demográfico, la polarización social, la decadencia de las religiones tradicionales, el desempleo masivo, la globalización, la tecnocracia, las guerras asimétricas, el fundamentalismo, el populismo, las sociedades paralelas, la pérdida de valores, el autodesprecio cultural, la parálisis institucional, el terrorismo y la cultura del pan y circo, todo esto caracterizó las últimas décadas de la República romana saliente y condujo inevitablemente a una época de crisis y disturbios civiles. Me temo que eso es también lo que nos espera a nosotros.

¿Qué nos espera? ¿Qué desarrollo cree probable?

Europa occidental se hundirá en una crisis cada vez más profunda, como la que ya estamos viendo hoy en Francia. El fracaso del Estado en los grandes suburbios, la crisis de la deuda, el declive económico, las protestas masivas, la violencia y la delincuencia, los atentados islamistas, el declive de las “provincias”: todo esto no es más que el principio de una profunda crisis sistémica que durará varias décadas y que también llevará a la UE al borde del abismo. Sólo se encontrará una salida cuando una de las nuevas fuerzas político-sociales que están emergiendo se organice de un modo más carismático que ideológico y se imponga, y el pueblo la acepte por pura desesperación para volver a experimentar por fin la paz y el orden, como el principio de Augusto. Por otro lado, en Europa del Este la evolución podría ser diferente, ya que aquí veo sociedades bastante más estables y solidarias. Tal vez podrán emanar desde aquí impulsos para la estabilización y un retorno a los valores occidentales en dirección a Occidente.

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¿Podemos volver a hablar de Europa Central tras el fin de la Guerra Fría?

Si consideramos que Rusia, Bielorrusia y Ucrania son Europa del Este (aunque sigue abierta la cuestión de hasta qué punto Rusia, por ejemplo, pertenece o quiere pertenecer a la cultura europea en un sentido estricto), entonces todo lo que está entre esta región y el occidente francés debe entenderse ciertamente como Europa Central en términos geográficos e histórico-culturales. Sin embargo, el papel de Alemania es problemático: al menos el este alemán pertenece claramente, desde el punto de vista cultural, a Europa Central, pero en la actualidad vemos un alejamiento radical de sus propios valores y tradiciones y un giro generalizado hacia los valores supuestamente típicos “occidentales” de lo políticamente correcto. Por eso encontramos más en los países del V4 que en Alemania una especie de afirmación patriótica de la cultura centroeuropea.

¿Qué otras diferencias significativas puede identificar entre Europa Central y Occidental? ¿Existe una mentalidad diferente en Europa Central?

Aquí tenemos que separar dos aspectos. Si nos fijamos en las tradiciones históricas, hay por supuesto fuertes diferencias culturales entre la identidad romano-atlántica, tal y como la encontramos sobre todo en Francia, y la identidad más continental, germánica-eslava, del otro lado. Son precisamente estas diferencias, a las que también se suman las comunidades culturales especiales del sur, sureste, norte y noroeste de Europa, las que conforman la especial riqueza y belleza de nuestra cultura. Sin embargo, si observamos la situación actual, vemos que gran parte de Europa Occidental se ha comprometido con la doctrina de la corrección política, que está en un proceso de suprimir y destruir las respectivas tradiciones autóctonas. Los países de Visegrado, con su resistencia, son los que están defendiendo no sólo las tradiciones específicamente “centroeuropeas”, sino también los propios valores genuinamente occidentales.

¿Qué impulsos podría aportar Europa Central? ¿Qué contribución podría hacer Europa Central a la gestión de crisis en el conjunto de la UE?

Veo a Europa Central como uno de los últimos bastiones de la vieja identidad occidental, una identidad que en Occidente sólo se puede vivir en las provincias o en el “underground” conservador. Aunque, como belga, me siento una persona típicamente atlántica, cuando estoy en mi nueva patria, Polonia, a pesar de la añoranza me siento más en “Europa” que cuando estoy en mi país natal. Los países de Visegrado son vistos y valorados por muchas personas de Occidente como una especie de garantes de la supervivencia de las tradiciones europeas. Sólo es importante que perciban esta tarea como tal y actúen en consecuencia. Los gobiernos húngaro y polaco, en particular, ya están haciendo mucho por actuar como la voz de la tradición dentro de la UE y por ser los únicos que defienden el orgullo de nuestra identidad occidental enraizada en el pasado grecorromano y judeocristiano. Se trata de un planteamiento increíblemente importante, pero habría que expandirlo masivamente y, sobre todo, llevarlo como una ofensiva sobre Occidente, como he intentado esbozar en mi libro “Renovatio Europae”. Sólo si el Este se dirige explícitamente a los habitantes del Oeste y les da una nueva esperanza, podrá haber todavía motivos de esperanza para el continente.

