
Si bien es cierto que cualquier momento es bueno para visitar Valladolid, actualmente existen dos razones más para hacerlo. Por un lado, una notable exposición acerca de la escultora Luisa Roldán –más conocida como “la Roldana” (1652-1706)– en el Palacio de Villena1, y, simultáneamente, la dedicada a los maestros Gregorio Fernández (1576-1636) y Juan Martínez Montañés (1568-1649) en la Catedral de Valladolid2.
Sin duda, una oportunidad espléndida para disfrutar de la mejor escultura en el centro de referencia de este Arte en España, y, por qué no decirlo, para reencontrarnos con nuestra Historia más brillante a través del talento inconmensurable de tres grandes artistas.
En primer lugar, la exposición sobre Luisa Roldán nos ofrece una amplia visión de la insigne escultora sevillana, que incluye imágenes de gran tamaño en madera policromada, como los ladrones Dimas y Gestas (1678) o San Juan de Dios (1680), y un buen puñado de piezas de pequeño formato, principalmente de terracota, como San José con el Niño, La Virgen Niña con San Joaquín y Santa Ana o la Virgen de la leche (las tres realizadas entre 1689 y 1706); aunque también en otros materiales, como dos versiones de Niño Jesús Nazareno (1692), talladas en madera de castaño; y, muy especialmente, el magno belén de veinticuatro figuras de madera de cedro, que incluye al cuarto rey mago, Artabán, –también conocido como rey de Tarsis–, vestido a la española.
Igualmente, un aspecto que merece señalarse en esta exposición es la alusión a la influencia de autores napolitanos como Nicola Fumo (1647-1725) o Giacomo Colombo (1663-1730) en el San Miguel Arcángel (1692) de Luisa Roldán, en El Escorial. A lo que cabe añadir que estos artistas contribuyeron asimismo a la popularización del gusto por los belenes3… Y, sin embargo, es interesante leer en el panel explicativo a propósito del citado belén de la Roldana, lo siguiente: “Lamentablemente, es tanto lo que se ha perdido que existe la falsa impresión de que en España no hubo grandes belenes hasta el siglo XVIII y, entonces, por influencia napolitana. En realidad, desde comienzos del XVII hay referencias a grandes conjuntos, alguno incluso realizado por Pedro Roldán, de quien sin duda Luisa aprendió tal especialidad”.
Hablando de “pérdidas” lamentables, es de agradecer que la muestra haga mención a dos grupos de Luisa Roldán titulados Virgen y Niño con San Juan Bautista y Virgen y San Antonio de Padua, realizados para la Ermita de Nuestra Señora de los Santos, en Móstoles; aunque parezca ocultarse algo cuando se habla de su “desaparición” en 1936. O cuando, a propósito de la pieza de terracota Nacimiento con San Gabriel y San Miguel (1701), se explica su mutilación de la siguiente forma: “Lamentablemente, el grupo, hoy incompleto, perdió las figuras de un joven pastor con un cordero, de San José, el buey y la mula en 1936”. Como si se hubiesen desprendido y extraviado ellas solas o se hubieran volatilizado de forma espontánea y misteriosa.
Por otro lado, cabe subrayar el reconocimiento de la valía de esta mujer ya en el siglo XVII. No ya sólo porque Luisa Roldán fue nombrada Escultora de Cámara por Carlos II en 1688 y conservó dicho estatus con Felipe V, sino porque también mereció la alabanza del reputado historiador Antonio Palomino en su obra Vidas de los Pintores y Estatuarios Eminentes Españoles (1724), llegando a afirmar lo siguiente: “Doña Luisa Roldán, eminente escultora: […] Tuvo singular gracia para modelar barro en pequeño, de que hizo cosas admirables, que yo he visto en esta Corte en diferentes urnas […] Yo la conocí y visité muchas veces y era su modestia suma, su habilidad superior y su virtud extremada”. Y es más, aunque muchos de los que visitan el Museo del Prado no reparen en ello, el nombre de Luisa Roldán figura inscrito con letras de bronce en uno de los grandes paneles que flanquean el atrio de la puerta de Velázquez del Museo del Prado; mucho antes de su actual “rescate” y pretendido “descubrimiento”.
Así mismo, debe señalarse que Luisa Roldán se formó en el oficio junto a sus hermanas Francisca (1650-1709) y María Josefa Roldán (1654-1756) en el taller de su padre –el ilustre Pedro Roldán (1624-1699)–, y también ellas pudieron ganarse la vida con la escultura4. De hecho, en la actual exposición en el Palacio de Villena se exhibe una bella imagen de Santo Domingo de Guzmán realizado por María Josefa.
Por otra parte, un aspecto a destacar en ambas exposiciones es la atención prestada a los pintores responsables de la policromía de las tallas; artistas olvidados con frecuencia por considerarse –de forma injustificada– su labor subordinada o menor. Una idea en absoluto compartida por los propios escultores, que estimaban la policromía como una parte esencial de sus imágenes. Así, en ambas muestras se menciona a los artistas que estofaron y pintaron las tallas y terracotas: Juan de Valdés Leal (1622-90), que trabajó con Pedro Roldán (1624-99); Tomás de los Arcos (1661-h.1715), cuñado y colaborador de Luisa Roldán; Matías de Brunenque (1652-c.1715), marido y responsable de la policromía de las piezas de María Josefa; Baltasar Quintero (h. 1585-h.1645) y Francisco Pacheco (1564-644), a cargo de la policromía de las obras de Juan Martínez Montañés; y los hermanos Marcelo y Francisco Martínez, policromadores de Gregorio Fernández.
