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Respecto de este señor, decía el último día que otro posible ganador en esta debacle del PP «es el astuto y siempre agazapado Núñez Feijóo que cumple a la perfección el papel de progre euro-globalista, centrista e incluso con esencias y perfumes indepes, sobre todo en trabajar por la extinción del español en Galicia».

El que este político con espolones haya logrado cuatro mayorías absolutas en Galicia no es tanto mérito de su gestión económica o social, como de una estructuras de poder heredadas que se remontan a muchos años atrás: el caciquismo. Mientras se mantengan bien lubricados y untados los engranajes de los poderes localistas, la cosa va bien para el cacique. El ejemplo más claro y evidente de este fenómeno fue el caso de Manuel Fraga Iribarne en la segunda mitad del siglo pasado, siguiendo la tradición política agrarista y conservadora de la región.

En la gestión económica si nos fijamos en el crecimiento económico, luego de sus cuatro legislaturas y del año 2009 en que lleva al frente de Galicia, sus resultados son bastante mediocres. En dicho año el PIB per cápita gallego representaba el 88% de la media del PIB per cápita español y 10 años más tarde el 90%, lo que pone de manifiesto el lento grado de convergencia de la economía gallega con la española, siendo además su crecimiento medio a lo largo del decenio inferior al crecimiento medio español. Entre 2009-2019 el PIB gallego creció un 5,3%, la media española el 6,6% y por ejemplo la región de Madrid, la que más creció, un 15%. Pero, es que la ligerísima convergencia de la producción por persona de dos puntos con la media española no es tanto porque el PIB absoluto gallego (el numerador) haya crecido más que el de España, sino porque el denominador (la población) ha disminuido.

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En el tema fiscal, que es un tema esencial para medir a un gobierno, si nos centramos en el Índice de Competitividad Fiscal que publica anualmente la Fundación para el Avance de la Libertad, Galicia ocupa el lugar duodécimo de las 17 regiones y las plazas de Ceuta y Melilla. Destaca también por sus 6 impuestos propios, exclusivos de la comunidad (Canon de saneamiento, Impuesto sobre contaminación atmosférica, Impuesto sobre el daño medioambiental causado por determinados usos y aprovechamientos del agua embalsada, Canon eólico, Impuesto compensatorio ambiental minero y el Canon de inmuebles en estado de abandono), que si bien gravan con 31 € de media por gallego, no hay que olvidar que sólo gravan a una muy reducida parte de contribuyentes.

Con ser esto así, Galicia no es una región fácil tanto por su geografía, como por su demografía, pero todos los políticos, de uno u otro signo que la han gobernado, no han contribuido a solucionar sus problemas, sino todo lo contrario. En los años 70-80 el Psoe desmanteló la pionerísima industria de construcción naval y sometió al campo y la pesca a los intereses de Francia y los países de la CEE de entonces.

Pero, si Núñez Feijóo no destaca por su gestión económica, sí destaca en cambio por su connivencia con casi todo lo que dicta la progresía de izquierda y el globalismo en su decálogo de la Agenda 2030. De un Fraga Iribarne que para «limpiarse» sus «pecados de franquista» se convirtió en un galleguista de pro y dio alas a los secesionistas gallegos, socialistas incluidos, haciéndoles concesiones en sus concepciones totalitarias respecto del gallego. De tal palo, tal astilla: Feijóo está a la misma altura de sus colegas catalanes, vascos, valencianos y baleares en cuanto al talibanismo lingüístico, como forma de diluir la pertenencia de estas regiones a España. ¿Inconsciencia?, ¿maldad? Feijóo es un autonomista tal cual son hoy día, amiguismo, mega funcionarismo, corrupción y secesionismo.

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Tampoco Feijóo le hace ascos a toda la farfolla feminista, de género y las mandangas de las memorias históricas, que dudo mucho, si algún día llega a presidente de gobierno, sea capaz de echar atrás. No lo hizo Aznar con muchas menos paridas culturales de la izquierda, no lo hizo el vago Rajoy con mayoría absoluta frente a los graves ataques zapateriles a la Nación y tampoco llevaba camino de hacerlo -contra lo prometido- el chusquero político Casado. Esta ha sido la gran contribución de la derecha española a la política partitocrática llamada de la Santa Transición (¿a qué y a dónde?).

Sin duda Feijóo será «elegido» presidente del PP por aclamación a la búlgara, pero la realidad es que el PP no tiene candidatos ni con tirón, ni con solvencia para ser presidente del gobierno de España. La cantera de los que ahora pillan cacho son las huestes de la nuevas generaciones, profesionales del chusco partidario. Quizá podría ser Ayuso, pero esta señora esta vetada por los restos rajoianos del partido y por el consenso progre de Bruselas. Para éstos Feijóo es el candidato ideal. Para mi, en el mejor de los casos, Feijóo es más de lo mismo, por no decir peor.

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REDACCIÓN