En caso de que Europa Occidental perezca realmente, ¿sería concebible que la identidad europea persistiera en Europa Central? ¿Podría la antorcha de la civilización europea desplazarse hacia el este?

Por desgracia, así es como veo la situación ahora. Francia y Alemania, en particular, están actualmente alienadas de su propia identidad y ya han sido tan fragmentadas culturalmente por una inmigración masiva y sin precedentes que probablemente nunca volverán a pertenecer en su totalidad al verdadero y genuino Occidente. Por supuesto, esto no exime a los conservadores de esos países de la obligación de hacer todo lo posible para crear un marco que permita la integración y, a largo plazo, esperemos que también la asimilación de los nuevos ciudadanos procedentes de otras culturas para evitar al menos una completa desintegración interna.

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¿Cómo pueden los países de Europa Central y Oriental evitar ser arrastrados por Europa Occidental? ¿Hasta qué punto puede la región desvincularse de Occidente?

Esta es una pregunta sumamente difícil. Hay que reconocer que, sobre todo en plena crisis del coronavirus, los indicadores económicos muestran lo fuerte y resistente que se ha vuelto Europa Central. Además, la homogeneidad cultural de su sociedad hará imposible una desintegración social del tipo que veremos en Occidente, por lo que probablemente Oriente resulte más estable que Occidente. Sin embargo, hay varios problemas. Uno de ellos es el enfoque excesivamente unilateral de la economía alemana: es esencial diversificarla y desagregarla. En segundo lugar, la relativa debilidad demográfica y también estratégica: los países de Visegrado sólo tienen una oportunidad de establecerse permanentemente como una potencia media y resistir al eje Berlín-París si incluyen a toda la región de Intermarium en su alianza.

En lo que respecta a China, ningún verdadero patriota occidental debería pasar por alto la competencia, y quizá incluso la amenaza, que nos espera aquí, con el debido respeto a los intereses legítimos de ese Estado. Es cierto que podría resultar interesante para los países de Visegrado compensar una dependencia demasiado grande de Occidente con unas buenas relaciones con China, al igual que no hay que subestimar el potencial de India, Brasil y los Estados africanos: La política siempre consiste en mantener las opciones abiertas y evitar las dependencias unilaterales. Pero a la hora de la verdad, los intereses de Occidente (con lo que, por supuesto, no me refiero a la UE, sino todo lo contrario) deben prevalecer en su totalidad.

Usted se refiere a menudo a los europeos patriotas como los “últimos de Occidente”. ¿Qué les aconsejaría hacer si quieren comprometerse personalmente con la continuidad y el desarrollo de Occidente?

Me hago esta pregunta todos los días, porque sólo podemos luchar realmente por Occidente si defendemos personalmente sus valores, no sólo sobre el papel o en la cabina de votación, sino en nuestras familias, entre amigos, en el trabajo, con nuestros semejantes. He descrito cómo podría ser esa actitud en mi libro “Qué hacer – Viviendo con el declive de Europa”. Me parece que el mensaje central es el de renunciar a la esperanza de un cambio rápido, del apoyo del Estado o de la mayoría de la sociedad y, finalmente, de la restitución del statu quo. Al menos en Europa Occidental, los conservadores están abandonados a su suerte y por ello deben aprender a verse a sí mismo como una sociedad paralela, y bastante impopular por cierto. Deben aprender a aceptar esta difícil situación y comportarse como las numerosas sociedades paralelas de África o de la región musulmana: reforzar su identidad a toda costa, crear grupos de solidaridad, independizarse lo más posible del Estado, dar publicidad a su causa, expandirse demográfica y geográficamente, transmitir el amor por su patrimonio y sus valores y, sobre todo, defender su causa sin concesiones.

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Álvaro Peñas