Respecto a la exposición dedicada a Juan Martínez Montañés, en la imagen, y Gregorio Fernández, cabe reseñar, por un lado, la idea misma de reunir a estos dos colosos de la escultura y ofrecer una amplia panorámica de la obra de ambos. Pero esta propuesta museográfica merece, sobre todo, el elogio por su enorme valor didáctico; pues al exhibir en paralelo las versiones de un mismo tema realizadas por uno y por otro, se aprecian mejor sus características respectivas y se invita a reparar en detalles que a menudo pasan desapercibidos, permitiendo valorar y distinguir las obras con mayor claridad. Por ejemplo, podemos apreciar la “manera” de Martínez Montañés en esas manos diestras que a menudo portan firme y delicadamente una pluma. Pose afortunada, elegante y expresiva repetida por el artista en multitud de obras: San Gregorio, San Atanasio, San Jerónimo, San Ignacio de Loyola o San Francisco Javier –en la Iglesia de San Miguel y San Julián, Valladolid)–; San José con el Niño y Santa Teresa –pertenecientes al Convento de la Concepción del Carmen (Valladolid)–; o Santo Domingo de Guzmán en Gloria –en el Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)–.
Igualmente, comparando las versiones de un mismo motivo por Juan Martínez Montañés y Gregorio Fernández, podemos identificar algunas características distintivas en sus rostros: en el primero, un ligero estrechamiento en la inserción del hueso nasal con el frontal, mientras, por el contrario, Gregorio Fernández, suprime con frecuencia el nasión en mujeres y niños (Santas, Vírgenes y ángeles). Los ojos de las mujeres también presentan una firma propia: los párpados de Montañés, ligeramente oblicuos hacia arriba en su parte distal; los de Fernández, a la inversa, acomodados a una glabela y arcos superciliares más anchos, elevados hacia el lacrimal interno.
En cualquier caso, tampoco puede hablarse de una “oposición” entre clasicismo y naturalismo –simplificación limitante y a menudo inadecuada–; toda vez que ambos propenden hacia un creciente virtuosismo técnico y confluyen en un mayor verismo. Véase, por ejemplo, el innegable y rotundo clasicismo de las figuras de San Pedro y San Pablo (1633) –sitas en la iglesia de San Miguel, Jerez de la Frontera–, de Martínez Montañés, o el patetismo naturalista de muchas obras de Gregorio Fernández: así sus Cristos Yacentes5; Ecce Homo (h. 1620) –en el Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid–; las figuras orantes de Alonso Pérez de Guzmán el Bueno y su esposa, María Coronel (1611-13) –en el Monasterio de San Isidoro, en Santiponce, Sevilla–; el Cristo de la columna (1619) –sito en la iglesia de la Santa Vera Cruz de Valladolid–; el Bautismo de Cristo (1624-29) –hoy en el Museo Nacional de Escultura–; el famoso Cristo de la Luz (1630) –originalmente, en el Monasterio de San Benito el Real de Valladolid, y, actualmente, en el Palacio de Santa Cruz–; o el Crucificado de los Valderas (1631) –en la iglesia parroquial de San Marcelo, León–.
Por lo tanto y en definitiva, una magnífica ocasión para disfrutar de dos grandes maestros de la escultura de nuestros Siglos de Oro, que, merced a esta muestra, seguro serán mejor conocidos y más apreciados.
Santiago Prieto Pérez
1 Del 29 de noviembre de 2024 al 9 de marzo de 2025. Este palacio, extensión del Museo Nacional de Escultura y situado justo enfrente del Colegio de San Gregorio, acoge habitualmente exposiciones temporales.
2 Del 12 de noviembre de 2024 al 2 de marzo del presente año.
3 Sobre esta cuestión en particular, puede leerse “El arte del belén napolitano”, ÑTV, 23-2-2023: https://ntvespana.com/23/12/2023/el-arte-del-belen-napolitano-por-santiago-prieto
4 De hecho, tanto Luisa como Josefa se casaron con escultores (con Luis Antonio de los Arcos la primera y con Matías de Brunenque la segunda) y ambas prosperaron por su cuenta, más allá del taller paterno o de la “tutela” de sus respectivos maridos. Respecto a Josefa, sabemos que realizó la imagen de la Virgen, Santo Domingo y San Nicolás (1697) del retablo mayor de la Colegiata de Santa María de las Nieves, en Olivares, Sevilla.
5 Véase el Cristo yacente (1614) del Convento de Nuestra Señora de los Ángeles, en el Pardo, Madrid (1622)–; del Museo del Monasterio de Santa Clara, en Medina de Pomar, Burgos (h. 1622-23); el de la iglesia de San Miguel y San Julián en Valladolid (1630); o el de la Catedral de Segovia (1628-31).
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